lunes, 22 de junio de 2015

Políticos. Jorge G. Castañeda.


Estampas sobre Castañeda
Abraham Gorostieta

Jorge G. Castañeda es un académico que arranca elogios y envidias. El Doctor Castañeda, como lo llaman sus colaboradores cercanos, es un intelectual que optó por la política como un camino que acelerara sus ideas como demócrata. Jorge, como le dicen en su casa, es un hombre que se caracteriza por hablar sin empachos. El güero, como le dicen todos los que  lo conocen, es un docente que gusta ser un poco como James Bond: glamour, lujo, viajes, cenas en embajadas, buenos trajes, culto y versado hombre que lo mismo habla de política, empresarios, cultura, vida internacional, periodismo, espionaje. James Bond, rodeado de mujeres. Jorge Castañeda, también.
Su casa-estudio se ubica muy cerca de Los Pinos. Puede ser mera coincidencia. Se nota que vive cómodo. Piezas de arte, en un primer nivel. Varios libreros de madera enmarcan las piezas que atesora don Jorge. Más pinturas en el segundo nivel. Más libreros y en ellos, sus colecciones de Carlos Fuentes. De Julio Cortázar. De Philip Roth de quien dice es un gran escritor. Unos Caparrós lucen apretados entre un Vargas Llosa y varios Aguilar Camín. “Me gusta Martín Caparrós, además es mi amigo. Mi biblioteca esta en desorden, no cabe tanta chingadera mano –dice en un tomo que busca un poco de complicidad-. Tengo tres libros antiguos así, al aire, sobre la mesa de centro, pues están chistosos, están bien, de adorno” dice jocoso el güero, mientras señala la mesa de centro de su lobby. En efecto, tres libros muy viejos descansan sobre ella. Tesoro para muchos, para él, es un chiste.
Es un hombre ocupado. Recibe muchas llamadas. Su asistente constantemente le consulta para ver su agenda. Amigos, políticos y distintos personajes lo consultan, desfilan ante él, le piden un favor, un consejo. El doctor se disculpa, alguien vino a verlo, pide un momento para atenderlo y después platicar un rato sobre su autobiografía Amarres perros. Como quien brinda una degustación, pronto ofrece: ¿Gustas algo, un café? ¿Quieres leer algo, tenemos El País, La Razón, El Financiero? ¿Gustas leer una revista internacional?
Hay un escritorio pulcro y ordenado. Madera tallada en sus patas, chapa de nogal y caoba sobre su cubierta. Al fondo un librero más. También fotografías personales: él esquiando en un paisaje invernal, él buceando, él en la cima de una montaña, él en alguna cena. Una pared, forrada de piso a techo enmarca distintas revistas de diferentes países donde la portada es dedicada a él. Deteniéndose a observar, se puede entender que el doctor Castañeda es un hombre de ciclos.
No es un baby boomer, no es un self made men. Es un hombre que nació en la cuna del poder y el cosmopolitismo. Nace en el segundo año del sexenio de Adolfo Ruiz Cortines. Antes de cumplir 10 años ya residía en Nueva York y El Cairo. Su padre, don Jorge Castañeda Álvarez de la Rosa fue embajador que alternaba su trabajo ante la ONU y el gobierno de Nasser. Pocos años después, la familia residía en Ginebra, dónde don Jorge padre fue representante ante los organismos internacionales de ahí.

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Jorge Castañeda padre, abandonó la práctica del derecho, a la que se dedicó desde su graduación en 1942, e ingresó al servicio exterior en 1950. Así comienza su vida en Nueva York, con el rango de vicecónsul en la representación mexicana de la muy nueva ONU. Ahí don Jorge trazó su destino, encontró el amor, doña Neoma Gutman, nacida en la Unión Soviética, traductora en la ONU –a ella le tocó la Primera Asamblea realizada en París en 1947- y madre de Andrés Rozental, fue la estrella de su camino.
La familia regresó a México en 1952 y un año después nace el primogénito de la pareja: Jorge Germán Castañeda Gutman. Parten a El Cairo. Tras diez años regresan a México donde permanecen seis años para después partir a Ginebra. Con 20 años en el servicio exterior, don Jorge padre tenía una visión muy clara de lo que eran las relaciones de Estados Unidos frente a América Latina y nuestro país. Un año antes de asumir la dirección de Tlatelolco, don Jorge escribió: “Descuento de todo y no doy ningún crédito a la buena voluntad, simpatía o consideraciones morales por parte de Estados Unidos, intempestivamente descubiertas o redescubiertas, que pudieran cambiar su actitud básica hacia México. Las grandes potencias actúan como grandes potencias. La naturaleza de nuestras relaciones mutuas depende esencialmente de la actitud y conducta de México”.[1]
La actividad diplomática de su padre, hizo que El Güero tuviera un interés especial y genuino por saber sobre la política y los países, pero el recuerdo más fuerte sobre su padre es su relación personal. “Mi padre fue muy tolerante conmigo, muy amigo. No era distante ni cariñoso. Me daba más o menos las líneas que él consideraba debían ser pero jamás cuestionó mis posiciones políticas, mis orientaciones profesionales. Me orientaba en las cosas que a él le gustaban, la parte más plástica de la cultura. Recuerdo mucho la cantidad de museos a los que me llevó cuando éramos jóvenes. Los libros que leímos. Y ya después ya viejos fuimos a muchas exposiciones, ya él muy grande pero todavía llegamos a ir a varias. Fue una figura muy gentil, muy amable, para nada dura”, dijo el ex canciller en una entrevista sobre su padre.[2]
La mirada no puede escapar de las pinturas sobre sus muros. Él lo sabe. “Me gusta el arte mexicano no muy contemporáneo, no muy abstracto, tengo un par de pinturas abstractas, pero prefiero comprar arte por el nombre del artista”, explica. Las escaleras que conectan a ambos niveles están decoradas por una serie de grabados de Pedro Coronel, el grabador zacatecano, hermano de Rafael, también pintor. La fuerza del pensamiento abstracto y sus trazos coloridos y precolombinos adornan ese muro. Es muy posible que sean de su etapa cromática.

Es una serie que viene de Relaciones Exteriores. Cuando llega mi padre a la Secretaria en 1979, vio que Santiago Roel García había comprado esta serie, compuestas por 200 piezas. Y las regalaba en navidad a sus cuates, claro, con dinero del erario, y quedaban unas diez, porque no alcanzó a regalar todo. Al verlas, le dije: “A ver, con permiso” y tomé las obras. Me faltaba la amarilla. Esa la compré. Pero por lo general compro arte por el nombre del artista. Ésta es de un cubano, Gustavo Acosta –se refiere a una obra de gran formato que adorna todo un muro-, la gracia que tiene es que el capitolio que está pintado no es el de Washington sino el de La Habana y las calles que rodean el capitolio son las típicas calles de Miami con su arquitectura semiespañola, es de un cubano que va y viene, como todos los cubanos.

De regreso en su sala, el doctor Castañeda recuerda:

Mi padre no era de regaños, no era su estilo. Recuerdo una vez en la que me llamó la atención y fue de forma indirecta, me mandó a decir con mi madre –ellos vivían en Ginebra, mi padre era embajador ante la ONU- yo tenía 19 años y estudiaba en Estados Unidos. Fui a visitarlos en la navidad e invité a mi novia en ese entonces a visitar Ginebra y a quedarse conmigo… en mi habitación. Mi padre se molestó, pero nunca me dijo: “oye, este no es un pinche hotel”, nunca me lo dijo de forma directa, sino a través de mi madre, que esa vez me recomendó no hablar con mi padre pues esa situación lo tenía un poco histérico.

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Sergio Sarmiento escribió sobre Castañeda, que al finalizar de leer su autobiografía, dos palabras le vinieron a la mente: Inteligente y arrogante. “Producto de su elevada visión de sí mismo”[3], la afirmación tiene algo de redundante. Todos tenemos una opinión muy buena de nosotros mismos. Eso es inevitable, responde el ex canciller. Hasta dónde se pudo traté de no tomarme en serio.  Es más divertido hacerlo así, tener humor sobre uno mismo.
Pero la afirmación del periodista es común a todos los personajes consultados para esta entrevista. Dos adjetivos se repetían: culto o cínico. Castañeda reflexiona:

Las dos cosas son ciertas. Lo de culto es siempre relativo. Culto, sí, pero comparado con quién. Conozco gente que tiene una cultura más profunda que la mía. Y cínico también, lo soy, bastante, a propósito de mi mismo, y apropósito de la vida y los demás. O como dice Sergio Sarmiento: Arrogante e Inteligente. Yo esperaba una crítica más enfocada en el libro y en lo que ahí cuento que a mi persona. Esperaba más ataques y no. He recibido muchos halagos, cosas muy elogiosas y favorables, reflexiones inteligentes con las que uno puede estar de acuerdo o no pero, que pienso yo, están hechas con buena voluntad.

El libro Amarres perros es una autobiografía donde el académico y político cuenta algunos pasajes de su vida personal, familiar, académica, política e intelectual. Historias salpicadas con muchas anécdotas y chismes.
En 1968 fue uno de los asistentes de la Marcha del silencio. “No me era ajeno el asunto. Fue un tema muy fundante para mí, pero no era un asunto generacional, porque yo era muy joven” confesó el doctor en una entrevista[4]. Estudió su preparatoria en el Liceo Francés en México y después decidió irse a Cambridge, dónde se licenció como filósofo en la Universidad de Princeton, en 1973. Partió a París y se licenció como filósofo en La Sorbona, al mismo tiempo estudió una maestría en Ciencias Sociales en la Ecole Pratique de Hautes Etudes, en 1975; se doctoró en Historia Económica en la Sorbona, en 1978. Un año antes había escrito su primer artículo para Le Monde, aunque lo firmó con seudónimo, fue sobre la renuncia de Carlos Fuentes como embajador de México en París. En esa época se afilió al Partido Comunista Francés donde conoció al filósofo y teórico Louis Althusser. Al filósofo Michael Foucalt. Convivió de cerca con Regis Debray, el intelectual que hizo la guerrilla en Bolivia junto al Che.
Su padre es nombrado Secretario de Relaciones Exteriores en el sexenio de José López Portillo. Y el joven Castañeda regresa a México. Comenzando su militancia política en el Partido Comunista Mexicano, que salía de la clandestinidad, en donde el joven Castañeda fue parte de la corriente renovadora. Al mismo tiempo, alentado por su padre, practicó su propio internacionalismo, con sus contactos en la izquierda francesa que llegó al poder en 1981 con Mitterrand, participó en una iniciativa de pacificación en El Salvador, cuya guerra civil costaba miles de vidas humanas y apenas comenzaba.
El doctor recuerda esas anécdotas, junta sus manos, las lleva al mentón y cuenta:

En la vida nos vamos desencantando de muchas cosas que antes nos fascinaban. Mi desencanto con la izquierda mexicana se da cuando nos derrotan en el 19 Congreso en 1981, algunos me han reclamado en las críticas que hacen del libro, me dicen que ¿yo que creía?, ¿por qué no seguir la batalla por dentro?. Cuando ya has dado la lucha interna dentro de un Partido Comunista –y en mi caso era la segunda que daba- llegas a entender que es imposible ganar una lucha interna dentro de un PC. Terminas escindiéndote con una mayoría o minoría, pero jamás le ganas al Secretario General ni al aparato nunca. Me pasó en el PC mexicano y en el francés. Vi que no tenía sentido seguir insistiendo en eso porque íbamos a seguir perdiendo y así le fue a todos mis compañeros reformadores que se quedaron militando en el PCM. Perdimos porque ganó el aparato, los burócratas partidarios de mantener al PC dentro del molde tradicional con un poco de liberalismo que llamaban eurocomunismo. Ese fue mi desencanto con esa izquierda.

