La foto Polaroid
Autorretrato.
Carlos Ramírez, periodista.
Por Abraham G. Martínez
Comienzo el día a las seis de la
mañana con un café. A esa hora hago una primera revisión de periódicos y
columnas vía Ipad. Desayuno en la
calle y a veces en la casa. Leo casi todos los diarios –tengo suscripción- para
mantenerme informado: La Jornada, Milenio, Excélsior, El Financiero,
El Universal, El Economista, Reforma, La Crónica, La Razón, 24 Horas; y
diario consulto por internet El
País, El Mundo y Público, de España. Además
reviso la primera plana de The New York
Times, The Washington Post y New York Post. Leo a todos mis colegas columnistas;
diría que leo alrededor de 20 columnas diarias y los leo con mucha atención
porque tienen buenos datos y porque siempre ando revisando estilos para que mi
trabajo no quede en la modorra de la comodidad. Siempre hay cosas que
aprenderle a los colegas.
Otra
manera de informarme es a través de programas noticiosos de radio, por ejemplo, Oscar Mario
Beteta, Carlos Ramos Padilla, Joaquín López Dóriga, Jacobo Zabludovsky, Pepe
Cárdenas y algún otro; a veces algún colega me avisa de algún otro noticiero con
temas interesantes. Dedico unas tres horas diarias a encuentros con colegas,
políticos y fuentes de información. También hubo un tiempo en que desayunaba,
comía y cenaba en los “comideros políticos”.
La hora que acostumbro a escribir
es al medio día, aunque a veces, cuando los asuntos políticos se retrasan
escribo por la tarde. Lo hago en mi despacho, en mi casa. Tengo dos formas de
escoger el tema de mi columna diaria: los temas de la coyuntura que ameritan
atención pero sobre los cuales a lo largo de los días voy acumulando datos y
los temas que quieren poner una nueva forma de interpretarlos. Un columnista
reportea su tema como si fuera nota exclusiva. Escojo el tema, selecciono el
enfoque, acumulo datos, hablo con políticos y fuentes y colegas. Antes de
escribir, en un block de hojas amarillas rayadas hago el esquema.
Aunque puede llegar a pensarse
que escribir una columna periodística diaria puede ser tedioso, incluso
fastidioso para mí la escritura de la columna diaria no es un fastidio sino un
trabajo apasionante; trato de que cada columna diaria tenga un enfoque novedoso.
Nada se compara con el acto de
escribir una columna de análisis, de investigación, de interpretación o de
información.
La disciplina es el método del
columnista; si no, entonces el caos o el desorden lleva al columnista a
escribir sin método y con alto grado de desatino.
Escribo solo. No hay mascotas
cerca de mí cuando escribo. En el despacho de mi casa hay un ventanal que da a
un pequeño jardín; cumplo así con la recomendación de Cicerón: “si junto a tu
biblioteca tienes un jardín, no te faltará nada”. En mi escritorio procuro
tener un vaso de agua. Me gusta la música clásica y el jazz, sin preferencias,
lo escucho como caiga.
En la escritura de una columna,
no puede ser de solitarios el hecho de escribir sobre la realidad social; a
veces, sobre la marcha, llamo por teléfono para precisar datos o para confirmar
otros, y a veces para comentar con algún otro colega columnista el tema. Creo
que la verdadera columna no es la del politólogo o el escritor sino la del
reportero; el columnismo es una fase superior del reporterismo; la columna debe
tener datos de la realidad, exclusivos y del momento. El columnismo de opinión
sí inhibe al reportero; pero el reportero por sí mismo, en la fase de
columnista, es un reportero en acción. Manuel Buendía, por ejemplo, era el prototipo
del columnista: reportero y analista. Defino mi escritura en una columna como periodística,
de reportero.
Cuándo escribo tengo en cuenta tres
cosas: los datos, las fases temáticas y el lenguaje.
