sábado, 2 de febrero de 2013

Periodistas. Carlos Ramírez


La foto Polaroid

Autorretrato.

Carlos Ramírez, periodista.

Por Abraham G. Martínez

 

Comienzo el día a las seis de la mañana con un café. A esa hora hago una primera revisión de periódicos y columnas vía Ipad. Desayuno en la calle y a veces en la casa. Leo casi todos los diarios –tengo suscripción- para mantenerme informado: La Jornada, Milenio, Excélsior, El Financiero, El Universal, El Economista, Reforma, La Crónica, La Razón, 24 Horas; y diario consulto por internet El País, El Mundo y Público, de España. Además reviso la primera plana de The New York Times, The Washington Post y New York Post. Leo a todos mis colegas columnistas; diría que leo alrededor de 20 columnas diarias y los leo con mucha atención porque tienen buenos datos y porque siempre ando revisando estilos para que mi trabajo no quede en la modorra de la comodidad. Siempre hay cosas que aprenderle a los colegas.

Otra manera de informarme es a través de programas noticiosos de radio, por ejemplo, Oscar Mario Beteta, Carlos Ramos Padilla, Joaquín López Dóriga, Jacobo Zabludovsky, Pepe Cárdenas y algún otro; a veces algún colega me avisa de algún otro noticiero con temas interesantes. Dedico unas tres horas diarias a encuentros con colegas, políticos y fuentes de información. También hubo un tiempo en que desayunaba, comía y cenaba en los “comideros políticos”.

La hora que acostumbro a escribir es al medio día, aunque a veces, cuando los asuntos políticos se retrasan escribo por la tarde. Lo hago en mi despacho, en mi casa. Tengo dos formas de escoger el tema de mi columna diaria: los temas de la coyuntura que ameritan atención pero sobre los cuales a lo largo de los días voy acumulando datos y los temas que quieren poner una nueva forma de interpretarlos. Un columnista reportea su tema como si fuera nota exclusiva. Escojo el tema, selecciono el enfoque, acumulo datos, hablo con políticos y fuentes y colegas. Antes de escribir, en un block de hojas amarillas rayadas hago el esquema.

Aunque puede llegar a pensarse que escribir una columna periodística diaria puede ser tedioso, incluso fastidioso para mí la escritura de la columna diaria no es un fastidio sino un trabajo apasionante; trato de que cada columna diaria tenga un enfoque novedoso.

Nada se compara con el acto de escribir una columna de análisis, de investigación, de interpretación o de información.

La disciplina es el método del columnista; si no, entonces el caos o el desorden lleva al columnista a escribir sin método y con alto grado de desatino.

Escribo solo. No hay mascotas cerca de mí cuando escribo. En el despacho de mi casa hay un ventanal que da a un pequeño jardín; cumplo así con la recomendación de Cicerón: “si junto a tu biblioteca tienes un jardín, no te faltará nada”. En mi escritorio procuro tener un vaso de agua. Me gusta la música clásica y el jazz, sin preferencias, lo escucho como caiga.

En la escritura de una columna, no puede ser de solitarios el hecho de escribir sobre la realidad social; a veces, sobre la marcha, llamo por teléfono para precisar datos o para confirmar otros, y a veces para comentar con algún otro colega columnista el tema. Creo que la verdadera columna no es la del politólogo o el escritor sino la del reportero; el columnismo es una fase superior del reporterismo; la columna debe tener datos de la realidad, exclusivos y del momento. El columnismo de opinión sí inhibe al reportero; pero el reportero por sí mismo, en la fase de columnista, es un reportero en acción. Manuel Buendía, por ejemplo, era el prototipo del columnista: reportero y analista. Defino mi escritura en una columna como periodística, de reportero.

Cuándo escribo tengo en cuenta tres cosas: los datos, las fases temáticas y el lenguaje.

No soy neurótico a la hora de escribir ni me aíslo. Atiendo desde asuntos domésticos hasta consultas filosóficas; no me molesta que me interrumpan. Tengo siempre prendida la televisión en noticieros y el internet en páginas de periódicos; a veces interrumpo un párrafo para echarle un ojo a las noticias del momento. El teléfono y el celular son indispensables; muchas veces me llaman para darme algún dato o un comentario; no me puedo desconectar del mundo.

Manuel Buendía me propuso escribir una columna; yo escogí, cuando era reportero, escribir una columna semanal en Proceso, luego una semanal en El Financiero y en 1990 una diaria. Cuando escribía una vez a la semana, también era reportero. Las semanales yo las propuse; la diaria me la pidieron don Rogelio Cárdenas, su hijo Rogelio Cárdenas y Alejandro Ramos en El Financiero. Indicador Político es el nombre de mi columna, es un juego de palabras sobre mi formación como periodista financiero; los indicadores son los indicios; mi columna semanal en El Financiero se llamaba “Indicadores” y sólo la hice en singular y le puse el apellido político a recomendación de Alejandro Ramos. Las letras en negritas –creo- lo tomé de Manuel Buendía.

Me apasiona mi trabajo al grado de no provocarme estrés; me organizo bien para mezclar escritura, lectura y películas. Una vez terminados mis textos los leo varias veces, cinco, seis veces; cuando el tema exige precisión, hasta diez, y, aprendido de Manuel Buendía, los leo en voz alta. Debo decir que el texto lo comienzo y lo termino; pero lo dejo reposar un par de horas, leo o veo otra cosa; y luego regreso a la revisión final.

Leo en mi despacho. Trato de leer una hora en la mañana y una hora en la tarde; los fines de semana dedico más tiempo. Leo de todo pero más me interesan el ensayo político, la literatura y ahora la historia del siglo XIX.

Me gustan los libros, todos los domingos voy a una librería a unos pasos de mi casa; los que atienden son mis amigos, platico con ellos de novedades y ellos me hacen recomendaciones. También, por lo menos una vez al mes voy a alguna librería de viejo; encuentro obras originales y sobre todo revistas fuera de circulación. Y trato –cuando me lo permite el tiempo- de ir al Péndulo, Gandhi, Fondo de Cultura y Sótano. En el año que ha terminado, regresé a tres temas de mi pasión: la literatura de la onda, literatura del existencialismo y novela de espionaje. Y siempre están los escritores o periodistas que lo estimulan a uno, para mí por ejemplo están: periodistas: Manuel Buendía; analistas: Gastón García Cantú, Cosío Villegas. Claro, ellos ya no están pero no pasa semana sin que relea sus textos. De escritores hay muchos; mis pasiones; Jean Paul Sartre, Malraux, Albert Camus, Vicente Leñero, Octavio Paz.

El acto de analizar la realidad política es lo que más me gusta de ser columnista. Añoro los tiempos pasados de la política cuando era menos tensa.

Los columnistas no piden disculpas, pero deberían. No perdemos nada. Lo que pasa es que las cartas aclaratorias son agresivas. Cuando hay una carta aclaratoria, no la contesto directamente porque suele ser un abuso de poder; pido que la publiquen íntegra. Y luego, días o semanas después, confirmo datos y vuelvo sobre el tema. Las cartas aclaratorias para mí son el derecho de réplica de los afectados y no deben tener la interferencia de la contra réplica inmediata.

