domingo, 7 de diciembre de 2014

Compositores. Armando Manzanero

Armando Manzanero, un maya muy universal
Abraham Gorostieta

Don Armando o Manzanita, como le dicen sus amigos, es un hombre que cumple ocho décadas el próximo diciembre. Viajante consumado y experimentado no hay país que no conozca. Sus placeres son conocer nuevas tierras, nuevos olores, nuevos sabores. Su pasión: El Amor. 
Instantáneas Mexicanas  se dio a la tarea de localizar al Maestro -como también le llaman- y fue así que nos enteramos que andaba de gira por Perú, luego lo llamamos y estaba en Madrid. Días después estaba en Nueva York, Londres, Argentina. Así lo hace saber: “Soy un viajador nato. Sólo me gusta viajar; no me gusta estar en mi casa. Sólo estoy en ella cuando tengo mucho trabajo, cuando tengo mucho que hacer, o compromisos que no puedo eludir”, dice con esa voz tan característica que lo hace inconfundible. 
Otra pasión, irse de “shopping” es lo que le fascina al autor de cerca de 600 canciones. De trato sencillo, franco y ameno, habla con acento yucateco, y en cada palabra que expresa de amor, alarga las vocales, cierra los ojos y siente antes de hablar: “Soy toda una señora completa porque lo mismo le compro ropa a esa señora que amo tanto, que un perfume, que unos zapatos, todo lo que ella quiera y se me antoje comprarle. Uy, a mis nietos, a mis hijas, me encanta comprar y me sé las medidas de todas y cada una de ellas”, dice con sonrisa pícara mientras se acomoda su sombrero muy al estilo de Goran Bregovic mientras platica con Instantáneas Mexicanas.

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Nació en Yucatán un 7 de diciembre de 1935. Su infancia estuvo muy cerca de su abuela, una mujer maya, pero pronto el maestro aclara: “yo hablo poco de maya, lo aprendí de niño pero se me ha dispersado. El maya no es una lengua fácil pero en mi vida está la vida del maya, el hablar, el sentir, el pensar del maya. Siento con toda mi alma, pero en serio con toda mi alma, el no haber vivido en esa época (La Conquista) y echarme una docena de españoles de los que asesinaron a mucha gente de la mía”, y pone una mano sobre la otra y mira a la cámara satisfecho.
Su padre, don Santiago Manzanero, era uno de los trovadores más reconocidos de la Península Caribeña. Hombre estricto y reacio, forjó en el niño Armando el gusto por la música, así lo recuerda el autor de Adoro: “Era un trovador con mucha visión pero le faltó el toque que a veces uno debe de tener de desarraigo y salir a conocer el mundo. Mi padre, siempre pensó y vivió en Yucatán. Fue el segundo mexicano que llega a Estados Unidos y graba un disco -el primero fue Gutty Cárdenas-, después de que los norteamericanos mostraron genuino interés y querían que él se quedara a estudiar música, siempre y cuando se hiciera americano. Mi padre no quiso y se regresó a Yucatán, y eso le costó no ser un personaje importante en la música mexicana. No supo despegar”.
Don Santiago exigía que su hijo tocara el piano como se tocaba en esa época, que compusiera como se hacía en ese tiempo, cosa que causaba conflictos y “mi madre lo amaba demasiado, entonces lo que dijera mi padre, siempre estaba bien”. Don Armando hace una pausa y reflexiona “Mi padre fue muy exigente conmigo. Pienso que sí estuvo bien porque me hizo disciplinado y responsable. Si yo no hubiera tenido esa energía yo no habría sido tan bien formado en muchos aspectos”.
Rita Maqueiro Chi, su abuela formó parte importante en la vida del cantautor, “es el amor de mi vida”, señala y explica: “es lo que más amé en la vida mía. Pero sucede una cosa muy curiosa. La amé el día que dejé de tenerla, como pasa con las cosas grandes. ‘Uno’ es el amor del abuelo, el abuelo se desvive por el nieto y el nieto todo le parece normal y como que todo está bien, pero cuando se van y ‘uno’ recuerda todas esas cosas grandes que la vida me ha regalado y es cuando digo ¡Caramba qué abuela la vida me dio!”.
Don Armando es el segundo de cuatro hermanos, con quienes conserva una relación muy estrecha y ve que no les falte nada. Pero nada es fácil en la vida del compositor. A los 8 años de edad ingresa a la escuela de Bellas Artes de Mérida “aprovechando que la directora era tía-abuela de mi madre”, comenta. A los diez años aún no se decidía por un instrumento, tocaba el violín pero le faltaba el arco, entonces su madre cambió una máquina de coser por un piano “muy desvencijado pero era lo que había para empezar”, recuerda.

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Armando Manzanero se siente muy orgulloso de sí mismo: “Sé que a la gente le gustaría leer que fui una creación de mis padres, pero no, me hice yo solito”. Su primer trabajo serio es a los 7 años en un circo casi por accidente: “Un día fui a una función y el músico no tenía cómo meter los timbales al show. Me tocó la época más natural de los circos: dos músicos tocaban afuera de la carpa para invitar a la gente y cuando empezaba la función, tocaban adentro para amenizar el espectáculo. Ese día supe que yo iba a ser músico también. Así empecé, tocando timbales en un circo”, recuerda el Maestro y sonríe.
Pronto aclara: “Estoy loco por el circo, soy fanático de los circos, si no hubiera sido compositor y músico, me hubiera gustado ser dueño de un circo para viajar por todo el mundo en un buen camping, de poder divertir a la gente, de poder reír con ellos, de tener contacto con los animales”, hace una pausa y frunce el ceño: “A mí se me hace de muy poca madre que ahora los políticos ‘ecologistas’ no quieran que haya circos con animales. De no ser por los circos yo jamás habría conocido un elefante a la edad de 7 años, a un león o un tigre. Es sólo por justificar la existencia de un partido político. También quieren que quiten a los toros, o las peleas de gallos, y eso es no tener madre”, concluye con energía.

