Estampas sobre Castañeda
Abraham Gorostieta
Jorge G. Castañeda es un académico que
arranca elogios y envidias. El Doctor Castañeda, como lo llaman sus
colaboradores cercanos, es un intelectual que optó por la política como un
camino que acelerara sus ideas como demócrata. Jorge, como le dicen en su casa,
es un hombre que se caracteriza por hablar sin empachos. El güero, como le dicen todos los que lo conocen, es un docente que gusta ser un
poco como James Bond: glamour, lujo, viajes, cenas en embajadas, buenos trajes,
culto y versado hombre que lo mismo habla de política, empresarios, cultura,
vida internacional, periodismo, espionaje. James Bond, rodeado de mujeres.
Jorge Castañeda, también.
Su casa-estudio
se ubica muy cerca de Los Pinos. Puede ser mera coincidencia. Se nota que vive
cómodo. Piezas de arte, en un primer nivel. Varios libreros de madera enmarcan
las piezas que atesora don Jorge. Más pinturas en el segundo nivel. Más libreros
y en ellos, sus colecciones de Carlos Fuentes. De Julio Cortázar. De Philip
Roth de quien dice es un gran escritor. Unos Caparrós lucen apretados entre un
Vargas Llosa y varios Aguilar Camín. “Me gusta Martín Caparrós, además es mi
amigo. Mi biblioteca esta en desorden, no cabe tanta chingadera mano –dice en
un tomo que busca un poco de complicidad-. Tengo tres libros antiguos así, al
aire, sobre la mesa de centro, pues están chistosos, están bien, de adorno”
dice jocoso el güero, mientras señala
la mesa de centro de su lobby. En
efecto, tres libros muy viejos descansan sobre ella. Tesoro para muchos, para
él, es un chiste.
Es un hombre
ocupado. Recibe muchas llamadas. Su asistente constantemente le consulta para ver
su agenda. Amigos, políticos y distintos personajes lo consultan, desfilan ante
él, le piden un favor, un consejo. El doctor se disculpa, alguien vino a verlo,
pide un momento para atenderlo y después platicar un rato sobre su
autobiografía Amarres perros. Como
quien brinda una degustación, pronto ofrece: ¿Gustas algo, un café? ¿Quieres
leer algo, tenemos El País, La Razón, El Financiero? ¿Gustas leer una revista internacional?
Hay un
escritorio pulcro y ordenado. Madera tallada en sus patas, chapa de nogal y
caoba sobre su cubierta. Al fondo un librero más. También fotografías
personales: él esquiando en un paisaje invernal, él buceando, él en la cima de
una montaña, él en alguna cena. Una pared, forrada de piso a techo enmarca
distintas revistas de diferentes países donde la portada es dedicada a él.
Deteniéndose a observar, se puede entender que el doctor Castañeda es un hombre
de ciclos.
No es un baby boomer, no es un self made men. Es un hombre que nació en
la cuna del poder y el cosmopolitismo. Nace en el segundo año del sexenio de Adolfo
Ruiz Cortines. Antes de cumplir 10 años ya residía en Nueva York y El Cairo. Su
padre, don Jorge Castañeda Álvarez de la Rosa fue embajador que alternaba su
trabajo ante la ONU y el gobierno de Nasser. Pocos años después, la familia
residía en Ginebra, dónde don Jorge padre fue representante ante los organismos
internacionales de ahí.
*****
Jorge Castañeda padre, abandonó la práctica
del derecho, a la que se dedicó desde su graduación en 1942, e ingresó al
servicio exterior en 1950. Así comienza su vida en Nueva York, con el rango de
vicecónsul en la representación mexicana de la muy nueva ONU. Ahí don Jorge
trazó su destino, encontró el amor, doña Neoma Gutman, nacida en la Unión
Soviética, traductora en la ONU –a ella le tocó la Primera Asamblea realizada
en París en 1947- y madre de Andrés Rozental, fue la estrella de su camino.
La familia
regresó a México en 1952 y un año después nace el primogénito de la pareja:
Jorge Germán Castañeda Gutman. Parten a El Cairo. Tras diez años regresan a
México donde permanecen seis años para después partir a Ginebra. Con 20 años en
el servicio exterior, don Jorge padre tenía una visión muy clara de lo que eran
las relaciones de Estados Unidos frente a América Latina y nuestro país. Un año
antes de asumir la dirección de Tlatelolco, don Jorge escribió: “Descuento de
todo y no doy ningún crédito a la buena voluntad, simpatía o consideraciones
morales por parte de Estados Unidos, intempestivamente descubiertas o
redescubiertas, que pudieran cambiar su actitud básica hacia México. Las
grandes potencias actúan como grandes potencias. La naturaleza de nuestras
relaciones mutuas depende esencialmente de la actitud y conducta de México”.[1]
La actividad
diplomática de su padre, hizo que El
Güero tuviera un interés especial y genuino por saber sobre la política y
los países, pero el recuerdo más fuerte sobre su padre es su relación personal.