Yo creo que para ser un buen columnista se necesita pasión, información, lectura, estilo de redacción y uno del lenguaje con las exigencias de un escritor. Hay que tomar el columnismo como una fase de especialización pero sin abandonar la pasión del reportero.

Para mí el columnista más influyente fue Manuel Buendía. Luego otros han llegado a fijar alguna parte de la agenda: Miguel Ángel Granados Chapa, Raymundo Riva Palacio, Ricardo Alemán, Jorge Fernández Menéndez, Julio Hernández, entre otros. El sistema político se diversificó al grado de que ya no hay alguien que sea el “más influyente”.

 

 

Periodistas. José Reveles.


INI INI

Entrevista con el periodista José Reveles

 

 

José Reveles, periodista de tiempo completo.

Abraham G. Martínez

 

Es realmente increíble la memoria del periodista José Reveles, un solo dato basta para que su cerebro, como si fuese un enorme archivo, procese la información y extraiga la ficha de la persona, datos, fechas, anteceden­tes, todo.

Es jovial, muy jovial. Tiene más de cuatro décadas en el oficio. Se ha especializado en los temas de derechos hu­manos, movimientos sociales, represión y seguridad nacional. Cada uno de estos temas los aborda como las abuelas bordan un tejido, con paciencia, con color, con cariño. Graduado de la Escuela de periodismo Carlos Septién García con una tesis sobre poesía latinoamericana moderna. Estudiaba y trabajaba como reportero en la redacción de La Prensa y lo hacía con “muchas tazas de café y cuartitos de ben­cedrina para no dormir.”

Se define como reportero “nunca he dejado de serlo ni tampoco he dejado de ir en busca de la información, de corroborarla, de cruzar datos”. Se levanta muy temprano y comienza su día como reportero leyendo los diarios del día: “Yo nunca leo columnas periodísticas. En los periódicos sólo leo información”. Reveles expresa lo anterior porque escudriña e infiere que la mayor parte de las columnas están manoseadas por intereses políticos, económicos y sociales y, por tanto, se trata de una mirada (respetable, incluso) sobre la realidad, pero al mismo tiempo, distorsionada.

Reveles ha dedicado su tiempo y experiencia al periodismo de investigación. Reportajes polémicos que han denunciado actos de corrupción entre políticos y empresarios; también de impunidad, abuso de autoridad, ha investigado el tema del narcotráfico. Y todo eso se ha convertido en libros necesarios para entender la realidad mexicana. Así escribió Una cárcel mexicana en Buenos Aires; Una PANdemia devasta México; y Las historias más negras; La Quina, el lado oscuro del poder (en coautoría con el periodista Salvador Corro); El cartel incómodo. El fin de los Beltrán Leyva y la hegemonía del Chapo Guzmán; Las manos sucias del PAN; Las historias más negras de narco, impunidad y corrupción en México y el libro de entrevistas Villa, Sofía Loren y los Sandinistas.

 

Inicios

 

¿Cómo es que se decide a ser periodista?

Pocas cosas he decidido en mi vida. Al haber estado con pocos documentos oficiales –venía de estudiar de Guadalajara- alguien me aconsejo ir a la escuela de periodismo Carlos Septién, entre con media beca porque andaba muy pobretón y ahí me fue muy bien. Al final del mismo año que ingresó a la Septién ya estaba trabajando como periodista. Era 1964. Soy fundador del Cen­tro Nacional de Comunicación Social (Cencos), junto con Pepe Alvárez Icaza, que ya murió y Alejandro Avilés, que me llevo ahí. Trabajaba en la agenda cle­rical progresista, fuimos pioneros de las síntesis informa­tivas que hoy en día son insustituibles en las oficinas de comunicación social. Empecé a trabajar en la prensa desde el otro lado de la barrera, dando información a los periódicos. Me toca, por ejemplo, un tema muy cerrado en esa época que era el tema eclesiástico pero me toca la transición de apertura de la Iglesia a los medios, lo que se llamó aggiornamento de la Iglesia y que fue una decisión del Papa Juan XXII que es es la adaptación o la nueva presentación de los principios católicos al mundo actual y moderno, siendo por eso un objetivo fundamental del Concilio Vaticano II. Empecé a trabajar oficialmente en Cencos pero muy pronto me incorporó a los periódicos desde 1967.

 

¿Cómo ingresa en el diario Excélsior?

Yo solito llegue. Resulta que estaba trabajando en Novedades, por invitación de mi amigo Ernesto Ochoa Céspedes. Ahí trabajé dos años. Te doy un antecedente: mucho antes hacia síntesis noticiosa, fui pionero de la síntesis informativa. Analizábamos los principales periódicos de esta ciudad y los ordenábamos en trece temas, más internacional, nacional y metropolitano, así que cuando alguien leía nuestro informe, en una lectura de 20 minutos estaba informado de todo. A las cinco de la madrugada leía los diarios y hacia esa chamba, entonces por obligación era una persona informada. El problema con el periodismo mexicano es que los periodistas no leen pero tampoco los estudiantes de periodismo ni los maestros que dan clases a esos estudiantes. Es un problema. Hay que leer, escuchar y aprender. Sostengo que la libertad consiste entre escoger entre varias opciones, si no tienes opciones porque no lees, no puedes escoger, no eres libre. O tu libertad se limita porque no tienes conocimientos.

Estuve en Novedades, periódico bastante gris, aunque me sirvió en mucho en el sentido de que confirme en la práctica que cualquiera si se empeña en hacer periodismo lo puede hacer en un periódico malísimo como era Novedades. Ahí publiqué el primer caso del primer desaparecido político en este país, el de Epifanio Avilés Rojas, mayo 18 de 1969. Hacer periodismo –quítale lo de buen- hacer periodismo si se puede en cualquier lugar. Carlos Borbolla en Excélsior y yo en Novedades hablamos sobre el tema. Pasa el tiempo, y el diario me envía a la toma de posesión del presidente de Colombia, Misael Pastrana Borrero, padre de Andrés Pastrana que fue presidente también. Hablamos de agosto de 1970. Ahí conozco a la oposición, conocí un Congreso cerrado con alambres de púas, vi al Ejército resguardando al recinto, conozco a los obispos adentro del Congreso, lo cual me impresionó porque en esa época en México no existía eso, y era tal la desesperación de la oposición por un fraude electoral que deciden en esa reunión –yo estaba ahí porque me fui con la oposición pues a chupar, a deplorar la derrota y la negativa de ir al Congreso a convalidar al impuesto- y ahí veo nacer el M19. Estaban tan desesperados en casa de Eugenia Rojas –y me imaginó, no lo puedo determinar- seguramente estaban Iván Marino Espina, baterman, Navarro Wolf, estaban los que iban a ser guerrilleros después y yo escuchaba “se acabaron las vías pacíficas, se cerró la posibilidad democrática, el camino de las urnas no sirven, nos vamos a las armas”, ya existían las FARC, pero yo vi nacer el M19. Pues entonces envíe mis notas al diario que era de los periódicos reaccionarios en México y sobre todo el encargado de la sección de internacionales, era, digamos, un yunque o un derechista de la época y pues publicaba las notas en tercera página, chiquititas, reducidas a nada, incluso el anunció de que los opositores iban a la guerrilla se perdió. A la semana lo que escribí sale a ocho columnas en Excélsior pero por AP (Associated Press). Vi que no tenía nada que hacer en Novedades, llegue de Colombia, pedí mis vacaciones y me fui a Excélsior a pedirle trabajo a Julio Scherer y lo convencí el 25 de agosto de 1970. Al día siguiente empecé a publicar en Excélsior.

