Danzón, sangre y tierra de por medio *
Por
Abraham G. Martínez
El danzón es un
baile que ha sobrevivido más de ciento cincuenta años. En sus inicios transitó
de las viejas tierras de Europa a las calientes tierras del Caribe donde fue
adaptado y de ahí México lo adoptó como hijo suyo. ¿Quién no se ha dejado
seducir por un danzón? El suave baile donde hombre y mujer bailan pegaditos,
así, mirándose, sin decirse nada. Bailando solos, solos, solos como los
amorosos de Sabines. Y es que, dicen los conocedores que para bailar danzón,
“el hombre debe colocar el brazo izquierdo en escuadra lateral sosteniendo la
mano derecha de su compañera, y luego, apoyar su propio meñique derecho
extendido sobre la cuarta vértebra (de abajo p'arriba) de su pareja”. Baile
cadencioso, rico, sencillo pero elegante en sus pasos, tiene como característica
muy peculiar –y por su prolongado desarrollo musical-, el que durante cada
estribillo después del primer tema, descansan los bailadores abanicándose el
rostro la mujer. Secándose el sudor de la frente con un pañuelo el hombre.
Coqueteando entrambos mientras tanto.
Consejo
Valiente Roberts –nombre civil de Acerina y uno de los grandes
exponentes de este género-, no tardo mucho en responder cuando se le preguntó
¿Cómo se baila el danzón? “Es un baile cadencioso, rítmico, una musiquita
‘larga’ y un ritmo clásico... ‘Clásico’ porque ya es viejo y sigue joven. El
danzón se baila suave, lento, sin tanto alboroto. Ajustándose a la cadencia que
el ritmo tiene de nacimiento. El danzón, su estructura consiste en un
estribillo de ocho compases, el cual no se baila. En seguida vienen otros ocho
compases que sí se bailan. Nuevamente llega el estribillo y se descansa.
Entonces viene un montuno de clarinete o saxofón que es lo más libre o suelto
para bailar; y finalmente una melodía de violín o un solo de trombón y
trompeta, con el que se cierra la pieza”.
Pero
el danzón es una música que nace de una suma y una acumulación cualitativa de
sangres y de culturas, desde que fue country dance en Irlanda, donde
siguió vagando por las tierras de Dinamarca, Holanda y Bélgica. Fue así que
llegó a Francia y se transformó en Contre dance y luego se americanizó
en Haití y se le incorporó el cinquillo (figura rítmica basada en cinco golpes
de tambor lentos por cinco acelerados) y paso de ser contre dance a ser contradanza,
danza y habanera en Cuba hasta llegar a ser Danzón y que
finalmente llegó a México donde fue acogido gustosamente.
Nace un ritmo de raíces viejas
Hay un acuerdo
general sobre que el origen del danzón se dio en Cuba. Sin embargo, el danzón
no nació de la nada. Tiene sus antecedentes en el country dance, danza de campo oriunda de Inglaterra en el siglo
XVII. El country dance animaba un sencillo baile de figuras y cuadros
colectivos tocada por pequeñas bandas de viento de procedencia militar regidas
por un timbal, instrumento de ordenanza llevado a Europa por las migraciones guerreras
orientales desde la destrucción del Imperio Romano.
El
ferviente espíritu mercantil de Inglaterra –los orígenes del capitalismo,
pues-, exportó, junto con sus mercancías, sus bailes regionales y tradiciones a
otras tierras de Europa, entre ellas el country dance. Así pues entró
primero a Dinamarca y Holanda. Luego pasó a Bélgica y más tarde a Francia, en
donde habría de arraigarse entre los comerciantes y los medianos propietarios
terratenientes galos. Fue tal su éxito que en poco tiempo recibió su carta de
naturalización a través de un equívoco idiomático, pues los burgueses galos en
vez de traducirla con una denominación francesa que dijera danza campesina o
rural, le llamaron contre dance, término que más tarde los
hispanoamericanos lo traducirían como contradanza.