“Mi padre fue muy tolerante conmigo, muy amigo. No era distante ni cariñoso. Me
daba más o menos las líneas que él consideraba debían ser pero jamás cuestionó
mis posiciones políticas, mis orientaciones profesionales. Me orientaba en las
cosas que a él le gustaban, la parte más plástica de la cultura. Recuerdo mucho
la cantidad de museos a los que me llevó cuando éramos jóvenes. Los libros que
leímos. Y ya después ya viejos fuimos a muchas exposiciones, ya él muy grande
pero todavía llegamos a ir a varias. Fue una figura muy gentil, muy amable,
para nada dura”, dijo el ex canciller en una entrevista sobre su padre.[2]
La mirada no
puede escapar de las pinturas sobre sus muros. Él lo sabe. “Me gusta el arte
mexicano no muy contemporáneo, no muy abstracto, tengo un par de pinturas
abstractas, pero prefiero comprar arte por el nombre del artista”, explica. Las
escaleras que conectan a ambos niveles están decoradas por una serie de
grabados de Pedro Coronel, el grabador zacatecano, hermano de Rafael, también
pintor. La fuerza del pensamiento abstracto y sus trazos coloridos y precolombinos
adornan ese muro. Es muy posible que sean de su etapa cromática.
Es una serie que
viene de Relaciones Exteriores. Cuando llega mi padre a la Secretaria en 1979,
vio que Santiago Roel García había comprado esta serie, compuestas por 200
piezas. Y las regalaba en navidad a sus cuates, claro, con dinero del erario, y
quedaban unas diez, porque no alcanzó a regalar todo. Al verlas, le dije: “A
ver, con permiso” y tomé las obras. Me faltaba la amarilla. Esa la compré. Pero
por lo general compro arte por el nombre del artista. Ésta es de un cubano,
Gustavo Acosta –se refiere a una obra de gran formato que adorna todo un muro-,
la gracia que tiene es que el capitolio que está pintado no es el de Washington
sino el de La Habana y las calles que rodean el capitolio son las típicas
calles de Miami con su arquitectura semiespañola, es de un cubano que va y
viene, como todos los cubanos.
De regreso en su sala, el doctor
Castañeda recuerda:
Mi padre no era
de regaños, no era su estilo. Recuerdo una vez en la que me llamó la atención y
fue de forma indirecta, me mandó a decir con mi madre –ellos vivían en Ginebra,
mi padre era embajador ante la ONU- yo tenía 19 años y estudiaba en Estados
Unidos. Fui a visitarlos en la navidad e invité a mi novia en ese entonces a
visitar Ginebra y a quedarse conmigo… en mi habitación. Mi padre se molestó,
pero nunca me dijo: “oye, este no es un pinche hotel”, nunca me lo dijo de
forma directa, sino a través de mi madre, que esa vez me recomendó no hablar
con mi padre pues esa situación lo tenía un poco histérico.
*****
Sergio Sarmiento escribió sobre
Castañeda, que al finalizar de leer su autobiografía, dos palabras le vinieron
a la mente: Inteligente y arrogante. “Producto de su elevada visión de sí
mismo”[3],
la afirmación tiene algo de redundante. Todos tenemos una opinión muy buena de
nosotros mismos. Eso es inevitable, responde el ex canciller. Hasta dónde se
pudo traté de no tomarme en serio. Es
más divertido hacerlo así, tener humor sobre uno mismo.
Pero la
afirmación del periodista es común a todos los personajes consultados para esta
entrevista. Dos adjetivos se repetían: culto o cínico. Castañeda reflexiona:
Las dos cosas
son ciertas. Lo de culto es siempre relativo. Culto, sí, pero comparado con
quién. Conozco gente que tiene una cultura más profunda que la mía. Y cínico
también, lo soy, bastante, a propósito de mi mismo, y apropósito de la vida y
los demás. O como dice Sergio Sarmiento: Arrogante e Inteligente. Yo esperaba
una crítica más enfocada en el libro y en lo que ahí cuento que a mi persona.
Esperaba más ataques y no. He recibido muchos halagos, cosas muy elogiosas y
favorables, reflexiones inteligentes con las que uno puede estar de acuerdo o no
pero, que pienso yo, están hechas con buena voluntad.
El libro Amarres perros es una autobiografía donde el académico y político
cuenta algunos pasajes de su vida personal, familiar, académica, política e
intelectual. Historias salpicadas con muchas anécdotas y chismes.
En 1968 fue uno
de los asistentes de la Marcha del silencio. “No me era ajeno el asunto. Fue un
tema muy fundante para mí, pero no era un asunto generacional, porque yo era
muy joven” confesó el doctor en una entrevista[4].
Estudió su preparatoria en el Liceo Francés en México y después decidió irse a
Cambridge, dónde se licenció como filósofo en la Universidad de Princeton, en
1973. Partió a París y se licenció como filósofo en La Sorbona, al mismo tiempo
estudió una maestría en Ciencias Sociales en la Ecole Pratique de Hautes
Etudes, en 1975; se doctoró en Historia Económica en la Sorbona, en 1978. Un
año antes había escrito su primer artículo para Le Monde, aunque lo firmó con seudónimo, fue sobre la renuncia de
Carlos Fuentes como embajador de México en París. En esa época se afilió al
Partido Comunista Francés donde conoció al filósofo y teórico Louis Althusser.
Al filósofo Michael Foucalt. Convivió de cerca con Regis Debray, el intelectual
que hizo la guerrilla en Bolivia junto al Che.
Su padre es
nombrado Secretario de Relaciones Exteriores en el sexenio de José López
Portillo. Y el joven Castañeda regresa a México. Comenzando su militancia
política en el Partido Comunista Mexicano, que salía de la clandestinidad, en
donde el joven Castañeda fue parte de la corriente renovadora. Al mismo tiempo,
alentado por su padre, practicó su propio internacionalismo, con sus contactos
en la izquierda francesa que llegó al poder en 1981 con Mitterrand, participó
en una iniciativa de pacificación en El Salvador, cuya guerra civil costaba
miles de vidas humanas y apenas comenzaba.
