Avelina Lésper, Crítica de arte.
Todos podemos hacer nuestro el arte
Abraham
Gorostieta
Avelina Lésper
es una mujer que cabe en una sola palabra: ojos. A través de ellos se expresa,
se comunica, se explica, transmite. A partir de ellos mira, entiende, analiza,
crítica. No se anda con rodeos. Es una mujer directa, la franqueza y claridad
son sus mejores argumentos. No pretende hacer una cruzada por definir lo que es
arte pero eso sí, con toda su voz denuncia que el arte contemporáneo esta lleno
de mediocridad, de farsas y que es un enorme fraude financiero. Es, sin querer
serlo, una especie de Jean Baudrillard, el gran filósofo y sociólogo francés,
que nos decía que la realidad que vivimos, la híperrealidad es un chistorete.
Avelina Lésper piensa sobre sí misma: “Yo estoy siendo lo que tengo que ser y
que hacer, nada más. Yo no le pongo nombre a lo que hago, yo veo algo, digo lo
que veo y lo escribo. Yo sólo soy un espectador privilegiado en el sentido de
que me otorgué el derecho de ver, ser y saber. Nada más”.
De
muy niña ha sido viajante. Ha conocido el mundo, pero sobretodo ha conocido las
grandes obras de arte: “Mi familia y yo viajábamos mucho. Desde muy niña estuve
en el mundo de los museos debido a determinadas circunstancias familiares. Esto
me da la oportunidad de que antes de cumplir 18 años, yo ya conocía los grandes
museos del mundo y había estado en contacto con las grandes obras de arte, las
mejores”. A esa edad, Avelina ya conocía el Louvre y el Orsay de París; el
Museo Reina Sofía, en Madrid; el Museo Británico y la National Gallery, en
Londres; el Guggenheim, en Bilbao; el Rijksmuseum, en Amsterdam; los museos
Vaticanos; la Galería de los Ufizzi, en Florencia; el Hermitage, en San
Petersburgo y el Museo del Prado, donde a los 11 años, la niña Avelina quería
robarse El Jardín de la Alegría de El Bosco: “me atrapó desde el principio,
tan fuerte y violento, tan hermoso”.
Sus
ojos no dejan de moverse, se encienden a ratos y explica: “Yo ya tenía un
filtro que adquirí en esos años, un criterio ya formado y sabía que me producía
placer, que me producía conocimiento. Tú cuando estás frente a una obra, intercambias
impresiones, le das tu tiempo y ella te lo da a ti, la dejas que entre a tu
persona. Entonces cuando pasa esto, tú ya sabes con que tipo de obras quieres
pasar el resto de tu día en un museo o en la vida”. No tenía que pensarlo
mucho, pronto la adolescente se matriculó en la universidad y decidió así su
destino: Conocer, entender y apreciar el arte. La crítica recuerda: “cuando
empecé a estudiar arte y los maestros me empiezan a decir: ‘bueno, esto es arte
porque así lo dice la teoría, así lo dice la historia del arte’ y yo pensaba
‘pero no me producen ningún sentimiento, nada’. Pero sin duda eran piezas
únicas”.
Toda
su formación ha sido con base en la historia del arte. No es pintora, no
esculpe, no diseña. “La crítica ha estado separada de la factura desde
siempre”, aclara. “Actualmente, la crítica es una mafia, un intercambio de
favores” y sus ojos se encienden, y hablan con pasión: “Me han dicho dogmatica,
contestataria, de cerrazón que me acusen de más cosas, de todo lo que quieran,
que no se limiten porque eso quiere decir que están incómodos, sí están cómodos
con mi crítica, entonces para que la hago”. No da tregua: “Estar fuera del
establishment del arte y la critica del arte me hace ser absolutamente libre y
feliz. Que los del Fonca se repartan sus becas y sus premios”. Y sentencia: “La
mafia del arte mexicano es bien sumisa porque solo hay un jefe y los demás
literalmente son esclavos”.