Asentada
ya en Francia, la contre dance compitió con los ritmos nacionales de la
época: el rigodón, el rondó, y el minué, los cuales dominaban los salones de la
aristocracia y la gran burguesía francesa. Sin embargo, según el musicólogo y
escritor cubano Alejo Carpentier, la contre dance no pudo ascender en la
escala social de la gran nación europea: “no llegó a Versalles” pues “los
cortesanos franceses la rechazaron porque provenía de villanos y plebeyos y
porque no ofrecía ninguna dificultad coreográfica. Su sencilla galantería
buenaza no les decía nada”, explicaba el escritor. A pesar de ello, los
burgueses introdujeron en la contre dance elementos coreográficos
propios de los bailes aristocráticos, tales como paseos, cadenas, hileras y
hasta figuras menestrales como lanceros y bastoneros.
Y el escritor
cubano abunda: “fue en esta solemnidad versallesca y en su carácter colectivo
de origen donde el negro antillano halló los elementos ‘mágicos’ que le
cautivaron de la contre dance”.
Es decir, su coreografía barroca les sugirió una semejanza con sus
danzas tribales en las que simbolizaban su relación armónica con la naturaleza
y sus combates de amor y guerra. Así fue como se apropiaron de ella, la
ajustaron al ritmo que traían de África y le dieron una proyección musical
diferentes. Pero no nos adelantemos.
La
contre dance emigró de Europa a América a fines del siglo XVII, cuando Francia
por medio de una guerra logró arrebatar a España una de sus posesiones en el
Caribe: la Isla de la Española, actualmente dos naciones: Haití y República
Dominicana. En esta isla, en manos francesas desde 1967, como consecuencia del
Tratado de Ryswick, la contre dance halló nueva clientela entre los
esclavos negros que hacían producir las plantaciones azucareras. Los africanos
de la Española, la mayoría procedentes de los grupos étnicos ewes y dajomes,
asimilaron el nuevo ritmo de las fiestas de sus explotadores y la empezaron a
bailar en cañaverales y bohíos. Y lo hicieron de dos formas. Uno. Bailando la contre
dance de una manera más libre y alegre. Dos. Introduciendo en la estructura
musical de ésta el ritmo propio de los tambores rituales de África: el
cinquillo.
Así
la contre dance que había sumado al timbal y los instrumentos de metal
el temple suave del violín, el bajo, el violonchelo y la viola, sufrió una
vital transformación que con los años la llevaría a convertirse en danzón. El
tambor del vudú haitiano se hermano con el timbal euroasiático; a la vez que la
lúcida y sobria alegría anglo-francesa se mezcló con la pasional entrega de la
rumba española. Ya en las venas de los afroantillanos este ritmo emigró a todo
el Caribe por medio de la esclavitud.
Es
la contre dance la que llega a Cuba,
por tres vías distintas: una,
directamente de las cortes de España, otra, con los barcos ingleses que tomaron
La Habana en 1762 y la tercera, tal vez la mas influyente, a través de los
colonos franceses y sus sirvientes que llegaron a las regiones orientales de
Cuba huyendo de la guerra de independencia en Haití. Sobre el año 1791 se gestó
en Haití una revolución de esclavos de los centros azucareros contra los
mayorales y patrones franceses que los explotaban y vejaban. Muchos de éstos
emigraron hacia Cuba, entrando por la provincia de Oriente y llevaron consigo
idioma, costumbres y manifestaciones artísticas.
Una
vez en Cuba, y como consecuencia de esa incontrolable necesidad de asimilación
que siempre ha caracterizado al músico cubano, la contre dance, sufriendo un proceso de criollización paulatina, se
transformó en la ya nombrada contradanza cubana.