El doctor
recuerda esas anécdotas, junta sus manos, las lleva al mentón y cuenta:
En la vida nos
vamos desencantando de muchas cosas que antes nos fascinaban. Mi desencanto con
la izquierda mexicana se da cuando nos derrotan en el 19 Congreso en 1981, algunos
me han reclamado en las críticas que hacen del libro, me dicen que ¿yo que
creía?, ¿por qué no seguir la batalla por dentro?. Cuando ya has dado la lucha
interna dentro de un Partido Comunista –y en mi caso era la segunda que daba-
llegas a entender que es imposible ganar una lucha interna dentro de un PC.
Terminas escindiéndote con una mayoría o minoría, pero jamás le ganas al
Secretario General ni al aparato nunca. Me pasó en el PC mexicano y en el
francés. Vi que no tenía sentido seguir insistiendo en eso porque íbamos a
seguir perdiendo y así le fue a todos mis compañeros reformadores que se
quedaron militando en el PCM. Perdimos porque ganó el aparato, los burócratas
partidarios de mantener al PC dentro del molde tradicional con un poco de
liberalismo que llamaban eurocomunismo. Ese fue mi desencanto con esa
izquierda.
Autor de El Economismo dependiente, su tesis doctoral publicada en 1978 y de
México, el futuro en juego –una
selección de artículos y columnas publicados en Newsweek, The New York Times,
Los Ángeles Times, Proceso, El País, Página 12-,
aparecido en 1987. Jorge Castañeda conoció y se acercó al entonces secretario
de Programación y Presupuesto, Carlos Salinas de Gortari, con quien sostenía
reuniones no frecuentes, tampoco ocasionales.
Jorge G.
Castañeda es un demócrata que tira más a la izquierda, así se definió en una
entrevista que concedió a Raúl Cremoux[5],
al mismo tiempo, es un feroz crítico del sistema y de las hipocresías de
nuestros sistemas. Sus artículos en el legendario Unomásuno fueron memorables. En ellos, el joven Castañeda escribía
que el Partido Comunista Mexicano debía de renovarse, cambiar. Así, opinando
cosas distintas, comentándolas de forma diferente, tenía repercusiones muy
importantes.
Ahora el doctor
Castañeda reflexiona sobre esa época de su vida, esa crítica a la izquierda:
Con el resto de
la izquierda en México nunca me encante. La izquierda en México fue y es el
nacionalismo revolucionario del PRI. No hay más. Estando en la izquierda, antes
como parte del MAP y toda la gente que se fue fusionando con el PC. Primero los
del PSUM, y luego los que conformaron el PMS, menciono a algunos: Heberto
Castillo, Rolando Cordera, todo ese sector –otra cosa es que sean buenos amigos
en lo personal-, yo siempre deteste al nacionalismo revolucionario, para mí la
idea de que pueda haber un nacionalismo revolucionario de izquierda era un
contrasentido. Era el cardenismo disfrazado y siempre con elementos de
subordinación al sistema al final del día. Unos se subordinaban más a ciertas
cosas del sistema. Te decían: No estoy de acuerdo con la falta de democracia
debido al PRI porque son unos desgraciados, pero, Pemex, pero, La No
Intervención, pero, Los Sindicatos Charros, pero, El Ejido. Yo no estaba ni con
Pemex, ni con el ejido, ni con la política de no intervención ni con los
sindicatos charros, entonces mi choque con los partidarios del nacionalismo
revolucionario era de todos los días. Sí la vemos hoy, 30 años después, más
allá de los matices personales de quién le da la mano a Peña y quién no; es una
izquierda idéntica de hace 30 años.
El joven Castañeda renunció al PCM y se
acercó al Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, a su Corriente Democrática. Desde
entonces no militó más en un partido pero sí mantuvo una relación personal, de
amistad y de asesoría con el ingeniero Cárdenas.
Carlos Salinas
asaltó el poder mediante un fraude que nadie pudo probar pero que dejó percepciones
claras de ilegitimidad. Es entonces que el doctor Castañeda decide alejarse de
la política por un tiempo. En 1993, viene mi alejamiento político, no
personal de Cuauhtémoc –agrega Castañeda
y continúa-, un poco por lo mismo, es decir, es una izquierda irreformable.
Su
distanciamiento de la izquierda latinoamericana también se dio a principios de
los noventa. Así navegó contra corriente, mientras los intelectuales en el
mundo no se recuperaban del sismo que destruyó la idea del socialismo real,
Castañeda era un feroz crítico de las izquierdas latinoamericanas.
Con los cubanos
el distanciamiento vino cuando empecé a verlos operar en Nicaragua en 1979-80,
ver cómo operaban en El Salvador en 1982-84, ver las barbaridades que hacían, y
a partir de mediados de los ochenta, cuando ya se estaba desplomando todo el
mundo socialista, ellos, en lugar de adaptarse, pues siguen en su cuento.
Entonces publicó un artículo a principios de los noventa, después de la caída
del muro que lo llamó El viejo y la isla, y fue reproducido por El País, Newsweek, Proceso y otros
medios, en donde decía que Fidel ya se tenía que ir, y que todo su desastre
también ya se había derrumbado.