 

¿Se divierte siendo periodista?

Me encanta. Sí me dieran a escoger de nuevo profesión sería la misma. Tal vez después de ver tantos casos de injusticia me gustaría haber estudiado leyes.

 

Cómo Miguel Ángel Granados Chapa…

Eso fue lo que hizo Granados Chapa, periodista y abogado. A veces te sientes frustrado de no poder ayudar a las personas más que con los medios y no poder ayudar metiendo mano en los expedientes y modificándolos.

 

Excélsior y Julio Scherer

 

¿Existe en la práctica el periodismo objetivo?

No. No tiene porque ser objetivo. Tiene que ser documentado, racional, estar perfectamente checado, cruzar los datos, las informaciones. No se puede hacer periodismo objetivo porque hasta perdería “sabrosura”. Yo no creo en la objetividad al cien por ciento. Porque la objetividad depende del cristal de dónde la miras. La misma autoridad acepta que las decisiones de los jueces son decisiones unipersonales subjetivas porque interpretan a la ley, con el periodismo pasa igual. Tú interpretas la verdad pero por supuesto por respeto a tus lectores, a tu medio y a ti mismo, debes aportar los elementos para que la gente forme su criterio por sí misma. Entre más datos checados, informaciones irrefutables, datos duros ofrezcas más credibilidad tienes.

 

¿Cómo fue trabajar con Julio Scherer?

Toda una escuela. Hay que reconocerlo. Julio como periodista tiene un olfato maravilloso, una capacidad de ver más allá de lo que vemos los periodistas. En que sentido, si él decía, hay que describir el caos de la industria azucarera o de la caña de azúcar, nos mandó a ocho reporteros de Excélsior a recorrer el país. Ocho. Nombres: Manuel Mejido, Enrique Loubet, Jaime Ruiz –que murió en ese viaje-, Manuel Arvizú, Pepe Carballo, tu servidor, se me van un par de nombres, bueno, éramos ocho reporteros buenos haciendo un solo reportaje, eso no se hace en ningún lado. Scherer tuvo la visión de mandarme a Irán, a ningún periodista mexicano se le ocurrió, fui el único en el momento de la toma de poder de los ayatolas. ¿Cómo se le ocurrió a Scherer? Pues el ligo perfectamente que la estancia del Shá en México implicaba de que teníamos una relación de coodependencia con Irán y el petróleo y Estados Unidos, etc, bueno, tuvo la visión y me envió. También tuvo la visión del encierro del ex presidente Campora y su hijo, el doctor Pedro y de Juan Manuel Abal Medina en la embajada de México en Buenos Aires y que no lo soltaba la dictadura, mientras que nosotros liberábamos matones de la dictadura en México con Jesús Reyes Heroles, secretario de Gobernación y era la contradicción de que nuestra embajada fuese una cárcel, entonces me envió y fui cuatro o cinco veces a Argentina y salió un libro, además de los reportajes. Esas visiones no las tiene otro periodista, no se le ocurren a nadie porque no están atentos a lo que le pasa al país fuera de sus fronteras.

 

Guillermo Ochoa cuenta que Julio era una especie de fábrica de ideas…

Sí, lo era. Yo le aprendí eso. Los lunes, cuando nos reuníamos, sobretodo los últimos meses, los únicos que llevábamos apuntes en tarjetitas sobre reportajes que hacer era Julio y yo. El resto que estaba en el Consejo de Redacción les valía. Fui jefe de información en Proceso hasta que me fui.

 

¿Fue cooperativista de Excélsior?

 Sí, llegue a serlo.

 

A varias décadas, ¿cómo describe el llamado “golpe a Excélsior”?

Fue un embate del poder. Al poder le era incómodo Excélsior y le era incómodo Julio Scherer. Entonces decidió que los iba a tumbar y organizó una revuelta interna. Pagó a los propios cooperativistas, la gente de base, de los talleres, más “manipulable” y los envenenó con esta temática de decirles que los reporteros y editorialistas eran los “intelectuales” y que “ganaban mucho dinero mientras mírate tu como vives, ellos viajan por todo el mundo y tu estás aquí de jodido, dizque somos iguales todos los cooperativistas”, con ese discurso que se manifestó físicamente el día de la Asamblea, cuando dijeron “somos los sombrerudos”, iban con sombreros de palma y palos pero como diciendo “somos los jodidos y ustedes los privilegiados”, con ese discurso nos sacó Luis Echeverría del periódico, más la invasión de los terrenos de paseos de Taxqueña que eran los usos y costumbres de antes en donde los gobiernos y los periódicos de pronto tenían arreglos, no corruptos pero digamos, dadivosos. Fue una permuta que tenía Excélsior en Veracruz contra terrenos de la ciudad, entonces mando a invadirlos con un líder totalmente bajo sus órdenes que era Humberto Serrano, del Consejo Agrarista Mexicano y eso genera un conflicto interno.

 

¿No habría que entender lo de Excélsior más como un asunto personal entre Luis Echeverría y Julio Scherer?

Son las dos cosas. Es lo personal que no se puede evitar. No hay que negar que Julio Scherer ha tenido mucha cercanía con el poder, no nada más con Echeverría, hay una especie de trato esquizofrénico o bipolar entre Scherer y el poder. No digo algo que no se sepa. Él mismo cuenta como Díaz Ordaz le regala camisas de seda grabadas con su nombre, él mismo cuenta como Echeverría le regala pinturas de Siqueiros y como va a cenar a su casa donde el Estado Mayor se apodera de su casa. Con López Portillo que era su primo tenía una relación mala y buena al mismo tiempo. Con De la Madrid hubo un trato similar, que bueno, la grisura de Miguel de la Madrid no permitió que hubiera más. Con Salinas vuelve el acercamiento y la distancia, ida y vuelta, ida y vuelta, ida y vuelta. En este país se manejan un sistema de premios y castigos, te trato bien, trátame bien. Me tratas mal, te trato mal. Entonces es difícil ser periodista crítico a ultranza y al mismo tiempo mantener una relación con el poder. No se puede. No se puede vivir de la publicidad gubernamental y al mismo tiempo pegarle al gobierno. Ahí hay una dicotomía muy fuerte. Los periodistas debemos apostarle a los lectores, como en algún tiempo lo hizo Proceso. A tu tiraje, o tu publicidad alternativa te permita vivir sin el subsidio gubernamental.