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En 1951 ya es un músico profesional y trabaja en diversas orquestas, como El Grupo Tulipanes y la Orquesta de los Hermanos Madariaga, de don Adriano, “un tipazo, lo recuerdo como si fuera ayer, linda gente, eran muchos hermanos músicos, lo recuerdo con mucho amor y con una delicia como no tiene idea, muy yucateco, muy joven, muy buen trompetista. Los mexicanos siempre han sido muy buenos trompetistas por el labio grueso que tenemos y hace que el sonido sea fuerte. Si Dámaso Pérez Prado no hubiera venido a México no hubiera pegado su Orquesta, y es que daba unas notas altísimas”, dice don Armando con su mirada perdida en el tiempo.
En pleno “milagro mexicano”, cuando el “cachorro de la Revolución” era presidente, Agustín Lara y María Félix se casaban, nacía la XEW y los tríos dominaban la escena musical junto con las radionovelas, un compositor muy famoso fue de gira a Yucatán, Luis Demetrio, autor de canciones como La Puerta. En ese viaje conoció al joven Armando quien aceptó de inmediato su oferta de trabajo. Fue así como con maletas en mano llega a la capital un 5 de mayo de 1957.
Nombres claves son en la vida del Maestro, como el de Rafael de Paz: “Ah, mi papá. El papá que yo hubiera querido tener, fue mi maestro de música, mi amigo, la primera persona que me hizo mi primera grabación, fue él quien me aconsejó: Manzanero, nunca se meta usted en cosa de mujeres... José Sabre: fue un señor no fácil, de un carácter muy irascible, pero fue un señor que me enseñó mucho cuando se sentaba a tocar piano… Mario Ruiz Armengol: Otro gran monstruo de la música mexicana, veracruzano. Un músico que cuando uno escuchaba cómo escribía las letras, las cuerdas, uy, uno se olvidaba hasta de su genio ¡Uy Jesús, qué mal carácter que tenía!... Jesús Zarzosa: El señor que escribió el arreglo de mi primera grabación que me hace grande en México. Escribe el arreglo para la canción Llorando estoy y que la graba Boby Capó… Roberto Pérez Vázquez: Un gran pianista, impresionante. Tuvo un grupo que aún existe que se llama Los violines de Villafontana, al lado de Jorge Ortega”.
El Candilejas fue el primer Cabaret donde trabajó por recomendación de Luis Demetrio. Se llamaba así porque estaba de moda la canción que compuso Charles Chaplin, pero el trabajo duró muy poco tiempo porque el lugar no tenía en regla sus papeles. Francisco Nuñez, “un amigo al quien quise mucho, con todo mi amor lo recuerdo, me llevó al Pollito y ahí conocí a infinidad de artistas”, explica don Manzanero.
“A don Pedro Vargas lo conocí por Luis Demetrio. Era un hombre muy inteligente porque al compositor de moda, a ése le grababa. Lucho Gatica lo conozco porque yo era promotor de una compañía de música, EMI. Le grabé discos a La Sonora Santanera en la CBS Columbia, entrañables y adorables, los amo con toda mi alma, a Angélica María y tantos más”, rememora el compositor mientras mira la gran cantidad de fotos que hay sobre la pared.
Se detiene en la de Rubén Fuentes, “Este señor me dijo un día: Manzita, ahí está el estudio, haga usted lo que quiera”. Más fotos: “Jamás traté a Agustín Lara, pero era genial verlo llegar, con su saco rojo y pantalón color crema, su porrito o cigarro, y a darle al piano. A José Antonio Méndez si lo traté, era chiquito como yo, igual de negrito que yo, igual de afónico que yo pero tocaba su guitarra de manera celestial. Gracias a José Antonio Méndez fue que me atreví a grabar, porque cuando yo lo escuche con esa voz afónica pero con ese sentimiento tan suyo, tan cubano, yo dije: también puedo hacerlo. Una persona muy linda y preciosa, me dijo que me iba a grabar y no lo hizo, se fue antes a Cuba con el triunfo de la Revolución y no regresó más. Pero le aprendí mucho, la forma de armonizar y sobretodo que yo podía hablar de ciertos temas. A Freddy Noriega lo grabé, trabajé con él y fue una gran persona y lo admiré mucho, me gustaba su piano, cómo cantaba, su jazz, un músico muy avanzado para esa época y ése fue el problema, que su estilo no era muy popular”, añora el Maestro. 

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Si Almodóvar tiene sus mujeres, don Armando también, así ha grabado con Tania Libertad, Eugenia León, Guadalupe Pineda, Astrid Hadad, Susana Zabaleta, entre otras. Las mujeres no le son ajenas y los temas de ellas o sobre ellas menos, pero, siendo hombre de esfuerzo, confiesa: “La musa es algo que inventó quién sabe quién para justificar que un señor pueda realizar un trabajo de creación. No es cierto que el señor que va a pintar un cuadro, va a componer o va escribir un libro se inspire en musas. Ya naces con esa predisposición. Hoy por la mañana le dije a mi muchacho que me compusiera la televisión para ver un canal, porque para eso soy negado, en cambio para componer una canción, ésa me sale solita. Lo que sucede es que cuando uno tiene algo que decir y hay amor de por medio es muy fácil. Y a veces, más original”.
Y es que el amor no es cosa que él no conozca, lo disfruta y lo hace suyo, es así como explica que “los momentos más gratos que he tenido es cuando me encuentro con la señora que amo. No lo cambio por nada. Cuando estoy con ella no quiero saber absolutamente de nada”.
Pero no todo en la vida es amor. ¿Qué dice el Maestro cuando es la otra moneda: el sufrimiento? “El amor no se sufre, lo que pasa es que no puede ser toda la vida dulzura. Tiene sus momentos difíciles, de contrariedades y eso hace que uno no la pase muy bien pero tampoco, si un amor lo hace sufrir a usted y hace que usted la pase muy mal, ¡no chingue!, déjela porque en esta vida Dios nos puso para pasarla bien. Pero sufrimiento no, porque cuando uno decide amar a una gente usted ya sabe de lo que se trata. Además uno debe de tener la capacidad de que sí se está sufriendo o una persona te hace sufrir lo mejor es desecharla. ¡Cámbiela!”.
Las heridas de amor son un buen tema y además muy recurrente en las canciones mexicanas, para don Armando es claro que “todos pasamos por un mal momento. No conozco a ninguna persona que diga que todo es esplendor. Lo único que uno tiene que hacer es conseguir una balanza y en ella poner las cosas buenas y las cosas que no son muy buenas y por el lado que se vaya la balanza es la decisión que uno debe de tomar y una cosa que también recomiendo es no hay que ponerse las manos en el pecho y sentarse a llorar, hay que tomar una decisión y hay que poner los huevos de por medio”. 
Instantáneas Mexicanas quiere saber los secretos de un buen conquistador, el arte de seducir. Manzanero sin empacho responde: “Una mujer se conquista fácilmente. Hay que decirles sí a todo y dejarlas hablar. ‘Sí mi amor, sí mamacita, claro que sí, Sí mi vida, lo que tú quieras, Sí chiquita, se te ve muy bonito, Sí mi amor, cómpratelo’. Y sobre todo, teniendo la atención con ellas. A la mujer hay que atenderla, hay que cuidarla, ver por ella, como dice un dicho de Martín Urieta: No menospreciarla, porque a veces pensamos porque somos hombres podemos hacer y deshacer por fuera y podemos ser galanes y muy chingones y no nos damos cuenta que nosotros tenemos con ‘qué’ pero ellas tienen ‘por dónde’”. 