Autor de El Economismo dependiente, su tesis doctoral publicada en 1978 y de México, el futuro en juego –una selección de artículos y columnas publicados en Newsweek, The New York Times, Los Ángeles Times, Proceso, El País, Página 12-, aparecido en 1987. Jorge Castañeda conoció y se acercó al entonces secretario de Programación y Presupuesto, Carlos Salinas de Gortari, con quien sostenía reuniones no frecuentes, tampoco ocasionales.
Jorge G. Castañeda es un demócrata que tira más a la izquierda, así se definió en una entrevista que concedió a Raúl Cremoux[5], al mismo tiempo, es un feroz crítico del sistema y de las hipocresías de nuestros sistemas. Sus artículos en el legendario Unomásuno fueron memorables. En ellos, el joven Castañeda escribía que el Partido Comunista Mexicano debía de renovarse, cambiar. Así, opinando cosas distintas, comentándolas de forma diferente, tenía repercusiones muy importantes.
Ahora el doctor Castañeda reflexiona sobre esa época de su vida, esa crítica a la izquierda:

Con el resto de la izquierda en México nunca me encante. La izquierda en México fue y es el nacionalismo revolucionario del PRI. No hay más. Estando en la izquierda, antes como parte del MAP y toda la gente que se fue fusionando con el PC. Primero los del PSUM, y luego los que conformaron el PMS, menciono a algunos: Heberto Castillo, Rolando Cordera, todo ese sector –otra cosa es que sean buenos amigos en lo personal-, yo siempre deteste al nacionalismo revolucionario, para mí la idea de que pueda haber un nacionalismo revolucionario de izquierda era un contrasentido. Era el cardenismo disfrazado y siempre con elementos de subordinación al sistema al final del día. Unos se subordinaban más a ciertas cosas del sistema. Te decían: No estoy de acuerdo con la falta de democracia debido al PRI porque son unos desgraciados, pero, Pemex, pero, La No Intervención, pero, Los Sindicatos Charros, pero, El Ejido. Yo no estaba ni con Pemex, ni con el ejido, ni con la política de no intervención ni con los sindicatos charros, entonces mi choque con los partidarios del nacionalismo revolucionario era de todos los días. Sí la vemos hoy, 30 años después, más allá de los matices personales de quién le da la mano a Peña y quién no; es una izquierda idéntica de hace 30 años.

El joven Castañeda renunció al PCM y se acercó al Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, a su Corriente Democrática. Desde entonces no militó más en un partido pero sí mantuvo una relación personal, de amistad y de asesoría con el ingeniero Cárdenas.
Carlos Salinas asaltó el poder mediante un fraude que nadie pudo probar pero que dejó percepciones claras de ilegitimidad. Es entonces que el doctor Castañeda decide alejarse de la política por un tiempo. En 1993, viene mi alejamiento político, no personal  de Cuauhtémoc –agrega Castañeda y continúa-, un poco por lo mismo, es decir, es una izquierda irreformable.
Su distanciamiento de la izquierda latinoamericana también se dio a principios de los noventa. Así navegó contra corriente, mientras los intelectuales en el mundo no se recuperaban del sismo que destruyó la idea del socialismo real, Castañeda era un feroz crítico de las izquierdas latinoamericanas.

Con los cubanos el distanciamiento vino cuando empecé a verlos operar en Nicaragua en 1979-80, ver cómo operaban en El Salvador en 1982-84, ver las barbaridades que hacían, y a partir de mediados de los ochenta, cuando ya se estaba desplomando todo el mundo socialista, ellos, en lugar de adaptarse, pues siguen en su cuento. Entonces publicó un artículo a principios de los noventa, después de la caída del muro que lo llamó El viejo y la isla, y fue reproducido por El País, Newsweek, Proceso y otros medios, en donde decía que Fidel ya se tenía que ir, y que todo su desastre también ya se había derrumbado.

Alejado de los dogmas, del izquierdismo, del cardenismo, del salinismo, Jorge G. Castañeda continuó su propia trayectoria, la de crítico del poder, la de promulgador de cambios. Para ello se valió de distintos medios: su trabajo docente y académico en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales en la UNAM, docente y conferencista en distintas Universidades en México y Estados Unidos, sus reflexiones y escritura en medios mexicanos y extranjeros. Junto con Robert A. Pastor, examinó la relación bilateral en el libro Límites de la amistad. México y Estados Unidos. De nueva cuenta reunió sus materiales publicados y editó el libro La casa por la ventana. Fue un crítico ácido y puntilloso del gobierno de Salinas de Gortari, del Tratado de Libre Comercio, de la falta de un organismo nacional de Derechos Humanos. La única relación que mantuvo con el gobierno de Salinas fue con Manuel Camacho Solís, a quien había conocido en 1970 cuando ambos estudiaron en Princeton. Columnista de la revista Proceso, entonces dirigida por Julio Scherer, Castañeda usaba ese foro para exponer sus luchas.

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Escribe Julio Scherer sobre Castañeda: “Le apasionaba escribir y a escribir consagraría parte de su tiempo; le atraía la academia y a la enseñanza dedicaría parte de su energía; le interesaba viajar y viajaría. Rumiaba un libro sobre el Che Guevara. Pronto iría a Bolivia para emprender su camino y saber de él tanto como le fuera posible. Peregrinaría de la muerte del héroe a los orígenes de su aventura y de la odisea con Fidel Castro a los días radiantes de su gloria”[6]. El periodista abría las puertas de su revista al ya muy experimentado Castañeda, quien recuerda: 

El periodismo militante que yo ejercía en Proceso fue en la época de 1988. Tenía el tema del fraude electoral, fue una causa que abrace y a usar la tribuna para eso. Luego otra causa fue el Tratado del Libre Comercio, ejercía periodismo militante. Es mucho decir periodismo, eran columnas militantes, no de partido, sino de causas, que tenían una cierta filiación con Cuauhtémoc Cárdenas y cierta filiación anti Salinas.

El doctor reconoce sin empacho: “Yo practiqué el periodismo militante en Proceso, como columnista. Anteriormente en panfletos del PCM y eso”. Hace una pausa, suaviza y enfatiza con su voz:

El periodismo militante no se caracteriza por donde lo ejerzas sino de cómo lo haces. Me parece totalmente legítimo, no creo para nada en esa especie de limitante en que el periodismo tiene que ser objetivo, imparcial, no lo creo. El periodismo puede objetivo, parcial, militante, no hay definición en mi opinión de qué sí y qué no. Prefiero que se identifique como tal. Quién escribe o quién está en la televisión o el radio o en internet, muestre claramente la camiseta. Que digan: Yo sí soy un bloguero militante pro… de lo que quieras, por ejemplo, matrimonios gay, a eso me dedicó y entonces eso es más honesto y es posible entablar un dialogo con ese periodismo. Lo que no me gusta es el gato por liebre, es decir gente que pretende ser objetiva y que en realidad es militante o a la inversa, gente que pretende ser militante y en realidad no tiene causas definidas.

El tema del periodismo no es abordado en la autobiografía que escribió el ex canciller mexicano, sin embargo, es un tema al que le entra con arrojo: “El periodismo militante es básico dentro de la gama y oferta periodística en un país. No debería de considerarse mal que existan periodistas militantes, afiliados a un partido o causa o asociación”.
Hace una pausa, se acomoda mejor en su sillón y agrega: “Lo que debemos exigir es honestidad de quien hace periodismo. Si hay periodistas militantes, es válido, y uno puede entender sus escritos como causas, y entender que no les puedes pedir a esas gentes, es que sean sensatos, prudentes, ponderados, equilibrados, eso no va a suceder, porque son militantes. La gente de Humans Rigths o Amnisty hacen periodismo militante, escriben, publican o investigan denuncias sobre la censura, y la publican en la prensa, porque denuncia que no se publica en los medios, no sirve”.

Don Julio

“No hablo mucho de Julio Scherer en mi libro, explica Castañeda. No hablo de periodistas en mi libro”. Comenta que tuvo una relación muy cercana, de muchos años con don Julio. “Lo conocí, también, por la relación de él con mi padre. Fue muy amigo de mi padre. Mi tío Germán fue muy amigo de su esposa desde 1940. Yo empiezo a tratarlo en 1978, a mi regreso de París, y en seguida comencé a escribir en Proceso”, recuerda el autor de la Vida en rojo, la biografía de Ernesto Guevara.
A partir de entonces comenzó poco a poco una relación con el legendario periodista: “Con bastante cercanía y mucho afecto hasta el 2000, cuando yo entro en el gabinete de Vicente Fox, abunda don Jorge. Primero, Julio se molesta, sin madrearme, aunque Proceso me madrea sistemáticamente, él no lo hacía personalmente. Nos llegábamos a ver, no mucho, durante el tiempo que yo estuve en la Secretaria de Relaciones Exteriores. Cuando salgo, todavía permite él un par de portadas en su revista donde aparezco. En 2006 quedó vetado en la revista, salvo una ventana en 2008 que es la aparición del libro que escribí con Rubén Aguilar, La diferencia. La línea era: de Castañeda nada, ni para bien ni para mal, nada. Todo esto dicho por la dirección de la revista a mí. Y confirmado por Antonio Jáquez, mi gran amigo en la revista durante todos esos años hasta que falleció en 2010”.
El académico, con la franqueza que le caracteriza narra su “pleito” con Scherer:

Hace tres años, a instancias de Rafael Rodríguez Castañeda, desayuné con Julio, solos. Ahí le pude preguntar: ¿Cuál es la bronca Julio? Me miró con sus ojos verdes y respondió: Lo que tú hiciste fue imperdonable Jorge. Me ofreciste ser embajador de México en Chile en el gobierno de Fox. Y eso, Jorge, es imperdonable.
-          Primero. Es cierto, yo te ofrecí la embajada, pero dime ¿Por qué es imperdonable?
-          Es que me estabas comprando.
-          No Julio, que chingados yo te iba a comprar, estas mal. No tiene que ver una cosa con la otra. Pero en todo caso, el momento de decir que era imperdonable, era entonces, cuando te lo propuse, cuando tu media novia de ese momento, Moy de Tohá, -la viuda de José Tohá, que después fue embajadora en Honduras y agregada cultural en México-, ella también participó en la proposición y Ricardo Lagos también ayudó, entonces, el momento de decir que era imperdonable, era entonces. Yo no hubiera insistido, solo dijiste que lo pensarías y dijiste que no.
No lo pude sacar de ahí. Según Scherer, yo lo había querido comprar. Yo no entiendo la ofensa. Entiendo que no haya querido, hasta haya considerado una tontería de mi parte. Ese día le expliqué: Toda tu vida has querido estar cerca de Chile, tienes una amiga-novia chilena y hay democracia en Chile. Fue electo un presidente socialista chileno, que trabajó incluso con Allende. La Tencha Allende, su viuda, te dijo de mi parte sobre el ofrecimiento. ¿Dónde está la ofensa?
No pude sacarlo de ahí. No creo que haya sido ese el problema. María, su hija, no ha podido decirme tampoco que pasó. Tengo una relación muy buena con María.

