Juan Villoro, todo un
literato.
Abraham Gorostieta
Conocido apasionado al fútbol y seguidor del
Necaxa, reflexiona acerca de sus orígenes como escritor, las influencias en la
creación literaria, de la política y la ideología, tanto en la literatura como
en el ámbito intelectual.
Ciudad de México. Coyoacán, café de un
Sanborns. Lo primero que hago al llegar al café es arrepentirme, me hubiera
gustado mucho entrevistar a Juan Villoro en el mercado de Coyoacán, siempre
colorido y de múltiples olores y sabores. Llego antes que él. La hostess
–delgada, fina, de rostro bonito– enfundada en su traje sastre azul marino me
lleva y me señala mi asiento. En seguida una mesera disfrazada de tehuana con
telas rococó sobre su cuello y faldón apunta lo que deseo: un café americano y
un refresco sabor cola con hielos. En todos los diarios de la ciudad anuncian
con bombos y platillos la incursión del mexicano Carlos Slim en el primerísimo
lugar de los hombres más ricos del mundo. México entra al primer mundo.
A lo lejos veo que alguien se acerca. Alto
y joven. No parece tener los cincuenta años que ya carga. Es Juan Villoro. Se
sienta y comienza la entrevista.
– Oiga Juan, ¿por qué le
da tanta energía, su fuerza vital, su capacidad e imaginación, es decir, las
horas únicas de su vida al oficio de escribir?
– La escritura es por un lado un vicio, por
otro una pasión, y por otro lado es una condena. Entonces, como todos los
vicios, pasiones y condenas tienen sus lados positivos y sus lados negativos.
Yo creo que cualquier persona que se dedique en serio a escribir, convierte la
escritura en una forma de vida y como toda forma de vida tiene compensaciones y
ciertas cosas que son complejas hasta dolorosas pero que no podría renunciar a
ellas. Es como una situación totalmente adictiva, al menos para mí, así es como
yo lo veo.
– ¿Se puede ser un
vicioso de la escritura o un adicto?
– Ja, creo las dos. Dentro de esta visión
global que es la escritura hay más vicios, pequeñas adicciones, que son los
libros. Por ejemplo, cuando terminas de leer una novela larga o corta, o un
cuento, te quedas con esa sensación que tienen el que ha dejado de fumar, es
decir, en ese instante de abstinencia tu sientes que te falta algo, extrañas
ese mundo imaginario en el cual estuviste metido tanto tiempo y sientes que
necesitas otro, otra vez estar “drogado”. Eso a mí me pasa y creo que voy a
vivir así hasta mi muerte.
Sus primeros años.
La región más transparente, de Carlos
Fuentes, veía la luz y era admirada por los escritores de moda en ese México
que los historiadores han llamado “glorioso”. Terminaban los trabajos de
construcción de Ciudad Universitaria. La corrupción emanada del sexenio de
Miguel Alemán se practicaba con singular alegría en el sexenio de Adolfo Ruiz
Cortines, aunque este último buscó desesperadamente separarse de Alemán sin
conseguirlo. Fidel Velásquez seguía siendo electo como líder indiscutible de la
CTM. Y el México civil surgía en todo su esplendor, era retratado por González
Camarena. Se reía con Cantinflas, Tin Tan y Joaquín Pardavé. Se enamoraban de
Pedrito Infante y Jorge Negrete para ellas. Y se sucumbía ante la belleza de
Dolores del Río y María Félix. En esta época mexicana nace Juan Villoro un 24
de septiembre de 1956.
– ¿Cómo era de niño?,
¿cómo fue su infancia?
– Uy, era una persona muy tímida, inseguro.
Tuve la desventaja de entrar al Colegio Alemán, que era muy buena escuela. Y es
que caí en un grupo en el que todos eran alemanes y en donde todas las clases
se enseñaban en alemán. En mi familia naturalmente nadie hablaba alemán y yo
soy el mayor de mis hermanos, entonces nadie me podía ayudar. Mi primer
contacto con la escuela fue muy extravagante porque además la escuela era muy
rígida. Yo me sentía muy extraño y pasaba de milagro. Así estuve nueve años,
que tengo que reconocer fueron muy formativos. Mi infancia no fue traumática ni
nada de eso. Fue una infancia normal, un poco gris porque yo fui muy tímido.