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Buen comedor, buen conversador, Manzanita confiesa sus gustos gastronómicos: “Me encanta la buena comida. Soy de Yucatán, entonces tengo mis guisos predilectos, pero amo la comida oaxaqueña. Para mí el Mole es el platillo más aristócrata que puede existir, en todas sus manifestaciones. Me gusta mucho la carne, no puedo vivir sin ella. La comida poblana me encanta. La comida china es única y devoro lo que me pongan enfrente”.
Hombre octagenario, con gusto comparte su conocimiento: “A los ochenta años uno ya aprende a que hay que saber esperar, cuándo retirarse. Depende mucho el poder de observación que tenga cada quien. Hay unos que llegan a los ochenta y siguen siendo unos pendejos como cuando tenían 20. Depende el tipo de gente. Yo he aprendido cuándo retirarme, cuándo esperar, a no hablar de más, he aprendido a ser correcto con la gente, a tener paciencia, a ser tolerante, cosa que le pido a Dios mucho. Una gran cantidad de cosas que se aprenden con la edad que yo tengo cuando se quiere aprender y, uno aprende a que uno nunca termina de aprender”.
Don Armando Manzanero lo ha visto casi todo, lo ha comido casi todo. Pero aún “le falta mucho que conocer”, como él dice, es por eso que viaja tanto, que trabaja tanto. Ahora mismo saldrá a París, tiene todo listo ya. Se despide de Instantáneas Mexicanas y deja una confesión más: “El éxito es algo que uno conoce cuando uno deja de tenerlo. Si uno se descuida puede ser momentáneo, efímero y si tienes poca calidad puede ser hasta pasajero, así que hay que seguir chambeando”.

*Fotografía de Luis Gómez Pichardo




sábado, 18 de octubre de 2014

Escritores. Héctor Aguilar Camín 1 de 3

Entrevista con Héctor Aguilar Camín, Parte 1 de 3

Los Aguilar y los Camín en los ojos del historiador 
Por Abraham Gorostieta

Adiós a los padres es la historia en la que Héctor Aguilar Camín concluye la indagación a su propio pasado que empezó de manera “formal” con la publicación de su novela El resplandor de la madera, hace 14 años. El historiador sostiene que “quien desee escribir la historia de su familia tiene que empezar por traicionarla: sacar a la luz los esqueletos ocultos y revelar sus secretos: no importa cuán bochornosos o descarnados sean”. 
Las relaciones entre los escritores y sus padres abarca varias generaciones, estilos y países. El padre de Jorge Luis Borges cuando se sintió en la enfermedad sin retorno, le pidió a su hijo que reescribiera su novela inédita. Críticos y biógrafos del argentino creen que su relato El congreso es la transformación de dicha novela. Una casa para el señor Biswas, es el extraordinario relato del escritor inglés de origen hindú V. S. Naipaul escribió sobre la muerte de su padre. Richard Ford es el biógrafo de su madre en el libro Mi madre, in memoriam. Philip Roth en Patrimonio, una historia verdadera narra la muerte de su padre. En todas las obras, son los hijos los que narran la historia de sus padres pero también la propia, no pueden escapar al espejo que se han puesto ante si mismos.
En el libro de Aguilar Camín hay una idea central que flota a lo largo de sus páginas. El historiador inglés Edward Gibbon explica que a pesar de lo avanzadas, igualitarias y civilizadoras que eran las leyes romanas, había una costumbre muy antigua que escapaba a toda ley y a toda razón: los padres gozan de poder sobre el destino de los hijos, no importa que tan sabio, ilustre, valiente o poderoso pueda llegar a ser el hijo, éste siempre se sujetara a los valores de la obediencia filial, incluso: “Lo que el hijo adquiere por su esfuerzo o su fortuna es o puede volverse, como el hijo mismo, propiedad del padre”, explica Gibbon.