Al hablar de esto, el ceño de desconcierto se dibuja en su rostro. Castañeda, con otro tono de voz narra: “Le tuve mucho cariño a Julio, mucho agradecimiento, por el apoyo, el espacio, por los consejos, por lo que me enseñó. Si hubiera escrito algo cuando él falleció –no lo hice por muchas razones-, no sé si me hubiera sumado a este coro de elogios e idolatría. Scherer tuvo muchas virtudes, aclaro, como periodista, en lo personal no me interesa decir nada, en lo periodístico tuvo muchas virtudes y muchos defectos, muchas cosas que a mí me parecían que estaba mal. Su periodismo no era militante, sino de denuncia, y a veces esas denuncias no eran válidas”.
De este episodio, don Julio escribió:

-          A nombre del presidente de la República te ofrezco la embajada de México en Chile, país al que tanto quieres- me dijo en su mejor estilo Jorge Castañeda, canciller del naciente gobierno del cambio.
Yo me encontraba con Gabriel García Márquez, Carlos Monsiváis y Carlos Slim, invitados a una concurrida recepción que ofrecía el presidente Ricardo Lagos a funcionarios mexicanos, al personal acreditado en el país y a un pequeño grupo de amigos.
-          ¿Tú qué opinas, Gabriel?
-          Acepta y ya deja de joder. Tú te tomas unas vacaciones y nosotros disfrutamos de un descanso.
Monsiváis y Slim sonreían, ni siquiera expectantes, de buen humor, divertidos.
Volvió Castañeda:
-          Pondríamos a tu lado a un funcionario de Relaciones. Él se encargaría de todo. Tú podrías viajar, escribir.
Dije que no.
La conversación quedó ahí. Luego llegó Monsiváis y hablamos de Chile, la prensa, el presidente Fox. Monsiváis se mostró escéptico frente al futuro mexicano y Slim habló con medio entusiasmo. En esas estábamos cuando apareció Ricardo Lagos.
En un momento, él y yo nos quedamos solos.
-          Le debo una explicación, presidente.
-          Dígame.
-          El canciller Castañeda me hizo saber que el presidente Fox me ofrecía la embajada de México en Chile. También me indicó que, de parte de su gobierno, no representaría problema alguno el beneplácito protocolario y que aquí mismo podría iniciarse su trámite.
-          Por supuesto.
-          Debo confiarle, presidente, que no debo de aceptar distinción tan señalada, que agradezco y me honra. La razón es una sola: no puedo representar a una persona en la que no creo.
Lagos guardo silencio. No sé si fue prolongado o breve, brevísimo. Lo miré, sensible a su sonrisa. Escuché:
-          Evíteme el comentario, don Julio.[7]

*****

El periodismo resultó ser un tema sabroso. Jorge Castañeda dibuja algunas estampas de periodistas sobresalientes.
Sobre don Manuel Buendía:

Lo vi muy pocas veces en la casa de mi padre. O en casa de Andrés, mi hermano, que era muy amigo suyo y de Miguel Ángel Granados Chapa. Pienso que el periodismo que hacia Buendía era el periodismo que se podía hacer en el México de ese entonces. No se podía hacer más. Una columna diaria contando cosas, callando unas para que le contaran otras, para después publicarlas, era un juego relativamente transparente, honesto, apegado a la verdad, sin exageraciones, pero no era algo químicamente puro, para empezar, estaba en Excélsior, el de Regino. Sin embargo hacía lo que se podía en esa época.

Sobre Carlos Marín

Es ahora mi jefe, no voy a hablar mucho de él, lo quiero mucho. Es una relación de hace 30 años. Estoy trabajando con él y se trabaja muy sabroso con Marín, es un gran cabeceador. Cuando publiqué La utopía desarmada y estaba en Estados Unidos en 1993, presentaron el libro Carlos Fuentes y Alan Riding. Marín llegó y entonces estuvimos platicando y caminando por Nueva York horas y horas. Y él estaba friegue y friegue con lo de “tú, pinche güero”, y yo respondía, “órale, tú, pinche chaparro”, es decir, mucho cotorreo. Ahí, caminando por Nueva York, llegando al lugar donde se presentaba mi libro, platicó mucho con Fuentes y con Riding por largo rato.

Sobre Carlos Payán Velver:

A Payan Vélver lo quise mucho y yo creo que él me quiso mucho. Fue de las primeras personas que del medio periodístico que yo conocí, lo conocí gracias a Yuridia Iturriaga, hija de José Iturriaga, gran amigo de Payán. Yo entre a escribir al Unomásuno gracias a él, haciendo editoriales que no firmaba como columnas, hasta 1981. Fue muy generoso y elogioso conmigo. Hace rato que no lo veo, quizá 15 años. La última vez fue en casa de Luis Ortiz Monasterios. Yo le tenía mucho respeto a su oficio periodístico y a su muñeca política. Me publicó un libro en una editorial que él fundó, y fue el único titulo que publicó esa editorial. A mi me causaba intriga que fuera periodista y no escribiera. Él era el que manejaba el Unomásuno, no Becerra, que estaba en otras cosas. Nunca supe como podía llevar el diario día a día si no escribía.

Sobre Carmen Lira Saade

La traté mucho cuando ella era corresponsal en Nicaragua. La conocí cuando era la época de los salvadoreños, de los cubanos. Ella me buscaba mucho a mí cuando mi padre era Secretario, me buscaba para que la acercara a los gobiernos de Centroamérica. Lo hice con mucho entusiasmo. Nos reuníamos en su departamento muchas veces, estaba en la calle de Huertas, por José María Rico. Lira es una mujer muy militante, muy activista, obviamente muy rencorosa, muy vengativa, muy subordinada –es mi opinión-  a los cubanos. Hizo algo muy raro, no hay muchos periódicos de regímenes democráticos donde ella, directora de La Jornada, escriba un editorial institucional de ese diario que dice que “a partir de 2002 no se va a publicar una sola nota en este periódico sobre la Secretaria de Relaciones Exteriores y sobre el Secretario”. Punto. ¡Esos son huevos eh! No suele suceder. Puedes estar en desacuerdo, o en contra o puedes pedir la cabeza, pero no puedes decidir dejar de informar, dejar de mencionar o nombrar. Me convirtió en el innombrable.

Sobre Enrique Krauze:

Tengo una relación de respeto y colaboración ocasional. Tenemos algunas convergencias en muchas cosas y de divergencias en otras, el tema Fuentes es una de ellas. Es una figura importante en el ámbito cultural de México.

Sobre los corresponsales extranjeros:

Los corresponsales son de quien los trabaja. Mi momento con los corresponsales fue hace mucho, incluso antes de entrar a la Secretaria. Ahora ese tiempo ya pasó. Por la diferencia generacional, además que es un tipo distinto los corresponsales que hay ahora con los que había en 1990. Ahora son más jóvenes, ahora tienen menos rango en su periódico porque el tema México dejó de ser importante. Pero los corresponsales hay que cultivarlos, hay que trabajarlos, como la tierra y ahora a mi me da mucha pereza hacer eso. Cuando me buscan hablo con ellos, pero yo no los busco, no los seduzco, no los cultivo, ya me da mucha pereza. La diferencia de la prensa extranjera y la nacional, desde mi perspectiva, es que la prensa extranjera no compite conmigo. No pasa nada si me mencionan en Los Ángeles Times, o en Le Unite. Ningún editor se va a meter en problemas si me mencionan. Y digo competencia en un buen sentido de la palabra, de rivalidad en el mediano sentido de la palabra y de envidia en el peor de sus sentidos. En México nadie habla bien de nadie, eso no se hace. En el medio académico o intelectual, eso no se hace, no promueves a nadie si lo puedes evitar, así es el gremio, así es el animal.       

*****

A pesar de que es una palabra recurrente en su biografía, la palabra amigo no es bien definida en su libro. El doctor Castañeda abunda:

Alguien me reprochó el usar demasiado en mi autobiografía la palabra amigo. Es tanta gente a la que conozco y a la que le llamo amigo que se diluyó el significado o la intención de la palabra, no lo sé. Creo que uno puede tener muchos amigos en la vida, yo los he tenido, vas perdiendo unos o porque se mueren o porque peleas con ellos o porque ya no se dan las circunstancias, vives en países totalmente alejados, cada quien agarró su camino y ya no hay mucho en común y luego puedes conocer y hacerte de nuevos amigos, incluso ya viejo. Mucha de la gente que más veo ahora, de mis amigos más cercanos es gente que empecé a ver hace 15 años. Ya a los 46 años. Ya viejo. La amistad no es un asunto de longevidad, o de intereses comunes o de solo de hacer cosas juntos. He tenido muchísimas amistades.

Grandes amigos de Jorge Castañeda son Roger Bartra, Carlos Marín, Joel Ortega. De éste último, es quizá su gran cuate, el que más tiempo tiene de conocerlo: “Desde el 68, y es mi cuate, cuate, dice el güero con sonora sonrisa. A la fecha no nos vemos tanto. Puede pasar un mes sin vernos pero eso sí, no pasa una semana sin que agarremos el teléfono y hablemos como dos viejas una hora”.
Otra de sus grandes amigas fue Elba Esther Gordillo. Cuando Jorge Castañeda fundó junto con Demetrio Sodi el Grupo San Ángel, la Maestra Gordillo fue como su sombra. A cuanta reunión asistía el autor de Sorpresas te da la vida, ahí estaba Elba Esther Gordillo. Amistad nunca negada, la cercanía de La Maestra y El güero levantaba suspicacias. Los amigos del doctor y sus no muy amigos, corrían como broma el nuevo nombre del ex canciller: Jorguitud Castañeda.
Don Jorge sonríe ante el apodo y aborda el tema:

Elba Esther Gordillo, en el libro aclaro que me usó, pero también la use. Elba Esther es mejor amiga que aliada, es buena amiga, no es una buena aliada. Se equivocó mucho tanto con Vicente Fox y con Calderón como aliada pues no supo distinguir entre los intereses gremiales del sindicato y su propia ambición política. No supo cómo traducir esa ambición y esa fuerza sindical en algo político serio. Salvo una pequeña coyuntura de la reforma fiscal con Fox en el 2003.