*****
Avelina Lésper
es una mujer dura, tiene que serlo. No se puede permitir titubear. Pero sus ojos
la delatan, a través de su mirada, uno descubre la gran sensibilidad de la
crítica. Sus grandes ojos marrón se abren y se descubren: “La idea que defiendo
es que todo mundo puede hacer suyo el arte, lo hacemos constantemente, cuando
tu escuchas por primera vez a Mozart o a Bach, y lo haces tuyo, pues sabes que
eso no tiene dueño, es de todos. El arte no se queda en el artista ni es del
artista, se va más allá de él”.
-¿Cómo
poder acercarse al arte sino se tienen la herramientas necesarias?
-Con
sensibilidad, que es una característica humana y es un proceso cognitivo. Todo
mundo es sensible a la belleza que dicho sea de paso, es una invención. Hay dos
tipos de belleza: una, que es natural y que la ves en el cielo, en las flores,
en las montañas, en la noche, en la naturaleza y dos, la belleza artificial que
es la que inventamos los seres humanos a través de la inteligencia, que es lo
que tratamos de recrear, lo que nos conmueve, lo que nos emociona y a parir de
esto tratamos de que eso comunique, entonces tratamos de hacerlo a través de la
belleza y eso no significa que algo sea bonito. La belleza va mucho más allá de
ser bonito, la belleza puede ser terrible pero es un proceso cognitivo, es
decir, cuando asimilas y reproduces. Esa es la invención de la belleza. Eso es
el arte.
Para Lésper esta
claro todo: “Todos los seres humanos somos sensibles a la música, a lo que
vemos, a la poesía y a las letras y pasa algo muy curioso, siempre quieres
tener más. Más conocimiento. Mientras más estudias quieres saber más para ti.
Eso es lo único que sucede. Pero es una gran mentira decir que si a una gente
no le gusta una obra es porque no le entiende. Entonces es falso que el arte
contemporáneo la gente no lo entienda, todo mundo tiene la capacidad de tener
sensibilidad por la belleza. En todo caso, se sentirán más comprendidos o más
contenidos, el arte nos contiene, con una obra u otra, eso es derecho de la
psique de cada quién. Alguien te puede decir, ‘yo me siento totalmente
contenido en una naturaleza muerta de Cezane’ y otro podrá decir que con ‘un
abstracto’, pero esas dos personas buscaron una obra para hablar de sí mismos,
es decir, que los contenga, que los retrate, eso es lo que nos proporciona el
arte”.
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Estamos en el
museo de la Fundación Sebastián, el famoso escultor mexicano. Avelina esta en
su salsa, cómoda, a gusto. Ella se ha ganado su lugar. Ha sorteado una serie de
batallas a lo largo de su trayectoria profesional, es curadora y crítica. Tiene
una serie de entrevistas a artistas plásticos que se pueden ver en el canal de
Milenio Televisión. También hay que decir que la prensa ha construido un mito
en torno a Lésper: No es una Juana de Arco en contra del arte contemporáneo.
Nuevamente
clava su mirada para explicar su quehacer: “La crítica no es cuestión de gusto
y el arte si es cuestión de gustos. El arte se estudia, se analiza, se
cuestiona y genera pensamiento y conocimiento. Lo que yo he visto es que hay
muchas expresiones de arte contemporáneo que simplemente no alcanzan el
tratamiento de arte porque tienen muchas deficiencias de concepto, de factura,
de contacto con el público”.
“El mercado del arte maneja
muchísimo más dinero que toda la publicidad junta”, sentencia nuevamente.