Llegada a Cubita la bella
En 1762 el duque de
Abermake se apoderó violentamente de La Habana y estableció una eventual
dominación británica en Cuba. Durante ese lapso el country dance
incursionó en tierras americanas pero no arraigó ni generó ninguna influencia.
Era evidente que le faltaba el sabor latino que los franceses le habían
impuesto a su contre dance y que los españoles le adicionaron a ésta,
tanto en Haití y Dominicana como en la propia Cuba, y así dar nacimiento al
danzón.
A
finales del siglo XVIII, en Cuba, las contradanzas y danzas eran
bailes obligados en la sociedad de la época. Dos factores históricos
contribuyeron a que el danzón naciera en Cuba y no en Haití, República
Dominicana, o el sureste de las trece colonias de Inglaterra, hoy Estados
Unidos. Uno de esos hechos fue la migración masiva de los colonos franceses
asentados en la Isla Española, a raíz de la revolución independentista que los
esclavos haitianos emprendieron en 1780 y que ganaron en 1789 pero fue hasta
1793 cuando se reconoció su triunfo cuando se abolió la esclavitud decretada
por la Convención Nacional de Francia.
Los
explotadores galos huyeron con sus riquezas, sus familias, su cultura, con
algunos de sus esclavos y, desde luego, con su tradición musical, entre la que
llevaron la contre dance. Su destino en el exilio fue Cuba y el sureste
norteamericano. Ya instalados en este país el punto de reunión de los
franco-haitianos fueron las provincias de Matanzas y Guantánamo, en el oriente
de la isla. Allí establecieron sus nuevas fincas azucareras y sembraron, junto
con los negros que les siguieron la contre dance.
El
segundo factor que influyo en la creación del danzón en Cuba fue la riqueza
musical de está isla, hecho que se debía a la disposición de Cuba como un
centro geográfico estratégico en el Golfo de México. Desde la incursión de
conquista hacia América, Cuba fue la llave del Golfo y el asentamiento natural
de los migrantes europeos que deseaban acceder al norte y centro de América.
Mientras
en Europa explotaba la Revolución Francesa en Matanzas y Guantánamo contagiaba
de inmediato a los negros y mestizos cubanos que crearon una música-baile que
denominaron contradanza. Pero la traducción de contre dance a contradanza
no sólo fue literal; en la contradanza ya hispanizada, iba incorporada
la sensibilidad y la tradición musical españolas latentes en Cuba. La contradanza,
futura madre del danzón, promovió el surgimiento de grandes compositores
cubanos en la primera mitad del siglo XIX, entre los cuales destacaron Manuel
Saumell Robredo e Ignacio Cervantes, cuya importancia fue vital para el
nacimiento del danzón. En el repertorio de Saumell hay una contradanza
titulada La Tedezco, escrita alrededor de 1850, en la que varios musicólogos,
entre ellos Carpentier, encontraron la estructura musical que más tarde tendría
el danzón.
Las
composiciones de Saumell sedujeron a los cubanos quienes buscaron una nueva
forma coreográfica desechando la solemnidad y la dificultad de los cuadros,
figuras, cadenas y paseos que se habían heredado de la contradanza. Era
un baile más lento, más alegre y sobre todo más vulgar, que no compatibilizaba
con los giros rápidos y estirados de la contradanza. Para la mitad del
siglo XIX este baile había alcanzado tal popularidad entre las clases medias y
bajas de Cuba, incluso se hacían certámenes en ciudades como Matanzas,
Guantánamo y la propia Habana. La existencia de esta coreografía planteó entre
los músicos y bailarines la necesidad de contar con una música especial para
bailarla y que la independizara totalmente de la contradanza.
Este
grupo de bailarines buscó entonces un compositor con la capacidad musical y la
sensibilidad popular indispensables para crear un ritmo más sosegado, menos
rápido, que permitiera al vulgo tener su propia identidad.
Desde
ese momento el danzón dominó el
escenario musical en Cuba.