El doctor agrega: “Ella hizo el esfuerzo, recuerdo haberlo platicado con Salinas, a propósito de esto, que él estaba muy entusiasmado y trabajaba mucho con ella en esa reforma fiscal y me decía que es muy difícil que Elba se meta a la parte, ni siquiera demasiado técnica, digamos, semitécnica de una reforma fiscal porque no está dispuesta a dedicarle el tiempo que necesitaría para estudiarlo. Es una mujer muy inteligente, si se pusiera a estudiarlo, lo entendería, lo que es imposible es tratar de entenderlo sin estudiar, y ella no quiere, ni quiso, y parte de que todo eso saliera mal fue por ella y esta actitud”.
Integrante también del Grupo San Ángel, el escritor Carlos Fuentes fue un gran amigo de Jorge Castañeda. Incluso, el propio Fuentes contaba el chiste de que “los únicos tres mexicanos que hablaban inglés correctamente eran, Carlos Salinas, Jorge Castañeda y él”. El autor de Mañana o pasado rememora: “Lo conocí por medio de mis padres, fue muy amigo de mis padres. Mi padre, incluso, fue muy amigo del padre de Carlos Fuentes. Recuerdo que una vez, yo siendo niño, pasamos por Roma en 1965, donde el padre de Fuentes era embajador, y yo me quede en el hotel con mi hermano, Andrés. Tiempo después, mi padre entabla una amistad con Carlos Fuentes hijo. Imagino que en la Secretaria de Relaciones Exteriores, cuando Fuentes trabajo ahí”.
Pronto dibuja un trazo de su relación con el escritor:

Siempre tuve una relación de mucho agradecimiento con Carlos, era alguien con quien podía yo dialogar y él aceptaba platicar conmigo, pues yo soy 20 años menor, en cierto momento si pesa mucho la diferencia. Hubo momentos en los que yo le pedía un espaldarazo y siempre fue muy generoso conmigo. El siempre me hizo sentir como si fuéramos iguales, pero había una diferencia de edad, de prestigio, de talento, de renombre pero el nunca regateaba eso, al contrario, era un hombre muy generoso. Cada vez que él no podía asistir a un evento me lo decía y me ofrecía su lugar, claro, no me pagaban lo que le pagaban a él pero algo me pagaban y pues iba a toda madre. Tuve una relación cercana y amena con Fuentes.

Castañeda fue uno de los organizadores de la escultura-homenaje que se hizo en memoria de Carlos Fuentes, en Polanco. Una pérgola realizada por Vicente Rojo. Don Jorge explica: “Apenas terminamos de conseguir el dinero, Silvia y yo, el mes pasado, de lo que debíamos, cerca de 6 mil dólares. No se lo debíamos al artista, porqué él donó su trabajo para hacer la obra, pero por supuesto, los fierros cuestan y todo eso lo hice junto con Silvia y me siento muy complacido”.
En el libro de Amarres perros, Castañeda, aborda su affaire con el Nobel colombiano: con una relación amistosa de más de 20 años, de encuentros y desencuentros, don Gabriel le pide que conceda una entrevista a Ramón Alberto Garza, en ese entonces, director de la revista Cambio, propiedad de García Márquez. Castañeda era canciller de México y era la época donde la relación con Cuba era muy tensa entre ambas naciones. A la semana siguiente publican la entrevista y un artículo sobre el Canciller, la sorpresa fue la portada: una foto en primer plano de Jorge Castañeda con un balazo ¿Por qué nadie quiere al Güero? Esto molestó al Canciller, quien se comunicó con el escritor y después de unas frases, la relación concluyó. Ahora Castañeda puntualiza:

Tengo un resentimiento hacia él. No desmintió ni en público ni en privado la versión que doy yo de cómo me utilizó y utilizó a Ramón Alberto para quedar bien con los cubanos. Nunca lo desmintió. Yo hice público mi disgusto con Gabriel y él pudo haber dicho “no, no fue así”. Su actitud me dolió. Yo ya estaba curado de espanto hacia él pero de todas formas si fue un golpe bajo que yo no me lo esperaba. Se me hizo una chingadera. Pero yo fui muy ingenuo. Y yo creía que había un afecto de su parte hacia mí. Ramón Alberto Garza me decía y me dice: “Para Gabriel tú eras como su hijo. Eras el más cercano”. Pues a lo mejor, yo lo frecuentaba mucho pero pienso que eso se lo podía hacer a cualquiera, cercano o no.

En 1990 ocurren una serie de amenazas a su secretaria. El doctor Castañeda era un duro crítico del salinato. En un principio, el tema fue abordado por el diario The New York Times en su portada, a partir de ahí, el tema escaló. Ahora esto parece ser normal, pero en esos tiempos, las amenazas sufridas a su secretaria, fueron un tema que le complicaba las cosas al gobierno mexicano. Don Jorge recuerda: “Con el episodio de amenazas en contra de una secretaria mía, que sale en primera plana del NY Times, de El País, en Le Monde, todo un escándalo internacional como lo de Carmen Aristegui. Algunos me atacaron. Es uno de mis recuerdos con más sentimiento que tengo hacia Héctor Aguilar Camín, porque sé que eso le costó”. Castañeda hace una pausa y narra:

Alguna gente y en particular Pepe Carreño Carlón, director de El Nacional en ese momento y con el que después me hice muy amigo –entiendo muy bien que en ese momento él estaba haciendo su chamba-, empieza una campaña para madrearme con una mentira: Yo inventaba todo lo de las amenazas y en resumen, me decía en varios artículos, pues, que no mame Castañeda. Y Héctor le responde en una carta muy fuerte, publicada en El Nacional diciendo: “A ver, esto sí no se vale”. Yo sé que eso fue muy difícil para Héctor porque llevaba y lleva una muy fuerte amistad con Pepe, porque en ese momento estaba muy cerca de Salinas y porque no era fácil para él asumir una réplica tan directa contra Pepe Carreño. Le entró con muchos huevos. De esto ya han pasado 25 años, se dice fácil, pero un chingo de otros güeyes no lo hacen. Hoy es muy fácil hacerlo con Aristegui, hoy. Antes era más complicado.

*****

Las huellas de Castañeda pueden rastrearse en su vida pública: durante el salinato acompañó a candidatos de oposición en su búsqueda del poder local. A Salvador Nava, en San Luis Potosí. A Porfirio Muñoz Ledo, en Guanajuato, donde conoció a Vicente Fox. Durante el gobierno de Zedillo, Castañeda contribuyó con un libro que pronto se hizo básico para todo estudioso del sistema mexicano: La herencia, un libro donde los ex presidentes de México, narran que el mito del dedazo no era mito, sino una verdad cierta y usada por todos los mandatarios en el poder. Poco a poco se fue acercando al gobernador de Guanajuato, Vicente Fox. Para 1999, estaba en el primer círculo del candidato presidencial del PAN y próximo presidente de México.
Amarres perros es un retrato donde el autor se desnuda, donde explica y reconoce desatinos. Nada común, ni entre los políticos ni entre los intelectuales de México.
En alguna ocasión explicó: “Un hombre público no tiene vida personal. Y es lógico que no la tenga, que sea objeto de interés y curiosidad. Y en vista de que así es, yo no he tratado, en ningún momento, de esconder mi vida personal. Al contrario, he sido muy transparente. Es un costo que uno tiene que asumir por tener una presencia pública. Yo lo he asumido y he tratado de ser lo más abierto y, entre comillas, legal”[8]. Con Amarres perros afirma lo dicho.   




[1] De Castañeda a Castañeda. Miguel Ángel Granados Chapa. Interés Público. Proceso 1326. 31 de marzo de 2002.
[2] Entrevista de Abraham Gorostieta. La Crítica. Número 51. Mayo de 2005.
[3] Castañeda: inteligente arrogancia. Letras Libres, febrero de 2015.
[4] Lideres Mexicanos. Tomo 16. Septiembre de 1997.
[5] Una transición interminable. 21 testigos de la encrucijada. Raúl Cremoux. Editorial Lapizlázuli.
[6] Estos años. Julio Scherer García. Editorial Océano.
[7] La Pareja. Julio Scherer García. Editorial Plaza y Janés.
[8] Castañeda frente al espejo. Entrevista con Antonio Jáquez y María Scherer Ibarra. Proceso 1430. 2004.










lunes, 8 de junio de 2015

Periodistas. Carlos Ramírez.

Carlos Ramírez, cuatro décadas caminando en el periodismo.
Abraham Gorostieta.


Carlos Ramírez ha sido reportero, columnista y director de distintos proyectos periodísticos. Su columna “Indicador Político” desde su aparición, a mediados de la década de los ochenta, captó la atención de innumerables lectores, ya sea por su estilo franco y sin miramientos, por la revelación de sucesos políticos antes inéditos, por su narración explicativa y contextualizada o por la invitación al análisis. También le ha generado severas críticas de los investigadores de la comunicación y el periodismo, como lo es el doctor Trejo Delarbre.
Ramírez ha trabajado y ha estado en contacto con los iconos del periodismo mexicano, José Pagés Llergo, Manuel Buendía y Julio Scherer. Sin titubear explica: “La disciplina es el método del columnista; si no, entonces el caos o el desorden lleva al columnista a escribir sin método y con alto grado de desatino”, hace una breve pausa y retoma la palabra: “Nada se compara con el acto de escribir una columna de análisis, de investigación, de interpretación o de información. Cuándo escribo tengo en cuenta tres cosas: los datos, las fases temáticas y el lenguaje”.
Se confiesa bibliófilo: “Todos los domingos voy a una librería a unos pasos de mi casa; los que atienden son mis amigos, platico con ellos de novedades y ellos me hacen recomendaciones. También, por lo menos una vez al mes voy a alguna librería de viejo; encuentro obras originales y sobre todo revistas fuera de circulación. Y trato –cuando me lo permite el tiempo- de ir al Péndulo, Gandhi, Fondo de Cultura y Sótano. En el año que ha terminado, regresé a tres temas de mi pasión: la literatura de la onda, literatura del existencialismo y novela de espionaje. Y siempre están los escritores o periodistas que lo estimulan a uno, para mí por ejemplo están: periodistas: Manuel Buendía; analistas: Gastón García Cantú, Cosío Villegas. Claro, ellos ya no están pero no pasa semana sin que relea sus textos. De escritores hay muchos; mis pasiones; Jean Paul Sartre, Malraux, Albert Camus, Vicente Leñero, Octavio Paz”.
Hace una pausa, sorbe su café y abunda: “Leo en mi despacho. Trato de leer una hora en la mañana y una hora en la tarde; los fines de semana dedico más tiempo. Leo de todo pero más me interesan el ensayo político, la literatura y ahora la historia del siglo XIX”.
La entrevista ocurre en un café en la librería Gandhi. El periodista almuerza: café americano, un par de bísquets con mantequilla y mermelada de fresa, unos huevos con abundante tocino y un sándwich. La charla comienza.