Cuando nos dan el golpe el 8 de julio del 76, un periodista de Excélsior, justamente el que hizo la nota que enojó a López Portillo (el no pago para que me peguen), José Loubet, él en realidad venía de empresas financieras y bancos y era reportero de económicas en Excélsior, él decía, porque en esa época había inaugurado las baguettes, él era el concesionario de esa franquicia, él nos sugiere a los de Proceso porque no invertíamos comprando acciones de su empresa. Y haciendo pan subvencionar a la revista no importa que no ganara un quinto o  siempre estuviera perdiendo. El decía que esta era la verdadera independencia. Entonces, como fue una discusión con copas y todo, llegamos a la conclusión de que, sí te quiere joder el gobierno, te jode, con Hacienda o con otro instrumento. No hay escape. Solo enfocarse en los lectores.

 

Tengo la impresión de que después del 8 de julio de 1976, Echeverría se fue achicando y entonces comenzó la leyenda o mito de Julio Scherer, se hizo grande.

Todavía dio sus últimos estertores Echeverría en noviembre. 

 

¿Por qué se solidarizó con el periodista Julio Scherer aquella tarde del 8 de julio de 1976?

Porque no me iba a quedar en Excélsior. Había participado muy activamente en la defensa de la institución de la Cooperativa bajo el ojo de Scherer. Regino Díaz Redondo se quiso confrontar conmigo. Yo estaba comprometido. No es que ese día yo haya decidido nada, sino que estaba muy comprometido y buscaba que no pasará lo que pasó. Era muy amigo de Miguel Ángel Granados Chapa, entonces lo que él dijera estaba correcto. Con Samuel del Villar y yo  hicimos los reportajes de Paseos de Taxqueña, fui activista, como reportero estaba de un lado.

 

¿Usted conoció a Manuel Buendía? ¿Lo trató?

Sí, lo conocí. No era su amigo, no estaba dentro de su círculo. Soy amigo de sus amigos: Miguel Ángel Granados Chapa, Iván Restrepo, etc., se reunían ellos. Yo nunca participe de esas reuniones, yo era reportero y esas reuniones eran de columnistas, analistas, y entonces no me acerque a ellos. No voy a este tipo de reuniones. A veces me jalan ellos, asistir a esas tertulias son muy ricas y todo pero a veces no te dejan trabajar. No menosprecio el asunto simplemente no participo.

Manuel fue un excelente periodista, fundador de un tipo de periodismo, más investigativo, más documentado. También fue un periodista cercano al poder. Jefe de Granados Chapa, Miguel Ángel Rivera y Rafael Rodríguez Castañeda, eran los ayudantes de Buendía. Buendía y Granados Chapa corrieron juntos la aventura de querer fundar la Democracia Cristiana en México y al mismo tiempo tenían el contacto con guerrilleros, fue una etapa muy interesante entre católica y revolución. Buendía evolucionó pero tuvo la doble faceta de ser empleado de relaciones públicas o comunicación y de ser periodista. Entonces cuando dejaba de ser funcionario era periodista crítico. Vuelvo a lo mismo, no puedes estar en los dos lados. Él fue Jefe de prensa de con Alfonso Martínez Domínguez en el Gobierno del Distrito Federal el 10 de junio de 1971. Eso es histórico. Él tuvo que avalar la versión oficial de que “el halconazo” fue un enfrentamiento entre estudiantes.

 

¿Y de José Pagés Llergo?

A Pagés Llergo no lo trate mucho. Me parece un periodista que hizo mucho por el oficio aunque sus inicios era muy nazi. Él estaba orgulloso de haber ido a entrevistar a Adolfo Hitler. Todos tenemos nuestro pasado.

 

¿Jacobo Zabludowsky?

No creo que Jacobo haya cambiado. Él salió mal de Televisa y ahora quiere presentarse como un periodista progresista y de izquierda, me parece que a destiempo.

 

¿Manuel Becerra Acosta?

Un gran periodista. Lamentablemente muy personalista en la forma de conducir las cosas y cercano al poder.

 

 

Proceso y el éxodo

 

¿Es solitario el trabajo de periodista?

No. Es lo menos solitario que puede haber. Es solitario en la medida en la que tu eres quien construye tu red de complicidades –digo yo- tu red de información, de denunciantes, tu red solidaria porque esa misma red implica que eres amigo de los periodistas. Puedo presumir de ir a cualquier lugar de la República y conocer y ser conocido de muchas personas de tal manera que los problemas locales que no trascienden en los medios nacionales porque somos un país centralista en ese sentido pues los abordo en mi columna. Cuando tu vas a un estado –a la provincia como dicen- pues necesitas conocer el fondo de las cosas y a personas que lo sepan. El periodista no puede dominar todo el conocimiento aunque de alguna manera los periodistas estamos obligados a ser todólogos. El buen periodista acude a los que sí saben sobre un conflicto, les da su lugar, su crédito. Cómo lo hacía Manuel Buendía. Yo trabajo con redes de información que se han ido generando a través de más de cuarenta años de trabajo intenso. Ahora mismo, antes de la entrevista, me comuniqué con un periodista danés al cuál lo conocí a través de cartas en 1968 y desde entonces estamos en contacto. También con una periodista que regresa de Alemania y que estamos buscando ayuda para un reportero de Michoacán que requiere apoyo porque lo tuvieron más de tres años en una cárcel de alta seguridad falsamente acusado de delincuencia organizada y ahora no tiene ni chamba ni quien lo quiera recibir, es Jesús Lemus Barajas. Estigmatizado, sin chamba, perdió todo, tiene familia que mantener. Lo quisimos canalizar a Alemania, pero gente con la que colaboramos allá decidieron llevarse al corresponsal de Proceso Francisco Castellanos, que también es un caso muy fuerte y ha sido levantado dos veces, entonces estamos hablando de periodistas en zona de guerra.

 

¿Qué tan importante en su vida profesional es la revista Proceso?

Es sumamente importante, es la etapa de madurez en el sentido en el que yo empiezo a tener responsabilidades como Jefe de información de la revista y de la Agencia Cisa, hoy Apro. Tenía bajo mi responsabilidad a los jóvenes reporteros y yo aprendo a ser jefe y me aviento ahí casi nueve años.

 

¿Qué le deja Proceso y por qué se va?

Enseñanzas, buenas y malas. Aprendí que la fidelidad a la gente hace un medio. Es necesario mantener una línea política editorial que a veces no se mantiene. Eran mis discusiones con Scherer. Él me hablaba mucho del tiraje, en esa época todavía existía Impacto, la revista y Julio me decía “No, mire José, Impacto tiró 200 mil ejemplares”, “Nosotros también don Julio, entonces somos igual que Impacto” le respondía. Lo que quiero decir es que a mi me preocupaba que no hubiera una línea editorial definida, que no supiéramos a dónde vamos y que no queremos, para mí eso es fundamental en un medio. Al final salí de Proceso, sin peleas, no estoy peleado, la semana pasada estuve ahí. Simplemente me retiré porque no había condiciones para que yo trabajara ahí.

  

¿Qué se queda de Julio Scherer después de trabajar en Excélsior y Proceso con él?