Alejado de los dogmas, del izquierdismo,
del cardenismo, del salinismo, Jorge G. Castañeda continuó su propia
trayectoria, la de crítico del poder, la de promulgador de cambios. Para ello
se valió de distintos medios: su trabajo docente y académico en la Facultad de
Ciencias Políticas y Sociales en la UNAM, docente y conferencista en distintas
Universidades en México y Estados Unidos, sus reflexiones y escritura en medios
mexicanos y extranjeros. Junto con Robert A. Pastor, examinó la relación
bilateral en el libro Límites de la
amistad. México y Estados Unidos. De nueva cuenta reunió sus materiales
publicados y editó el libro La casa por
la ventana. Fue un crítico ácido y puntilloso del gobierno de Salinas de
Gortari, del Tratado de Libre Comercio, de la falta de un organismo nacional de
Derechos Humanos. La única relación que mantuvo con el gobierno de Salinas fue
con Manuel Camacho Solís, a quien había conocido en 1970 cuando ambos
estudiaron en Princeton. Columnista de la revista Proceso, entonces dirigida por Julio Scherer, Castañeda usaba ese
foro para exponer sus luchas.
*****
Escribe Julio Scherer sobre Castañeda:
“Le apasionaba escribir y a escribir consagraría parte de su tiempo; le atraía
la academia y a la enseñanza dedicaría parte de su energía; le interesaba
viajar y viajaría. Rumiaba un libro sobre el Che Guevara. Pronto iría a Bolivia
para emprender su camino y saber de él tanto como le fuera posible.
Peregrinaría de la muerte del héroe a los orígenes de su aventura y de la
odisea con Fidel Castro a los días radiantes de su gloria”[6].
El periodista abría las puertas de su revista al ya muy experimentado
Castañeda, quien recuerda:
El periodismo
militante que yo ejercía en Proceso
fue en la época de 1988. Tenía el tema del fraude electoral, fue una causa que
abrace y a usar la tribuna para eso. Luego otra causa fue el Tratado del Libre
Comercio, ejercía periodismo militante. Es mucho decir periodismo, eran
columnas militantes, no de partido, sino de causas, que tenían una cierta
filiación con Cuauhtémoc Cárdenas y cierta filiación anti Salinas.
El doctor reconoce sin empacho: “Yo
practiqué el periodismo militante en Proceso,
como columnista. Anteriormente en panfletos del PCM y eso”. Hace una pausa,
suaviza y enfatiza con su voz:
El periodismo
militante no se caracteriza por donde lo ejerzas sino de cómo lo haces. Me
parece totalmente legítimo, no creo para nada en esa especie de limitante en
que el periodismo tiene que ser objetivo, imparcial, no lo creo. El periodismo
puede objetivo, parcial, militante, no hay definición en mi opinión de qué sí y
qué no. Prefiero que se identifique como tal. Quién escribe o quién está en la
televisión o el radio o en internet, muestre claramente la camiseta. Que digan:
Yo sí soy un bloguero militante pro… de lo que quieras, por ejemplo,
matrimonios gay, a eso me dedicó y entonces eso es más honesto y es posible
entablar un dialogo con ese periodismo. Lo que no me gusta es el gato por
liebre, es decir gente que pretende ser objetiva y que en realidad es militante
o a la inversa, gente que pretende ser militante y en realidad no tiene causas
definidas.
El tema del periodismo no es abordado en
la autobiografía que escribió el ex canciller mexicano, sin embargo, es un tema
al que le entra con arrojo: “El periodismo militante es básico dentro de la
gama y oferta periodística en un país. No debería de considerarse mal que
existan periodistas militantes, afiliados a un partido o causa o asociación”.
Hace una pausa,
se acomoda mejor en su sillón y agrega: “Lo que debemos exigir es honestidad de
quien hace periodismo. Si hay periodistas militantes, es válido, y uno puede
entender sus escritos como causas, y entender que no les puedes pedir a esas
gentes, es que sean sensatos, prudentes, ponderados, equilibrados, eso no va a
suceder, porque son militantes. La gente de Humans Rigths o Amnisty hacen
periodismo militante, escriben, publican o investigan denuncias sobre la
censura, y la publican en la prensa, porque denuncia que no se publica en los
medios, no sirve”.
Don
Julio
“No hablo mucho de Julio Scherer en mi
libro, explica Castañeda. No hablo de periodistas en mi libro”. Comenta que
tuvo una relación muy cercana, de muchos años con don Julio. “Lo conocí,
también, por la relación de él con mi padre. Fue muy amigo de mi padre. Mi tío
Germán fue muy amigo de su esposa desde 1940. Yo empiezo a tratarlo en 1978, a
mi regreso de París, y en seguida comencé a escribir en Proceso”, recuerda el
autor de la Vida en rojo, la biografía de
Ernesto Guevara.
A partir de
entonces comenzó poco a poco una relación con el legendario periodista: “Con
bastante cercanía y mucho afecto hasta el 2000, cuando yo entro en el gabinete
de Vicente Fox, abunda don Jorge. Primero, Julio se molesta, sin madrearme,
aunque Proceso me madrea
sistemáticamente, él no lo hacía personalmente. Nos llegábamos a ver, no mucho,
durante el tiempo que yo estuve en la Secretaria de Relaciones Exteriores.
