viernes, 13 de marzo de 2015

Interpretes. Tania Libertad

Distintas maneras de ver a Tania Libertad
Por Abraham Gorostieta


Tania Libertad es la intérprete –no cantante, pronto aclara ella- más sobresaliente de Latinoamérica. Su voz ha viajado desde el Perú, su tierra natal y ha conquistado la India, China, Japón. Hace tres años fue nombrada embajadora de la cultura de Perú. Festejo los 50 años de su carrera en un concierto en las legendarias tierras del Machú Pichú. Amiga y compañera de cantantes, compositores, pintores, poetas y escritores. De políticos y empresarios como Carlos Slim. Tania Libertad es un ser muy singular. Nos recibe en la intimidad de su estudio, prepara un nuevo disco acompañada de las intérpretes Eugenia León y Guadalupe Pineda que muy pronto estará a la venta. Al fondo una colección de instrumentos de viento, una batería, varias guitarras, sobre la pared una pintura del famoso pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, Tania Libertad se sienta sobre su sillón y comienza a platicar.

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Su padre, don Carlos, era un bohemio que gustaba de tocar la guitarra y dárselas de compositor, explica Tania con una ligera sonrisa mirando a su pasado y agrega: “Tocaba muy bien la guitarra y se la pasaba dando serenata a otras mujeres que no eran mi madre” y, ríe, con aire de nostalgia. Frunce el seño, se acomoda varias veces en su asiento y continúa platicando con esa voz ronca que la caracteriza: “Tuve una relación muy extraña con mi padre, gracias a él tengo la ideología y los ideales que tengo pero mi padre fue muy duro con migo y mis 15 hermanos, fue muy necio, muy autoritario”.
Anarquista peruano, a su padre le gustaba escribir sobre las revoluciones de izquierda que ocurrían en esos tiempos, lector del ruso Mijaíl Aleksandrovich Bakunin, padre del anarquismo, don Carlos escribía en todo periódico obrero bajo el seudónimo de Solrac, cosa que lo metió en diferentes problemas. A Tania le brillan los ojos cuando recuerda esto y nos cuenta: “Tuvimos una serie de problemas por los escritos de mi padre, y entonces a él lo castigaba mucho su sindicato y lo mandaban lejos, lejos a radicar, a ver si así dejaba de meterse en problemas, pero nunca dejó de hacerlo”.

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Nace en la tierra de Zaña, Perú, en la provincia de Chiclayo de la región Lambayeque fundada en 1563. Nace ahí debido a uno de los “correctivos” que su padre recibe. A Tania le vuelven a brillar los ojos cuando habla de sus raíces: “México y Perú son las dos grandes culturas de nuestro pasado. Los dos pilares de nuestra América: Los Incas y los Mexicas. Sumamente creativos, nos dieron cultura, texturas, identidad, música, fuerza, y cuando llega el mestizaje, la fusión de culturas es tan grande que lo tenemos todo, y lo que teníamos, se refuerza a grados inimaginables”.
Y continúa: “Tenemos los grandes tesoros artesanales, la comida, pero la música es una fusión maravillosa, tengo una intuición –se acerca al que esto escribe para confesarle un secreto- en el Perú la música es más sincopada que en los otros ritmos negros en otros lados que son mas pegados a la tierra, son más cuadrados, sin embargo la música peruana no ha llegado a ser tan popular como el vallenato, o la bachata o la cumbia”, explica en secreto y continua su platica.

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Su padre nació en la selva peruana, su abuelo en Manaos, Brasil, su madre en Jayanca. Su padre siendo un adulto se roba a su madre que tenía 15 años. Zaña es el único poblado negro que hay en la costa del Perú. Tanía dice que es una ferviente creyente del destino. “Yo soy costa, es decir, nací en tierras negras y españolas”, explica la cantante. Se le pregunta sobre Dios y rápido contesta: “Creo en una especie de Dios, la música es un Dios, el amor es un Dios, el sentimiento que me inspira es una forma de Dios” y se sonríe y juega un poco con sus manos.
Sus dedos están inquietos, se le pregunta sobre una de sus pasiones: la comida. Le gusta preparar ceviche de Guitarra, papa a la guancaina, el arroz con pato, ají de gallina, lomo salteado. “Preparo toda esa comida muy a mi estilo, porque yo aprendí a cocinar estando una vez en México, no en el Perú, pero toda esa comida y más, la preparo a mi forma para recibir a mis amigos, como lo hacía con Mercedes Sosa o Gabriel García Márquez, o con Saramago, o con mi adorado Manzanero”.
Pronto explica: “La guitarra es un pescado que no existe acá, ni siquiera en Lima, pero es un pescado que lo secan con sal y lo hacen en tiritas, entonces lo remojas para quitarle el exceso de sal, picas cebolla morada muy finita, jitomate, y un poco de ajo, cilantro si gustas, lo revuelves todo, le agregas jugo de limón y condimentas. Tienes preparadas unas tostadas bien fritas y secas y les untas mayonesa y una rodaja de aguacate y listo, tienes ceviche de Guitarra”.