El
primer danzón se estrenó el 1 de enero de 1879, en el Liceo de Matanzas, la
ciudad de su autor, Miguel Faílde,
mulato, cornetenista y músico de envidiable talento, que, al frente de su
orquesta típica, de viento, no hacía mas que confirmar una de las razones por
las que esa capital de provincia, situada unos 100 kilómetros al este de La
Habana, fuera proclamada en 1860 como La
Atenas de Cuba.
Atravesada
por tres ríos que desembocan en su bahía abierta, Matanzas ha sido, desde su
fundación el 12 de octubre de 1693, cantada por poetas, pintores y músicos,
cuna de grandes artistas, y célebre por las tertulias literarias, el desarrollo
del teatro, la temprana introducción de la imprenta, su Biblioteca Pública, su
Liceo y por instituciones de la dimensión de su Teatro Sauto.
Es
en este marco en el que Failde estrena el danzón, produciendo entre los bailadores
un impacto extraordinario. El músico es elogiado y obligado a repetir la pieza,
llamada Las Alturas de Simpson,
como homenaje a uno de los barrios mas populares de la ciudad. Para entonces,
la orquesta fue adquiriendo también su propio carácter local, con mayor
tendencia hacia lo popular, integrándose con piano, 4 violines, una flauta, un
contrabajo, un timbalito y un guayo (güiro), independientemente de la charanga
que también se denominó Danzonera Típica Cubana, integrada con
clarinete, trompeta, trombón, bombardino, dos timbales y güiro, a la que muy
pronto se incorporaron los violines y el contrabajo.
Posteriormente
el género continuó desarrollándose y, en 1910, el director de orquesta José
Urfé, compuso El Bombín de Barreto, primer danzón con una parte más
movida llamada “montuno”, lo que propició que la coreografía tradicional, algo
rígida, fuera sustituida por una más abierta.
El
danzón fue instituido como el baile nacional de Cuba hasta los años 20.
Resultaría casi imposible cuantificar los danzones cubanos que han destacado
dentro y fuera de ese país, sin embargo, es Almendra, de Abelardo Valdez
el más conocido y gustado. Y es curioso señalar que habiendo sido Cuba la cuna
del danzón, en los últimos tiempos tiende a desaparecer, pues se interpreta muy
esporádicamente. Entre los conjuntos musicales cubanos que en nuestros días
tocan el danzón con mayor propiedad, sobresalen la Orquesta Aragón y la
Orquesta de Rodrigo Pratts. Desgraciadamente en Cuba, después de una época de
auge, el danzón entro en franca decadencia, a pesar del surgimiento de algunas
variantes exitosas como el danzonete y el chachacha. Para sobrevivir como
género popular el danzón tuvo que emigrar a un país vecino del mar Caribe:
México. Es en México donde el danzón, originalmente nacido en Cuba, se sigue
cultivando y bailando.
La conquista de México
Entre Yucatán y Veracruz
El danzón, haciendo homenaje a su naturaleza viajera, tomó a continuación
carta de naturaleza en México y otras regiones del mundo, donde los distintos
músicos lo cultivaron y enriquecieron. El danzón, pues, pasando por el Estrecho
de Yucatán, conquistó a la blanca Mérida y penetró después en Veracruz donde
sentó sus reales. En los primeros años del presente siglo, el danzón llegó a
México por Veracruz y la península de Yucatán, junto con una maravillosa
inmigración de cubanos que salieron de su país precisamente por las
convulsiones políticas resultantes de su reciente independencia de España, la
intervención de los Estados Unidos de América y la instauración de su primer
régimen constitucional.