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A Héctor Aguilar Camín todos en su oficina le dicen El Doctor. El escritor es una persona alta, quizá debido a que de joven jugó baloncesto en la selección de su colegio. Su madre es de origen cubano, los padres de su madre son de Asturias. El estudio de don Héctor es ascético. Hay un orden en todo que pide ser visto. No tiene el caos como el estudio dónde Monsiváis escribía o el universo de libros en desorden como el estudio de José Emilio Pacheco. No hay fotografías, ni medallas, ni jarrones como el estudio de Poniatowska. Hay una pequeña sala de sillones negros de piel, mesa al centro. “El Doctor siempre esta ocupado pero lo encuentras por las mañanas, a esas horas resuelve sus pendientes aquí… El Doctor es una excelente persona que esta pendiente de todo”, dice su secretaria.
Héctor Aguilar Camín nace en 1946 en Chetumal, Quintana Roo, justo en el sexenio de Miguel Alemán, cuándo la nación era muy joven y comenzaba lo que con el tiempo los historiadores llamarían “El milagro mexicano”.
Durante el gobierno de Alemán el anticomunismo era la bandera de todo político que quisiera figurar, incluso el propio Vicente Lombardo Toledano condenaba los paros laborales. Es el año en donde por decreto presidencial se crea la temible DFS que es la oficina de espionaje y “control político” del gobierno. En el campo, el presidente Alemán se proponía el aumento de la producción agrícola para ampliar exportaciones y sustituir importaciones. Pronto se reformó el artículo 27 de la Constitución, pues el Presidente creía que el buen desarrollo del campo sólo podía generarse a través de la inversión privada. Fue el sexenio de la fiebre aftosa que venía del sur y que trajo consigo “el rifle sanitario” con el cual se sacrificaron a más de 600 mil cabezas de ganado. En el sur del país, Quintana Roo era una tierra gobernada por un cacique que en sus años mozos fue ferrocarrilero y que como gobernador, fungiendo como presidente del Consejo de Administración de la Federación de Cooperativas, se creó, a petición suya, una sección maderera que vendió millones de pies de madera a la Freighber Mahogany Co. Los beneficios de esta operación no fueron recibidos ni por la cooperativa ni por la Federación.
De esos tiempos, el historiador Aguilar Camín recuerda:       

El Chetumal en el que yo nací no era parte del milagro mexicano. No había drenaje ni agua corriente. Yo me abrí una ceja corriendo por la zanja que cavaron para poner el drenaje. Había dos tipos de agua: Agua de pozo que olía a podrido y, Agua de lluvia que era muy delgada y dulce y que se almacenaba en unos toneles de madera ceñidos por flejes llamados curbatos que recibían el agua de lluvia del techo de las casas por unas canaletas de lámina. El pueblo tenía ocho calles por lado, todas de dos sentidos, con un camelloncito en medio. Recuerdo esas calles anchas y largas. No lo eran, lo son en mi memoria. De niño jugábamos kimbomba: era un juego hecho con palos de escoba. El palo chico tenía afiladas las puntas; con el palo grande pegabas en una de esas puntas. El palo chico saltaba y lo golpeabas en el aire. Ganaba el que hacía llegar más lejos el palo chico. Juego de pobres.

Entre otras cosas, al presidente Alemán mantenía el control político del aparato del Estado y quitaba y ponía gobernadores a su antojo, como lo hizo con el de Jalisco, Marcelino García Barragán, o el de Tamaulipas, Hugo Pedro González a quien le aplicaron el artículo 76 de la Constitución y así surgió la Desaparición de Poderes. También cayeron Juan M. Esponda, gobernador de Chiapas que vendía presidencias municipales; Edmundo Sánchez Cano, gobernador de Oaxaca. Blas Corral gobernador de Durango que se enfermó de muerte y presidencia pronto envió a alguien de su confianza. Ignacio Cepeda Dávila, gobernador de Coahuila se suicidó y su sustituto llegó del centro del país, también.
Pero otra historia era la de Margarito Ramírez Miranda, gobernador de Quintana Roo desde 1944 hasta 1958. Antes de esto había sido gobernador de Jalisco y antes 5 veces diputado y una vez senador. Héctor Aguilar Camín con la vista fija sobre la mesa de centro, recuerda sobre su pasado:

Yo nací durante el gobierno de Margarito Ramírez, un político jalisciense que gobernó 14 años Quintana Roo. Hubo una vez que no se apareció en Chetumal durante un año. Entonces, gobernaban sus segundos, en particular un hombre llamado Amezcua, personaje arbitrario y fornicario. Iba a matar a un tío mío, Abel Villanueva, que había conquistado el amor de una mujer que pretendía el propio Amezcua. Otro colaborador de Margarito, era Inocencio Ramírez Padilla, mató por la espalda a un rival político, Pedro Pérez. Es un crimen mitológico en Chetumal que mi madre contó mil veces. Yo lo cuento, imitando la narración de mi madre. Mi relato se llama “La noche que mataron a Pedro Pérez”. Esta en mi libro Pasado pendiente y otras historias conversadas.

Chetumal es una tierra tropical donde el calor parece que asfixia, dónde la belleza del trópico y la humedad de sus tierras pegadas al mar han creado una flora y fauna muy peculiares. También lo son sus lugareños, en su mayoría gente de campo con la piel quemada por el sol. “Un pueblo de vaqueros sin caballos” diría la madre de don Héctor, quién mira hacia sus adentros y explica: “Chetumal estaba en un mundo aparte por su propio derecho. Para llegar o salir en avión había que volar a Mérida, a Villahermosa, a Veracruz y a la Ciudad de México. El vuelo a la capital duraba todo el día. Por barco podían hacerse dos semanas a Veracruz. Por tierra no era posible ir o salir. Había una brecha a Mérida, impracticable en tiempos de lluvia, no había camino a Campeche o Villahermosa. Estaba la tienda de los Marrufo donde con el avión del mediodía llegaba el periódico Excélsior que aún olía a tinta. Llegaban también las tiras cómicas de El Fantasma”. Nuevamente, el Doctor fija su mirada al centro de la mesa y explica:

Tengo dos Chetumales en la cabeza, el que yo recuerdo y el que recuerdo de las historias que contaban mi madre y mi tía, Emma y Luisa Camín. El segundo es mejor que el primero. El Chetumal que recuerdo de las palabras de Emma y Luisa Camín es como una novela. Tienen personajes que dominan la escena, en particular los padres y los gobernantes, y luego muchas historias que son ramas del mismo árbol. El Chetumal que recuerdo por mi mismo esta nublado por un resplandor. Tiene un eco feliz pero recuerdo poco. La felicidad tiene mala memoria. Recuerdo mal mi infancia. Aparte del resplandor que lo baña todo, hay un patio con langostas vivas, una fiesta, una palmera al fondo de la casa.
Esta mi abuelo Camín que me daba al amanecer café con yemas. Mi padre llevando una serenata en la madrugada. Recuerdo sueños de travesías agónicas que hacen chirriar los dientes. Otros en los que avanzo a zancadas por los aires como el gato con botas. Recuerdo los berridos de un puerco que iban a destazar en el patio de mi casa. Recuerdo una mata de guaya en la casa vecina. Recuerdo el olor a talco inglés que había en la cercanía de mi madre y de mi abuela paterna. Pero la memoria más acabada de mi infancia es la de una desgracia: la noche de septiembre de 1955 en que el ciclón Janet destruye Chetumal. Lo demás son retazos.