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Conoció a José Saramago en 1997, mientras daba un concierto en homenaje a Rafael Alberti en Madrid que le había pedido la Unesco. Saramago la escuchaba en primera fila y Tania cantaba el poema La Paloma que también canta Joan Manuel Serrat. Saramago aún no era premio Nobel, tres meses después Tanía musicaliza los poemas de Mario Benedetti  (la vida, ese paréntesis) con el apoyo de Editorial Alfaguara. Pero ahí surgió la amistad y cada vez que Tania viajaba a España tenía que llevar muchos discos suyos y Saramago le confesaba: “No sé por qué, pero todo mundo me roba tus discos”.
Cuando Tania termina el disco sobre Benedetti, le pide al propio Mario un prólogo a lo que contesta el poeta: “No puedo Tania, me da mucha vergüenza tener que autoelogiarme”, Tania rememora esa experiencia: “y yo medio en broma y medio en serio le digo a Alfaguara que se lo pidamos a Saramago y se lo pedimos y dijo que sí, pero a la semana lo nombran premio Nobel y yo pensé que ya no me lo haría, pero él escribió el prólogo en el trayecto de Lanzarote a Lisboa, en pleno vuelo y se lo agradezco mucho por todas las cosas hermosas que él escribe sobre mi trabajo”.

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Creyente del destino, Tania no vacila en contar que él fue quien la ha llevado a ser amiga de tantos y tan reconocidos escritores: Mario Vargas Llosa, José Saramago, Gabriel García Márquez, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, Elena Poniatowska, Milan Kundera, entre otros, pero Tania tiene bien presente en su memoria a Juan Gonzalo Rose, ese gran poeta peruano, que ganó tres veces el premio nacional de poesía, que fue deportado de su tierra y quien fue quien la llevo de la mano por el camino de las letras latinoamericanas. Así conoció a Chabuca Granda. 
Tanía recuerda sobre Chabuca: Tengo tanto que decir sobre ella, era una mujer sumamente sabía. Uno de joven es muy aventado y todos los cantantes jóvenes le reclamamos una vez el por qué se había ido a cantar a Chile si estaba Pinochet y ella me dijo algo, que hasta ahora conservó como una gran frase: “Mira Tania, yo mis amistades las hago por afecto, no por ideología”, y me decía otra cada vez que yo le reclamaba algo o la jalaba para algún movimiento: “Estas pecando de joven”, fue una gran maestra.
Tanía se pone un poco melancólica y recuerda: “A Mercedes Sosa yo le aprendí mucho. Cuando se muere La negra Sosa yo inicié mi participación en las redes sociales. Para mi fue la muerte de una era y el comienzo de otra, me dolió en el alma la muerte de mi Negra. Para mi en la música latinoamericana no habrá nadie como Mercedes Sosa por su trayectoria, su fuerza, el color de su voz, su compromiso, una mujer que supo disfrutar de la vida, hicimos una linda amistad, en su casa de Buenos Aires, a México, en esta casa venía mucho a comer la comida peruana que yo le hacía. Yo quería que Mercedes grabará un disco de Huapangos con mariachi, una vez que vino a mi casa yo quise que grabara unas canciones y rápidamente me di a la tarea de conseguir un mariachi, solo pude conseguir 4 músicos del mariachi Gama Mil, y mi Mercedes estaba fascinada y no canto huapangos, sino cantó como 20 veces la canción Mucho corazón de José Alfredo Jiménez”.

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“Conocí a Serrat en el Perú, en 1975, y a Benedetti, en 1968 a Manzanero, yo le abría sus conciertos”. A los 9 años graba su primer disco. A los 11 canta en Guayaquil con Marco Antonio Muñiz y Carmen Salinas, pero Manzanero fue especial. “Creo mucho en el destino” repite otra vez, “una vez me leyeron los caracoles en Río de Janeiro, Brasil, y me dijeron que mi nombre estaría vinculado con muchas personas que su apellido o su nombre estuviera vinculado con la letra M, y sí, y sabes, tengo mucha afinidad con el numero 13, las letras de mi nombre suman trece y así con muchas cosas y el 13 es un numero que me ha seguido en mi vida”.
Se le pregunta a Tanía por otro icono musical latinoamericano: Víctor Jara, en seguida responde con ese brillo en los ojos y en su mirada perdida en el tiempo. “Yo canté con el en el campo de Marte en Lima, el último concierto que dio, estoy conversando con él en el camerino y yo estaba muy sacada de onda porque no era muy aceptada por la izquierda peruana pero la derecha peruana ya me aborrecía, así somos los peruanos, no sabemos tener un centro, muy radicales y pasionales somos, no hay medias tintas. Y yo le platicaba a Víctor Jara esto. Estaba muy joven yo. Aún no profundizaba en lecturas de izquierda y marxistas, pero Víctor todo amor me daba grandes consejos y me abrazaba”.