Fui una persona muy impedida para entender la realidad, me costaba mucho
trabajo entender cómo funcionaban las cosas y como debía de comportarme.
– Ya más grande, ¿qué te
interesaba hacer?, ¿cómo te acercaste a la literatura?
– A partir de los catorce años la vida
empezó a cambiar para mí de manera muy significativa, pues porque me interesó
mucho la lectura, los cómics, el cine y el rock –que ha sido una de mis
pasiones–, no sabía qué hacer pero pensaba que tenía algo que ver con las
comunicaciones. Nunca fui buen alumno, salvo en la universidad, en la carrera
de sociología –que es una muy buena carrera–. Era curioso, pero no era buen
estudiante y descubrí desde los catorce años por mi cuenta lo que me
interesaba; desde los cómics de la familia Burrón, los súper machos de Rius,
los súper sabios de Germán Bursteín hasta las lecturas de libros, por ejemplo,
De Perfil, de José Agustín que fue el primer autor que realmente admiré.
– El primer libro, creo
yo, el primero que te llega a las manos y lo lees es definitorio, no sé si
usted lo vea así. Juan, ¿cuál fue su primer libro?
– En la escuela leía por obligación El Cantar del Mío Cid. Tendría doce
años. Y es que se comete el error de querer darle a los niños un libro clásico
para que entren por la puerta grande a la literatura y nuestra profesora nos
dejó varios libros a escoger, uno de ellos era El Cantar del Mío Cid. Yo había visto la película con Charlton
Heston y Sofía Loren; era una película épica apasionante, superproducciones,
grandes batallas y a mí me había dejado impresionado esta película, a tal grado
que le había pedido a mí abuela que me hiciera un traje de cruzado. Mi abuela
era yucateca, tenía un mosquitero y me hizo un traje con mi malla y todo. El
segundo libro que leí fue Corazón, diario
de un niño, de Edmundo Admicis, que es un libro bastante lacrimógeno y lo
leí con enorme sufrimiento pero por lo menos iba a pasar una materia. Como es
un libro obligatorio yo nunca creí jamás que alguien lo pudiera leer por mero
gusto. Y luego leí ya por gusto dos libros La
Isla del Tesoro, de Robert Louis Stevenson y Las aventuras del capitán Haateras, de Julio Verne, que era una
expedición al Polo Norte. Estos dos libros me fascinaron pero no me sentí
conectado con ellos porque son libros de aventuras extremas.
– ¿Y De perfil, de José
Agustín?
– La gran revelación para mí fue leer De perfil, de José Agustín. A partir de
esa novela, es decir, era un mundo en el que yo estaba retratado hasta el
último detalle que fue cuando empiezo a escribir. Me convertí en un autor de
una incultura récord porque había leído a pocos autores y ya quería escribir,
pero ya poco a poco me fui emparejando.
De la literatura y el
escritor
– Creo que así se
empieza, la gran mayoría. Pero, ¿qué tanto debe ser influido un escritor por un
autor?
– Ja, ja, ja. No te rías. Sí, así se
empieza. La influencia De perfil fue
esencial porque me atrapó para el hecho de la lectura. A partir de ese momento
descubrí que mi vida era inseparable de la lectura. Yo creo que a todo escritor
lo antecede un lector. No puedes escribir sin haber leído, aunque la literatura
no se hace de libros sino de experiencias, de vivencias, de lo que se piensa,
de lo que se sufre y –también- de lo que has leído. Creo también que cada autor
debe buscar tener una voz propia, un camino en donde él pueda aportar algo que
no existe. No tiene caso repetir las voces de los otros. Sí tú lees una página
de Onetti o de Rulfo ves que sólo pudo ser escrita por estos autores.
– ¿El escritor debe ser
un ideólogo o un idealista o qué?