Cuando salgo, todavía permite él un par de portadas en su revista donde
aparezco. En 2006 quedó vetado en la revista, salvo una ventana en 2008 que es
la aparición del libro que escribí con Rubén Aguilar, La diferencia. La línea era: de Castañeda nada, ni para bien ni
para mal, nada. Todo esto dicho por la dirección de la revista a mí. Y
confirmado por Antonio Jáquez, mi gran amigo en la revista durante todos esos
años hasta que falleció en 2010”.
El académico,
con la franqueza que le caracteriza narra su “pleito” con Scherer:
Hace tres años,
a instancias de Rafael Rodríguez Castañeda, desayuné con Julio, solos. Ahí le
pude preguntar: ¿Cuál es la bronca Julio? Me miró con sus ojos verdes y
respondió: Lo que tú hiciste fue imperdonable Jorge. Me ofreciste ser embajador
de México en Chile en el gobierno de Fox. Y eso, Jorge, es imperdonable.
-
Primero.
Es cierto, yo te ofrecí la embajada, pero dime ¿Por qué es imperdonable?
-
Es
que me estabas comprando.
-
No
Julio, que chingados yo te iba a comprar, estas mal. No tiene que ver una cosa
con la otra. Pero en todo caso, el momento de decir que era imperdonable, era
entonces, cuando te lo propuse, cuando tu media novia de ese momento, Moy de
Tohá, -la viuda de José Tohá, que después fue embajadora en Honduras y agregada
cultural en México-, ella también participó en la proposición y Ricardo Lagos
también ayudó, entonces, el momento de decir que era imperdonable, era
entonces. Yo no hubiera insistido, solo dijiste que lo pensarías y dijiste que
no.
No lo pude sacar
de ahí. Según Scherer, yo lo había querido comprar. Yo no entiendo la ofensa.
Entiendo que no haya querido, hasta haya considerado una tontería de mi parte.
Ese día le expliqué: Toda tu vida has querido estar cerca de Chile, tienes una
amiga-novia chilena y hay democracia en Chile. Fue electo un presidente
socialista chileno, que trabajó incluso con Allende. La Tencha Allende, su
viuda, te dijo de mi parte sobre el ofrecimiento. ¿Dónde está la ofensa?
No pude sacarlo
de ahí. No creo que haya sido ese el problema. María, su hija, no ha podido
decirme tampoco que pasó. Tengo una relación muy buena con María.
Al hablar de esto, el ceño de
desconcierto se dibuja en su rostro. Castañeda, con otro tono de voz narra: “Le
tuve mucho cariño a Julio, mucho agradecimiento, por el apoyo, el espacio, por
los consejos, por lo que me enseñó. Si hubiera escrito algo cuando él falleció
–no lo hice por muchas razones-, no sé si me hubiera sumado a este coro de
elogios e idolatría. Scherer tuvo muchas virtudes, aclaro, como periodista, en
lo personal no me interesa decir nada, en lo periodístico tuvo muchas virtudes
y muchos defectos, muchas cosas que a mí me parecían que estaba mal. Su
periodismo no era militante, sino de denuncia, y a veces esas denuncias no eran
válidas”.
De este
episodio, don Julio escribió:
-
A
nombre del presidente de la República te ofrezco la embajada de México en
Chile, país al que tanto quieres- me dijo en su mejor estilo Jorge Castañeda,
canciller del naciente gobierno del cambio.
Yo me encontraba
con Gabriel García Márquez, Carlos Monsiváis y Carlos Slim, invitados a una
concurrida recepción que ofrecía el presidente Ricardo Lagos a funcionarios
mexicanos, al personal acreditado en el país y a un pequeño grupo de amigos.
-
¿Tú
qué opinas, Gabriel?
-
Acepta
y ya deja de joder. Tú te tomas unas vacaciones y nosotros disfrutamos de un
descanso.
Monsiváis y Slim
sonreían, ni siquiera expectantes, de buen humor, divertidos.
Volvió
Castañeda:
-
Pondríamos
a tu lado a un funcionario de Relaciones. Él se encargaría de todo. Tú podrías
viajar, escribir.
Dije que no.
La conversación
quedó ahí. Luego llegó Monsiváis y hablamos de Chile, la prensa, el presidente
Fox. Monsiváis se mostró escéptico frente al futuro mexicano y Slim habló con
medio entusiasmo. En esas estábamos cuando apareció Ricardo Lagos.
En un momento,
él y yo nos quedamos solos.
-
Le
debo una explicación, presidente.
-
Dígame.
-
El
canciller Castañeda me hizo saber que el presidente Fox me ofrecía la embajada
de México en Chile. También me indicó que, de parte de su gobierno, no
representaría problema alguno el beneplácito protocolario y que aquí mismo
podría iniciarse su trámite.
-
Por
supuesto.
-
Debo
confiarle, presidente, que no debo de aceptar distinción tan señalada, que
agradezco y me honra. La razón es una sola: no puedo representar a una persona
en la que no creo.
Lagos guardo
silencio. No sé si fue prolongado o breve, brevísimo. Lo miré, sensible a su
sonrisa. Escuché:
-
Evíteme
el comentario, don Julio.[7]
*****
El periodismo resultó ser un tema
sabroso. Jorge Castañeda dibuja algunas estampas de periodistas sobresalientes.