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Los cantantes nos retiramos cuando ya no podemos en todos los sentidos, cuando la voz no da, el movimiento no da, las condiciones físicas no dan, explica Tania al que esto escribe, y aclara: “Hay una diferencia entre cantante e interprete, yo soy interprete, cantante hay muchos y te puedes poner a estudiar y si tienes una voz bonita y estudias puedes llegar a ser cantante, pero ser interprete es muy difícil: saber transmitir los sentimientos, las emociones, entenderlos y asimilarlos, que te calen y luego tu poderlos interpretar, del alma mía a el alma de los demás, el día que yo ya no pueda hacer eso será el día que me retire. Y sabes, aprendí mucho de los caminos que hay que recorrer para llegar a ser una interprete honesta, para llegar a escoger un buen repertorio, para no engañar a la gente y todo esto lo puedo transmitir a las siguientes generaciones. Como una asesora, una productora. Puede que de cantante me retire pero como interprete puede ser que llegue a ser como Chabela Vargas, que solo como ella y nadie más decía las cosas como solo ella podía decirlas. Y Chabuca igual, ella me decía ‘Yo soy un san Bernardo que canta’ pero cuando tu la escuchabas cantar y lloras, porque te llega al alma, igual que Manzanero, lo escucho y lo siento en el alma”.

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Dice el periodista Ricardo Rocha que “Tania canta con el alma y con el corazón” y la peruana se ríe y añora esas palabras y explica: “Ricardo fue y es mi gran amigo desde que llegué a México, su hermana Alicia fue de las primeras que me dieron trabajo, y como a veces yo no tenía dinero para ir en las navidades a mi Perú y estar con los míos pues me la pasaba con la familia de Ricardo que también son muy míos”.
No es adicta a la moda, y se explica: “Veme, estoy de mezclilla, con una camisa blanca que no falta en mi closet, igual las mascaditas, y veo que las modas van y vienen y bueno, ahora ando yo como siempre pero creo que ahora esto se llama hippie-chic-bohemio, pero cuando yo la usaba era simplemente ropa. Soy una gente que no me veras en una alfombra roja, nunca, fíjate lo que te digo, no me gusta que me vean más allá de lo que yo quiero que me vean, ni que me vean por la marca de mi bolso, de mis zapatos, por el diseñador de mi vestido quien sea dicho, me los diseño yo. Hay gente que dice que me visto horrible pero en el momento que abro la boca, es ahí donde quiero que me vean, no en lo que uso”.





          

Crítica de Arte. Avelina Lésper

Avelina Lésper, Crítica de arte.
Todos podemos hacer nuestro el arte

Abraham Gorostieta

Avelina Lésper es una mujer que cabe en una sola palabra: ojos. A través de ellos se expresa, se comunica, se explica, transmite. A partir de ellos mira, entiende, analiza, crítica. No se anda con rodeos. Es una mujer directa, la franqueza y claridad son sus mejores argumentos. No pretende hacer una cruzada por definir lo que es arte pero eso sí, con toda su voz denuncia que el arte contemporáneo esta lleno de mediocridad, de farsas y que es un enorme fraude financiero. Es, sin querer serlo, una especie de Jean Baudrillard, el gran filósofo y sociólogo francés, que nos decía que la realidad que vivimos, la híperrealidad es un chistorete. Avelina Lésper piensa sobre sí misma: “Yo estoy siendo lo que tengo que ser y que hacer, nada más. Yo no le pongo nombre a lo que hago, yo veo algo, digo lo que veo y lo escribo. Yo sólo soy un espectador privilegiado en el sentido de que me otorgué el derecho de ver, ser y saber. Nada más”.
De muy niña ha sido viajante. Ha conocido el mundo, pero sobretodo ha conocido las grandes obras de arte: “Mi familia y yo viajábamos mucho. Desde muy niña estuve en el mundo de los museos debido a determinadas circunstancias familiares. Esto me da la oportunidad de que antes de cumplir 18 años, yo ya conocía los grandes museos del mundo y había estado en contacto con las grandes obras de arte, las mejores”. A esa edad, Avelina ya conocía el Louvre y el Orsay de París; el Museo Reina Sofía, en Madrid; el Museo Británico y la National Gallery, en Londres; el Guggenheim, en Bilbao; el Rijksmuseum, en Amsterdam; los museos Vaticanos; la Galería de los Ufizzi, en Florencia; el Hermitage, en San Petersburgo y el Museo del Prado, donde a los 11 años, la niña Avelina quería robarse El Jardín de la Alegría de El Bosco: “me atrapó desde el principio, tan fuerte y violento, tan hermoso”.
Sus ojos no dejan de moverse, se encienden a ratos y explica: “Yo ya tenía un filtro que adquirí en esos años, un criterio ya formado y sabía que me producía placer, que me producía conocimiento. Tú cuando estás frente a una obra, intercambias impresiones, le das tu tiempo y ella te lo da a ti, la dejas que entre a tu persona. Entonces cuando pasa esto, tú ya sabes con que tipo de obras quieres pasar el resto de tu día en un museo o en la vida”. No tenía que pensarlo mucho, pronto la adolescente se matriculó en la universidad y decidió así su destino: Conocer, entender y apreciar el arte. La crítica recuerda: “cuando empecé a estudiar arte y los maestros me empiezan a decir: ‘bueno, esto es arte porque así lo dice la teoría, así lo dice la historia del arte’ y yo pensaba ‘pero no me producen ningún sentimiento, nada’. Pero sin duda eran piezas únicas”.
Toda su formación ha sido con base en la historia del arte. No es pintora, no esculpe, no diseña. “La crítica ha estado separada de la factura desde siempre”, aclara. “Actualmente, la crítica es una mafia, un intercambio de favores” y sus ojos se encienden, y hablan con pasión: “Me han dicho dogmatica, contestataria, de cerrazón que me acusen de más cosas, de todo lo que quieran, que no se limiten porque eso quiere decir que están incómodos, sí están cómodos con mi crítica, entonces para que la hago”. No da tregua: “Estar fuera del establishment del arte y la critica del arte me hace ser absolutamente libre y feliz. Que los del Fonca se repartan sus becas y sus premios”. Y sentencia: “La mafia del arte mexicano es bien sumisa porque solo hay un jefe y los demás literalmente son esclavos”.