– No, no lo creo. Creo que el escritor...
si entendemos la ideología como una representación política, el escritor
escribe obras que admiten y propician una lectura política de tal forma que uno
puede leer una novela de Kafka y ver el universo de dominación totalitaria,
esto no lo hace de una manera obvia, más bien es la interpretación de los
lectores. Creo que es muy peligroso que el escritor tenga un mensaje ideológico
obvio porque abarata su literatura y le quita fuerza. Es mucho más interesante
que la literatura hable por sí misma y las consecuencias ideológicas sean
consecuencias de la lectura, por ejemplo, nosotros podemos decir, dependiendo
de nuestra postura política, decir que el “Che” Guevara tenía una actitud
quijotesca, evidentemente Cervantes no escribió El Quijote para que los
guerrilleros del mundo se identificarán con él, pero es muy posible que los
guerrilleros del mundo se identifiquen con él. De hecho, tanto como el
Subcomandante Marcos y el “Che” fueron grandes lectores de El Quijote.
– Pero hay excepciones
como por ejemplo José Revueltas
– José Revueltas es un escritor
comprometido. Yo no soy un admirador de Revueltas, creo que fue un hombre
extraordinario pero que su literatura entre otras cosas fue muy débil porque
está lastrada por su compromiso. Comparto muchas de sus ideas pero su
literatura la lastró con mucha intencionalidad ideológica. Y creo que eso no se
debe de hacer. La literatura de Kafka que no tiene ni una connotación política
es más rica o, por ejemplo, Pedro Páramo, de Juan Rulfo es una parábola
maravillosa sobre el cacicazgo, sobre el caudillismo, sobre la dominación
patrimonial, sobre el machismo, sobre el despojo que sufren los más pobres, es
más sus personajes son tan pobres que ni siquiera les puede pasar una historia.
Están muertos y han perdido el derecho a que les pase algo, que es la pobreza
más extrema, al miserable descarado nada le puede pasar, ni siquiera una
historia. En este libro vemos una fuerza política enorme aunque nada de eso es
obvio, se refiere a la Revolución, a la Guerra Cristera de pasadita, pero ese
símbolo literario es muy potente. Yo creo que esa es la función de la
literatura. Jean Paul Sartre hizo un llamado al compromiso sartreano, yo creo
que lo que vemos ahora como grandes obras que pueden tener lectura política no
son obviamente política, sino que la interpretación es resultado de lo que en
ella leemos.
– ¿Cómo ve la literatura
actual en México, la narrativa?
–Es variada, muy rica, es muy difícil de
valorar porque hay muchos autores, tanto de provincia como de la ciudad de
México, hombres y mujeres de muy diversas generaciones que pasa por muy buen
momento. Hay escritores consolidados que siguen mostrando muchas cualidades,
como Vicente Leñero, Sergio Pitol...
– ¿Y la nueva?
– Es interesante que junto con la anterior
hay una nueva, me gusta mucho –de escritores de mediana edad que le están
pegando a los 40–. Me interesa mucho Guillermo Fadanelli, Mario Bellatín, Rosa
Beltrán, David Toscana, Pedro Ángel Palou –su novela apocalíptica me llamo
mucho la atención, la de Memorias de los días–, Luis Humberto Crosthwaite,
Eduardo Antonio Parra, Juan José Rodríguez, Alejandra Bernal, Julieta García.
Hay mucha literatura y lo interesante es que hay mucha variedad.
Vocaciones y juventud
– ¿Qué fue para usted
tener al padre que tiene, cómo fue su relación con él?
– Es muy complicado responderte. Uno valora
a sus padres siempre mucho por lo que son nuestros padres. Él es una persona
muy importante para mí, por un lado es una persona muy entregada a lo suyo, que
cree mucho en sus ideas. Empezó estudiando el indigenismo cuando escribió su
primer libro y ahora es asesor del Ejército Zapatista de Liberación Nacional,
es decir, ha tenido una congruencia enorme desde los veintitantos años hasta
los ochenta y tres que tiene, siempre buscando la recuperación del pasado indígena,
buscar mejores condiciones de vida para los indígenas, es decir, que ha tenido
una conducta muy ética y es muy importante tener ese ejemplo para mí.
– Supe que usted es un
médico frustrado.