Sobre don Manuel
Buendía:
Lo vi muy pocas
veces en la casa de mi padre. O en casa de Andrés, mi hermano, que era muy
amigo suyo y de Miguel Ángel Granados Chapa. Pienso que el periodismo que hacia
Buendía era el periodismo que se podía hacer en el México de ese entonces. No
se podía hacer más. Una columna diaria contando cosas, callando unas para que
le contaran otras, para después publicarlas, era un juego relativamente
transparente, honesto, apegado a la verdad, sin exageraciones, pero no era algo
químicamente puro, para empezar, estaba en Excélsior,
el de Regino. Sin embargo hacía lo que se podía en esa época.
Sobre Carlos Marín
Es ahora mi
jefe, no voy a hablar mucho de él, lo quiero mucho. Es una relación de hace 30
años. Estoy trabajando con él y se trabaja muy sabroso con Marín, es un gran
cabeceador. Cuando publiqué La utopía
desarmada y estaba en Estados Unidos en 1993, presentaron el libro Carlos
Fuentes y Alan Riding. Marín llegó y entonces estuvimos platicando y caminando
por Nueva York horas y horas. Y él estaba friegue y friegue con lo de “tú,
pinche güero”, y yo respondía, “órale, tú, pinche chaparro”, es decir, mucho
cotorreo. Ahí, caminando por Nueva York, llegando al lugar donde se presentaba
mi libro, platicó mucho con Fuentes y con Riding por largo rato.
Sobre Carlos Payán Velver:
A Payan Vélver
lo quise mucho y yo creo que él me quiso mucho. Fue de las primeras personas
que del medio periodístico que yo conocí, lo conocí gracias a Yuridia
Iturriaga, hija de José Iturriaga, gran amigo de Payán. Yo entre a escribir al Unomásuno gracias a él, haciendo editoriales
que no firmaba como columnas, hasta 1981. Fue muy generoso y elogioso conmigo.
Hace rato que no lo veo, quizá 15 años. La última vez fue en casa de Luis Ortiz
Monasterios. Yo le tenía mucho respeto a su oficio periodístico y a su muñeca
política. Me publicó un libro en una editorial que él fundó, y fue el único
titulo que publicó esa editorial. A mi me causaba intriga que fuera periodista
y no escribiera. Él era el que manejaba el Unomásuno,
no Becerra, que estaba en otras cosas. Nunca supe como podía llevar el diario
día a día si no escribía.
Sobre Carmen Lira Saade
La traté mucho
cuando ella era corresponsal en Nicaragua. La conocí cuando era la época de los
salvadoreños, de los cubanos. Ella me buscaba mucho a mí cuando mi padre era
Secretario, me buscaba para que la acercara a los gobiernos de Centroamérica.
Lo hice con mucho entusiasmo. Nos reuníamos en su departamento muchas veces,
estaba en la calle de Huertas, por José María Rico. Lira es una mujer muy
militante, muy activista, obviamente muy rencorosa, muy vengativa, muy
subordinada –es mi opinión- a los
cubanos. Hizo algo muy raro, no hay muchos periódicos de regímenes democráticos
donde ella, directora de La Jornada,
escriba un editorial institucional de ese diario que dice que “a partir de 2002
no se va a publicar una sola nota en este periódico sobre la Secretaria de
Relaciones Exteriores y sobre el Secretario”. Punto. ¡Esos son huevos eh! No
suele suceder. Puedes estar en desacuerdo, o en contra o puedes pedir la
cabeza, pero no puedes decidir dejar de informar, dejar de mencionar o nombrar.
Me convirtió en el innombrable.
Sobre Enrique Krauze:
Tengo una
relación de respeto y colaboración ocasional. Tenemos algunas convergencias en
muchas cosas y de divergencias en otras, el tema Fuentes es una de ellas. Es
una figura importante en el ámbito cultural de México.
Sobre los corresponsales extranjeros:
Los
corresponsales son de quien los trabaja. Mi momento con los corresponsales fue
hace mucho, incluso antes de entrar a la Secretaria. Ahora ese tiempo ya pasó.
Por la diferencia generacional, además que es un tipo distinto los
corresponsales que hay ahora con los que había en 1990. Ahora son más jóvenes,
ahora tienen menos rango en su periódico porque el tema México dejó de ser
importante. Pero los corresponsales hay que cultivarlos, hay que trabajarlos,
como la tierra y ahora a mi me da mucha pereza hacer eso. Cuando me buscan
hablo con ellos, pero yo no los busco, no los seduzco, no los cultivo, ya me da
mucha pereza. La diferencia de la prensa extranjera y la nacional, desde mi
perspectiva, es que la prensa extranjera no compite conmigo. No pasa nada si me
mencionan en Los Ángeles Times, o en Le Unite. Ningún editor se va a meter en
problemas si me mencionan. Y digo competencia en un buen sentido de la palabra,
de rivalidad en el mediano sentido de la palabra y de envidia en el peor de sus
sentidos. En México nadie habla bien de nadie, eso no se hace. En el medio
académico o intelectual, eso no se hace, no promueves a nadie si lo puedes
evitar, así es el gremio, así es el animal.
*****
A pesar de que es una palabra recurrente
en su biografía, la palabra amigo no es bien definida en su libro. El doctor
Castañeda abunda:
Alguien me
reprochó el usar demasiado en mi autobiografía la palabra amigo. Es tanta gente
a la que conozco y a la que le llamo amigo que se diluyó el significado o la
intención de la palabra, no lo sé. Creo que uno puede tener muchos amigos en la
vida, yo los he tenido, vas perdiendo unos o porque se mueren o porque peleas
con ellos o porque ya no se dan las circunstancias, vives en países totalmente
alejados, cada quien agarró su camino y ya no hay mucho en común y luego puedes
conocer y hacerte de nuevos amigos, incluso ya viejo. Mucha de la gente que más
veo ahora, de mis amigos más cercanos es gente que empecé a ver hace 15 años.