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Avelina Lésper es una mujer dura, tiene que serlo. No se puede permitir titubear. Pero sus ojos la delatan, a través de su mirada, uno descubre la gran sensibilidad de la crítica. Sus grandes ojos marrón se abren y se descubren: “La idea que defiendo es que todo mundo puede hacer suyo el arte, lo hacemos constantemente, cuando tu escuchas por primera vez a Mozart o a Bach, y lo haces tuyo, pues sabes que eso no tiene dueño, es de todos. El arte no se queda en el artista ni es del artista, se va más allá de él”.

-¿Cómo poder acercarse al arte sino se tienen la herramientas necesarias?
-Con sensibilidad, que es una característica humana y es un proceso cognitivo. Todo mundo es sensible a la belleza que dicho sea de paso, es una invención. Hay dos tipos de belleza: una, que es natural y que la ves en el cielo, en las flores, en las montañas, en la noche, en la naturaleza y dos, la belleza artificial que es la que inventamos los seres humanos a través de la inteligencia, que es lo que tratamos de recrear, lo que nos conmueve, lo que nos emociona y a parir de esto tratamos de que eso comunique, entonces tratamos de hacerlo a través de la belleza y eso no significa que algo sea bonito. La belleza va mucho más allá de ser bonito, la belleza puede ser terrible pero es un proceso cognitivo, es decir, cuando asimilas y reproduces. Esa es la invención de la belleza. Eso es el arte.

Para Lésper esta claro todo: “Todos los seres humanos somos sensibles a la música, a lo que vemos, a la poesía y a las letras y pasa algo muy curioso, siempre quieres tener más. Más conocimiento. Mientras más estudias quieres saber más para ti. Eso es lo único que sucede. Pero es una gran mentira decir que si a una gente no le gusta una obra es porque no le entiende. Entonces es falso que el arte contemporáneo la gente no lo entienda, todo mundo tiene la capacidad de tener sensibilidad por la belleza. En todo caso, se sentirán más comprendidos o más contenidos, el arte nos contiene, con una obra u otra, eso es derecho de la psique de cada quién. Alguien te puede decir, ‘yo me siento totalmente contenido en una naturaleza muerta de Cezane’ y otro podrá decir que con ‘un abstracto’, pero esas dos personas buscaron una obra para hablar de sí mismos, es decir, que los contenga, que los retrate, eso es lo que nos proporciona el arte”.

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Estamos en el museo de la Fundación Sebastián, el famoso escultor mexicano. Avelina esta en su salsa, cómoda, a gusto. Ella se ha ganado su lugar. Ha sorteado una serie de batallas a lo largo de su trayectoria profesional, es curadora y crítica. Tiene una serie de entrevistas a artistas plásticos que se pueden ver en el canal de Milenio Televisión. También hay que decir que la prensa ha construido un mito en torno a Lésper: No es una Juana de Arco en contra del arte contemporáneo.
Nuevamente clava su mirada para explicar su quehacer: “La crítica no es cuestión de gusto y el arte si es cuestión de gustos. El arte se estudia, se analiza, se cuestiona y genera pensamiento y conocimiento. Lo que yo he visto es que hay muchas expresiones de arte contemporáneo que simplemente no alcanzan el tratamiento de arte porque tienen muchas deficiencias de concepto, de factura, de contacto con el público”.
            “El mercado del arte maneja muchísimo más dinero que toda la publicidad junta”, sentencia nuevamente. Artistas como Gabriel Orozco, Damien Hirst, Takashi Murakami, Jeff Koons no le agradan, dice que sus obras carecen de valor, que están tan preocupados por ser irreverentes, por ser bonitos, por ser complacientes, y ante el análisis serio, los artistas se defienden diciendo: “somos irónicos”. Lésper explica que esta mala factura del arte contemporáneo te limita como espectador: 

Es que no tienes esa posibilidad de ver otra realidad y eso produce mucho desencanto, porque ese es el trabajo del arte, darte algo que no esta en la calle porque el arte no se parece a nada de lo que hay. Eso es lo uno busca, en cambio con el arte contemporáneo, los artistas y su trabajo, el que sea, todos son iguales. En la circunstancia que sea, todos son iguales. Cuando tu lees una novela, no estas buscando leer tu vida, estas buscando leer otra realidad y entonces sí, encontrarte a ti pero en otro. Cuando vas a un museo y ves algo de Gabriel Orozco o quien sea y ves una fotografía, una sandía o un… estas viendo lo mismo que ves en el supermercado, en los mercados o en los tiraderos y entonces no tienes la posibilidad de ver otra realidad que te transmita que te comunique algo, el artista te la esta negando”.