El jovencito

Nace en Oaxaca en 1951, años de bonanza para el país, pero en Oaxaca las cosas siempre son distintas. El presidente Alemán tenía un control absoluto de todo el aparato político, una de las vías para ejercerlo fue el descabezamiento de gobernadores y políticos, uno de ellos fue el general Edmundo Sánchez Cano, gobernador destituido por Alemán por haber apoyado a Rojo Gómez y no la candidatura del “tapado”. Desde entonces se usó la “Desaparición de poderes” que fue tan socorrida por los presidentes que le siguieron. En 1952, por órdenes de Presidencia, Manuel Mayoral Heredia fue sustituido por Manuel Cabrera. Así el presidente en funciones daba a entender su poca paciencia con los disidentes e indisciplinados y que más valía estar quietecitos para salir en la foto. Este era Oaxaca en la infancia del niño Ramírez.
Su familia, padre y abuelo eran políticos, el propio columnista recuerda: “Mi abuelo fue revolucionario, Emiliano Ramírez, padre. De Los Dorados de Pancho Villa. Tengo una foto donde esta con su traje de Dorado, él, a caballo” dice con orgullo y se le hincha el pecho y continúa: “Mi padre fue político del PRI, Emiliano Ramírez, hijo. Fue secretario general del PRI en Oaxaca”. Al hablar de sus antecesores, la mirada del columnista se ilumina, sus ojos miran a su propio pasado:

Yo fui muy pegado a mi padre, siempre junto a él. Somos seis hermanos. Con mi padre conocí a muchos políticos y él me llevaba a muchos eventos de organización. Entonces yo iba viendo como era realmente el poder. Como se operaba. Pienso que ahí aprendí política mexicana. Tenía yo catorce o quince años. Mi padre hizo un mal cálculo político en 1971, quiso ser diputado federal, así que metió todo, hasta lo que no tenía y perdió. Aceptó que no pudo, se retiró. Puso un restaurante en donde le fue muy bien y todos los políticos iban a comer y platicar con mi padre, que llegó hasta diputado local.

Don Emiliano Ramírez hijo se jugó su carrera política en la rápida gubernatura de Fernando Gómez Sandoval mientras el joven Carlos viajaba a la ciudad de México a iniciar sus estudios en la Universidad Iberoamericana, fundada en 1943 bajo el sistema universitario jesuita, en esa época, era una universidad para “niños bien” como dice Guadalupe Loaeza. En México esos años eran definitorios para todo estudiante universitario, el periodista lo recuerda así:

En 1968 yo vivía en Oaxaca. El movimiento estudiantil lo viví mientras estaba en la Preparatoria. En Oaxaca fueron muy bravos. Hubieron muchas movilizaciones. Intervino el Ejército. Pero yo vengo de una familia en donde mis padres me metieron bien en la cabeza que yo tenía que estudiar y bueno, yo estudiaba. Iba a una  marcha y después de un ratito me salía. No encontraba mucha practicidad. Entonces no participé. El movimiento estudiantil del 68 lo vi pasar. Llegando a la ciudad de México, estando en la Ibero, vi pasar también el Halconazo del 71.

Se reconoce como un mal estudiante: “En 1972, decidí dejar la carrera de Administración de Empresas. Me gustaban mucho algunas materias como Derecho Constitucional, Economía y Administración. Contabilidad era mi coco. Me parece que la carrera me gustaba a medias y fui abandonando la atención de mis estudios en el segundo año. Reprobé la mitad de las materias. En ese año deje la carrera. No la iba a terminar y cada vez más y con mucha fuerza me jalaba el periodismo.
Y era fácil ser seducido por el periodismo sí el seductor era don Manuel Buendía, Ramírez narra: “Me concentraba más en la oficina de un amigo que era periodista y ahí me contrataron para hacer reportes de las noticias de los diarios o de boletines. Mi amigo periodista me enseñó a redactar notas. Lo hacia unas horas. Pero reafirme ahí lo que quise ser y soy: periodista”.
Don Manuel lo instaba a no dejar los estudios, pero la juventud siempre impone sus tiempos: “Hice el intento de inscribirme en la Septién pero el horario no me daba. Hice ahí un curso por correspondencia que hicieron Vicente Leñero y Carlos Marín. No era en ese entonces alguien con disciplina, también lo dejé”, relata con cierto dejo de nostalgia don Carlos. Su desayuno desapareció de la mesa.

El maestro y el pupilo
Su primer trabajo es en 1972, en El Heraldo de México, el periódico anticomunista de la familia Alarcón, cuyos accionistas eran Manuel Espinosa Yglesias, Carlos Trouyet y Raúl Bailleres[i]. De tintes conservadores, el director de El Heraldo siempre se mostró servil ante el presidente, en especial con Gustavo Díaz Ordaz, a quién puso al periódico a su disposición y con el cual tuvo un interesante carteo donde sin rubores comprometía la línea editorial a las órdenes del mandatario[ii]. El papel que jugó el diario, como muchos de su época, reflejaron el sincretismo que había entonces entre la prensa y el poder sexenal, sobretodo en el año de 1968[iii]. Desde su fundación, El Heraldo entró con fuerza a la capital y para hacerse pronto de reporteros, los sueldos que ofrecía eran altos.
El periodista recuerda: “Busqué trabajo en El Heraldo de México y para fortuna mía me dieron una plaza de redactor haciendo notas de relleno que sacaba de los boletines. Cómo ya lo había hecho antes, me fue muy fácil hacer mi trabajo y entonces tenía mucho tiempo libre que ocupaba en leer libros sobre periodismo y sobre narrativa”.
El joven Carlos aprendió el oficio de la mano de don Manuel Buendía pues tenía una relación personal periodística y familiar con el periodista:

Mi padre y don Manuel se conocieron en los cincuenta. Mi padre era líder de los camioneros en Oaxaca y Buendía era reportero de La Prensa en la fuente policiaca. Había un comandante de la Dirección Federal de Seguridad que era de Oaxaca y mi padre lo visitaba mucho, platicaban. Y ahí se conocieron mi padre y don Manuel. Se hicieron compadres. Cuando llego a México él era mi tutor. Él quería que yo siguiera estudiando pero yo decidí ser periodista, cuando vio que estaba decidido entonces empezó a darme consejos. Dos de ellos: Leer todos los días todos los periódicos. Es un acto de disciplina que te forma, te informa y te da tablas. El otro: Leer literatura con el objetivo de aprender a escribir bien y tener buena escritura en el periodismo. Entonces cuando estaba de redactor, en los ratos muertos yo leía de todo, en desorden, pero de todo. Me fijaba con manejaban el lenguaje los escritores. En El Heraldo de México estuve año y medio y tendría 23 años. Me leí todo el existencialismo: Camus, Sartre, Simone de Beauvoir que era mi adoración. La Historia Francesa. Leía narrativa mexicana: Carlos Fuentes, Poniatowska, en esos años descubrí la literatura de La Onda y me atrapó –mantengo aún un debate con René Avilés y con José Agustín de que para mí si existió una literatura de La Onda, y ellos, dicen que no-, así aprendí a escribir mejor.

Sin embargo, y a pesar que el 3 de octubre de 1968, El Heraldo en su editorial, no comento los acontecimientos de la Plaza de las Tres Culturas y sí recalcó la versión conspiratoria oficial del gobierno, en ese diario escribían grandes periodistas como Luis Suárez quién se manifestó en diversos tonos y momentos en franca discrepancia con las versiones del gobierno sobre los estudiantes. Cabe decir, también, que el departamento de fotografía de El Heraldo, fue uno de los que mejor registraron los sucesos de esa época. De alguna forma, el periódico tenía su encanto. El columnista rememora:
  
Yo no tenía ninguna capacidad. El Heraldo me abrió las puertas. Además de que sabía redactar notas de boletines. El Heraldo, después del 68 entró en una dinámica de ruptura interna. Los Alarcón, que eran los dueños, tenían pánico de que les crearán un sindicato. Entonces cada seis meses se corría un rumor de que se iba a formar un sindicato. ¡Orale! Van 20 reporteros para afuera. Entonces en una de esas veces, cuando ocupaban gente que mínimo no tuviera faltas de ortografía –no es que yo no las tuviera, las tenía de seguro-, y que supiera que era un párrafo, y el orden de las ideas en un enunciado pues era suficiente. Entró de redactor y en seis meses me tocaron dos éxodos. Salen un montón de reporteros y los que acabábamos de llegar nos hicieron reporteros de planta-suplentes. Luego vino otro éxodo y nos hicieron reporteros titulares de fuente. A los siete meses que entré a trabajar estaba yo cubriendo Presidencia. Híjoles, reconozco toda la arbitrariedad que hubo entonces.
              
El periodista frunce el seño y recuerda un poco de quienes formaban la redacción de El Heraldo: “Joaquín López Dóriga era de los gallones, él cubría la fuente Financiera y era el suplente de Jacobo en Televisa. Estaba también Leopoldo Mendivíl que cubría la fuente de Presidencia”. Pide un café más, igual, americano. Y concluye: “Salí de El Heraldo porque yo quería hacer periodismo político”.

Don Enrique Ramírez y Ramírez

El joven reportero, Carlos Ramírez, quería hacer periodismo político, así que empezó a tocar puertas, una de ellas fue la de Reforma 18, “En Excélsior se hacía periodismo de denuncia. De los periódicos que yo veía que hacían muy buen periodismo político era El Día, de Enrique Ramírez y Ramírez.”, explica don Carlos, su característico cabello, su mirada atrás de sus anteojos, se pierden de nuevo en el tiempo:

Durante los siete meses que espere entrar en El Día hice un intento de ingresar a Excélsior. Me recibió Julio Scherer y me dijo: “Usted no tiene experiencia y aquí necesitamos a gente muy experimentada, pero sígale, sígale que va bien. Si usted tiene la misma pasión, venga a verme en unos años y seguro aquí habrá un lugar para usted”.

El periódico El Día surgió de las cenizas de lo que fue el periódico El Popular, que en su origen fue de la inicial Confederación de Trabajadores Mexicanos y después del partido fundado por don Vicente Lombardo Toledano. Pero El Día fue un periódico muy importante en varios sentidos, uno de ellos fue el de expresar las ambigüedades y contradicciones de la izquierda mexicana[iv] en ese entonces. Desde su origen, el diario dependió de la publicidad oficial del poder público y de los sectores afiliados o adosados al PRI. El periodista Miguel Ángel Granados Chapa explica que El Día “durante sus primeros seis años, a falta de otras expresiones en la prensa cotidiana, suscitó la esperanza de sectores de la naciente clase media ilustrada que aprendía o enseñaba en las universidades de un diario que propugnara el progreso social y la libertad política, El Día mostraba una amplitud analítica y una riqueza informativa que de haberse trasladado al ámbito nacional hubiera contribuido a la evolución social y política como lo hicieron luego otros órganos de prensa”.
El Día nació en 1961 y su director fue don Enrique Ramírez y Ramírez, un viejo ex militante comunista y que al puro estilo de Lombardo Toledano hizo famosa la frase de “hay que hacer la revolución desde adentro”, y pronto se dejó cooptar “por el Sistema”, pues antes de fundar el diario, ya militaba en el PRI, y llego a ser diputado y hasta gobernador. Ramírez y Ramírez fue una gran amigo del presidente Adolfo López Mateos quién apoyó a El Día, pues gracias al subsidió oficial, este diario no se preocupó por la publicidad y restó importancia a las páginas de sociales. Su sección internacional fue de las mejores de la época. Su suplemento cultural  y su página diaria de cultura alcanzaron tintes brillantes, sobretodo cuando fue comandada por Arturo Cantú.
Fundadora del diario y directora de su suplemento cultural El Gallo ilustrado, María Luisa Mendoza nos da una estampa del director del diario: “Enrique Ramírez y Ramírez  fue un gran director. Me enseñó mucho, lo quise mucho a don Enrique, y nos hicimos muy buenos cuates. Iba yo a su casa, a las fiestas, a todo. Fundamos un gran periódico hecho por periodistas y ahí estaba Rodolfo Dorantes que fue otro de los grandes periodistas, Luis Sánchez Arriola, excelente periodista, Alberto Beltrán. Siendo directora del El Gallo, tuve la suerte de llevar a los escritores de La mafia como se llamaban entonces, y escribían en primera plana y mis amigos pintores hacían las portadas, y El Gallo fue uno de los grandes suplementos”[v].
Don Carlos Ramírez tiene su propia lectura: “En el 68 y los años que le siguieron El Día se abrió a los estudiantes, a la izquierda, a los sindicatos. Fui a hablar con don Enrique y me dijo que sí, que trabajaría en El Día, pero que el periódico era una cooperativa y que tendría que esperar unos meses a que me llamara. A los siete meses estaba trabajando ya en El Día”. Se sonríe, un poco, y abunda:

En El Día había muchos asilados, muchos intelectuales y me hice amigo de todos ellos. Me platicaban sus aventuras, me recomendaban lecturas. En 1976 murió José Revueltas. Me enviaron a hacer la nota. Y yo conocía toda la obra de Revueltas. Sobre todo las infidencias de él y el Partido Comunista. Entonces hago la nota y también, una crónica muy larga donde meto ciertas infidencias de Revueltas. Lo hice a propósito. El principal instigador de Revueltas fue Ramírez y Ramírez. Soltaba una infidencia y metía una anécdota y luego le echaba la culpa a Antonio Rodríguez. Entregué mis textos al hijo de don Enrique, que era el subdirector, Leonardo, que era muy mi amigo. Leyó el texto y me habló. Decidimos quitar la parte de su padre. Yo quería seguir escribiendo en El Día. Fuera de eso nunca se metieron en mis textos.