Ya a los 46 años. Ya viejo. La amistad no es un asunto de longevidad, o de
intereses comunes o de solo de hacer cosas juntos. He tenido muchísimas
amistades.
Grandes amigos de Jorge Castañeda son
Roger Bartra, Carlos Marín, Joel Ortega. De éste último, es quizá su gran
cuate, el que más tiempo tiene de conocerlo: “Desde el 68, y es mi cuate,
cuate, dice el güero con sonora sonrisa. A la fecha no nos vemos tanto. Puede
pasar un mes sin vernos pero eso sí, no pasa una semana sin que agarremos el
teléfono y hablemos como dos viejas una hora”.
Otra de sus
grandes amigas fue Elba Esther Gordillo. Cuando Jorge Castañeda fundó junto con
Demetrio Sodi el Grupo San Ángel, la Maestra Gordillo fue como su sombra. A
cuanta reunión asistía el autor de Sorpresas
te da la vida, ahí estaba Elba Esther Gordillo. Amistad nunca negada, la
cercanía de La Maestra y El güero levantaba suspicacias. Los amigos del doctor
y sus no muy amigos, corrían como broma el nuevo nombre del ex canciller:
Jorguitud Castañeda.
Don Jorge sonríe
ante el apodo y aborda el tema:
Elba Esther
Gordillo, en el libro aclaro que me usó, pero también la use. Elba Esther es
mejor amiga que aliada, es buena amiga, no es una buena aliada. Se equivocó
mucho tanto con Vicente Fox y con Calderón como aliada pues no supo distinguir
entre los intereses gremiales del sindicato y su propia ambición política. No
supo cómo traducir esa ambición y esa fuerza sindical en algo político serio.
Salvo una pequeña coyuntura de la reforma fiscal con Fox en el 2003.
El doctor agrega: “Ella hizo el
esfuerzo, recuerdo haberlo platicado con Salinas, a propósito de esto, que él
estaba muy entusiasmado y trabajaba mucho con ella en esa reforma fiscal y me
decía que es muy difícil que Elba se meta a la parte, ni siquiera demasiado
técnica, digamos, semitécnica de una reforma fiscal porque no está dispuesta a
dedicarle el tiempo que necesitaría para estudiarlo. Es una mujer muy
inteligente, si se pusiera a estudiarlo, lo entendería, lo que es imposible es
tratar de entenderlo sin estudiar, y ella no quiere, ni quiso, y parte de que
todo eso saliera mal fue por ella y esta actitud”.
Integrante
también del Grupo San Ángel, el escritor Carlos Fuentes fue un gran amigo de
Jorge Castañeda. Incluso, el propio Fuentes contaba el chiste de que “los
únicos tres mexicanos que hablaban inglés correctamente eran, Carlos Salinas,
Jorge Castañeda y él”. El autor de Mañana
o pasado rememora: “Lo conocí por medio de mis padres, fue muy amigo de mis
padres. Mi padre, incluso, fue muy amigo del padre de Carlos Fuentes. Recuerdo
que una vez, yo siendo niño, pasamos por Roma en 1965, donde el padre de
Fuentes era embajador, y yo me quede en el hotel con mi hermano, Andrés. Tiempo
después, mi padre entabla una amistad con Carlos Fuentes hijo. Imagino que en
la Secretaria de Relaciones Exteriores, cuando Fuentes trabajo ahí”.
Pronto dibuja un
trazo de su relación con el escritor:
Siempre tuve una
relación de mucho agradecimiento con Carlos, era alguien con quien podía yo
dialogar y él aceptaba platicar conmigo, pues yo soy 20 años menor, en cierto
momento si pesa mucho la diferencia. Hubo momentos en los que yo le pedía un
espaldarazo y siempre fue muy generoso conmigo. El siempre me hizo sentir como
si fuéramos iguales, pero había una diferencia de edad, de prestigio, de
talento, de renombre pero el nunca regateaba eso, al contrario, era un hombre
muy generoso. Cada vez que él no podía asistir a un evento me lo decía y me
ofrecía su lugar, claro, no me pagaban lo que le pagaban a él pero algo me
pagaban y pues iba a toda madre. Tuve una relación cercana y amena con Fuentes.
Castañeda fue uno de los organizadores
de la escultura-homenaje que se hizo en memoria de Carlos Fuentes, en Polanco.
Una pérgola realizada por Vicente Rojo. Don Jorge explica: “Apenas terminamos
de conseguir el dinero, Silvia y yo, el mes pasado, de lo que debíamos, cerca
de 6 mil dólares. No se lo debíamos al artista, porqué él donó su trabajo para
hacer la obra, pero por supuesto, los fierros cuestan y todo eso lo hice junto
con Silvia y me siento muy complacido”.
En el libro de Amarres perros, Castañeda, aborda su
affaire con el Nobel colombiano: con una relación amistosa de más de 20 años,
de encuentros y desencuentros, don Gabriel le pide que conceda una entrevista a
Ramón Alberto Garza, en ese entonces, director de la revista Cambio, propiedad de García Márquez.
