domingo, 7 de diciembre de 2014

Compositores. Armando Manzanero

Armando Manzanero, un maya muy universal
Abraham Gorostieta

Don Armando o Manzanita, como le dicen sus amigos, es un hombre que cumple ocho décadas el próximo diciembre. Viajante consumado y experimentado no hay país que no conozca. Sus placeres son conocer nuevas tierras, nuevos olores, nuevos sabores. Su pasión: El Amor. 
Instantáneas Mexicanas  se dio a la tarea de localizar al Maestro -como también le llaman- y fue así que nos enteramos que andaba de gira por Perú, luego lo llamamos y estaba en Madrid. Días después estaba en Nueva York, Londres, Argentina. Así lo hace saber: “Soy un viajador nato. Sólo me gusta viajar; no me gusta estar en mi casa. Sólo estoy en ella cuando tengo mucho trabajo, cuando tengo mucho que hacer, o compromisos que no puedo eludir”, dice con esa voz tan característica que lo hace inconfundible. 
Otra pasión, irse de “shopping” es lo que le fascina al autor de cerca de 600 canciones. De trato sencillo, franco y ameno, habla con acento yucateco, y en cada palabra que expresa de amor, alarga las vocales, cierra los ojos y siente antes de hablar: “Soy toda una señora completa porque lo mismo le compro ropa a esa señora que amo tanto, que un perfume, que unos zapatos, todo lo que ella quiera y se me antoje comprarle. Uy, a mis nietos, a mis hijas, me encanta comprar y me sé las medidas de todas y cada una de ellas”, dice con sonrisa pícara mientras se acomoda su sombrero muy al estilo de Goran Bregovic mientras platica con Instantáneas Mexicanas.

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Nació en Yucatán un 7 de diciembre de 1935. Su infancia estuvo muy cerca de su abuela, una mujer maya, pero pronto el maestro aclara: “yo hablo poco de maya, lo aprendí de niño pero se me ha dispersado. El maya no es una lengua fácil pero en mi vida está la vida del maya, el hablar, el sentir, el pensar del maya. Siento con toda mi alma, pero en serio con toda mi alma, el no haber vivido en esa época (La Conquista) y echarme una docena de españoles de los que asesinaron a mucha gente de la mía”, y pone una mano sobre la otra y mira a la cámara satisfecho.
Su padre, don Santiago Manzanero, era uno de los trovadores más reconocidos de la Península Caribeña. Hombre estricto y reacio, forjó en el niño Armando el gusto por la música, así lo recuerda el autor de Adoro: “Era un trovador con mucha visión pero le faltó el toque que a veces uno debe de tener de desarraigo y salir a conocer el mundo. Mi padre, siempre pensó y vivió en Yucatán. Fue el segundo mexicano que llega a Estados Unidos y graba un disco -el primero fue Gutty Cárdenas-, después de que los norteamericanos mostraron genuino interés y querían que él se quedara a estudiar música, siempre y cuando se hiciera americano. Mi padre no quiso y se regresó a Yucatán, y eso le costó no ser un personaje importante en la música mexicana. No supo despegar”.
Don Santiago exigía que su hijo tocara el piano como se tocaba en esa época, que compusiera como se hacía en ese tiempo, cosa que causaba conflictos y “mi madre lo amaba demasiado, entonces lo que dijera mi padre, siempre estaba bien”. Don Armando hace una pausa y reflexiona “Mi padre fue muy exigente conmigo. Pienso que sí estuvo bien porque me hizo disciplinado y responsable. Si yo no hubiera tenido esa energía yo no habría sido tan bien formado en muchos aspectos”.
Rita Maqueiro Chi, su abuela formó parte importante en la vida del cantautor, “es el amor de mi vida”, señala y explica: “es lo que más amé en la vida mía. Pero sucede una cosa muy curiosa. La amé el día que dejé de tenerla, como pasa con las cosas grandes. ‘Uno’ es el amor del abuelo, el abuelo se desvive por el nieto y el nieto todo le parece normal y como que todo está bien, pero cuando se van y ‘uno’ recuerda todas esas cosas grandes que la vida me ha regalado y es cuando digo ¡Caramba qué abuela la vida me dio!”.
Don Armando es el segundo de cuatro hermanos, con quienes conserva una relación muy estrecha y ve que no les falte nada. Pero nada es fácil en la vida del compositor. A los 8 años de edad ingresa a la escuela de Bellas Artes de Mérida “aprovechando que la directora era tía-abuela de mi madre”, comenta. A los diez años aún no se decidía por un instrumento, tocaba el violín pero le faltaba el arco, entonces su madre cambió una máquina de coser por un piano “muy desvencijado pero era lo que había para empezar”, recuerda.