En 1955 Chetumal era una población aislada en México sin las mínimas vías de comunicación. Existía una pequeña estación de radio, la XEQZ de Roque Salvatierra que la fundó en 1948. Ahí se anunciaba la peligrosidad del ciclón que se acercaba. El gobernador Margarito Ramírez avisaba a la población del peligro en carros con altoparlantes y advertía que la zona baja de Chetumal era muy peligrosa y que la gente debía salir de ahí ante la presencia del huracán.
El gobierno de Ramírez se limitó a enviar avisos a los habitantes de Mahaual y Xkalac, en dónde explicaba la fuerza del huracán que en el Caribe, ya había provocado 200 muertos. Días antes, el 19 de septiembre el huracán “Hilda” había golpeado el sur de Quintana Roo, que había pasado básicamente por el área de Felipe Carrillo Puerto provocando estragos muy ligeros en Chetumal. Así que los habitantes desestimaron la peligrosidad del Huracán “Janet” e incluso lo vieron más como un evento social.
El huracán llegó el 27 de septiembre en la noche, las aguas de la bahía de Chetumal se fueron alejando gradualmente de la costa –un fenómeno conocido como bajamar–, y en algún momento volvieron a toda velocidad durante el pleamar, es decir justo cuando el mar alcanzó su mayor altura, formando una enorme ola, los pobladores aseguran que fue de 10 metros de altura. La fuerza del huracán era de vientos que empujaban todo a su paso a 265 kilómetros por hora. El resultado oficial: 87 muertos, 49 de los cuales fueron niños, más decenas de desaparecidos.
Nuevamente la mirada del historiador esta perdida en los recuerdos, viendo hacia el tiempo:

Nosotros vivíamos en la parte baja del pueblo. El ciclón tuvo dos fases, en la segunda, luego de una calma chica que era el ojo del huracán, los vientos metieron el agua de la bahía. Para ese momento estábamos refugiados en la cocina de la casa, que era el único cuarto de cemento. El resto de la casa, toda de madera, había sido destruida por los airones de la primera fase. En la cocina estábamos los cuatro hermanos: Emma la mayor, de diez años, yo de nueve, Juan José de siete y Pilar de cinco. Nos cuidaban mi madre y mi tía, la nana y la cocinera. Mi abuelo Camín y mi tío Raúl habían cruzado durante la calma chica de sus casas vecinas a ver como estábamos. La cola del ciclón les impidió volver. El agua del mar empezó a entrar por la rendija debajo de la puerta, como si alguien la regara desde afuera. Y fue subiendo. Nos subieron a los niños a la mesa y la estufa. Cuando el agua les llegó a la cintura a los adultos, ellos subieron también a la mesa y a la estufa, con nosotros en brazos. El agua siguió subiendo, les llegó a los adultos al pecho y a nosotros, en sus brazos, a la cintura. Entonces la marea alta se detuvo y empezó a bajar, tal como vino, poco a poco. Al día siguiente el pueblo no era sino astillas y lodo. El ciclón Janet arrasó Chetumal la noche del 27 de septiembre de 1955.

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La voz del novelista es grave, no se permite suavizarla, solo en algunos momentos cuando habla sobre su madre, doña Emma y su tía doña Luisa. Al igual que la infancia de Mario Vargas Llosa, la infancia de Héctor Aguilar Camín estuvo marcada por universo femenino, así lo reconoce el propio Doctor: “Toda infancia es un mundo aparte, paradisiaco a su manera, el Chetumal que me marca es el que esta en los cuentos de mi madre y de mi tía. Creo que es el origen de mi vocación literaria”. Junta sus manos, mira a su interlocutor y suaviza la voz:

Recuerdo a mi madre y a mí tía en el centro de un sistema planetario de mujeres. Tienen el don de acercar a operarias, nanas y cocineras a su intimidad, lo mismo que a sus clientas y comadres. No les para la boca, ni a ellas ni a sus amigas. Con Guadalupe Rosas, mi primera suegra, podían conversar del desayuno a la merienda en un solo tranco. Lo mismo con Mercedes Alavés, la viuda de Pedro Pérez y con Amparo Valencia, mi madrina de Xkalac que decía: “No hay mal que no alivie una buena conversación”. Mi madre además era cantora. Cantaba a todas horas. Mi tía tenía lengua de gitana, se cuidaba de no maldecir porque sus maldiciones se cumplían. Una noche oyó en el silencio de los grillos de Chetumal dos disparos. Dijo: “Mataron a Pedro Pérez” y lo habían matado.