-El arte mexicano no tiene los alcances para internacionalizarse, a pesar de su rica historia, esto es todo fenómeno, ¿cómo podemos explicarlo?
-Paradójicamente los únicos que han vendido bien han sido pintores. Frida Kalhó y Diego Rivera son los Top Ten, Tamayo, Toledo, los pintores oaxaqueños son los que venden bien fuera de México. Y el arte contemporáneo mexicano no vende bien por una sola razón, imitan mucho al arte anglosajón. Entonces, de comprar arte original y tener una copia, pues mejor le inviertes al original. También el arte mexicano tiene un problema muy suyo, es muy folclórico, todo mundo le tira al kitsch, al luchador, a la mascara, a la piñata y eso hace que el arte mexicano se vuelva muy regionalista. Comprar arte mexicano es ya un asunto antropológico, no un asunto cosmopolita, es decir, universal.

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El arte tiene que ser universal, dice Avelina con sus expresivos ojos. “Tienes que sentir que hay algo de ti en una obra que miras. Es lo que pasa con los grabados y las tintas japonesas, tu ves un Katsushika Hokusai  y dices ‘así es el mar, como lo hace él’ y es Japón, pero si tu ves una piñata eso es only in México, y entonces no te da esa oportunidad como ser humano de prolongarte fuera de ti. Te encierras en el microcosmos de tu paisito folclórico, de tu calle, de tu pedacito de tierra”.
-Hábleme de Marcel Duchamp, ¿con los ready made comenzó todo?
-Con Duchamp comenzó con una de las expresiones e hizo varias obras importantes, lo que hacía él no era propiamente una tendencia, porque el dadaísmo sembró mucho de lo que hay ahora en el arte contemporáneo. Duchamp partió el urinario pero lo que él aportó y fue fundamental, fue el haber firmado el urinario con un seudónimo y además, haber dicho que la sola acción de que él como artista designara un objeto como arte, lo hacía arte. Eso fue fundamental para desarrollar una corriente en la que no era necesario que alcanzarás ningún nivel de calidad, ni de investigación, ni de cultura para que la obra alcanzara nivel de arte, bastaba con el sólo deseo del artista. Una designación del artista. Eso sí fue fundamental y se retoma en los años de finales de las décadas de los cincuenta y principios de los sesenta. De ahí han surgido toda una serie de creaciones de objetos que carecen de cualquier implicación artística pero son arte por designación.
José Luis Martínez, director de Laberinto, la invita a escribir una columna semanal. La gente lee sus criticas porque necesita escuchar una voz diferente acerca de lo que se esta haciendo en el arte: “siento que sí tengo una comunicación y una retroalimentación con mis lectores, lo que más me gusta es que a las personas si les interesa la crítica, si les interesa leer sobre el arte, que no es para entendidos como decían”. Sus ojos escudriñan y se expresan: “No es mi objetivo sentir satisfacción en mi trabajo, si fuera así, vendería coches. Es hacer un trabajo, mi objetivo es construir”.
Entera, se levanta y sentencia: “Lo que me indigna es la cobardía. Lo que me conmueve es el riesgo”, ella es Avelina Lésper.



Escritores. Paco Ignacio Taibo II

Paco Ignacio Taibo II, 64 años viviendo con furia.
Abraham Gorostieta

Enciende un cigarrillo, aspira profundo, le da el golpe, suelta el humo y al fin habla: ¿Hay una multa por mentarle su madre al Presidente? Pregunta el escritor Paco Ignacio Taibo II a un concurrido auditorio compuesto, en su mayoría, por jóvenes, mientras presenta su último trabajo como historiador: Yaquis, Historia de una guerra popular y de un genocidio en México. ¿Sí/No?, vuelve a preguntar el escritor y lanza la siguiente interrogante: Oigan, ¿y la multa es cara? “Te ayudamos a pagarla Paco” se escucha una voz al fondo del auditorio. Paco está contento, se ríe y agrega: “Ah bueno, entonces: ¡Que vaya y chingue a su madre Enrique Peña Nieto!” grita el escritor y arranca sentidos y sonoros aplausos por parte de la concurrencia. Vivas y bravos grita la gente en el improvisado auditorio de la Feria del Libro en el Zócalo capitalino.
“Este cabrón si tiene huevos”, comenta Antonia López, una mujer de 62 años que al salir al zócalo y ver al escritor se tomó un tiempo para escuchar la plática en dónde los nombres de Santa Anna y Porfirio Díaz causaban sinceros chiflidos que mentaban madres.