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Armando Manzanero se siente muy orgulloso de sí mismo: “Sé que a la gente le gustaría leer que fui una creación de mis padres, pero no, me hice yo solito”. Su primer trabajo serio es a los 7 años en un circo casi por accidente: “Un día fui a una función y el músico no tenía cómo meter los timbales al show. Me tocó la época más natural de los circos: dos músicos tocaban afuera de la carpa para invitar a la gente y cuando empezaba la función, tocaban adentro para amenizar el espectáculo. Ese día supe que yo iba a ser músico también. Así empecé, tocando timbales en un circo”, recuerda el Maestro y sonríe.
Pronto aclara: “Estoy loco por el circo, soy fanático de los circos, si no hubiera sido compositor y músico, me hubiera gustado ser dueño de un circo para viajar por todo el mundo en un buen camping, de poder divertir a la gente, de poder reír con ellos, de tener contacto con los animales”, hace una pausa y frunce el ceño: “A mí se me hace de muy poca madre que ahora los políticos ‘ecologistas’ no quieran que haya circos con animales. De no ser por los circos yo jamás habría conocido un elefante a la edad de 7 años, a un león o un tigre. Es sólo por justificar la existencia de un partido político. También quieren que quiten a los toros, o las peleas de gallos, y eso es no tener madre”, concluye con energía.

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En 1951 ya es un músico profesional y trabaja en diversas orquestas, como El Grupo Tulipanes y la Orquesta de los Hermanos Madariaga, de don Adriano, “un tipazo, lo recuerdo como si fuera ayer, linda gente, eran muchos hermanos músicos, lo recuerdo con mucho amor y con una delicia como no tiene idea, muy yucateco, muy joven, muy buen trompetista. Los mexicanos siempre han sido muy buenos trompetistas por el labio grueso que tenemos y hace que el sonido sea fuerte. Si Dámaso Pérez Prado no hubiera venido a México no hubiera pegado su Orquesta, y es que daba unas notas altísimas”, dice don Armando con su mirada perdida en el tiempo.
En pleno “milagro mexicano”, cuando el “cachorro de la Revolución” era presidente, Agustín Lara y María Félix se casaban, nacía la XEW y los tríos dominaban la escena musical junto con las radionovelas, un compositor muy famoso fue de gira a Yucatán, Luis Demetrio, autor de canciones como La Puerta. En ese viaje conoció al joven Armando quien aceptó de inmediato su oferta de trabajo. Fue así como con maletas en mano llega a la capital un 5 de mayo de 1957.
Nombres claves son en la vida del Maestro, como el de Rafael de Paz: “Ah, mi papá. El papá que yo hubiera querido tener, fue mi maestro de música, mi amigo, la primera persona que me hizo mi primera grabación, fue él quien me aconsejó: Manzanero, nunca se meta usted en cosa de mujeres... José Sabre: fue un señor no fácil, de un carácter muy irascible, pero fue un señor que me enseñó mucho cuando se sentaba a tocar piano… Mario Ruiz Armengol: Otro gran monstruo de la música mexicana, veracruzano. Un músico que cuando uno escuchaba cómo escribía las letras, las cuerdas, uy, uno se olvidaba hasta de su genio ¡Uy Jesús, qué mal carácter que tenía!... Jesús Zarzosa: El señor que escribió el arreglo de mi primera grabación que me hace grande en México. Escribe el arreglo para la canción Llorando estoy y que la graba Boby Capó… Roberto Pérez Vázquez: Un gran pianista, impresionante. Tuvo un grupo que aún existe que se llama Los violines de Villafontana, al lado de Jorge Ortega”.
El Candilejas fue el primer Cabaret donde trabajó por recomendación de Luis Demetrio. Se llamaba así porque estaba de moda la canción que compuso Charles Chaplin, pero el trabajo duró muy poco tiempo porque el lugar no tenía en regla sus papeles. Francisco Nuñez, “un amigo al quien quise mucho, con todo mi amor lo recuerdo, me llevó al Pollito y ahí conocí a infinidad de artistas”, explica don Manzanero.
“A don Pedro Vargas lo conocí por Luis Demetrio. Era un hombre muy inteligente porque al compositor de moda, a ése le grababa. Lucho Gatica lo conozco porque yo era promotor de una compañía de música, EMI. Le grabé discos a La Sonora Santanera en la CBS Columbia, entrañables y adorables, los amo con toda mi alma, a Angélica María y tantos más”, rememora el compositor mientras mira la gran cantidad de fotos que hay sobre la pared.
Se detiene en la de Rubén Fuentes, “Este señor me dijo un día: Manzita, ahí está el estudio, haga usted lo que quiera”. Más fotos: “Jamás traté a Agustín Lara, pero era genial verlo llegar, con su saco rojo y pantalón color crema, su porrito o cigarro, y a darle al piano. A José Antonio Méndez si lo traté, era chiquito como yo, igual de negrito que yo, igual de afónico que yo pero tocaba su guitarra de manera celestial. Gracias a José Antonio Méndez fue que me atreví a grabar, porque cuando yo lo escuche con esa voz afónica pero con ese sentimiento tan suyo, tan cubano, yo dije: también puedo hacerlo. Una persona muy linda y preciosa, me dijo que me iba a grabar y no lo hizo, se fue antes a Cuba con el triunfo de la Revolución y no regresó más. Pero le aprendí mucho, la forma de armonizar y sobretodo que yo podía hablar de ciertos temas. A Freddy Noriega lo grabé, trabajé con él y fue una gran persona y lo admiré mucho, me gustaba su piano, cómo cantaba, su jazz, un músico muy avanzado para esa época y ése fue el problema, que su estilo no era muy popular”, añora el Maestro. 