Con lo bueno. Fueron quince años de trabajar a su lado. Me quedo con su capacidad periodística, su infinita curiosidad, con su tenacidad de periodista que le saca agua a las piedras, me quedo con eso. No me quedo con otras lecciones de coyunturas que no me gusta. El periodismo no es de coyuntura. Es de condición, de trabajo largo, creador, político. Era otra discusión que tenía con Julio. Él me decía “es que no somos políticos”, “claro que somos políticos” contestaba. No estamos afiliados a ningún partido pero tenemos una vocación, una idea, una proclividad hacia ciertos temas. 

De pronto, Proceso mismo ha cometido errores, se ha ido con algunas fintas y ha tenido que recular. Eso es normal. Yo no juzgó a Proceso, es la revista más importante de este país y se lo ha ganado a pulso.

Cuando salgo de Proceso inicio un camino propio. Estaba en la agencia de noticias italiana, Agenza Nazionale Stampa Associata (Ansa), estuve seis años ahí. Comencé a escribir mis libros, antes en Proceso había escrito el de Una cárcel mexicana en Buenos Aires, escribí junto con Salvador Corro el libro de La Quina, el lado oscuro del poder. Luego Fernando Benítez me invita a ese proyecto que nunca vio luz que fue El Independiente. Y bueno, estuve once meses ahí y pues renuncié porque ya se veían las pugnas por el poder y dije no. Me retiré por escrito, fuimos a la casa de Benítez Rodolfo Guzmán, Juan Antonio Zúñiga y yo. Don Fernando no quería aceptar nuestra renuncia y hasta lloró, yo me fui y ellos dos se quedaron dos años más. El Independiente lo presumíamos como el mejor periódico de América Latina y fue el mejor periódico jamás impreso que se dio a conocer de boca en boca. Vicente Rojo solamente hizo el doming y no más.

Nunca vio la luz, hubo un momento en el que estábamos discutiendo el proyecto, una descripción de lo que iba a ser el periódico. Yo pienso, llego a esta conclusión: El empresario que patrocinó esto fue Javier Moreno Valle, él fue a ver al presidente Salinas, pidió audiencia. De nuevo, los usos y costumbres del poder y los medios. “Señor, vamos a salir con esto, es un periódico, será el mejor de América Latina, etc.”. Carlos Salinas lo escuchaba, luego, en esa forma sibilina, astuta, mañosa, manipuladora le dijo “¿Por qué mejor no haces una revista Javier? Periódicos hay muchos. Mejor haz una revista, con la gente de primera que tienes serían los mejores de México”. “no don Carlos, yo ya tengo mi proyecto y quiero que sea un periódico, yo creo que es lo que hace falta” decía Moreno Valle. “Bueno, haz lo que quieras, yo ya te di mi opinión” concluyó Salinas, con lo cual le dio el “no”. Caso contrario fue el de Abraham Zabludowsky, Rafael Cardona y su revista Época. Salinas le dio su bendición, toda la publicidad y toda la lana. Época no representaba una opción crítica, ni opositora para el régimen y sobre todo era una revista.

En El Independiente teníamos juntitis, que bárbaro, nos reuníamos dos veces por semana y de repente salían esas cosas. U otras, por ejemplo, Miguel Bonasso comentaba “oye, el pinche Riva Palacio anda diciendo que éste es el periódico de los tres Carlos (Hank, Slim, Salinas)”, en ese entonces Raymundo era director de Notimex, y era salinista (no creo que lo haya dejado de ser). “Pinche gordo” decíamos. Al final Moreno Valle le dio la razón. Otro diario que estaba supeditado al poder. Granados Chapa llego a publicar que Moreno Valle negoció con Carlos Salinas con el argumento de que había invertido mucho dinero (15 millones de dólares de la época) le dice a Salinas que necesitaba recuperar su lana pues él ya le había dicho que no le daba permiso de salir con el periódico. Pues Moreno Valle obtiene la concesión del canal 40. Esa es mi deducción.

 

Detrás de la Noticia, El Financiero y lo que viene

 

¿Cómo llegas al El Financiero?

Llego solito. Hice una revista Filo Rojo, la frontera entre lo político y lo policiaco, que va del 91 al 93 y era una revista muy bonita, bien hecha sobre temas de seguridad, y puedo decirte que nos adelantamos 20 años, pues los temas que abordan ahora los medios (violencia, narcotráfico, delincuencia), nosotros los tratábamos ya. Llegue en el 93 al El Financiero. Duré 16, 17 años en El Financiero. Recuerdo haber ido a Washington, como testigo de calidad de Eduardo Valle El Búho. He hice muchos reportajes. Entre en una gran época a El Financiero, en reportajes especiales. Éramos ocho los reporteros. Todos de buen nivel, nos coordinaba Ignacio Rodríguez Reyna. Pero poco a poco se fue yendo la gente. Dejo de estar Miguel Badillo, Héctor A. González, Carlos Ramírez –que no era reportero sino columnista). Los trabajos de reportaje los publicábamos los fines de semana, sábados y domingos. De todo, con el tema Colosio, el Cardenal Posadas, el narcotráfico, el EZLN, el petróleo, los sindicatos, uy, muchos temas canijos. Al final el diario decidió ya no salir con reportajes los fines de semana, decía que salía caro, que era mucho papel y no se vendía mucho y en vez de conseguir más publicidad, decidieron cerrar esas ediciones.

 

¿Cuál es su opinión sobre Rogelio Cárdenas?

Lastima que murió tempranamente. Yo soy diez años mayor que él. Tenía muy buenas ideas de cómo hacer periodismo. Entendió que la apuesta era a la circulación, a la penetración de sus lectores, que ese sea el eje económico principal.

 

¿Y de Alejandro Ramos?

Un periodista muy eficiente. Yo creo que en este momento no esta mucho en… no es que se haya cansado, es que no puedes estar toda la vida luchando en condiciones adversas, te cambias de equipo, te vas a otro lado. Yo sí me he cambiado y casi siempre lo hago porque llenas un espacio, terminaste y mejor te vas a otro y lo intentas de otra forma. Yo estoy muy agradecido a El Financiero me trataron muy bien. Excepto mi espacio de columna, ellos decidieron que había demasiadas columnas.

 

¿Ricardo Rocha?

Tuvo su momento estelar, que fue cuando yo trabaje con él. Ricardo era director de noticias de la W y al mismo tiempo tenía su programa Detrás de la Noticia. Durante esa época él hizo muchas cosas en la que participé: los reportajes de Aguas Blancas, lo de Acteal, que recuerdo que Blanche Petrich trabajaba conmigo en radio y con Ricardo, en un programa en la W que se llamaba La hora de la verdad. Blanche se fue a ver a los desplazados en Chiapas, estábamos haciendo un programa sobre los desplazados en Chiapas. Entonces manda su material y lo veo con Ricardo y le sugiero que vayamos allá. Entonces Ricardo se va con Rodolfo Guzmán a Chiapas con Blanche. Hicimos lo de Digna Ochoa, Ricardo me pedía que le hiciera reportajes y un resumen sobre el caso de Digna que él presentaba, le conseguía los invitados, me entrevistaba. En fin, Ricardo es un buen periodista, respetuoso con nuestro trabajo. Nunca hubo censura estando en Televisa, incluso Blanche se despide de las funciones en su trabajo, le agradece a Ricardo y le dice “Te agradezco haber participado en ésta primavera en la televisión privada”. Además de que Televisa entendió que dar información dura al público, también es negocio. Hasta que sucedió lo que tenía que pasar. Le cerraron la cabina a Ricardo con candado, no pudo entrar a hacer su noticiario exactamente el día que mataron a Paco Stanley. Y ya no pudo entrar. Lo echaron de mala manera. Y a todo su equipo también. Trabaje un rato más con él en su empresa. Volvemos a lo dicho, Ricardo toma decisiones muy personales y aunque dice que es equipo las toma él. Entonces eso no ayuda mucho en el trabajo.