Siendo reportero de El Día, en 1975 sucedió la visita Santiago Carrillo, dirigente del Partido Comunista Español. El joven Carlos, lector voraz, era aficionado a la revista Cambio 16, así que le fue muy fácil entender la transición española. Le hizo una entrevista a Carrillo y se llevó las ocho. Fueron varias portadas que el joven Carlos ganó. Pero los ciclos se cierran y en El Día, el ciclo llegaba a su fin. El ahora importante columnista recuerda:

Estando en El Día llega el Golpe a Excélsior. Meses después, yo también cubría temas educativos y el jefe de prensa de la SEP del primer año de López Portillo era un ex reportero de El Día, Julio Tovar, que trabajaba con Muñoz Ledo. Fui a platicar con Julio Tovar y ahí coincidí con el reportero de la fuente educativa de Proceso que era Carlos Marín. Ahí nos hicimos cuates y él me jala a Proceso. Federico Gómez Pombo que cubría Finanzas y Empresas se fue de vacaciones, yo lo suplí y me quede después ya en esa fuente. Haciendo periodismo económico juntándolo a veces con el político.

Y el joven Carlos, trabaja ya en Proceso, dirigida por el legendario don Julio.

Don Julio Scherer García

El columnista habla con las manos, las junta, las lleva, las trae, junta las puntas de sus dedos y presiona, con el dedo índice golpea un poco la mesa, hay pasión en todo lo que dice. El tema: Scherer García. No es para menos. En el libro, Los presidentes, el decano del periodismo mexicano, don Julio, da testimonio sobre el buen trabajo que ejercía el joven reportero. “Basado en una investigación de funcionarios de Programación y Presupuesto, el 25 de agosto de 1981, publicó Proceso un reportaje de Carlos Ramírez que exhibía sin atenuantes el desorden y la corrupción que imperaban en Petróleos Mexicanos. El trabajo (de Ramírez) provocó un escándalo. Era la primera vez que desde un sector del gobierno se descalificaba a Jorge Díaz Serrano, amigo de todas las confianzas del Presidente de la República. López Portillo encaró el asunto en términos absolutos. No tenía caso de hablar de una tarea periodística, mucho menos de la libertad de expresión. Condenó por principio los excesos de Proceso…”[vi].
Sentado frente a la cámara, don Carlos abunda:  

Estuve siete años en Proceso. Al principio fue una etapa de una libertad amplia. Empezaba la revista y mis reportajes eran muy bien aceptados, dos de ellos fueron duros golpes a la revista: en el 81 uno provocó la primera pérdida de publicidad, un documento que yo conseguí de Programación y Presupuesto contra Pemex, es decir, De la Madrid contra Díaz Serrano. Se armó un escándalo. López Portillo se enojó y mandó a llamar a Scherer y se acabó la publicidad.

Su café debe estar frío, no importa, a él parece no importarle y lo sorbe como si el agua quemara. El periodista sigue hablando sobre su etapa en Proceso:

Me gustaba mucho mi trabajo. Me dedicaba exclusivamente a mi trabajo. Vivía en Proceso. Entonces empecé a subir el escalafón profesional en la revista. Primero fui Jefe de Información de Cisa, luego subdirector de Cisa y luego subdirector de Información de Proceso. Ahí empezaron las broncas y conflictos con Scherer: Porque él tomaba decisiones y yo le decía “No es por ahí”. Hubo un choque, por algún tema y es que Scherer siempre quería imponer su punto de vista y no era así. Yo como jefe de reporteros tenía que darles la cara y decirles a  los muchachos: “es que Julio ya no los cambió”. Pero pienso que también había que hacer lo que los reporteros decían. Me harté y renuncié. El ambiente era muy tenso. Fue decisión mía”.

Se le pide una estampa sobre don Julio. Que en unos cuantos trazos lo pinté. Don Carlos se toma un pequeño tiempo y habla:

Scherer era muy apasionado. Nunca tuve una confianza personal pero Scherer era muy amigable. Pero yo viví cosas con él que son comprobables de esa forma perversa de ser  de Scherer. Pero cuando empezaba el trato en el 77 no hubo diferencias incluso, Scherer fue testigo de mi boda. Scherer es de pasiones. O estás con él o en su contra. Es un gran reportero, un gran periodista. Le aprendí mucho. Tienes una nota y hay que perseguirla como perro de presa. Una caja de ideas es Scherer. Era el alma de las juntas en la redacción de Proceso. Obsesivo con las notas. (Y don Carlos trata de imitar la mirada y la vos de don Julio) “Carlos, ya consiguió el documento, envié un reportero, que le dijo Carlos, Carlos enséñeme los primeros párrafos…” Obsesivo, a veces no dejaba respirar. Su oficina siempre abierta.

En 1983, una nueva firma comienza a aparecer en la revista Siempre!, la del ya experimentado periodista Carlos Ramírez: “En el cambio de gobierno me abren un espacio José Pagés en su revista, me manda a llamar. Supe después que Manuel Buendía le había dicho que se fijara en mí”, confiesa el columnista.

Don Manuel Buendía

El periodista sigue hablando con pasión, esta vez el tema es Manuel Buendía. Don Carlos elige un recuerdo y lo cuenta:

Nos reuníamos a comer con Manuel Buendía, Oscar Hinojosa, Miguel Ángel Sánchez de Armas, Alejandro Ramos y yo. Buendía era muy tolerante con nosotros que éramos rebeldes, críticos, antisistemicos. Y don Manuel nos escuchaba y nos escuchaba. Duramos muchos años en este grupito. Yo veía a don Manuel todos los fines de semana. Llegaba a su casa los viernes y me quedaba a dormir en ella. Manuel era un tipazo, muy amigo, muy cariñoso, muy gracioso. Era muy estricto. Me decía: mantén tu nivel, tu ritmo y tu calidad. Me prestaba muchos libros, que no se los devolví.

En 1984 matan a Manuel Buendía. “Para mí fue brutal. Estaba en mi casa en Villacoapa. Suena mi teléfono y era Francisco Gómez Maza y me dice: le dispararon a Manuel. Me fui directo a la Federal. Ahí estaba Lolita, su esposa”, rememora el autor de Indicador Político. Con un dejo de nostalgia el autor de la leída columna cuenta de su relación con don Manuel:

Conmigo era muy cálido, me sentí huérfano profesionalmente. Había veces en las que yo escribía pensando en que él lo iba a leer. Nunca le mande mis cosas. Cuando había algo que le gustaba de lo que escribía me llamaba. No me planteé como objetivo hacer mía la investigación del asesinato. Era muy difícil hacerlo. De lo que yo conocí a Manuel y sobre la investigación tengo mis dudas, no me cuadran ciertos datos. Ciertos hechos. Y este ha sido mi discusión con los amigos de Manuel. Por ejemplo, dicen que Zorilla lo mató. Yo creo que Zorrilla no lo mató, lo que si hizo es que operó para el encubrimiento del asesino. Zorrilla lo sabe. Yo tuve acceso a él, platicamos, y ahí le dije que él sabía quien lo había asesinado y porque. Se quedo callado.

Pero el asesinato de Buendía es un tema que ha obsesionado a don Carlos, no falta en el tema en sus columnas. “Para mí el columnista más influyente en México ha sido Manuel Buendía” dice tajante. Personaje que a la par lo obsesiona periodísticamente es José Antonio Zorilla, el columnista explica:

Hice una investigación sobre la caída de Zorrilla, primero en la Dirección Federal de Seguridad y luego en la diputación, se llama La guerra de los impíos. Zorrilla rompe con la CIA y se va con el servicio secreto de la Alemania Democrática que era mucho mejor que la KGB. Yo supe de esto por un par de reportajes que aparecen en The New York Times. Yo empiezo a investigar por mi cuenta y busco a Zorrilla, donde lo cuestione, por ejemplo, en ¿qué dijo la CIA cuando supo que obtuvo otros entrenamientos? Se pusieron furiosos, contesta. ¿A dónde te fuiste? Al Spasic. Y así. Hice una muy buena investigación también sobre los periodistas que habían dado ese par de reportajes, supe que su fuente fue Gavin y salió el libro Operación Gavin.

El columnista retiene en su memoria al laureado periodista: “A don Manuel le aprendí esa parte de hacer periodismo en temas de seguridad nacional. Yo pensaba que haciendo estas investigaciones iba a dar –algún día- con el nombre de un jefe de la CIA. Pero un gran número de periodistas le aprendimos mucho a Manuel Buendía. Que era un detective”.

Toma y daka: Columnismo mexicano

El columnista Manuel Buendía, definía: “El periodista es un ser social activo. Puede decirse que en alguna medida ejerce un liderazgo social. Aún no proponiéndoselo, el periodista influye sobre las circunstancias, los hechos y las conductas políticas, sociales y económicas de su país. Chesterton definió al periodista como ‘el hombre que se quedo sin profesión’. Lo que en nuestro lenguaje podría traducirse como ‘aprendiz de todo y oficial de nada’. En fin, es acertado cuando se diga o imagine respecto a que la formación del periodista es interminable”[vii], y hacia una reflexión: “Pienso que los periodistas somos muy dados a la autocomplacencia y muy poco a la autocrítica; y desde luego, la sola posibilidad de que otros nos enjuicien nos parece una ofensa intolerable. Me parece que los tres males del periodismo mexicano son la impunidad, la solemnidad y la mediocridad”[viii].