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Paco, un hombre que confiesa a Instantáneas Mexicanas  que ama la vida, que al terminar de escribir un libro sólo descansa 24 horas y comienza a trabajar en otro. Que odia las entrevistas largas pues “uno no puede ser ingenioso por más de veinte minutos seguidos” explica. Que fuma como desesperado sus cigarros cubanos y que toma demasiadas Coca Colas. Que se enfurece al hablar sobre los apátridas de la historia nacional. Ese hombre es Paco Ignacio Taibo II, un hombre que vive la vida con un gozo enfurecido.
En la reciente Feria del Libro Internacional que se celebra anualmente en Guadalajara los libros del historiador fueron los que más se vendieron según dio a conocer su casa editora Planeta. Taibo es y será un novelista, un historiador, un biógrafo, un periodista, un cronista, pero, sobretodo, un militante de la izquierda política mexicana “porque así debe de ser, es lo honesto” indica el también organizador y director –por veinticinco años seguidos- del Festival Internacional de Novela Negra que se celebra en Gijón, España.  
Franco, sencillo y de trato amable Paco Ignacio explica que no tiene ningún ritual a la hora de escribir, solo necesita sus cajetillas de cigarros cubanos y sus coca colas. “Escribo todos los días a la hora que puedo, quiero o debo, no tengo horarios ni obligaciones de hacerlo pero todos los días escribo un poco o un mucho, a veces catorce horas seguidas a veces 10 minutos”, cuenta a Instantáneas Mexicanas el biógrafo de El Che Guevara, quien opina también sobre la otra biografía mexicana sobre el mismo personaje que escribió el intelectual Jorge Castañeda, La vida en Rojo, “No me gustó, no me parece mala, pero no puedes hacer una biografía cuando ya de entrada, sabes lo que vas a biografiar, si ya tienes una idea preconcebida”.
Sobre El Che, Paco Ignacio cuenta que al hacer la investigación para biografiarlo, al acercarse a las fotografías que existen sobre Ernesto Guevara percibió algo: El Che siempre aparecía en todas las fotos con su uniforme de guerrillero, con sus botas calzadas pero con los últimos ojales de las botas sin abrochar, las agujetas sueltas. “Esto me intrigo mucho y me di a la tarea de investigar este hecho. A lo largo de mi investigación pude tratar con personas que lo conocieron y lo trataron y poco a poco fui descubriendo el misterio de sus botas sin abrochar: Ernesto estaba siempre ocupado, no tenía tiempo para desperdiciarlo y abrocharse las botas era desperdiciar el tiempo. Al igual que Castro, que no perdía tiempo en rasurase”. Enciende su segundo cigarro

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Paco es un autor prolífico, inicia su historia como novelista con la primera de las nueve novelas que ha escrito en donde el personaje principal es el detective Héctor Belascoarán Shayne: Días de combate, de ahí le siguieron Cosa fácil, Algunas Nubes, No habrá final feliz, Regreso a la misma ciudad y bajo la lluvia, Amorosos fantasmas, Sueños de frontera, Desvanecidos difuntos y Adiós, Madrid. Pero Belascoarán es un personaje atípico pues es cojo, tuerto, comparte su oficina con otros personajes, es ingeniero, pero en la primera novela era un ser normal. El escritor del género negro se ríe, con la mirada agradece la lectura de sus novelas y explica: “El deterioro de mi detective ha sido progresivo y tiene que ver con que andar en las historias que él anda constituye un oficio en el que no existe la impunidad”.
Taibo es el escritor que no acaba nunca de llenarse, escribir es un entremés que disfruta y lo tranquiliza, pero siempre quiere más. Para él la novela negra es “un exorcismo, porque cuando lo peor lo cuentas ya no sucede”. Y define que la literatura es un fenómeno social dónde interviene el escritor, el lector, el editor. Paco Ignacio es un escritor militante que honra y canta a la libertad de los pueblos y arde y se rebela contra los otros, los tiranos.
Sonriente, de mezclilla de pies a cabeza explica que una buena novela dura mas que un orgasmo, pero sobre todo las novelas “tienen la virtud de hacerte ver el mundo con los ojos de otro; ofrece información en profundidad sobre una sociedad, explora los paisajes humanos y contiene material estimulante para la imaginación; es quizá el acto cultural más subversivo que hoy existe”.