–Sí, lo soy y mi padre también. Estuve
dudando en estudiar medicina o una carrera social para hacer literatura, y
tenía un amigo, Javier Karam, que estaba en las mismas circunstancias. Así que
él estudió medicina y yo sociología. Años después el murió haciendo guardia en
el Hospital General en el terremoto del 85. En fin, para ser médico tienes que
estudiar, y yo a los 17 años ya me sentía escritor. Entonces dije: “si me
dedico a estudiar medicina voy a perder lo que ya tengo” y aquí estoy.
– ¿Cómo fue el movimiento
estudiantil del 68 y el del 71 para usted?
– El 68 lo viví relativamente de cerca,
porque mi padre estaba en la coalición de maestros que estaba muy cerca del
Consejo Nacional de Huelga y muchos de sus amigos fueron a dar a la cárcel. Él
estaba muy comprometido con el movimiento. Yo recuerdo mucho una frase de
Eduardo Valle que decía que los verdaderos herederos del 68 iban a ser los
hermanos menores de los estudiantes, los jóvenes que habían visto las
manifestaciones desde las banquetas y que eran demasiado jóvenes para
participar, pero que ellos jamás iban a olvidar la ignominia que habían sufrido
sus hermanos mayores y yo pertenezco a esa generación. En efecto, supimos desde
niños que algo podía cambiar y que la represión había sido brutal, creo que ahí
empezó a cambiar México. A Eduardo le parecía que su generación ya era una
generación de cartuchos quemados, está declaración la hace él en la cárcel de
Lecumberri, está preso y siente que ya no hay otra alternativa. Curiosamente mi
generación fue menos combativa, precisamente, porque hubo una leve apertura
democrática, oportunidades para los jóvenes, becas, en fin, fue una generación
muy consentida en ese sentido con Echeverría y luego vino el espejismo
petrolero con López Portillo y luego otra vez la crisis brutal. Como generación
fue una especie de sándwich entre dos generaciones rebeldes, la del 68 y la del
76.
– Y actualmente, ¿cómo ve
nuestra generación?
– Híjole, la tienen muy canija. Hay muy
poco horizonte para los jóvenes ya sea para trabajar o para tener estudios
realmente satisfactorios o para tener gratificaciones de vida significativas.
Ahora se ha deteriorado mucho la esperanza de los jóvenes; en primer lugar. la
crisis ha hondado mucho en ellos, luego cada vez hay más jóvenes y las
oportunidades escasean. Es una situación dramática, por ejemplo, hoy en día es
imposible que un gran cuentista inédito llegue con un libro de cuentos a las
grandes editoriales y lo publiquen. Esto fue lo que pasó con Rulfo que era un
desconocido y llega al Fondo de Cultura Económica y tiene una resonancia asombrosa.
Ahora no es así.
Su vida y sus pasiones
– ¿A que hora trabajas, a
que hora creas?
– Yo me levanto y escribo de nueve de la
mañana hasta las dos o tres de la tarde.
– ¿Cómo es la vida de un
escritor como Juan Villoro?
– Es una vida que no tiene mayor chiste. Es
una vida dedicada a escribir. A estar con mi familia, no tiene ningún
atractivo. Cuando se hace un documental sobre una bailarina, sobre un
seminarista, sobre un artista de performance, siempre hay muchas cosas porque
siempre hay mucho que ver. La vida de un escritor es absurda. Lo único que te
pasa es que se te cae el pelo ante un teclado, todo es imaginario. Por eso a
veces algunos escritores, es mi caso, hacemos periodismo a veces o guiones de
películas para salir al mundo de la realidad y ver otras cosas. El del escritor
es mundo muy encerrado. Se necesita una enorme resistencia a la claustrofobia.
Vivo de hacer crónica en Proceso, Reforma, Nexos, Letras Libres.
– Hay escritores muy
buenos, extraordinarios, que te atrapan en la primera línea y cuando te
interesas por la persona resulta que no eran o son lo que predican, ¿no?
– Híjoles, un ejemplo entre lo moral y lo
estético, tendría que escoger a Antón Chéjov que fue una persona extraordinaria
y muy buen escritor. No siempre se combinan estas habilidades. Ha habido
grandes escritores que eran buenísimos en la narrativa pero eran unos
verdaderos hijos de puta. De los actuales podría decir que Sergio Pitol es
moral y muy buen escritor. De una sencillez total.