-¿Qué se necesita para ser un buen columnista?
- Yo creo que para ser un buen columnista se necesita pasión, información, lectura, estilo de redacción y el uso del lenguaje con las exigencias de un escritor. Hay que tomar el columnismo como una fase de especialización pero sin abandonar la pasión del reportero. Aunque puede llegar a pensarse que escribir una columna periodística diaria puede ser tedioso, incluso fastidioso para mí la escritura de la columna diaria no es un fastidio sino un trabajo apasionante; trato de que cada columna diaria tenga un enfoque novedoso.

-¿Cuál es su metodología? ¿Cómo escoge el tema?
- La hora que acostumbro a escribir es al medio día, aunque a veces, cuando los asuntos políticos se retrasan escribo por la tarde. Lo hago en mi despacho, en mi casa. Tengo dos formas de escoger el tema de mi columna diaria: los temas de la coyuntura que ameritan atención pero sobre los cuales a lo largo de los días voy acumulando datos y los temas que quieren poner una nueva forma de interpretarlos. Un columnista reportea su tema como si fuera nota exclusiva. Escojo el tema, selecciono el enfoque, acumulo datos, hablo con políticos y fuentes y colegas. Antes de escribir, en un block de hojas amarillas rayadas hago el esquema.

-Según Carlos Ramírez, ¿qué elementos debe tener una columna periodística?
- Nada se compara con el acto de escribir una columna de análisis, de investigación, de interpretación o de información. En la escritura de una columna, no puede ser de solitarios el hecho de escribir sobre la realidad social; a veces, sobre la marcha, llamo por teléfono para precisar datos o para confirmar otros, y a veces para comentar con algún otro colega columnista el tema. Creo que la verdadera columna no es la del politólogo o el escritor sino la del reportero; el columnismo es una fase superior del reporterismo; la columna debe tener datos de la realidad, exclusivos y del momento. El columnismo de opinión sí inhibe al reportero; pero el reportero por sí mismo, en la fase de columnista, es un reportero en acción. Manuel Buendía, por ejemplo, era el prototipo del columnista: reportero y analista. Defino mi escritura en una columna como periodística, de reportero. Cuándo escribo tengo en cuenta tres cosas: los datos, las fases temáticas y el lenguaje.

-¿Qué es lo que apasiona del columnismo? ¿Cómo inició esta aventura?
- El acto de analizar la realidad política es lo que más me gusta de ser columnista. Añoro los tiempos pasados de la política cuando era menos tensa. Manuel Buendía me propuso escribir una columna; yo escogí, cuando era reportero, escribir una columna semanal en Proceso, luego una semanal en El Financiero y en 1990 una diaria. Cuando escribía una vez a la semana, también era reportero. Las semanales yo las propuse; la diaria me la pidieron don Rogelio Cárdenas, su hijo Rogelio Cárdenas y Alejandro Ramos en El Financiero. Indicador Político es el nombre de mi columna, es un juego de palabras sobre mi formación como periodista financiero; los indicadores son los indicios; mi columna semanal en El Financiero se llamaba “Indicadores” y sólo la hice en singular y le puse el apellido político a recomendación de Alejandro Ramos. Las letras en negritas –creo- lo tomé de Manuel Buendía.

- Por lo general, los columnistas no piden disculpas.
- Los columnistas no piden disculpas, pero deberían. No perdemos nada. Lo que pasa es que las cartas aclaratorias son agresivas. Cuando hay una carta aclaratoria, no la contesto directamente porque suele ser un abuso de poder; pido que la publiquen íntegra. Y luego, días o semanas después, confirmo datos y vuelvo sobre el tema. Las cartas aclaratorias para mí son el derecho de réplica de los afectados y no deben tener la interferencia de la contra réplica inmediata.

-¿Existen los columnistas influyentes?
- Para mí el columnista más influyente fue Manuel Buendía. Luego otros han llegado a fijar alguna parte de la agenda: Miguel Ángel Granados Chapa, Raymundo Riva Palacio, Ricardo Alemán, Jorge Fernández Menéndez, Julio Hernández, entre otros. El sistema político se diversificó al grado de que ya no hay alguien que sea el “más influyente”.

-¿Se encierra a la hora de escribir? ¿Cómo es su espacio, su escritorio, su biblioteca?
- No soy neurótico a la hora de escribir ni me aíslo. Atiendo desde asuntos domésticos hasta consultas filosóficas; no me molesta que me interrumpan. Tengo siempre prendida la televisión en noticieros y el internet en páginas de periódicos; a veces interrumpo un párrafo para echarle un ojo a las noticias del momento. El teléfono y el celular son indispensables; muchas veces me llaman para darme algún dato o un comentario; no me puedo desconectar del mundo. Escribo solo. No hay mascotas cerca de mí cuando escribo. En el despacho de mi casa hay un ventanal que da a un pequeño jardín; cumplo así con la recomendación de Cicerón: “si junto a tu biblioteca tienes un jardín, no te faltará nada”. En mi escritorio procuro tener un vaso de agua. Me gusta la música clásica y el jazz, sin preferencias, lo escucho como caiga.

Estudioso de la Prensa mexicana, el doctor Trejo Delarbre reflexiona: “Las columnas políticas son uno de los géneros más proclives a desbaratar cualquier colección de principios éticos en la prensa. Habiendo sido concebidas como un espacio para que el lector, merced al oficio inquisitivo de un periodista enterado y privilegiado, pudiera asomarse a los entretelones del poder, las columnas en ocasiones se desvirtuaron hasta alcanzar, en algunos casos una influencia que sólo corre paralela a la irresponsabilidad de algunos de sus autores. En otros casos, nuestra prensa tiene columnas que llegan a ser tomadas como oráculos. Como divertimento, pueden ser entretenidas. El problema con ese tipo de columnismo se encuentra, por un lado, en el tono pontificador que llegan a asumir sus autores, erigidos en patriarcas y profetas pero con frecuencia actuando en realidad como correveidiles de intereses e interesados que nunca hacen explícitos. Por otro lado, ese tipo de columnismo a menudo hace las afirmaciones más atrevidas, acusa, señala, intriga y asegura, muchas veces sin pruebas”[ix].  
            El periodista Manuel Buendía explicaba: “Si todo oficio tiene sus pequeños secretos, el de columnista no es la excepción. El más interesante de esos secretos se llama archivo. Para todo buen reportero es importante poseerlo, pero un columnista simplemente estaría perdido sin archivo. Creo que la diferencia de un columnista de éxito y otro que apenas sobrevive se encuentra en dos elementos de trabajo: las fuentes de información y el archivo. El columnista que se representa a sí mismo y no necesariamente expresa la política editorial de un periódico, ofrece a los lectores la alternativa de la artesanía personal, dentro de un panorama de informaciones que los usos de la sociedad industrial despersonalizan cada vez más. Lo cierto –y lo grave- es que el columnismo representa una polarización de poder. Es un poder dentro del cuarto poder. Hay aquí un fenómeno en el que vale la pena profundizar”[x]
El trabajo como columnista de Carlos Ramírez, uno de los columnistas más influyentes durante varias décadas, ha sido puesto bajo la lupa. Dos trabajos, que por su seriedad deben tomarse en cuenta para este trabajo, que versan sobre el periodismo ejercido por don Carlos Ramírez. El primero, de Julián Andrade Jardí, “La prensa, el poder y el señor Ramírez”, aparecido en la revista Etcétera, primera época, uno de sus planteamientos es que cierto tipo de columnismo político, alcanzó éxito por dos motivos: uno, se beneficia del atraso de una cultura política en la sociedad y el gusto de ésta por el morbo y las reflexiones a modo. Y dos, la lectura apresurada que propician –a través de la forma, las frases, los párrafos breves, resaltando en letras negritas vocablos tajantes o nombres propios- permite que los lectores recuerden cuando alguna de ellas acierta en sus pronósticos, de la misma manera que olvidan las muchas de las veces que no aciertan.
El segundo trabajo es del doctor Trejo Delarbre, quien en 1997 hace una dura crítica al columnista: “Uno de los periodistas que más abusan de la difamación y la mentira, es Carlos Ramírez, colaborador de El Financiero y cuya columna se reproduce en una considerable cantidad de diarios en todo el país. El fenómeno que esa columna significa, ameritaría un estudio más detenido. Aquí únicamente la mencionamos como parte de un síndrome más amplio, del cual forma parte. Su éxito, solo puede explicarse en vista del contexto de desconfianza y animosidades que ha campeado en el escenario público y en las apreciaciones que la sociedad tiene respecto  de quienes actúan en él. El mencionado columnista practica un estilo del cual no ha sido autor, ni el único recreador, pero del cual, en los años recientes ha sido uno de los exponentes más representativos. Se trata de un columnismo que pocas veces ofrece datos específicos y, menos aún, da a conocer las fuentes de sus afirmaciones. Lo que publica, esencialmente, son versiones acerca de presuntas motivaciones de lo que hacen y dejan de hacer los personajes en el poder político y sus periferias. Con frecuencia incurre en afirmaciones equivocadas, o falsas, pero casi nunca se toma la molestia de corregir”[xi].


Don Rogelio Cárdenas
 
El experimentado reportero Carlos Ramirez, escribía en la revista Siempre!, sin embargo buscaba más espacio en los grandes medios. Fue así que llega a El universal en 1984: “Entró al El Universal y entré en un mal momento. Estaba muy imbuido en lo que era el nuevo periodismo norteamericano, es decir el periodismo de historia trabajada y de reconstrucción de hechos. Yo venía de la fuente financiera y me tocó toda la negociación de México con el FMI. Entonces mis notas reconstruían muy bien la historia de ese momento. A veces la nota estaba hasta el final de mis textos pero había una narrativa que no tenía en ese momento el periodismo mexicano. El periodismo mexicano era la nota objetiva o la nota informativa. No más, nada más. Y entonces era cosa de ver quien fue a tal lado, con quién habló, que habló, que negoció, en que momento, etc. En ese momento El Universal tenía muchos problemas, creo que tenía 18 sindicatos. Se creó mucha inestabilidad en el periódico y yo no me sentía a gusto. No me daban el espacio que yo quería. Entregaba mi nota al particular de Ealy Ortiz y aparecía tres o cuatro días después. Pero no estaba a gusto”.
En 1984 nace El Financiero, un diario que se especializaba en temas económicos, en momentos cuando no existían secciones de ese tipo en la prensa (unomásuno, tenía una sección tímida), y tampoco se había convertido en un elemento central y cotidiano de la vida mexicana. Encabezado por don Rogelio Cárdenas padre, sus brazos derecho, Rogelio Cárdenas Sarmiento, Sergio Sarmiento y Alejandro Ramos. En poco tiempo, debido a su postura sistemáticamente crítica, El Financiero se colocó como una importante referencia. El periodista Raymundo Riva Palacio explica: “la creación de una sección cultural alternativa a cargo de Víctor Roura y, sobre todo, la inclusión de una sección política con un combativo columnista como su eje, Carlos Ramírez, empezaron a hacer de éste un periódico que pese a las limitantes de su propio nombre, comenzaba a ser tomado en cuenta por las élites gobernantes”[xii]
El columnista recuerda: “Apareció El Financiero. Yo conocía la historia de ese periódico por Alejandro Ramos. Incluso me llamaban a las juntas e iba yo como amigo y me pedían opinión. Y en una de esas Alejandro me dijo vente para acá”.
De aquellos años, el periodista retiene en su mente:

El Barón era un tipazo. Generoso caballero maestro de periodismo. Era de los que llamaban al reportero y le decía: mira mijito, tu nota esta mal escrita, va así y así. Rogelio Cárdenas Sarmiento, su hijo, no tenía mucho movimiento, no podía caminar mucho por el enfisema. Cuando llegó yo al periódico Alejandro estaba muy agobiado. Porque Rogelio Cárdenas decía: no, Alejandro no puede faltar. Cuando llego yo, Alejandro me dice: tú me sustituyes. Me echa a Rogelio y le caigo bien. Y nos hicimos muy amigos.