Castañeda era canciller de México y era la época donde la relación con Cuba era
muy tensa entre ambas naciones. A la semana siguiente publican la entrevista y
un artículo sobre el Canciller, la sorpresa fue la portada: una foto en primer
plano de Jorge Castañeda con un balazo ¿Por qué nadie quiere al Güero? Esto
molestó al Canciller, quien se comunicó con el escritor y después de unas
frases, la relación concluyó. Ahora Castañeda puntualiza:
Tengo un
resentimiento hacia él. No desmintió ni en público ni en privado la versión que
doy yo de cómo me utilizó y utilizó a Ramón Alberto para quedar bien con los
cubanos. Nunca lo desmintió. Yo hice público mi disgusto con Gabriel y él pudo
haber dicho “no, no fue así”. Su actitud me dolió. Yo ya estaba curado de
espanto hacia él pero de todas formas si fue un golpe bajo que yo no me lo
esperaba. Se me hizo una chingadera. Pero yo fui muy ingenuo. Y yo creía que
había un afecto de su parte hacia mí. Ramón Alberto Garza me decía y me dice:
“Para Gabriel tú eras como su hijo. Eras el más cercano”. Pues a lo mejor, yo
lo frecuentaba mucho pero pienso que eso se lo podía hacer a cualquiera,
cercano o no.
En 1990 ocurren una serie de amenazas a
su secretaria. El doctor Castañeda era un duro crítico del salinato. En un
principio, el tema fue abordado por el diario The New York Times en su portada, a partir de ahí, el tema escaló.
Ahora esto parece ser normal, pero en esos tiempos, las amenazas sufridas a su
secretaria, fueron un tema que le complicaba las cosas al gobierno mexicano.
Don Jorge recuerda: “Con el episodio de amenazas en contra de una secretaria
mía, que sale en primera plana del NY
Times, de El País, en Le Monde, todo un escándalo
internacional como lo de Carmen Aristegui. Algunos me atacaron. Es uno de mis
recuerdos con más sentimiento que tengo hacia Héctor Aguilar Camín, porque sé
que eso le costó”. Castañeda hace una pausa y narra:
Alguna gente y
en particular Pepe Carreño Carlón, director de El Nacional en ese momento y con el que después me hice muy amigo
–entiendo muy bien que en ese momento él estaba haciendo su chamba-, empieza
una campaña para madrearme con una mentira: Yo inventaba todo lo de las
amenazas y en resumen, me decía en varios artículos, pues, que no mame
Castañeda. Y Héctor le responde en una carta muy fuerte, publicada en El Nacional diciendo: “A ver, esto sí no
se vale”. Yo sé que eso fue muy difícil para Héctor porque llevaba y lleva una
muy fuerte amistad con Pepe, porque en ese momento estaba muy cerca de Salinas
y porque no era fácil para él asumir una réplica tan directa contra Pepe
Carreño. Le entró con muchos huevos. De esto ya han pasado 25 años, se dice
fácil, pero un chingo de otros güeyes no lo hacen. Hoy es muy fácil hacerlo con
Aristegui, hoy. Antes era más complicado.
*****
Las huellas de Castañeda pueden
rastrearse en su vida pública: durante el salinato acompañó a candidatos de
oposición en su búsqueda del poder local. A Salvador Nava, en San Luis Potosí.
A Porfirio Muñoz Ledo, en Guanajuato, donde conoció a Vicente Fox. Durante el
gobierno de Zedillo, Castañeda contribuyó con un libro que pronto se hizo
básico para todo estudioso del sistema mexicano: La herencia, un libro donde los ex presidentes de México, narran
que el mito del dedazo no era mito, sino una verdad cierta y usada por todos
los mandatarios en el poder. Poco a poco se fue acercando al gobernador de
Guanajuato, Vicente Fox. Para 1999, estaba en el primer círculo del candidato
presidencial del PAN y próximo presidente de México.
Amarres perros es un retrato donde el autor se
desnuda, donde explica y reconoce desatinos. Nada común, ni entre los políticos
ni entre los intelectuales de México.
En alguna
ocasión explicó: “Un hombre público no tiene vida personal. Y es lógico que no
la tenga, que sea objeto de interés y curiosidad. Y en vista de que así es, yo
no he tratado, en ningún momento, de esconder mi vida personal. Al contrario,
he sido muy transparente. Es un costo que uno tiene que asumir por tener una
presencia pública. Yo lo he asumido y he tratado de ser lo más abierto y, entre
comillas, legal”[8].
Con Amarres perros afirma lo
dicho.
[1]
De Castañeda a Castañeda. Miguel Ángel Granados Chapa. Interés Público. Proceso
1326. 31 de marzo de 2002.
[2]
Entrevista de Abraham Gorostieta. La Crítica. Número 51. Mayo de 2005.
[3]
Castañeda: inteligente arrogancia. Letras Libres, febrero de 2015.
[4]
Lideres Mexicanos. Tomo 16. Septiembre de 1997.
[5]
Una transición interminable. 21 testigos de la encrucijada. Raúl Cremoux.
Editorial Lapizlázuli.
[6]
Estos años. Julio Scherer García. Editorial Océano.
[7]
La Pareja. Julio Scherer García. Editorial Plaza y Janés.
[8]
Castañeda frente al espejo. Entrevista con Antonio Jáquez y María Scherer
Ibarra. Proceso 1430. 2004.