La música popular de las costas del Golfo de México -particularmente la
de Veracruz- muy pronto se vio enriquecida con el danzón, y no fueron pocos los
compositores, músicos y bailarines que se asimilaron a tan agradable género
tropical, mismo que arraigo definitivamente conservando los elementos
originales de estructura y ritmo -con su típico cinquillo- pero adquiriendo, a
su vez, características locales. La danzonera aumentó paulatinamente su
dotación instrumental incorporando, en la sección de maderas: saxofones altos,
saxofones tenores y, en forma muy destacada, el saxofón barítono, sin menoscabo
de emplear, ocasionalmente, el sax soprano; en los metales, se aumenta el
número de trompetas y trombones y se sustituye el bombardino por el figle,
actualmente en desuso. Persisten violines y el contrabajo, asimismo, las
percusiones básicas de los timbales y el güiro que se complementan de ordinario
con claves.
Orquestas
como la famosísima de los Hermanos Concha, que después amenizaría las noches
del Salón México, se formaron en el año de 1927 de intenso intercambio entre la
península y la isla de Cuba. Posteriormente el danzón llego a Veracruz, en
donde a diferencia de Yucatán, todavía es un elemento vivo y activo de la vida
cultural del pueblo jarocho. Tan pronto las partituras llegaron al puerto de
Veracruz a través de los barcos mercantes, empezaron a formarse danzoneras que
ejecutaban el danzón con muy peculiar estilo veracruzano.
Entre
las donzoneras que empezaron a destacar podemos nombrar a la de Severiano y
Albertico, a las de los Chinos Ramírez, la Danzonera Pazos y la Banda de Marina
de Puerto dirigida por Camerino Vásquez y Luis Cardona Rojas, quienes
instauraron la costumbre de tocar danzón en el zócalo dos veces por semana,
costumbre, que se volvió tradición y se conserva hasta nuestros días.
De
Veracruz el danzón emigro a la cuidad de México donde ha evolucionado a lo
largo de los años, manteniéndose vigente y en el gusto popular, alimentando la
historia cultural de México con salones como el recientemente resucitado Salón
México, o los ya tradicionales Salón Colonia, Los Ángeles o el California
dancing Club.
El
icono de la música Danzonera lo constituye la canción llamada “Nereidas” que ha
deleitado a chicos y grandes (mas a los grandes) a lo largo de las décadas.
Entre otras canciones están Almendra, Siboney, Teléfono a larga distancia, etc.
Hasta la fecha, en el puerto de Veracruz goza
de gran fama el barrio de La Guaca, sobre la intersección de las calles de
Manuel Doblado y 1° de Mayo, donde los jarochos bailan el danzón con mayor
propiedad, hasta en la vía pública durante el Carnaval, y de continuo, en el
aledaño -y no menos famoso- salón de fiestas del Sindicato de Estibadores, sin
menoscabo de las exhibiciones semanales que hacen los bailadores en la Plaza de
Armas acompañados por la Banda Municipal de Música. Orquestas como la
famosísima de los Hermanos Concha, que después amenizaría las noches del Salón
México, se formaron en el año de 1927 de intenso intercambio entre la península
y la isla de Cuba. Posteriormente el danzón llego a Veracruz, en donde a
diferencia de Yucatán, todavía es un elemento vivo y activo de la vida cultural
del pueblo jarocho. Tan pronto las partituras llegaron al puerto de Veracruz a
través de los barcos mercantes, empezaron a formarse danzoneras que ejecutaban
el danzón con muy peculiar estilo veracruzano.
El
Danzón tuvo una connotación mas aristocrática que el son y el bolero. Ya sea en
la ciudad de México o en Veracruz, el danzón es un elemento vigente de nuestra
música popular, que se mantiene vivo como género bailable, quizás por su
innegable elemento erótico, sutil refinado, en una época en que el baile de
pareja parece estar desapareciendo.