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Ha escrito más de 50 libros y la gran mayoría de sus obras han sido traducidas a una docena de idiomas y han sido publicadas en 28 países. Ganador en tres ocasiones del prestigioso premio internacional Dashiell Hammett, del codiciado premio italiano Bancarella y ganador del premio Planeta Joaquin Mortiz, Paco Ignacio Taibo II busca superarse constantemente. “Todos los días uno siente que encontró la mejor manera de escribir lo que uno quiere, qué encontré la mejor manera de contarlo, de contar lo que necesitaba decir tan bien como podía, lo investigue tan bien como debía” y sentencia “Si no tienes una continúa autocrítica presionándote estas muerto como escritor”.
En sus libros hay una mezcla de géneros, la historia con la novela, la crónica con el reportaje y la novela negra, el biógrafo de Francisco Villa nuevamente sonríe y explica: “Lo hago a propósito, no me gustan los géneros puros. Me gustan los géneros que voy creando: la novela de acción-aventura-policiaca-negra-histórica. No creo la fidelidad al género, creo en la fidelidad a la historia que uno va contando”.
Uno de sus libros más leídos es el de Muertos incómodos que escribió al limón con el guerrillero mexicano conocido como El Subcomandante Marcos. Es una novela negra que disfrutó mucho comenta a Instantáneas Mexicanas el escritor y narra: “Una vez llegó una carta a mi casa. Era del Sub en dónde me preguntaba: ‘¿Quieres escribir una novela a cuatro manos? Sí dices que sí empezamos hoy’. Y dije que sí”.
La carta llegó por medio de un propio que llego muy misterioso. “A partir de ahí empecé con él la escritura de Muertos incómodos. Nunca nos vimos en la elaboración del libro, todo era por medio de correspondencia que me entregaban de manera misteriosa, muy subterránea, pero manteníamos un carteo muy nutrido, cartas que me entregaban en mano”. Todas las páginas que le eran enviadas iban firmadas por Marcos para que no las falsificaran. “Luego teníamos otra correspondencia paralela en donde le decía o me decía: ‘no me avientes más personajes secundarios mi buen’… ‘No estés chingándome con eso mano’… ‘Abusado con el personaje que te envié en el capítulo 5 porque lo quiero usar para esto, entonces, úsalo en el mismo sentido’… Guardó la correspondencia con el Subcomandante Marcos que algún día publicaré”, cuenta Paco Ignacio mientras le da una onda bocanada a su cigarro.
“Yo le tengo mucho cariño al Sub, un gran aprecio. Me parece que es un hombre congruente con sus ideas y sus propuestas. Muchas veces no coincidimos pero no importa, esta del lado bueno”, dice en un tono serio, muy formal el escritor mientras se lame los bigotes de morsa buscando quizá, algo del sabor del trago de la coca cola de lata que lo acompaña.
“A Andrés Manuel López Obrador también lo quiero mucho, y al igual, muchas veces no coincidimos pero no importa, esta del lado bueno. Y el lado bueno es estar al servicio del pueblo. Y esa es la clave. ¿De que lado te pones? ¿Al servicio de la oligarquía o al servicio del pueblo? Los que están del lado bueno, los quiero a todos”. Sentencia Taibo II mientras ya se ha formado una larga fila en donde estamos para tomarse una foto con el escritor, que les firme un cuaderno, una servilleta, para darle la mano y saludarlo.

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Emilio Salgari fue muy importante en la infancia del escritor “el gran calor que despedían sus novelas, la pasión que había ahí me marco a los cinco, seis años”, recuerda. Nace en Gijón, España en 1949. Y al encender su cuarto cigarro narra: “Fui un niño enfermo, sin televisión con muchas horas de cama y mucho tiempo para leer, lo que me daba un gran placer. También salía a jugar al parque por las tardes. Y todas las enfermedades que padecen los niños yo las tuve todas. Escarlatina, Sarampión, Viruela, Hepatitis, Paperas, Gripe en todas sus formas, todo”.
Para platicar con Taibo II basta simplemente saludarlo, es un hombre que tiene cierto aire a Joaquín Pardavé. Robusto, su rostro no marca el paso del tiempo. Sus padres migran de España y lo traen a México a los nueve años de edad, él mismo recrea ese episodio: “entonces fue muy sorprendente porque tarde treinta días en llegar, entonces para mí fue como ir al fin del mundo y era otro mundo, en efecto, otros colores, maneras de hablar, de comportarse, nombres, olores, todo era diferente. Mi primer mango lo comí en La Habana. La primera toronja en mi vida fue en Veracruz. No conocía mucha fruta y comida”.
Debe ser difícil ser extranjero, sobretodo ser español y llegar a México. Un país en el que se enseña a los niños que los españoles son malos, tiranos, conquistadores y que la muerte de ellos en el período de la Independencia fue la solución. Paco toma todo con humor y dice que “los mexicanos me trataron bien, era el gachupín, había de todo, hay –en todos los países, supongo, sucede- mexicanos culeros y mexicanos a toda madre, a mi me tocaron muchos a toda madre y algunos culeros, que siempre los hay”.
Su padre, Paco Ignacio Taibo I fue un gran periodista cultural, biógrafo de grandes actrices y actores mexicanos, de pintores y poetas. Melómano consumado, escribió grandes libros sobre la cocina mexicana. Tiene poco tiempo que murió. Taibo II cuenta a Instantáneas Mexicanas sobre El Jefe, como cariñosamente se dirigen a él sus hijos: “Mi padre era maravilloso. Continuamente hablo con él, lo veo, lo abrazo, discuto, diálogo y me divierto con él. Tengo un inmenso anecdotario que me acompaña en mi vida con él”. Fuma, mira a su alrededor y continúa: “El Jefe era excepcional. A veces me dicen ‘¿Y no te pesa en la espalda ser hijo de escritor, nieto de periodista?’ y pues contesto que sí, que me pesa, pero el lado bueno. Cuando terminé mi primera novela, tuve una reunión nocturna con El Jefe, en esta reunión él planteó: ‘¿Y ahora, cómo nos vamos a llamar?’, me preguntó. ‘Pues que se te ocurre’, le dije. Entonces él dijo: ‘Paco Ignacio Taibo I y Paco Ignacio Taibo II’. ‘¿Oye Jefe, y no suena muy monárquico?’ le pregunte. Y me responde ‘No, no, es como los jugadores de haiailaque’, y al día siguiente él empezó a firmar sus textos periodísticos como Paco Ignacio Taibo II cosa que me pareció de una generosidad enorme para un chico de 19 años darle derecho de nombre”.
Varios de sus libros tocan un episodio en la vida nacional: 2 de octubre de 1968. Mira al entrevistador y sonoramente dice: “Soy memoria viva del 68, la herida no cierra. Mi padre me protegía, quería y no quería que yo estuviera inmiscuido en esos asuntos. Tanto así que me envía a España el 1 de octubre de 1968, me dijo: ‘Mis amigos me dicen que estás en la lista de Gobernación de la gente que van a detener, y sabes, como eres extranjero te van a fumigar’. Me convenció, tomé un avión a Madrid pero el día seis, cuando me entere que había sucedido regrese”.

