sábado, 2 de febrero de 2013

Escritores. Juan Villoro.


Juan Villoro, todo un literato.

Abraham Gorostieta




Conocido apasionado al fútbol y seguidor del Necaxa, reflexiona acerca de sus orígenes como escritor, las influencias en la creación literaria, de la política y la ideología, tanto en la literatura como en el ámbito intelectual.


Ciudad de México. Coyoacán, café de un Sanborns. Lo primero que hago al llegar al café es arrepentirme, me hubiera gustado mucho entrevistar a Juan Villoro en el mercado de Coyoacán, siempre colorido y de múltiples olores y sabores. Llego antes que él. La hostess –delgada, fina, de rostro bonito– enfundada en su traje sastre azul marino me lleva y me señala mi asiento. En seguida una mesera disfrazada de tehuana con telas rococó sobre su cuello y faldón apunta lo que deseo: un café americano y un refresco sabor cola con hielos. En todos los diarios de la ciudad anuncian con bombos y platillos la incursión del mexicano Carlos Slim en el primerísimo lugar de los hombres más ricos del mundo. México entra al primer mundo.

A lo lejos veo que alguien se acerca. Alto y joven. No parece tener los cincuenta años que ya carga. Es Juan Villoro. Se sienta y comienza la entrevista.


– Oiga Juan, ¿por qué le da tanta energía, su fuerza vital, su capacidad e imaginación, es decir, las horas únicas de su vida al oficio de escribir?

– La escritura es por un lado un vicio, por otro una pasión, y por otro lado es una condena. Entonces, como todos los vicios, pasiones y condenas tienen sus lados positivos y sus lados negativos. Yo creo que cualquier persona que se dedique en serio a escribir, convierte la escritura en una forma de vida y como toda forma de vida tiene compensaciones y ciertas cosas que son complejas hasta dolorosas pero que no podría renunciar a ellas. Es como una situación totalmente adictiva, al menos para mí, así es como yo lo veo.


– ¿Se puede ser un vicioso de la escritura o un adicto?

– Ja, creo las dos. Dentro de esta visión global que es la escritura hay más vicios, pequeñas adicciones, que son los libros. Por ejemplo, cuando terminas de leer una novela larga o corta, o un cuento, te quedas con esa sensación que tienen el que ha dejado de fumar, es decir, en ese instante de abstinencia tu sientes que te falta algo, extrañas ese mundo imaginario en el cual estuviste metido tanto tiempo y sientes que necesitas otro, otra vez estar “drogado”. Eso a mí me pasa y creo que voy a vivir así hasta mi muerte.


Sus primeros años.


La región más transparente, de Carlos Fuentes, veía la luz y era admirada por los escritores de moda en ese México que los historiadores han llamado “glorioso”. Terminaban los trabajos de construcción de Ciudad Universitaria. La corrupción emanada del sexenio de Miguel Alemán se practicaba con singular alegría en el sexenio de Adolfo Ruiz Cortines, aunque este último buscó desesperadamente separarse de Alemán sin conseguirlo. Fidel Velásquez seguía siendo electo como líder indiscutible de la CTM. Y el México civil surgía en todo su esplendor, era retratado por González Camarena. Se reía con Cantinflas, Tin Tan y Joaquín Pardavé. Se enamoraban de Pedrito Infante y Jorge Negrete para ellas. Y se sucumbía ante la belleza de Dolores del Río y María Félix. En esta época mexicana nace Juan Villoro un 24 de septiembre de 1956.


– ¿Cómo era de niño?, ¿cómo fue su infancia?

– Uy, era una persona muy tímida, inseguro. Tuve la desventaja de entrar al Colegio Alemán, que era muy buena escuela. Y es que caí en un grupo en el que todos eran alemanes y en donde todas las clases se enseñaban en alemán. En mi familia naturalmente nadie hablaba alemán y yo soy el mayor de mis hermanos, entonces nadie me podía ayudar. Mi primer contacto con la escuela fue muy extravagante porque además la escuela era muy rígida. Yo me sentía muy extraño y pasaba de milagro. Así estuve nueve años, que tengo que reconocer fueron muy formativos. Mi infancia no fue traumática ni nada de eso. Fue una infancia normal, un poco gris porque yo fui muy tímido. Fui una persona muy impedida para entender la realidad, me costaba mucho trabajo entender cómo funcionaban las cosas y como debía de comportarme.