El danzón tiene
cuatro etapas de su historia en México: la primera, desde su llegada hasta los
momentos acendrados de la lucha revolucionaria de 1910-1913. La segunda,
llevará una influencia definitiva en la evolución de la radio y es casi
concomitante con los primeros pasos de la discografía, tendrá que ver con las
formas del divertimento colectivo entre los años de 1913 y 1933. Una tercera
fase estará asociada con los aparatos reproductores y los espacios recreativos
donde se reproducen las sonoridades y las maneras de interpretar el danzón
–salones de baile con orquestas-, que nos remite desde el año 1935 hasta 1964,
cuando dichos salones de baile van a dejar su espacio legítimo a otras zonas de
baile que transformarán los modelos de expresión de las danzas y bailes
populares.
Por
ultimo, puede hablarse de una cuarta etapa de letargo y renacimiento de viejas
formas que se han reintegrado a los bailes colectivos populares, para defender
su existencia y, con ello, demostrar que el danzón tiene una estructura que lo
puede hacer permanente.
Los salones de baile
Desde los primeros
años del siglo XX surgieron y proliferaron en el Distrito Federal salones de baile que sirvieron para bailar
valses, tangos, blues y danzones. En 1905 surgió el primer salón verdaderamente
danzonero, en el barrio de Indios Verdes, con el nombre de La quinta corona;
meses más tarde surgió El mercado de las flores, al que visitaban casi
exclusivamente las personas más humildes, pues los de la clase media eran
criticados si iban a bailar ahí. El salón tenía el nombre de Mercado Mignón.
El
salón de La quinta real, situado en la Calzada de Guadalupe, era visitado por
boxeadores además de un público variado; no boxeadores profesionales
precisamente, sino púgiles de ocasión que eran bailadores de los barrios de
Guerrero y Peralvillo, muy dispuestos a pelear, lo que duró muchos años. En la
Plaza de Santos Degollado fue fundado otro salón, y allí surgieron los primeros
concursos de baile de danzón que con el tiempo, en los principales salones,
constituían el mejor y más popular evento. En 1908 surgió otro salón, la
academia Metropolitana, donde surgieron mediante concursos los primeros
campeones. Ese año se abrió el Lecumberri, el Cervantes, el Bucareli Hall y el
Olimpia —llamado después Progreso— en los altos del teatro Díaz León. En 1910
el Alhambra, más tarde el Tivolito, luego el Azteca y así hasta alcanzar una
buena cantidad de salones que muchos bailadores tenían como “las catedrales del
danzón”.
Pero
siguiendo la trayectoria del danzón hacia el interior del país, luego de haber
arraigado sólidamente en las costas del Golfo, cabe señalar que el 20 de abril
de 1920 se inaugura en la capital -en el edificio de la antigua panadería de
Los Gallos acondicionado exprofeso- sobre la calle Pensador Mexicano, lo que
sería el templo del baile popular y el palacio de la música tropical por
antonomasia... el tradicional y legendario Salón México -entre las 7 de la
noche y el amanecer del día siguiente- de preferencia por animosa clientela
populachera auténtica de “rompe y rasga”, que imprimió al sitio un vibrante y
peculiar ambiente muy recordado hasta ahora por quienes tuvieron oportunidad de
conocerlo y en dónde, por supuesto, el danzón se mantuvo en lugar preponderante.
Son
innumerables los acontecimientos, anécdotas y leyendas surgidas en el ámbito de
este salón, y bien podría hacerse una compilación sería por cuanto a su
contribución en el folclor urbano. Amador Pérez Torres Dimas, compositor
oaxaqueño del clásico danzón Nereidas y reconocido director, retirado, de
bandas de música y danzoneras (por muchos años, precisamente en el Salón
México), narra “...había concursos de tango, de danzón, de pasodoble y hasta de
vals clásico ...Ventura Miranda era el rey, el campeón del danzón. Las mujeres
consideraban un gran honor que las tomara por pareja. Y en las navidades, se
organizaba una auténtica posada, con María y José seleccionados entre los
clientes habituales, quienes llegaban en burro con un niño rubio alquilado en
el vecindario del 2 de Abril y Pensador Mexicano”.