Después del huracán Janet la familia Aguilar Camín se muda a la ciudad de México. El padre de Héctor es acusado en Chetumal de un fraude, su abuelo paterno es el responsable y culpa a su propio hijo y lo despoja de sus bienes. El éxodo es doloroso para todos los miembros de la familia Aguilar Camín.
En 1955 murió la pintora Frida Kahlo. Andrés Iduarte, director de Bellas Artes dispuso que se le velara con honores en el vestíbulo del Palacio. Allí se congregó la plana mayor del comunismo mexicano. Diego Rivera no estaba seguro de que Frida estuviera muerta. “Me horroriza la idea de que todavía tenga actividad capilar, los bellos de la piel se le levantan”, decía, “me aterra la idea de cremarla así”. “Pero si es muy sencillo” respondió Rosa Castro, “que el doctor le abra las venas. Si no fluye sangre, esta muerta”. Allí mismo le cortaron la yugular al cadáver y salieron unas gotas. Esta es la ciudad de México en la que la familia Aguilar Camín llega. Madre y tía con la esperanza en sus corazones. El padre, derrotado por su propio padre.   
Pronto los niños del matrimonio ingresan en la escuela. La madre y su hermana abren una tienda de vestidos que ellas mismas fabrican y que han logrado con mucho sacrificio y dedicación. El negocio prosperaba pero pronto les es literalmente hurtada la felicidad. Las máquinas de coser y todo lo que había en la tienda les fue robado.  El niño Héctor resiente todos los cambios y pronto los manifiesta a través de un tic que hace que mueva su cabeza “como una maraca”, se gana en la escuela el apodo de El Loco:

Estaba medio loco. Tenía un tic que me hacia sacudir la cabeza como una maraca. Mi experiencia de la salida de Chetumal fue la de un derrumbe. Por un lado, el ciclón Janet destruyó el pueblo. Por el otro lado, mi padre naufragó en sus negocios madereros. La familia perdió todo: lo que tenía y lo que esperaba. Nos mudamos a la ciudad de México. Era el año de 1955. La capital era fría y anónima. En el pueblo éramos algo. En la ciudad nada. La quiebra de los negocios familiares quebró también la unidad de la familia. Mi padre peleó con su padre, mi madre y mi tía con el suyo. Crecimos sin abuelos, sin tíos, sin primos. No teníamos familia en la ciudad. Mi padre se va de la casa en 1959, cuando yo tengo 13 años. Reaparece en 1995, cuando yo tengo 49. Mi madre y mi tía ponen una casa de huéspedes y cosen sin parar. Su utopía de bolsillo es que los hijos estudien. Su lujo es conversar. Creo que mi hermano Luis Miguel y yo nos hicimos escritores colgados de ese lujo: la conversación de Emma y Luisa Camín. Eran un surtidor de historias de Chetumal y Cuba.

Su madre y su tía se reponen del atraco. No tenían otra opción. Deciden crear una casa de huéspedes que pronto la montan en la colonia Condesa, en las calles de Avenida México casi esquina con Sonora. Ahí el universo del niño Héctor cambia: “Era una casa de huéspedes y todos ellos más grandes que yo. A ellos debo mi iniciación sexual y libriesca. Paso todo tipo de personas en esa casa. Estudiantes del Poli, de la Universidad o de la Ibero. Sus historias paralelas y las de mis amigos del Patria formarían una novela. Uno de ellos hizo una carrera de don Juan, fronteriza con el crimen. Otro fue guerrillero. Otro hizo una exitosa carrera en la política. Otros dos en las letras, la diplomacia y la academia. Pasaron por esa casa dos hermanos sinaloenses, uno de los cuales terminó en el Ejército y otro en el narcotráfico. Supongo que esa casa es mi novela pendiente. Tiene ya la distancia temporal y el vaho mítico necesario en mi cabeza. Pero la verdad, no sé como contarla”.
La educación del niño y del adolescente Héctor es el Instituto Patria y después en la Universidad Iberoamericana, es decir, fue formado por jesuitas. El Doctor reconoce que la influencia fue demasiada, para bien. Sentado sobre su sillón utilizando uno de los brazos del pequeño sofá como respaldo y por el otro deja colgar sus pies, el escritor continúa su relato:

Estudié con los jesuitas de los 9 a los 21 años. Primero en El Patria, que lo amé y después en la Ibero, que la odié. El Patria fue para mí el lugar de los maestrillos aficionados al deporte. Yo jugué básquetbol en la selección de la escuela todo el bachillerato. Aquellos maestrillos jesuitas y los sacerdotes  cercanos al deporte eran todo menos confesionales. Jugaban y bebían con nosotros, castigaban con una sonrisa escondida nuestras fugas a lo prohibido. En una ocasión, de gira estudiantil por Tampico, nos escurrimos una noche al congal canónico del puerto, que se llamaba Pepe’s. Los jesuitas nos descubrieron y nos castigaron el resto del viaje. Nos castigaron por la ida al congal pero sobretodo porque al día siguiente de nuestra escapada, jugamos tan mal en Tampico, que nos dieron una paliza.

El instituto Patria cerró sus puertas. La mayoría de los jesuitas que educaban ahí sintieron el llamado “revolucionario” y se volcaron al pueblo. El doctor afirma: “se radicalizaron y se subieron a la revolución, a la pastoral de los pobres. Algunos a la lucha armada. Yo supongo que fue también en el Patria donde bebí mis primeras lecciones de indignación y solidaridad social: el origen de mi viaje a la izquierda”, hace una breve pausa y concluye: “De un maestro jesuita escuché este dicho: ‘Educación es lo que queda después de que se te ha olvidado todo’. Lo que queda en mí del Patria es sinónimo de camaradería y libertad”.
            Héctor Aguilar Camín estudia Ciencias de la Comunicación en la Ibero, en ese entonces una universidad muy conservadora. El doctor explica: “Según yo estaba dominada por los jesuitas conservadores, muy preocupados de las relaciones amorosas de los alumnos. Muy intervencionistas. Había en la Ibero de mis tiempos, a principios de los sesentas, un toque de escuela confesional que a mí me fastidiaba. Se rezaba el Angellus todas las tardes a las cinco”.

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En 1995 se reencuentra con su padre, don Héctor Aguilar: “Cuando lo encontré, luego de treinta años de no verlo, no lo reconocí”, confiesa el escritor, en ocasiones, casi imperceptibles su voz se apaga. Durante cinco años el escritor conversa con su padre, tenía una necesidad de entender su pasado y comprender el abandono del padre. Las charlas dieron material suficiente y en 2000 nace la novela El resplandor de la madera  que es la historia familiar vista desde el lado del padre. Es la historia del despojo, de la traición, de la eterna obediencia filial que Gibbon explica en ensayos.
            El doctor dibuja una estampa sobre su padre y los últimos 15 años con él:

Estaba solo como un hongo en el mundo. Lo acompañé sus últimos años. Murió rodeado y querido por la familia de la mujer que lo cuidaba, Rita Tenorio, el ángel de la guarda de su vejez. Ya muerto, en unos papeles que dejó con Rita, me dio la última sorpresa: el texto de una lápida que había firmado años atrás para su segunda mujer, una adivina muy conocida en la ciudad de México de los años sesenta del siglo pasado, Nelly Mulley. El texto que puso en la lápida hizo girar ciento ochenta grados mi versión de su vida.