– Ya más grande, ¿qué te interesaba hacer?, ¿cómo te acercaste a la literatura?

– A partir de los catorce años la vida empezó a cambiar para mí de manera muy significativa, pues porque me interesó mucho la lectura, los cómics, el cine y el rock –que ha sido una de mis pasiones–, no sabía qué hacer pero pensaba que tenía algo que ver con las comunicaciones. Nunca fui buen alumno, salvo en la universidad, en la carrera de sociología –que es una muy buena carrera–. Era curioso, pero no era buen estudiante y descubrí desde los catorce años por mi cuenta lo que me interesaba; desde los cómics de la familia Burrón, los súper machos de Rius, los súper sabios de Germán Bursteín hasta las lecturas de libros, por ejemplo, De Perfil, de José Agustín que fue el primer autor que realmente admiré.


– El primer libro, creo yo, el primero que te llega a las manos y lo lees es definitorio, no sé si usted lo vea así. Juan, ¿cuál fue su primer libro?

– En la escuela leía por obligación El Cantar del Mío Cid. Tendría doce años. Y es que se comete el error de querer darle a los niños un libro clásico para que entren por la puerta grande a la literatura y nuestra profesora nos dejó varios libros a escoger, uno de ellos era El Cantar del Mío Cid. Yo había visto la película con Charlton Heston y Sofía Loren; era una película épica apasionante, superproducciones, grandes batallas y a mí me había dejado impresionado esta película, a tal grado que le había pedido a mí abuela que me hiciera un traje de cruzado. Mi abuela era yucateca, tenía un mosquitero y me hizo un traje con mi malla y todo. El segundo libro que leí fue Corazón, diario de un niño, de Edmundo Admicis, que es un libro bastante lacrimógeno y lo leí con enorme sufrimiento pero por lo menos iba a pasar una materia. Como es un libro obligatorio yo nunca creí jamás que alguien lo pudiera leer por mero gusto. Y luego leí ya por gusto dos libros La Isla del Tesoro, de Robert Louis Stevenson y Las aventuras del capitán Haateras, de Julio Verne, que era una expedición al Polo Norte. Estos dos libros me fascinaron pero no me sentí conectado con ellos porque son libros de aventuras extremas.


– ¿Y De perfil, de José Agustín?

– La gran revelación para mí fue leer De perfil, de José Agustín. A partir de esa novela, es decir, era un mundo en el que yo estaba retratado hasta el último detalle que fue cuando empiezo a escribir. Me convertí en un autor de una incultura récord porque había leído a pocos autores y ya quería escribir, pero ya poco a poco me fui emparejando.

De la literatura y el escritor



– Creo que así se empieza, la gran mayoría. Pero, ¿qué tanto debe ser influido un escritor por un autor?

– Ja, ja, ja. No te rías. Sí, así se empieza. La influencia De perfil fue esencial porque me atrapó para el hecho de la lectura. A partir de ese momento descubrí que mi vida era inseparable de la lectura. Yo creo que a todo escritor lo antecede un lector. No puedes escribir sin haber leído, aunque la literatura no se hace de libros sino de experiencias, de vivencias, de lo que se piensa, de lo que se sufre y –también- de lo que has leído. Creo también que cada autor debe buscar tener una voz propia, un camino en donde él pueda aportar algo que no existe. No tiene caso repetir las voces de los otros. Sí tú lees una página de Onetti o de Rulfo ves que sólo pudo ser escrita por estos autores.


– ¿El escritor debe ser un ideólogo o un idealista o qué?