 

¿Quién lo invita al canal por internet del Gobierno de Distrito Federal Capital 21?
Es una televisión que está empezando. Llevo cinco años en internet. Aprovecho el espacio. Digo lo que he dicho en todos lados. Cuando estuve con Ricardo Rocha hice lo mismo con respecto al militarismo, con respecto al asesinato de Digna Ochoa, con lo de Colosio, con lo de Ruiz Massieu, con lo del Mocha orejas (nosotros lo descubrimos, fue un trabajo nuestro), Es el mismo trabajo que he hecho durante toda mi vida solo que en otro medio. Esperemos que Capital 21 sea un foro respetable, plural, donde estemos todos y abierto. Es un medio donde me han dado oportunidad para decir lo que pienso y lo digo, sin importar si es sobre el Gobierno del Distrito Federal.

 

¿Qué le falta por hacer?

Mucho, está es una tarea interminable. Me gustaría ver luz al final del túnel, de todo esto que está pasando en el país.

 

 

FIN FIN

Escritores. Juan Villoro.


Juan Villoro, todo un literato.

Abraham Gorostieta




Conocido apasionado al fútbol y seguidor del Necaxa, reflexiona acerca de sus orígenes como escritor, las influencias en la creación literaria, de la política y la ideología, tanto en la literatura como en el ámbito intelectual.


Ciudad de México. Coyoacán, café de un Sanborns. Lo primero que hago al llegar al café es arrepentirme, me hubiera gustado mucho entrevistar a Juan Villoro en el mercado de Coyoacán, siempre colorido y de múltiples olores y sabores. Llego antes que él. La hostess –delgada, fina, de rostro bonito– enfundada en su traje sastre azul marino me lleva y me señala mi asiento. En seguida una mesera disfrazada de tehuana con telas rococó sobre su cuello y faldón apunta lo que deseo: un café americano y un refresco sabor cola con hielos. En todos los diarios de la ciudad anuncian con bombos y platillos la incursión del mexicano Carlos Slim en el primerísimo lugar de los hombres más ricos del mundo. México entra al primer mundo.

A lo lejos veo que alguien se acerca. Alto y joven. No parece tener los cincuenta años que ya carga. Es Juan Villoro. Se sienta y comienza la entrevista.


– Oiga Juan, ¿por qué le da tanta energía, su fuerza vital, su capacidad e imaginación, es decir, las horas únicas de su vida al oficio de escribir?

– La escritura es por un lado un vicio, por otro una pasión, y por otro lado es una condena. Entonces, como todos los vicios, pasiones y condenas tienen sus lados positivos y sus lados negativos. Yo creo que cualquier persona que se dedique en serio a escribir, convierte la escritura en una forma de vida y como toda forma de vida tiene compensaciones y ciertas cosas que son complejas hasta dolorosas pero que no podría renunciar a ellas. Es como una situación totalmente adictiva, al menos para mí, así es como yo lo veo.


– ¿Se puede ser un vicioso de la escritura o un adicto?

– Ja, creo las dos. Dentro de esta visión global que es la escritura hay más vicios, pequeñas adicciones, que son los libros. Por ejemplo, cuando terminas de leer una novela larga o corta, o un cuento, te quedas con esa sensación que tienen el que ha dejado de fumar, es decir, en ese instante de abstinencia tu sientes que te falta algo, extrañas ese mundo imaginario en el cual estuviste metido tanto tiempo y sientes que necesitas otro, otra vez estar “drogado”. Eso a mí me pasa y creo que voy a vivir así hasta mi muerte.


Sus primeros años.


La región más transparente, de Carlos Fuentes, veía la luz y era admirada por los escritores de moda en ese México que los historiadores han llamado “glorioso”. Terminaban los trabajos de construcción de Ciudad Universitaria. La corrupción emanada del sexenio de Miguel Alemán se practicaba con singular alegría en el sexenio de Adolfo Ruiz Cortines, aunque este último buscó desesperadamente separarse de Alemán sin conseguirlo. Fidel Velásquez seguía siendo electo como líder indiscutible de la CTM. Y el México civil surgía en todo su esplendor, era retratado por González Camarena. Se reía con Cantinflas, Tin Tan y Joaquín Pardavé. Se enamoraban de Pedrito Infante y Jorge Negrete para ellas. Y se sucumbía ante la belleza de Dolores del Río y María Félix. En esta época mexicana nace Juan Villoro un 24 de septiembre de 1956.


– ¿Cómo era de niño?, ¿cómo fue su infancia?

– Uy, era una persona muy tímida, inseguro. Tuve la desventaja de entrar al Colegio Alemán, que era muy buena escuela. Y es que caí en un grupo en el que todos eran alemanes y en donde todas las clases se enseñaban en alemán. En mi familia naturalmente nadie hablaba alemán y yo soy el mayor de mis hermanos, entonces nadie me podía ayudar. Mi primer contacto con la escuela fue muy extravagante porque además la escuela era muy rígida. Yo me sentía muy extraño y pasaba de milagro. Así estuve nueve años, que tengo que reconocer fueron muy formativos. Mi infancia no fue traumática ni nada de eso. Fue una infancia normal, un poco gris porque yo fui muy tímido. Fui una persona muy impedida para entender la realidad, me costaba mucho trabajo entender cómo funcionaban las cosas y como debía de comportarme.


– Ya más grande, ¿qué te interesaba hacer?, ¿cómo te acercaste a la literatura?

– A partir de los catorce años la vida empezó a cambiar para mí de manera muy significativa, pues porque me interesó mucho la lectura, los cómics, el cine y el rock –que ha sido una de mis pasiones–, no sabía qué hacer pero pensaba que tenía algo que ver con las comunicaciones. Nunca fui buen alumno, salvo en la universidad, en la carrera de sociología –que es una muy buena carrera–. Era curioso, pero no era buen estudiante y descubrí desde los catorce años por mi cuenta lo que me interesaba; desde los cómics de la familia Burrón, los súper machos de Rius, los súper sabios de Germán Bursteín hasta las lecturas de libros, por ejemplo, De Perfil, de José Agustín que fue el primer autor que realmente admiré.


– El primer libro, creo yo, el primero que te llega a las manos y lo lees es definitorio, no sé si usted lo vea así. Juan, ¿cuál fue su primer libro?