El historiador se ha acomodado nuevamente en su sillón. Se levanta, se prepara y se sirve un café y sentencia: “Mi padre fue siempre un misterio para mí. En el fondo, quizá todos los padres lo son: son nuestros dioses familiares, nunca alcanzamos a verlos en su sencilla condición humana”.
No somos la historia que vivimos, somos la historia que recordamos. Escritores de todos los tiempos han tratado de escudriñar en su propio pasado para entenderse en su presente. Gorki escribió La Madre; Franz Kafka relató la difícil relación con su padre en el libro, Carta a mi padre. Una muerte muy dulce de Beauvoir es una hermosa narración de amor hacia los progenitores. El libro de mi madre de René Avilés destaca por su honestidad para ver a los padres y dimensionarlos en la medida que le es posible al escritor que a la vez es hijo también. Héctor Aguilar Camín, en Adiós a los padres, se explica su pasado, trata de entender los motivos de Don Lupe, su abuelo paterno, los de su padre, Héctor, los de su madre y su tía, Emma y Luisa, los de su abuelo materno, don Camín.
Juan José Millas tiene una muy buena novela que se llama Dos mujeres en Praga. Arranca de esta manera: Aparece un aviso de ocasión en un periódico que dice: Usted pone la vida, nosotros hacemos su novela. Lo que nos propone Juan José es que todos merecemos una novela sobre nuestras vidas y como no las podemos tener entonces encontramos espejos de nuestras vidas en diferentes novelas y a veces nos hacen sentir y ver en que capitulo vamos de nuestras propias vidas. Cuáles son los obstáculos que estamos temiendo para verdaderamente encontrarnos en la complejidad de los que somos con los conflictos que tenemos pero también con una idea de que la vida es más interesante y asombrosa de lo que imaginamos. El Doctor esta por terminarse su café:

Una de las grandes novelas cortas de Tolstoi, La sonata a Kreutzer, es una historia conversada, es decir, una historia que alguien cuenta durante una conversación con otro. Yo lo que hice fue usar ese mecanismo de las historias conversadas para dar salida a cosas que me habían sucedido, como si dijéramos, a medias, y que requerían, por decir así, una terminación. Si estuviéramos hablando de albañilería, diríamos que esas historias les faltaba el acabado, estaban en obra negra. Las nociones de albañilería, obra negra y acabado le quedan bien al proceso de escribir ficción. Escribir ficción es como construir una casa invisible, una casa de palabras construida con las propias manos. Flaubert era un albañil talentoso que se martirizaba con la imperfección de sus acabados.


Concluye.










miércoles, 8 de octubre de 2014

Escritoras. Guadalupe Loaeza

Guadalupe Loaeza, señora de Polanco, reina de la Roma.
Por Abraham Gorostieta

A Guadalupe Loaeza es difícil encasillarla en un género. Va de la crónica social a la biografía; del texto de opinión al perfil. Escritora prolífica, se inició en el periodismo mexicano en 1982 en el legendario diario Unomásuno. En su haber ha publicado más de 40 libros, todos ellos de amplios tirajes y décimas ediciones. Es una de las firmas más leídas del diario Reforma, trabaja en radio, en televisión y en distintas publicaciones como las revistas Hola!, Caras y The Billionarie. Realizó la biografía más completa y detallada sobre la vida del Músico, poeta y loco: Agustín Lara. Cronista de las altas esferas de poder mexicano, no le es ajena la literatura; su primera novela Las Yeguas Finas, le ha ganado el respeto de colegas y críticos.
Lupita, como se le conoce en el medio es una mujer incansable que abre las puertas de su casa, ubicada en lo que fue la zona francesa del Porfiriato de la Ciudad de México a Instantáneas Mexicanas para charlar un poco sobre su vida, sus pasiones y, sus desencuentros.

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La casa de Guadalupe Loaeza es en verdad hermosa. Vive encima de un restaurante gourmet francés, en una de las zonas más lindas, francesas y antiguas de la Ciudad de México. Las paredes –grandes y espaciosas- de su casa están forradas de piso a techo por pinturas, ahí podemos ver un Toledo, un Galán, una María Izquierdo, entre otras. Al fondo, se ubica un enorme ventanal que da a la calle de Brasil, al famoso parque dónde solía pasear doña Carmelita, la muy joven esposa de don Porfirio Díaz.
Una mesa se ubica en una esquina, sobre ella varias fotos que muestran a Guadalupe. Lupita, la niña con su padre; con doña Dolores de Tovar, su madre, con sus hijos, sus nietos. Ella frente al mar mediterráneo; ella paseando por las islas griegas; ella simplemente y al fondo la torre Eiffel; ella en la ciudad luz. Una cosa resalta entre las fotos: su condecoración con la Orden de la Legión de Honor, en grado de Caballero, conferida por el gobierno de Francia en 2003.