– No, no lo creo. Creo que el escritor... si entendemos la ideología como una representación política, el escritor escribe obras que admiten y propician una lectura política de tal forma que uno puede leer una novela de Kafka y ver el universo de dominación totalitaria, esto no lo hace de una manera obvia, más bien es la interpretación de los lectores. Creo que es muy peligroso que el escritor tenga un mensaje ideológico obvio porque abarata su literatura y le quita fuerza. Es mucho más interesante que la literatura hable por sí misma y las consecuencias ideológicas sean consecuencias de la lectura, por ejemplo, nosotros podemos decir, dependiendo de nuestra postura política, decir que el “Che” Guevara tenía una actitud quijotesca, evidentemente Cervantes no escribió El Quijote para que los guerrilleros del mundo se identificarán con él, pero es muy posible que los guerrilleros del mundo se identifiquen con él. De hecho, tanto como el Subcomandante Marcos y el “Che” fueron grandes lectores de El Quijote.


– Pero hay excepciones como por ejemplo José Revueltas

– José Revueltas es un escritor comprometido. Yo no soy un admirador de Revueltas, creo que fue un hombre extraordinario pero que su literatura entre otras cosas fue muy débil porque está lastrada por su compromiso. Comparto muchas de sus ideas pero su literatura la lastró con mucha intencionalidad ideológica. Y creo que eso no se debe de hacer. La literatura de Kafka que no tiene ni una connotación política es más rica o, por ejemplo, Pedro Páramo, de Juan Rulfo es una parábola maravillosa sobre el cacicazgo, sobre el caudillismo, sobre la dominación patrimonial, sobre el machismo, sobre el despojo que sufren los más pobres, es más sus personajes son tan pobres que ni siquiera les puede pasar una historia. Están muertos y han perdido el derecho a que les pase algo, que es la pobreza más extrema, al miserable descarado nada le puede pasar, ni siquiera una historia. En este libro vemos una fuerza política enorme aunque nada de eso es obvio, se refiere a la Revolución, a la Guerra Cristera de pasadita, pero ese símbolo literario es muy potente. Yo creo que esa es la función de la literatura. Jean Paul Sartre hizo un llamado al compromiso sartreano, yo creo que lo que vemos ahora como grandes obras que pueden tener lectura política no son obviamente política, sino que la interpretación es resultado de lo que en ella leemos.


– ¿Cómo ve la literatura actual en México, la narrativa?

–Es variada, muy rica, es muy difícil de valorar porque hay muchos autores, tanto de provincia como de la ciudad de México, hombres y mujeres de muy diversas generaciones que pasa por muy buen momento. Hay escritores consolidados que siguen mostrando muchas cualidades, como Vicente Leñero, Sergio Pitol...


– ¿Y la nueva?

– Es interesante que junto con la anterior hay una nueva, me gusta mucho –de escritores de mediana edad que le están pegando a los 40–. Me interesa mucho Guillermo Fadanelli, Mario Bellatín, Rosa Beltrán, David Toscana, Pedro Ángel Palou –su novela apocalíptica me llamo mucho la atención, la de Memorias de los días–, Luis Humberto Crosthwaite, Eduardo Antonio Parra, Juan José Rodríguez, Alejandra Bernal, Julieta García. Hay mucha literatura y lo interesante es que hay mucha variedad.


Vocaciones y juventud


– ¿Qué fue para usted tener al padre que tiene, cómo fue su relación con él?

– Es muy complicado responderte. Uno valora a sus padres siempre mucho por lo que son nuestros padres. Él es una persona muy importante para mí, por un lado es una persona muy entregada a lo suyo, que cree mucho en sus ideas. Empezó estudiando el indigenismo cuando escribió su primer libro y ahora es asesor del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, es decir, ha tenido una congruencia enorme desde los veintitantos años hasta los ochenta y tres que tiene, siempre buscando la recuperación del pasado indígena, buscar mejores condiciones de vida para los indígenas, es decir, que ha tenido una conducta muy ética y es muy importante tener ese ejemplo para mí.


– Supe que usted es un médico frustrado.