– En la escuela leía por obligación El Cantar del Mío Cid. Tendría doce años. Y es que se comete el error de querer darle a los niños un libro clásico para que entren por la puerta grande a la literatura y nuestra profesora nos dejó varios libros a escoger, uno de ellos era El Cantar del Mío Cid. Yo había visto la película con Charlton Heston y Sofía Loren; era una película épica apasionante, superproducciones, grandes batallas y a mí me había dejado impresionado esta película, a tal grado que le había pedido a mí abuela que me hiciera un traje de cruzado. Mi abuela era yucateca, tenía un mosquitero y me hizo un traje con mi malla y todo. El segundo libro que leí fue Corazón, diario de un niño, de Edmundo Admicis, que es un libro bastante lacrimógeno y lo leí con enorme sufrimiento pero por lo menos iba a pasar una materia. Como es un libro obligatorio yo nunca creí jamás que alguien lo pudiera leer por mero gusto. Y luego leí ya por gusto dos libros La Isla del Tesoro, de Robert Louis Stevenson y Las aventuras del capitán Haateras, de Julio Verne, que era una expedición al Polo Norte. Estos dos libros me fascinaron pero no me sentí conectado con ellos porque son libros de aventuras extremas.


– ¿Y De perfil, de José Agustín?

– La gran revelación para mí fue leer De perfil, de José Agustín. A partir de esa novela, es decir, era un mundo en el que yo estaba retratado hasta el último detalle que fue cuando empiezo a escribir. Me convertí en un autor de una incultura récord porque había leído a pocos autores y ya quería escribir, pero ya poco a poco me fui emparejando.

De la literatura y el escritor



– Creo que así se empieza, la gran mayoría. Pero, ¿qué tanto debe ser influido un escritor por un autor?

– Ja, ja, ja. No te rías. Sí, así se empieza. La influencia De perfil fue esencial porque me atrapó para el hecho de la lectura. A partir de ese momento descubrí que mi vida era inseparable de la lectura. Yo creo que a todo escritor lo antecede un lector. No puedes escribir sin haber leído, aunque la literatura no se hace de libros sino de experiencias, de vivencias, de lo que se piensa, de lo que se sufre y –también- de lo que has leído. Creo también que cada autor debe buscar tener una voz propia, un camino en donde él pueda aportar algo que no existe. No tiene caso repetir las voces de los otros. Sí tú lees una página de Onetti o de Rulfo ves que sólo pudo ser escrita por estos autores.


– ¿El escritor debe ser un ideólogo o un idealista o qué?

– No, no lo creo. Creo que el escritor... si entendemos la ideología como una representación política, el escritor escribe obras que admiten y propician una lectura política de tal forma que uno puede leer una novela de Kafka y ver el universo de dominación totalitaria, esto no lo hace de una manera obvia, más bien es la interpretación de los lectores. Creo que es muy peligroso que el escritor tenga un mensaje ideológico obvio porque abarata su literatura y le quita fuerza. Es mucho más interesante que la literatura hable por sí misma y las consecuencias ideológicas sean consecuencias de la lectura, por ejemplo, nosotros podemos decir, dependiendo de nuestra postura política, decir que el “Che” Guevara tenía una actitud quijotesca, evidentemente Cervantes no escribió El Quijote para que los guerrilleros del mundo se identificarán con él, pero es muy posible que los guerrilleros del mundo se identifiquen con él. De hecho, tanto como el Subcomandante Marcos y el “Che” fueron grandes lectores de El Quijote.


– Pero hay excepciones como por ejemplo José Revueltas

– José Revueltas es un escritor comprometido. Yo no soy un admirador de Revueltas, creo que fue un hombre extraordinario pero que su literatura entre otras cosas fue muy débil porque está lastrada por su compromiso. Comparto muchas de sus ideas pero su literatura la lastró con mucha intencionalidad ideológica. Y creo que eso no se debe de hacer. La literatura de Kafka que no tiene ni una connotación política es más rica o, por ejemplo, Pedro Páramo, de Juan Rulfo es una parábola maravillosa sobre el cacicazgo, sobre el caudillismo, sobre la dominación patrimonial, sobre el machismo, sobre el despojo que sufren los más pobres, es más sus personajes son tan pobres que ni siquiera les puede pasar una historia. Están muertos y han perdido el derecho a que les pase algo, que es la pobreza más extrema, al miserable descarado nada le puede pasar, ni siquiera una historia. En este libro vemos una fuerza política enorme aunque nada de eso es obvio, se refiere a la Revolución, a la Guerra Cristera de pasadita, pero ese símbolo literario es muy potente. Yo creo que esa es la función de la literatura. Jean Paul Sartre hizo un llamado al compromiso sartreano, yo creo que lo que vemos ahora como grandes obras que pueden tener lectura política no son obviamente política, sino que la interpretación es resultado de lo que en ella leemos.


– ¿Cómo ve la literatura actual en México, la narrativa?

–Es variada, muy rica, es muy difícil de valorar porque hay muchos autores, tanto de provincia como de la ciudad de México, hombres y mujeres de muy diversas generaciones que pasa por muy buen momento. Hay escritores consolidados que siguen mostrando muchas cualidades, como Vicente Leñero, Sergio Pitol...


– ¿Y la nueva?

– Es interesante que junto con la anterior hay una nueva, me gusta mucho –de escritores de mediana edad que le están pegando a los 40–. Me interesa mucho Guillermo Fadanelli, Mario Bellatín, Rosa Beltrán, David Toscana, Pedro Ángel Palou –su novela apocalíptica me llamo mucho la atención, la de Memorias de los días–, Luis Humberto Crosthwaite, Eduardo Antonio Parra, Juan José Rodríguez, Alejandra Bernal, Julieta García. Hay mucha literatura y lo interesante es que hay mucha variedad.


Vocaciones y juventud


– ¿Qué fue para usted tener al padre que tiene, cómo fue su relación con él?

– Es muy complicado responderte. Uno valora a sus padres siempre mucho por lo que son nuestros padres. Él es una persona muy importante para mí, por un lado es una persona muy entregada a lo suyo, que cree mucho en sus ideas. Empezó estudiando el indigenismo cuando escribió su primer libro y ahora es asesor del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, es decir, ha tenido una congruencia enorme desde los veintitantos años hasta los ochenta y tres que tiene, siempre buscando la recuperación del pasado indígena, buscar mejores condiciones de vida para los indígenas, es decir, que ha tenido una conducta muy ética y es muy importante tener ese ejemplo para mí.


– Supe que usted es un médico frustrado.

–Sí, lo soy y mi padre también. Estuve dudando en estudiar medicina o una carrera social para hacer literatura, y tenía un amigo, Javier Karam, que estaba en las mismas circunstancias. Así que él estudió medicina y yo sociología. Años después el murió haciendo guardia en el Hospital General en el terremoto del 85. En fin, para ser médico tienes que estudiar, y yo a los 17 años ya me sentía escritor. Entonces dije: “si me dedico a estudiar medicina voy a perder lo que ya tengo” y aquí estoy.


– ¿Cómo fue el movimiento estudiantil del 68 y el del 71 para usted?