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Es sabido que la hospitalidad y generosidad de don Paco Ignacio Taibo I no tenía límites, los tres últimos días de cada semana se hacían grandes comilonas en la casa de los Taibo, a ella concurrían escritores, pintores, escultores, cantantes, actrices y actores, poetas, empresarios, académicos y cineastas. El mismo Jefe cocinaba para sus invitados. Don Paco era así, generoso. La fortuna que hizo en la vida se fue en comida los fines de semana. Su hijo recuerda así a su viejo: “Cada semana había un convivió en mi casa, comilonas que se hacían en la casa. La casa de mi familia sigue siendo –ahora sin mi padre- un lugar dónde se come con 10 o doce personas invitadas, conservamos esa tradición, lo hacemos casi a diario, y la comida es algo muy divertido, lúdico, porque primero se come muy bien y luego el debate era y es maravilloso. Ahí conocí a gente muy talentosa, apasionante, ahí conocí a Buñuel, León Felipe, a Carlos Barral, Carballido, uy, la lista es tremenda”.
Taibo II es un obsesivo. Lo fue con la biografía sobre Pancho Villa “es una obsesión que me sigue acompañando, todavía tengo que trabajar una vez más sobre Pancho Villa, será una ampliación de mi investigación biográfica sobre él”, explica. Pancho Villa toma Zacatecas es una obra magistral en donde convergen los talentos de Taibo II y el dibujante Eko. “Trabajar con él fue maravilloso, me cambio la manera de entender el comic, Eko es un genio. Tiene una capacidad narrativa notable, es más, estamos trabajando de nuevo. En un comic, que se va a llamar El muro y el machete”.
Pancho Villa toma Zacatecas no solamente narra una de las batallas más sangrientas de la Revolución Mexicana, en la que federales y villistas se tiraron con saña, sino que explora los mitos y rumores en torno a la figura de Pancho Villa y su magnética personalidad. “No recuerdo cómo empezó esto, me parece que los hermanos Pinzón  me propusieron que hiciera una novela gráfica y yo dije: ¡Ni madres, no quiero hacer cómic! Y me dijeron ellos: Sí, hazlo con quien quieras. Entonces pensé en Eko, a quien había seguido en su etapa de dibujante de cartones para el New York Times y luego en su etapa erótica, pero le había perdido la huella. Yo siempre pensé que Eko era uno de los mejores dibujantes que hay en el país”.
La estética de Pancho Villa toma Zacatecas es singular, los grabados de Eko son oscuros y caóticos, y dotan a la obra de una sensación violenta, desesperada. Sus ilustraciones no respetan viñetas ni formatos, lo que da la novela un carácter complejo y profundo, donde a veces los diálogos son primordiales y, en otras, apenas son tres palabras del escritor las que se cuelan en las ilustraciones de Eko.
Sus críticos lo toman como un escritor militante, a Paco no le molesta el tema y responde a bote pronto: “No es pecado serlo. ¿Cuál es la bronca?” y pronto añade: “Ser militante no me margina y sabes, estaría bien que me quemaran mis críticos, en foto, así vendería aún más. La verdad no me interesa la opinión de quien dice eso, yo ya encontré mi lugar con mis lectores, ya no me pueden bloquear. Te bloquean cuando eres poco conocido, te ningunean, y eso a mi me vale madres a estas alturas. No me interesan las mafias culturales ni estar dentro de ellas ni ser agregado cultural en ninguna embajada”.
La entrevista esta por terminar, la cajetilla de cigarros también. Paco Ignacio tiene un brillo en su mirada, jugador y retador, malicioso, suelta: “La gloria es algo cotidiano, no es una cantina cuyo portero es Octavio Paz. Cuando tus lectores te llaman por tu nombre es un lazo inquebrantable, me pasa en México, en Atenas, en Berlín. Eso es la gloria”.

“Sabes, lo que me hace enojar mucho es el pinche gobierno y las entrevistas largas, las cortas son a toda madre, nadie puede ser ingenioso por más de veinte minutos, luego de eso ya valiste madre. Una entrevista es una lucha de esgrima y está ya duro más del doble de lo requerido”, concluye.