–Sí, lo soy y mi padre también. Estuve dudando en estudiar medicina o una carrera social para hacer literatura, y tenía un amigo, Javier Karam, que estaba en las mismas circunstancias. Así que él estudió medicina y yo sociología. Años después el murió haciendo guardia en el Hospital General en el terremoto del 85. En fin, para ser médico tienes que estudiar, y yo a los 17 años ya me sentía escritor. Entonces dije: “si me dedico a estudiar medicina voy a perder lo que ya tengo” y aquí estoy.


– ¿Cómo fue el movimiento estudiantil del 68 y el del 71 para usted?

– El 68 lo viví relativamente de cerca, porque mi padre estaba en la coalición de maestros que estaba muy cerca del Consejo Nacional de Huelga y muchos de sus amigos fueron a dar a la cárcel. Él estaba muy comprometido con el movimiento. Yo recuerdo mucho una frase de Eduardo Valle que decía que los verdaderos herederos del 68 iban a ser los hermanos menores de los estudiantes, los jóvenes que habían visto las manifestaciones desde las banquetas y que eran demasiado jóvenes para participar, pero que ellos jamás iban a olvidar la ignominia que habían sufrido sus hermanos mayores y yo pertenezco a esa generación. En efecto, supimos desde niños que algo podía cambiar y que la represión había sido brutal, creo que ahí empezó a cambiar México. A Eduardo le parecía que su generación ya era una generación de cartuchos quemados, está declaración la hace él en la cárcel de Lecumberri, está preso y siente que ya no hay otra alternativa. Curiosamente mi generación fue menos combativa, precisamente, porque hubo una leve apertura democrática, oportunidades para los jóvenes, becas, en fin, fue una generación muy consentida en ese sentido con Echeverría y luego vino el espejismo petrolero con López Portillo y luego otra vez la crisis brutal. Como generación fue una especie de sándwich entre dos generaciones rebeldes, la del 68 y la del 76.


– Y actualmente, ¿cómo ve nuestra generación?

– Híjole, la tienen muy canija. Hay muy poco horizonte para los jóvenes ya sea para trabajar o para tener estudios realmente satisfactorios o para tener gratificaciones de vida significativas. Ahora se ha deteriorado mucho la esperanza de los jóvenes; en primer lugar. la crisis ha hondado mucho en ellos, luego cada vez hay más jóvenes y las oportunidades escasean. Es una situación dramática, por ejemplo, hoy en día es imposible que un gran cuentista inédito llegue con un libro de cuentos a las grandes editoriales y lo publiquen. Esto fue lo que pasó con Rulfo que era un desconocido y llega al Fondo de Cultura Económica y tiene una resonancia asombrosa. Ahora no es así.

Su vida y sus pasiones


– ¿A que hora trabajas, a que hora creas?

– Yo me levanto y escribo de nueve de la mañana hasta las dos o tres de la tarde.


– ¿Cómo es la vida de un escritor como Juan Villoro?

– Es una vida que no tiene mayor chiste. Es una vida dedicada a escribir. A estar con mi familia, no tiene ningún atractivo. Cuando se hace un documental sobre una bailarina, sobre un seminarista, sobre un artista de performance, siempre hay muchas cosas porque siempre hay mucho que ver. La vida de un escritor es absurda. Lo único que te pasa es que se te cae el pelo ante un teclado, todo es imaginario. Por eso a veces algunos escritores, es mi caso, hacemos periodismo a veces o guiones de películas para salir al mundo de la realidad y ver otras cosas. El del escritor es mundo muy encerrado. Se necesita una enorme resistencia a la claustrofobia. Vivo de hacer crónica en Proceso, Reforma, Nexos, Letras Libres.


– Hay escritores muy buenos, extraordinarios, que te atrapan en la primera línea y cuando te interesas por la persona resulta que no eran o son lo que predican, ¿no?