– ¿Y siempre le ha ido al
Necaxa?
– Uy, cuando escoges irle a un equipo
escoges una forma de vida. En la infancia yo me sentía muy desconectado, como
que no encajaba y vivía en una calle donde todos le iban al Necaxa, entonces
ser de ese barrio, vivir en esa calle era irle al Necaxa y yo quería ser de esa
calle. Por otra parte, era un equipo muy simpático que perdía con el colero
pero luego le ganaba al Santos con todo y Pelé, es decir, hacía lo imposible y
fallaba en lo sencillo, y eso a mí me gustó desde el principio. Era aquel
Necaxa de Pancho Mayevsky, “El Yuca” Peniche, “El Pichoje” Pérez, Toño Mota, es
decir, jugadores muy carismáticos.
Los intelectuales
– ¿Los intelectuales
deben estar en la política?
– Depende de la ética intelectual de cada
quien. Yo respeto mucho al escritor que por timidez o por indecisión no quiere
opinar de política, y también respeto al que está opinando a cada rato aunque
no sepa de política. Hay muchos escritores que con la mejor intención del mundo
tratan de aclarar temas, aunque no sepan lo que están diciendo y se convierten
en profetas instantáneos de lo que sea. En lo personal me interesa mucho la
política. Sólo milité en un partido político totalmente perdedor, que fue el
Partido de los Trabajadores Mexicanos donde estaba Heberto Castillo y Demetrio
Vallejo. Creo en la necesidad de un país como México que la reflexión que hace
un escritor si está comprometida con los temas de su tiempo y dentro de esto
está la política. Pero la literatura como tal, como ficción, no se puede
ideologizar porque pierde fuerza, yo creo que a través del artículo, de la
crónica, de los ensayos se pueden ejercer comentarios políticos que son muy
importantes aunque no obligatorios. Soy muy respetuoso de la gente que piensa
distinto a mí. Cuando Enrique Krauze me invitó a colaborar en Letras Libres le dije: “mira, en
muchísimos temas yo voy a estar en minoría, pero yo me siento cómodo en
minorías siempre y cuando lo que yo pueda aportar sea tomado en cuenta”. No
creo que un escritor deba tener una actitud que le impida el diálogo con los
demás.
– ¿Los intelectuales
deben tener un lugar privilegiado en la política?
– No desde mi perspectiva. Es importante
que ciertos intelectuales interesados en la política participen, comenten,
escriban pero no creo que deben tener ningún papel o ser consejeros y es ahí
cuando se ensucia mucho el juego, cuando el intelectual tiene un sueldo o
recibe favores del Estado, prebendas, etc. Durante mucho tiempo hubo un pacto
en México entre los gobiernos surgidos de la Revolución – que se consideraban
ilegítimos de alguna manera – y los intelectuales. Primero, porque tomaron el
poder por las armas. Luego, porque había un solo partido perpetuado en el
poder. Había una cierta falta de credibilidad, entonces, se creó un pacto en el
que los intelectuales, al acercarse a las funciones públicas, también podían
cumplir cometidos educativos muy importantes, tareas artísticas fundamentales y
gracias a eso México tuvo un sistema político muy extraño en el que fue
imposible la democracia auténtica pero, por ejemplo, donde hubo notables
instituciones culturales como el Fondo de Cultura Económica, el Colegio de
México, la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos, la Normal de
Maestros, en fin, muchas cosas de las que carecen otros países y también la
política exterior que en buena medida fue respaldada por los intelectuales.
Pero este pacto se rompe en 1968, ya era imposible sostenerlo y ahora es
imposible retomarlo; deberemos transitar a una sociedad más moderna donde los
intelectuales se dediquen de manera independiente a su vida, y si alguno de
ellos tiene enorme habilidad como gestor cultural, me parece muy bien que se
desarrolle en eso. Los intelectuales deben ser observadores independientes de
la realidad.
*Fotografía tomada de palabralabra.com
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