No soy neurótico a la hora de
escribir ni me aíslo. Atiendo desde asuntos domésticos hasta consultas
filosóficas; no me molesta que me interrumpan. Tengo siempre prendida la
televisión en noticieros y el internet en páginas de periódicos; a veces
interrumpo un párrafo para echarle un ojo a las noticias del momento. El
teléfono y el celular son indispensables; muchas veces me llaman para darme
algún dato o un comentario; no me puedo desconectar del mundo.
Manuel Buendía me propuso
escribir una columna; yo escogí, cuando era reportero, escribir una columna semanal
en Proceso, luego una semanal en El Financiero y en 1990 una diaria.
Cuando escribía una vez a la semana, también era reportero. Las semanales yo
las propuse; la diaria me la pidieron don Rogelio Cárdenas, su hijo Rogelio
Cárdenas y Alejandro Ramos en El
Financiero. Indicador Político
es el nombre de mi columna, es un juego de palabras sobre mi formación como
periodista financiero; los indicadores son los indicios; mi columna semanal en El Financiero se llamaba “Indicadores” y
sólo la hice en singular y le puse el apellido político a recomendación de
Alejandro Ramos. Las letras en negritas –creo- lo tomé de Manuel Buendía.
Me apasiona mi trabajo al grado
de no provocarme estrés; me organizo bien para mezclar escritura, lectura y
películas. Una vez terminados mis textos los leo varias veces, cinco, seis
veces; cuando el tema exige precisión, hasta diez, y, aprendido de Manuel
Buendía, los leo en voz alta. Debo decir que el texto lo comienzo y lo termino;
pero lo dejo reposar un par de horas, leo o veo otra cosa; y luego regreso a la
revisión final.
Leo en mi despacho. Trato de leer
una hora en la mañana y una hora en la tarde; los fines de semana dedico más
tiempo. Leo de todo pero más me interesan el ensayo político, la literatura y
ahora la historia del siglo XIX.
Me gustan los libros, todos los
domingos voy a una librería a unos pasos de mi casa; los que atienden son mis
amigos, platico con ellos de novedades y ellos me hacen recomendaciones.
También, por lo menos una vez al mes voy a alguna librería de viejo; encuentro
obras originales y sobre todo revistas fuera de circulación. Y trato –cuando me
lo permite el tiempo- de ir al Péndulo, Gandhi, Fondo de Cultura y Sótano. En
el año que ha terminado, regresé a tres temas de mi pasión: la literatura de la
onda, literatura del existencialismo y novela de espionaje. Y siempre están los
escritores o periodistas que lo estimulan a uno, para mí por ejemplo están: periodistas:
Manuel Buendía; analistas: Gastón García Cantú, Cosío Villegas. Claro, ellos ya
no están pero no pasa semana sin que relea sus textos. De escritores hay
muchos; mis pasiones; Jean Paul Sartre, Malraux, Albert Camus, Vicente Leñero, Octavio
Paz.
El acto de analizar la realidad
política es lo que más me gusta de ser columnista. Añoro los tiempos pasados de
la política cuando era menos tensa.
Los columnistas no piden
disculpas, pero deberían. No perdemos nada. Lo que pasa es que las cartas
aclaratorias son agresivas. Cuando hay una carta aclaratoria, no la contesto
directamente porque suele ser un abuso de poder; pido que la publiquen íntegra.
Y luego, días o semanas después, confirmo datos y vuelvo sobre el tema. Las
cartas aclaratorias para mí son el derecho de réplica de los afectados y no
deben tener la interferencia de la contra réplica inmediata.
Yo creo que para ser un buen
columnista se necesita pasión, información, lectura, estilo de redacción y uno
del lenguaje con las exigencias de un escritor. Hay que tomar el columnismo como
una fase de especialización pero sin abandonar la pasión del reportero.
Para
mí el columnista más influyente fue Manuel Buendía. Luego otros han llegado a
fijar alguna parte de la agenda: Miguel Ángel Granados Chapa, Raymundo Riva
Palacio, Ricardo Alemán, Jorge Fernández Menéndez, Julio Hernández, entre
otros. El sistema político se diversificó al grado de que ya no hay alguien que
sea el “más influyente”.
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