Artistas como Gabriel Orozco, Damien Hirst, Takashi Murakami, Jeff Koons no le
agradan, dice que sus obras carecen de valor, que están tan preocupados por ser
irreverentes, por ser bonitos, por ser complacientes, y ante el análisis serio,
los artistas se defienden diciendo: “somos irónicos”. Lésper explica que esta
mala factura del arte contemporáneo te limita como espectador:
Es
que no tienes esa posibilidad de ver otra realidad y eso produce mucho
desencanto, porque ese es el trabajo del arte, darte algo que no esta en la
calle porque el arte no se parece a nada de lo que hay. Eso es lo uno busca, en
cambio con el arte contemporáneo, los artistas y su trabajo, el que sea, todos
son iguales. En la circunstancia que sea, todos son iguales. Cuando tu lees una
novela, no estas buscando leer tu vida, estas buscando leer otra realidad y
entonces sí, encontrarte a ti pero en otro. Cuando vas a un museo y ves algo de
Gabriel Orozco o quien sea y ves una fotografía, una sandía o un… estas viendo
lo mismo que ves en el supermercado, en los mercados o en los tiraderos y
entonces no tienes la posibilidad de ver otra realidad que te transmita que te
comunique algo, el artista te la esta negando”.
-El
arte mexicano no tiene los alcances para internacionalizarse, a pesar de su
rica historia, esto es todo fenómeno, ¿cómo podemos explicarlo?
-Paradójicamente
los únicos que han vendido bien han sido pintores. Frida Kalhó y Diego Rivera
son los Top Ten, Tamayo, Toledo, los pintores oaxaqueños son los que venden
bien fuera de México. Y el arte contemporáneo mexicano no vende bien por una
sola razón, imitan mucho al arte anglosajón. Entonces, de comprar arte original
y tener una copia, pues mejor le inviertes al original. También el arte
mexicano tiene un problema muy suyo, es muy folclórico, todo mundo le tira al
kitsch, al luchador, a la mascara, a la piñata y eso hace que el arte mexicano
se vuelva muy regionalista. Comprar arte mexicano es ya un asunto
antropológico, no un asunto cosmopolita, es decir, universal.
*****
El arte tiene
que ser universal, dice Avelina con sus expresivos ojos. “Tienes que sentir que
hay algo de ti en una obra que miras. Es lo que pasa con los grabados y las
tintas japonesas, tu ves un Katsushika Hokusai y dices ‘así es el mar, como lo hace él’ y es
Japón, pero si tu ves una piñata eso es only
in México, y entonces no te da esa oportunidad como ser humano de
prolongarte fuera de ti. Te encierras en el microcosmos de tu paisito
folclórico, de tu calle, de tu pedacito de tierra”.
-Hábleme
de Marcel Duchamp, ¿con los ready made
comenzó todo?
-Con
Duchamp comenzó con una de las expresiones e hizo varias obras importantes, lo
que hacía él no era propiamente una tendencia, porque el dadaísmo sembró mucho
de lo que hay ahora en el arte contemporáneo. Duchamp partió el urinario pero
lo que él aportó y fue fundamental, fue el haber firmado el urinario con un
seudónimo y además, haber dicho que la sola acción de que él como artista
designara un objeto como arte, lo hacía arte. Eso fue fundamental para
desarrollar una corriente en la que no era necesario que alcanzarás ningún
nivel de calidad, ni de investigación, ni de cultura para que la obra alcanzara
nivel de arte, bastaba con el sólo deseo del artista. Una designación del
artista. Eso sí fue fundamental y se retoma en los años de finales de las
décadas de los cincuenta y principios de los sesenta. De ahí han surgido toda
una serie de creaciones de objetos que carecen de cualquier implicación
artística pero son arte por designación.
José
Luis Martínez, director de Laberinto,
la invita a escribir una columna semanal. La gente lee sus criticas porque
necesita escuchar una voz diferente acerca de lo que se esta haciendo en el
arte: “siento que sí tengo una comunicación y una retroalimentación con mis
lectores, lo que más me gusta es que a las personas si les interesa la crítica,
si les interesa leer sobre el arte, que no es para entendidos como decían”. Sus
ojos escudriñan y se expresan: “No es mi objetivo sentir satisfacción en mi
trabajo, si fuera así, vendería coches. Es hacer un trabajo, mi objetivo es
construir”.
Entera,
se levanta y sentencia: “Lo que me indigna es la cobardía. Lo que me conmueve
es el riesgo”, ella es Avelina Lésper.
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