– Híjoles, un ejemplo entre lo moral y lo estético, tendría que escoger a Antón Chéjov que fue una persona extraordinaria y muy buen escritor. No siempre se combinan estas habilidades. Ha habido grandes escritores que eran buenísimos en la narrativa pero eran unos verdaderos hijos de puta. De los actuales podría decir que Sergio Pitol es moral y muy buen escritor. De una sencillez total.


– ¿Y siempre le ha ido al Necaxa?

– Uy, cuando escoges irle a un equipo escoges una forma de vida. En la infancia yo me sentía muy desconectado, como que no encajaba y vivía en una calle donde todos le iban al Necaxa, entonces ser de ese barrio, vivir en esa calle era irle al Necaxa y yo quería ser de esa calle. Por otra parte, era un equipo muy simpático que perdía con el colero pero luego le ganaba al Santos con todo y Pelé, es decir, hacía lo imposible y fallaba en lo sencillo, y eso a mí me gustó desde el principio. Era aquel Necaxa de Pancho Mayevsky, “El Yuca” Peniche, “El Pichoje” Pérez, Toño Mota, es decir, jugadores muy carismáticos.


Los intelectuales


– ¿Los intelectuales deben estar en la política?

– Depende de la ética intelectual de cada quien. Yo respeto mucho al escritor que por timidez o por indecisión no quiere opinar de política, y también respeto al que está opinando a cada rato aunque no sepa de política. Hay muchos escritores que con la mejor intención del mundo tratan de aclarar temas, aunque no sepan lo que están diciendo y se convierten en profetas instantáneos de lo que sea. En lo personal me interesa mucho la política. Sólo milité en un partido político totalmente perdedor, que fue el Partido de los Trabajadores Mexicanos donde estaba Heberto Castillo y Demetrio Vallejo. Creo en la necesidad de un país como México que la reflexión que hace un escritor si está comprometida con los temas de su tiempo y dentro de esto está la política. Pero la literatura como tal, como ficción, no se puede ideologizar porque pierde fuerza, yo creo que a través del artículo, de la crónica, de los ensayos se pueden ejercer comentarios políticos que son muy importantes aunque no obligatorios. Soy muy respetuoso de la gente que piensa distinto a mí. Cuando Enrique Krauze me invitó a colaborar en Letras Libres le dije: “mira, en muchísimos temas yo voy a estar en minoría, pero yo me siento cómodo en minorías siempre y cuando lo que yo pueda aportar sea tomado en cuenta”. No creo que un escritor deba tener una actitud que le impida el diálogo con los demás.


– ¿Los intelectuales deben tener un lugar privilegiado en la política?

– No desde mi perspectiva. Es importante que ciertos intelectuales interesados en la política participen, comenten, escriban pero no creo que deben tener ningún papel o ser consejeros y es ahí cuando se ensucia mucho el juego, cuando el intelectual tiene un sueldo o recibe favores del Estado, prebendas, etc. Durante mucho tiempo hubo un pacto en México entre los gobiernos surgidos de la Revolución – que se consideraban ilegítimos de alguna manera – y los intelectuales. Primero, porque tomaron el poder por las armas. Luego, porque había un solo partido perpetuado en el poder. Había una cierta falta de credibilidad, entonces, se creó un pacto en el que los intelectuales, al acercarse a las funciones públicas, también podían cumplir cometidos educativos muy importantes, tareas artísticas fundamentales y gracias a eso México tuvo un sistema político muy extraño en el que fue imposible la democracia auténtica pero, por ejemplo, donde hubo notables instituciones culturales como el Fondo de Cultura Económica, el Colegio de México, la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos, la Normal de Maestros, en fin, muchas cosas de las que carecen otros países y también la política exterior que en buena medida fue respaldada por los intelectuales. Pero este pacto se rompe en 1968, ya era imposible sostenerlo y ahora es imposible retomarlo; deberemos transitar a una sociedad más moderna donde los intelectuales se dediquen de manera independiente a su vida, y si alguno de ellos tiene enorme habilidad como gestor cultural, me parece muy bien que se desarrolle en eso. Los intelectuales deben ser observadores independientes de la realidad.


*Fotografía tomada de palabralabra.com


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