– El 68 lo viví relativamente de cerca, porque mi padre estaba en la coalición de maestros que estaba muy cerca del Consejo Nacional de Huelga y muchos de sus amigos fueron a dar a la cárcel. Él estaba muy comprometido con el movimiento. Yo recuerdo mucho una frase de Eduardo Valle que decía que los verdaderos herederos del 68 iban a ser los hermanos menores de los estudiantes, los jóvenes que habían visto las manifestaciones desde las banquetas y que eran demasiado jóvenes para participar, pero que ellos jamás iban a olvidar la ignominia que habían sufrido sus hermanos mayores y yo pertenezco a esa generación. En efecto, supimos desde niños que algo podía cambiar y que la represión había sido brutal, creo que ahí empezó a cambiar México. A Eduardo le parecía que su generación ya era una generación de cartuchos quemados, está declaración la hace él en la cárcel de Lecumberri, está preso y siente que ya no hay otra alternativa. Curiosamente mi generación fue menos combativa, precisamente, porque hubo una leve apertura democrática, oportunidades para los jóvenes, becas, en fin, fue una generación muy consentida en ese sentido con Echeverría y luego vino el espejismo petrolero con López Portillo y luego otra vez la crisis brutal. Como generación fue una especie de sándwich entre dos generaciones rebeldes, la del 68 y la del 76.


– Y actualmente, ¿cómo ve nuestra generación?

– Híjole, la tienen muy canija. Hay muy poco horizonte para los jóvenes ya sea para trabajar o para tener estudios realmente satisfactorios o para tener gratificaciones de vida significativas. Ahora se ha deteriorado mucho la esperanza de los jóvenes; en primer lugar. la crisis ha hondado mucho en ellos, luego cada vez hay más jóvenes y las oportunidades escasean. Es una situación dramática, por ejemplo, hoy en día es imposible que un gran cuentista inédito llegue con un libro de cuentos a las grandes editoriales y lo publiquen. Esto fue lo que pasó con Rulfo que era un desconocido y llega al Fondo de Cultura Económica y tiene una resonancia asombrosa. Ahora no es así.

Su vida y sus pasiones


– ¿A que hora trabajas, a que hora creas?

– Yo me levanto y escribo de nueve de la mañana hasta las dos o tres de la tarde.


– ¿Cómo es la vida de un escritor como Juan Villoro?

– Es una vida que no tiene mayor chiste. Es una vida dedicada a escribir. A estar con mi familia, no tiene ningún atractivo. Cuando se hace un documental sobre una bailarina, sobre un seminarista, sobre un artista de performance, siempre hay muchas cosas porque siempre hay mucho que ver. La vida de un escritor es absurda. Lo único que te pasa es que se te cae el pelo ante un teclado, todo es imaginario. Por eso a veces algunos escritores, es mi caso, hacemos periodismo a veces o guiones de películas para salir al mundo de la realidad y ver otras cosas. El del escritor es mundo muy encerrado. Se necesita una enorme resistencia a la claustrofobia. Vivo de hacer crónica en Proceso, Reforma, Nexos, Letras Libres.


– Hay escritores muy buenos, extraordinarios, que te atrapan en la primera línea y cuando te interesas por la persona resulta que no eran o son lo que predican, ¿no?

– Híjoles, un ejemplo entre lo moral y lo estético, tendría que escoger a Antón Chéjov que fue una persona extraordinaria y muy buen escritor. No siempre se combinan estas habilidades. Ha habido grandes escritores que eran buenísimos en la narrativa pero eran unos verdaderos hijos de puta. De los actuales podría decir que Sergio Pitol es moral y muy buen escritor. De una sencillez total.


– ¿Y siempre le ha ido al Necaxa?

– Uy, cuando escoges irle a un equipo escoges una forma de vida. En la infancia yo me sentía muy desconectado, como que no encajaba y vivía en una calle donde todos le iban al Necaxa, entonces ser de ese barrio, vivir en esa calle era irle al Necaxa y yo quería ser de esa calle. Por otra parte, era un equipo muy simpático que perdía con el colero pero luego le ganaba al Santos con todo y Pelé, es decir, hacía lo imposible y fallaba en lo sencillo, y eso a mí me gustó desde el principio. Era aquel Necaxa de Pancho Mayevsky, “El Yuca” Peniche, “El Pichoje” Pérez, Toño Mota, es decir, jugadores muy carismáticos.


Los intelectuales


– ¿Los intelectuales deben estar en la política?

– Depende de la ética intelectual de cada quien. Yo respeto mucho al escritor que por timidez o por indecisión no quiere opinar de política, y también respeto al que está opinando a cada rato aunque no sepa de política. Hay muchos escritores que con la mejor intención del mundo tratan de aclarar temas, aunque no sepan lo que están diciendo y se convierten en profetas instantáneos de lo que sea. En lo personal me interesa mucho la política. Sólo milité en un partido político totalmente perdedor, que fue el Partido de los Trabajadores Mexicanos donde estaba Heberto Castillo y Demetrio Vallejo. Creo en la necesidad de un país como México que la reflexión que hace un escritor si está comprometida con los temas de su tiempo y dentro de esto está la política. Pero la literatura como tal, como ficción, no se puede ideologizar porque pierde fuerza, yo creo que a través del artículo, de la crónica, de los ensayos se pueden ejercer comentarios políticos que son muy importantes aunque no obligatorios. Soy muy respetuoso de la gente que piensa distinto a mí. Cuando Enrique Krauze me invitó a colaborar en Letras Libres le dije: “mira, en muchísimos temas yo voy a estar en minoría, pero yo me siento cómodo en minorías siempre y cuando lo que yo pueda aportar sea tomado en cuenta”. No creo que un escritor deba tener una actitud que le impida el diálogo con los demás.


– ¿Los intelectuales deben tener un lugar privilegiado en la política?

– No desde mi perspectiva. Es importante que ciertos intelectuales interesados en la política participen, comenten, escriban pero no creo que deben tener ningún papel o ser consejeros y es ahí cuando se ensucia mucho el juego, cuando el intelectual tiene un sueldo o recibe favores del Estado, prebendas, etc. Durante mucho tiempo hubo un pacto en México entre los gobiernos surgidos de la Revolución – que se consideraban ilegítimos de alguna manera – y los intelectuales. Primero, porque tomaron el poder por las armas. Luego, porque había un solo partido perpetuado en el poder. Había una cierta falta de credibilidad, entonces, se creó un pacto en el que los intelectuales, al acercarse a las funciones públicas, también podían cumplir cometidos educativos muy importantes, tareas artísticas fundamentales y gracias a eso México tuvo un sistema político muy extraño en el que fue imposible la democracia auténtica pero, por ejemplo, donde hubo notables instituciones culturales como el Fondo de Cultura Económica, el Colegio de México, la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos, la Normal de Maestros, en fin, muchas cosas de las que carecen otros países y también la política exterior que en buena medida fue respaldada por los intelectuales. Pero este pacto se rompe en 1968, ya era imposible sostenerlo y ahora es imposible retomarlo; deberemos transitar a una sociedad más moderna donde los intelectuales se dediquen de manera independiente a su vida, y si alguno de ellos tiene enorme habilidad como gestor cultural, me parece muy bien que se desarrolle en eso. Los intelectuales deben ser observadores independientes de la realidad.


*Fotografía tomada de palabralabra.com