Y
abunda: “...delimitaban la categoría y
condición de la clientela, tres espaciosos salones que eran conocidos,
respectivamente, como ‘del sebo’, ‘de la manteca’ y ‘de la mantequilla’ este
último -por supuesto-, era el de mayor alcurnia dentro de la tónica general del
lugar...”, incluso existía un texto con el irónico letrero -colocado
seguramente en el salón del sebo-, que advertía: “Se suplica abstenerse de
arrojar colillas encendidas en el piso, para evitar que las señoritas se quemen
los pies”.
En
1936, el célebre compositor neoyorquino Aarón Coplan tomó el nombre de este
salón de baile e inspirado en su singular ambiente, escribió una de sus más
deliciosas y conocidas obras, precisamente Salón México aunque, curiosamente,
no utilizó tema musical relacionado con el danzón y si el tema de una canción
popular del siglo XIX El mosquito.
Después
de los treintas, se vivió en México un verdadero auge de la música tropical
convirtiéndose en legendarios en el género del danzón los nombres de Tomás
Ponce Reyes, Babuco, Juan de Dios
Concha, Dimas y Prieto. Surge
entonces el grito especial introductorio a toda interpretación de danzón: ¡Hey
Familia! ¡Danzón dedicado a Antonio y familia que lo acompañan! Expresión
traída de la Veracruz a la capital por Babuco.
En
los años cuarenta, México vivió una explosión de algarabía y su vida nocturna
era brillante. Pero en el año de 1957 se dicto una ley para cuidar las buenas
conciencias que decretó: “Deben cerrarse los establecimientos a la una de la
mañana para garantizar que la familia del obrero reciba su salario y que no se
dilapide en centros de vicio el patrimonio familiar”, firmado por el licenciado
Ernesto P Uruchurtu. Regente de la ciudad de México. Desde esa fecha al danzón
se les fueron cerrando las puertas.
Son
numerosos los directores de danzoneras y orquestas, compositores, arreglistas y
ejecutantes del género, los que han adquirido fama y prestigio gracias a los
salones populares de baile capitalinos y que, en una u otra forma, han
participado en el auge del danzón mexicano, cuya ejecución también se escucha
con frecuencia en bandas de música, marimbas, mariachis y otros grupos no
necesariamente tropicales. Pueden mencionarse sobresalientes -con riesgo de
omitir injusta pero involuntariamente a algunos-, entre los de origen cubano:
Consejo Valiente Roberts Acerina, Mariano Mercerón y Arturo Núñez. Y
asimismo entre los mexicanos ocupan relevante lugar: el ya mencionado Amador
Pérez Torres Dimas, el veracruzano Noé Fajardo, el yucateco José Gamboa
Ceballos, el chiapaneco Rafael de Paz, Carlos Campos con su muy particular
estilo; Everardo y Juan Córdoba, Agustín Pasos, Marciano Pacheco, José
Bojórquez, Macario Luna y tantos más cuya relación resultaría, a la vez que
difícil de completar, extraordinariamente amplia.
Entre
los danzones más conocidos pueden citarse: Nereidas (Amador Pérez Torres Dimas),
Pulque para 2 (Gus Moreno), Mocambo (Emilio Renté), Teléfono a
larga distancia (Aniceto Díaz), Paludismo agudo (Esteban Alfonzo), La
Negra (Gonzalo N. Bravo), Playa Suave (Ernesto Domínguez), Acapulco
(Gus Moreno), Salón México (Tomás Ponce Reyes), Acayucan (Macario
Luna) y Blanca Estela (Emilio B. Rosado).
Actualmente
no hay nadie que no haya sucumbido a los encantos de esta música sugestiva,
insinuante, en la que coquetean y conspiran las cortesanas maneras de una
afrancesada Europa con los caribeños vapores del aguardiente y el seductor
aroma de la guayaba. ¿O no?
*Este texto se publicó en la revista El Búho.
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