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Si Almodóvar tiene sus mujeres, don Armando también, así ha grabado con Tania Libertad, Eugenia León, Guadalupe Pineda, Astrid Hadad, Susana Zabaleta, entre otras. Las mujeres no le son ajenas y los temas de ellas o sobre ellas menos, pero, siendo hombre de esfuerzo, confiesa: “La musa es algo que inventó quién sabe quién para justificar que un señor pueda realizar un trabajo de creación. No es cierto que el señor que va a pintar un cuadro, va a componer o va escribir un libro se inspire en musas. Ya naces con esa predisposición. Hoy por la mañana le dije a mi muchacho que me compusiera la televisión para ver un canal, porque para eso soy negado, en cambio para componer una canción, ésa me sale solita. Lo que sucede es que cuando uno tiene algo que decir y hay amor de por medio es muy fácil. Y a veces, más original”.
Y es que el amor no es cosa que él no conozca, lo disfruta y lo hace suyo, es así como explica que “los momentos más gratos que he tenido es cuando me encuentro con la señora que amo. No lo cambio por nada. Cuando estoy con ella no quiero saber absolutamente de nada”.
Pero no todo en la vida es amor. ¿Qué dice el Maestro cuando es la otra moneda: el sufrimiento? “El amor no se sufre, lo que pasa es que no puede ser toda la vida dulzura. Tiene sus momentos difíciles, de contrariedades y eso hace que uno no la pase muy bien pero tampoco, si un amor lo hace sufrir a usted y hace que usted la pase muy mal, ¡no chingue!, déjela porque en esta vida Dios nos puso para pasarla bien. Pero sufrimiento no, porque cuando uno decide amar a una gente usted ya sabe de lo que se trata. Además uno debe de tener la capacidad de que sí se está sufriendo o una persona te hace sufrir lo mejor es desecharla. ¡Cámbiela!”.
Las heridas de amor son un buen tema y además muy recurrente en las canciones mexicanas, para don Armando es claro que “todos pasamos por un mal momento. No conozco a ninguna persona que diga que todo es esplendor. Lo único que uno tiene que hacer es conseguir una balanza y en ella poner las cosas buenas y las cosas que no son muy buenas y por el lado que se vaya la balanza es la decisión que uno debe de tomar y una cosa que también recomiendo es no hay que ponerse las manos en el pecho y sentarse a llorar, hay que tomar una decisión y hay que poner los huevos de por medio”. 
Instantáneas Mexicanas quiere saber los secretos de un buen conquistador, el arte de seducir. Manzanero sin empacho responde: “Una mujer se conquista fácilmente. Hay que decirles sí a todo y dejarlas hablar. ‘Sí mi amor, sí mamacita, claro que sí, Sí mi vida, lo que tú quieras, Sí chiquita, se te ve muy bonito, Sí mi amor, cómpratelo’. Y sobre todo, teniendo la atención con ellas. A la mujer hay que atenderla, hay que cuidarla, ver por ella, como dice un dicho de Martín Urieta: No menospreciarla, porque a veces pensamos porque somos hombres podemos hacer y deshacer por fuera y podemos ser galanes y muy chingones y no nos damos cuenta que nosotros tenemos con ‘qué’ pero ellas tienen ‘por dónde’”. 

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Buen comedor, buen conversador, Manzanita confiesa sus gustos gastronómicos: “Me encanta la buena comida. Soy de Yucatán, entonces tengo mis guisos predilectos, pero amo la comida oaxaqueña. Para mí el Mole es el platillo más aristócrata que puede existir, en todas sus manifestaciones. Me gusta mucho la carne, no puedo vivir sin ella. La comida poblana me encanta. La comida china es única y devoro lo que me pongan enfrente”.
Hombre octagenario, con gusto comparte su conocimiento: “A los ochenta años uno ya aprende a que hay que saber esperar, cuándo retirarse. Depende mucho el poder de observación que tenga cada quien. Hay unos que llegan a los ochenta y siguen siendo unos pendejos como cuando tenían 20. Depende el tipo de gente. Yo he aprendido cuándo retirarme, cuándo esperar, a no hablar de más, he aprendido a ser correcto con la gente, a tener paciencia, a ser tolerante, cosa que le pido a Dios mucho. Una gran cantidad de cosas que se aprenden con la edad que yo tengo cuando se quiere aprender y, uno aprende a que uno nunca termina de aprender”.
Don Armando Manzanero lo ha visto casi todo, lo ha comido casi todo. Pero aún “le falta mucho que conocer”, como él dice, es por eso que viaja tanto, que trabaja tanto. Ahora mismo saldrá a París, tiene todo listo ya. Se despide de Instantáneas Mexicanas y deja una confesión más: “El éxito es algo que uno conoce cuando uno deja de tenerlo. Si uno se descuida puede ser momentáneo, efímero y si tienes poca calidad puede ser hasta pasajero, así que hay que seguir chambeando”.

*Fotografía de Luis Gómez Pichardo