Durante el salinato nace la columna Indicador Político, el periodista narra sobre el origen de su columna y la redacción del diario:

En los noventa sale lo de mi columna que me la pidió Rogelio y Alejandro: queremos una columna dominical. Y así empecé a hacer mi columna y cuando tenía dudas iba con Rogelio y me decía: pues dale por acá Carlos, métele esta narrativa, este enfoque, dale esta estructura, él era muy literario, como su padre. Estaba también Sergio Sarmiento, primo de Rogelio y él se encargaba del área de Opinión. En ese entonces nadie quería colaborar en El Financiero. Era un periódico que estaba lleno de boletines de bancos y de la bolsa. Sergio que tiene un buen ritmo de trabajo inventó colaboradores. Se la pasaba escribiendo y diciendo: éste va a ser colaborador de tendencia de izquierda. Éste otro de derecha. Y así. Entonces estaban tan bien armados sus textos que adquirían personalidad sus colaboradores fantasma y los lectores hablaban para reclamarle a tal o cual. Víctor Roura hacia cosas increíbles, se colocó ahí por sí mismo. Estaba un excelente periodista, José Martínez, periodista, editor, muy pulcro, muy bien formado, muy trabajador.  

En los noventa se abrió un espacio de intercambio entre un periódico de Estados Unidos y El Financiero. Este espacio consistía en que un periodista estadounidense trabajará por tres meses desde México y el periódico lo iba a integrar a todas las actividades del diario y, un periodista mexicano se iría tres meses allá. Rogelio y Alejandro decidieron que fuera Carlos Ramírez, él recuerda: “Yo no sabía hablar inglés, así que me puse a estudiar tres horas diarias durante tres meses en Interlingua y aprendí el idioma. Me fui un mes al Journal Commerce en Nueva York y dos meses a Los Angeles Times a la página editorial. Rogelio y Alejandro llegaron a la conclusión de que para la sucesión del 93 se necesitaba una sección política. Una vez creada la sección era necesario tener una columna política seria. Se decidió por Miguel Ángel Granados Chapa. Alejandro habló con Granados Chapa que estaba en La Jornada. Total que no se concretó. Rogelio dijo: vas tú y fui yo. Rogelio te convencía con una frase: hazlo de cuates. Así nació Indicador Político”.
No fue una decisión fácil, sin embargo El Financiero se la jugó, el periodista narra:

Cuando El Financiero da su viraje al periodismo político a Carlos Salinas se le dispararon sus antenitas. Manda a un personero a verme: Manuel Camacho. Me dice: Oye, el Presidente esta muy inquieto por el viraje que piensan dar. Habla con Rogelio, le dije. Y se fue a hablar con Rogelio. Rogelio –le dice Camacho-, el Presidente quiere saber si tu periódico se hace político. No, contesta Rogelio, Alejandro que quiere hacer una sección política y no me consultó pero solo eso –a Rogelio le funcionaba muy bien echarnos la culpa- y viene a dirigir la sección Granados Chapa. Camacho le dice a Rogelio, bueno, envíale una señal al Presidente. ¿Una señal?, contesta don Rogelio, pues no sabía, tu que lo ves diario, díselo por favor Manuel. Y así fue.

En El Financiero escribían todos, “los mejores y hasta Monsiváis”, dice socarron don Carlos y pronto abunda: “pero al nacer Reforma, El Financiero se fue desplumando y me quede solo. Me hablaron de El Universal y me fui, claro, primero hablé con Rogelio”.

Columnista galardonado

En 1993 don Carlos ganó el Premio Manuel Buendía que era otorgado por 25 Universidades Públicas. Era el Premio más importante después de El Nacional de Periodismo. El columnista narra: “Supe que Julio Scherer intentó bloquear que se me premiara pues los ganadores de un año eran parte del jurado del siguiente año. Y bueno, al siguiente año coincidimos Scherer y yo en el jurado y fue otro conflicto. Julio proponía a Vicente Leñero y yo, a pesar de mi cariño y admiración por Leñero, pues no veía que en ese momento mereciera el Manuel Buendía, yo a su vez propuse a Raymundo Riva Palacio. Tuvimos muchos choques en ese momento a tal grado que le dije que mejor le pusiéramos el Premio Julio Scherer. Total, Raymundo ganó el premio ese año”.
En 1997 fundó la revista La Crisis. “No fue una idea mía sino de Fernando Mendizaval que estaba en Editorial Posada. Me invitó a dirigirla y al año la quiso cerrar y yo se la pedí. Ahí tuve a mucha gente valiosísima, José Martínez uno de ellos a quien conocía desde El Financiero, un periodista muy puntilloso. Al genial Samuel Schmith, el grandioso Javier Ibarrola y mucha gente más, hasta Liébano Sáenz. Me fue bien y luego la intente hacer diario pero no funcionó”.
La columna de Carlos Ramírez llegó a El Universal y ahí permaneció por varios años hasta que se mudó a lo que fue El Independiente, el periódico de Carlos Ahumada que dirigía Javier Solórzano y Raymundo Riva Palacio. Al principio y en medio del escándalo ambos directores renunciaron respectivamente. El timón del diario lo tomó Carlos Ramírez, pero el periódico estaba herido de muerte, el proyecto bajo la dirección de Javier Ibarrola y Carlos Ramírez duro sólo diez días. Durante tres lustros, todo fue vertiginoso y los tiempos de la política nacional se impusieron a algunos medios. El periodista Ramírez analiza:  

Las reglas entre la prensa y el poder se rompen con Salinas. Él al decir, yo tengo la publicidad del Estado, por lo tanto, yo tengo el poder y yo decido y hace aquella famosa lista de 10 medios a los que consintió. Tuvo dos jefes de prensa que fueron Otto Granados y José Carreño Carlón que los que estamos en la prensa sabemos quienes son. Y Salinas se equivocó. Zedillo puso su “sana distancia” en todo incluido los medios. Fox estaba con Martha Sahagún quien repartió mucho dinero para publicidad al principio y luego castigo. Y los medios se dieron cuenta, todos, primero con Zedillo y luego con Fox de que no necesitaban más al Estado. Calderón creo una burbuja en la que sólo entraban unos cuántos.

El periodista esta orgulloso de sus proyectos, de éstos, siente satisfacción por sus libros: “He hecho algunos libros: Alicia en el país de las maravillas son mis reportajes publicados en Proceso que me valí de Lewis Carrol para tejerlos. Escribí otro sobre la Expropiación de la banca (La nacionalización de la Banca rectifica el rumbo del país), otro más sobre la devaluación del peso que hice junto con otros dos economistas (la devaluación), hice otro con Alejandro sobre los hijos de Lorna y otro con Alejandro Ramos y José Martínez sobre Salinas (Salinas, candidato a la crisis). Uno más sobre Joseph Marie Córdoba (El asesor incómodo), otro más sobre la sucesión (Cuando quisimos no pudimos), uno más sobre la APPO (La comuna de Oaxaca) y el último sobre Barak Obama (Obama). Los temas, ahora lo sé, es porque me interesa saber sobre el poder y quiénes lo detentan, muy al estilo de la Teoría de las Elites.  
Ganador del premio Manuel Buendía en 1993, de El Nacional de Periodismo en 1995-2001 y 2003, del Premio José Pagés Llergo 2000 y 2002, del Premio Micrófono de Oro 2005 y 2008, y del premio Victory Award 2013. El periodista sentencia: “El periodismo es el contacto con la vida real. Mi función como periodista es decirle a la gente: ves a este personaje, es así en realidad”, reflexiona un instante y ataja: “El periodismo es subjetivo, el dilema es entre la veracidad y mi verdad”. Platica sobre sus proyectos: 

Actualmente trabajo en un libro sobre Octavio Paz. Otro sobre los intelectuales. Carlos Fuentes, Monsiváis, etc. Cabrera Infante, Heberto Padilla. Sobre la Francia de los 50, Camus, Sartre. Hago un ensayo político sobre el sistema político mexicano.

Comienza a trabajar a las seis de la mañana con un café. “A esa hora hago una primera revisión de periódicos y columnas vía Ipad. Desayuno en la calle y a veces en la casa. Leo casi todos los diarios –tengo suscripción- para mantenerme informado: La JornadaMilenio, ExcélsiorEl FinancieroEl UniversalEl EconomistaReformaLa CrónicaLa Razón, 24 Horas; y diario consulto por internet El PaísEl Mundo y Público, de España. Además reviso la primera plana de The New York TimesThe Washington Post y New York Post. Leo a todos mis colegas columnistas; diría que leo alrededor de 20 columnas diarias y los leo con mucha atención porque tienen buenos datos y porque siempre ando revisando estilos para que mi trabajo no quede en la modorra de la comodidad. Siempre hay cosas que aprenderle a los colegas”.
El columnista se ha terminado su tercer café, la charla esta por concluir. Explica que se mantiene informado a través de programas noticiosos de radio, por ejemplo, Oscar Mario Beteta, Carlos Ramos Padilla, Joaquín López Dóriga, Jacobo Zabludovsky, Pepe Cárdenas y algún otro; que dedica tres horas diarias a encuentros con colegas, políticos y fuentes de información. “También hubo un tiempo en que desayunaba, comía y cenaba en los ‘comideros políticos’”.
Respira largo y profundo y concluye: “Quiero terminar los próximos 20 años de mi vida haciendo ensayos”.








  
         



[i] Prensa Vendida. Rafael Rodríguez Castañeda. Grijalbo.
[ii] La otra guerra secreta. Jacinto Rodríguez Munguía. Editorial Debate.
[iii] López Dóriga, el “reportero” y el poder. Revista Replicante. Entrevista con Joaquín López Dóriga.
[iv] “El Día” agónico vocero del pueblo mexicano. Revista Proceso. Miguel Ángel  Granados Chapa
[v] La China Mendoza y su amor por la vida. Revista Nexos 17 de marzo de 2015. Entrevista.
[vi] Los Presidentes. Julio Scherer García. Grijalbo.
[vii] Sólo es digno de llamarse libre quien cumple honestamente con sus responsabilidades: Buendía. Revista Mexicana de Comunicación Número 29. 
[viii] Idem
[ix] Periodismo: la ética elástica. Raúl Trejo Delarbre. Revista Nexos Número 211
[x] Sólo es digno de llamarse libre quien cumple honestamente con sus responsabilidades: Buendía. Revista Mexicana de Comunicación Número 29.
[xi] Volver a los medios. De la crítica a la ética. Raúl Trejo Delarbre. Editorial Cal y Arena.
[xii] La prensa en los jardines. Raymundo Riva Palacio. Editorial Plaza y Janés.