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La escritora desvía siempre la mirada. Piensa, reconstruye su pasado: “Tuve una infancia que añoro. Vivía en una colonia con peso e influencia. La colonia Cuauhtémoc, poblada de ríos, muy cerca de Reforma, a unos pasos de la naciente colonia Rosa. Fue una infancia tranquila, feliz, podía ir a visitar a mis abuelos en las calles de Milán en la colonia Juárez, era una ciudad tranquila” y pronto aclara que es la séptima de nueve hermanos. Sobre su madre, doña Dolores Tovar y de Teresa recuerda que fue “una mujer muy enérgica y autoritaria, pues: “siempre estaba presente en todo, siempre quería tener la razón en todo. Una madre muy estricta”. Su madre, mujer de sociedad se la pasaba frente al teléfono todo el día, platicando si las Corcuera o si las Díaz o las Hérdez…  La cronista se detiene un poco, junta las manos y narra:

Estudiaba en una escuela de monjas y según el grado que estudiara era la complejidad de mi bordado. Ahí nos enseñaban esas cosas y como se acercaba el 10 de mayo, era tiempo de bordar. Nos sentábamos alrededor de una monja que nos instruía. Pero yo no tuve talento para esto y mi bordado era horrible, las flores parecían moscas, el hilo se me enredaba, repetía el trabajo hecho de un día y lo deshacía por las tardes para que quedará bien, pero esto nunca pasó. Era el peor de todos. El día de la entrega la moja me sorprendió. Ahí estaba mi trabajo, hermoso y planchadito: “mira que bien te quedo” me dijo la monja con aliento a ostia. Ese día se lo entregue a mi madre, era sábado, y por supuesto mi madre estaba al teléfono, espere un largo rato a que colgara pero no lo hacía. Me pare frente a ella y le di su regalo. Mi madre extendió la mano desocupada, tomó el regalo y lo colocó sobre la mesita pegada al teléfono, me hizo un giño como diciéndome “al ratito lo veo”. El regalo permaneció ahí, por varias semanas, intacto.

Su padre fue un abogado respetado, fundador del Partido Acción Nacional junto con don Manuel Gómez Morín. Diplomático en los gobiernos de Alemán, Ruiz Cortinez y López Mateos. Lupita lo recuerda: “mi padre siempre trabajando, estaba ausente de todo. Siempre abstraído en su música, sus libros, sus negocios”.

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La retratista de la alta clase social fue una “niña bien”. Estudió en escuelas de monjas, tenía amistades “bien”. Fue educada con costumbres y valores muy tradicionalistas: “Mi madre me educó como una niña bien. Vestía como vestían las niñas bien, hablaba, comía y pensaba como lo hacen las niñas bien, pero no teníamos dinero, o mucho dinero, porque sabes, hay categorías en las niñas bien, y no tener suficiente dinero me excluía de algunas cosas. Así que fui educada con muchos conservadurismos, atavismos y como se educan a las niñas bien pero nunca pertenecí a las niñas bien”.
La biógrafa de Agustín Lara explica para Instantáneas Mexicanas:
Las niñas bien mexicanas son un pequeñísimo sector de la sociedad. Dividen su mundo entre blancos y “prietos”. Se caracterizan por sus expresiones, sus vocablos y eternos anglicismos, pues eso les da estatus de “cultas” y fijan su no pertenecía a la “chusma” que no habla inglés y mucho menos francés.
Pero existen categorías: están las Niñas bien, desoficiadas: Todas estudiaron una carrera, están inscritas en un gimnasio pero no van pues Palacio de Hierro es primero. Tienen grandes planes y varias opciones de trabajos pero nunca llegan a hacerlo. Las más liberadas están constantemente buscando que pueden hacer en el extranjero y se la pasan el tiempo viajando pero rara vez se quedan en hoteles pues tienen muchos amigos que las hospedan en sus casas. Frecuentan lugares como Kashymir, Cluv, Om o Café O (en DF); Les Caves du Roi, VIP, Cabaret (en París); Olivia (en Marbella). Sus Marcas son Dior, Vuitton, Fendi, Cartier, Pucci y Gucci.
Las niñas bien, fashion: Ellas buscan que quede bien claro que ellas son bien diferentes a las demás niñas bien. Trabajan en agencias de publicidad, relaciones publicas, mercadotecnia, son fotógrafas, modelos o trabajan en la moda. Sus amigos son argentinos, venezolanos, colombianos, franceses e ingleses. Prefieren las tachas pero en las fiestas en tout petit comite se van por la marihuana. Salen en revistas como Caras, Ocean Drive y Quién. Sus mejores amigos son gays. Viven el Lofts maravillosos en la Roma o la Condesa. Se tardan mucho en arreglarse pero hacen todo lo posible por que se vea natural. Ven Fashion TV y E! Entertainment Television.
Niñas Bien, bien: Por lo general, son anoréxicas, bulímicas o cualquier otra enfermedad de moda. Pretenden ser castas, fresas e inocentes, pero ninguna lo es. Estudian escuelas Del Bosque, Irlandés, Regina, Sagrado Corazón, Anáhuac e Ibero. Su meta en la vida es ser esposas de un niño bien con mucha lana. Sus marcas: Zara, Mango, Vershka, bebe, Miss Sixty, 7 Jeans, Juicy, Puma, Nike, BCBG y algún accesorio Vuitton o Gucci. Nunca dicen groserías en publico y en sociedad son simplemente perfectas.
Niñas bien, new poor: han viajado por todo el mundo, han hecho lo que se les da la gana, han tenido acceso a todo. Son educadas, cultas y estudian carreras no muy practicas como Historia del Arte. Como no tienen tanto dinero, en vez de comprar cinco t-shirt Dior, compran una y la lavan con Vel Rosita. Buscan trabajo sin querer encontrarlo. Ven Sony, Warner y E!.
Niñas bien, atascadas: viven en la peda. No conocen límites, abusan de las drogas, del alcohol, sexo y del shopping. Siempre se visten de marca pero no siempre bien. Son odiadas por las demás niñas bien. Son divertidas pero su reven es muy pesado.
Niñas bien, panistas: trabajan en el partido pero no aceptan que son panistas. En las reuniones sociales prefieren hablar de las portadas de Hola! que de Martha Sahagún, Fox, Calderón. Cuando pronuncian palabras en francés lo hacen con mucho acento.

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La escritora se toma un respiro. Muestra sus pinturas, habla sobre sus inicios: “El periodismo a mí me formó completamente. Es un oficio muy enriquecedor, es un oficio en el que se aprende todo los días. Te da una visión distinta, te despierta la curiosidad, te forja un carácter, te da criterio, te hace mantenerte informado, te hace reflexionar. El periodismo es una Universidad, por decirlo de algún modo. Yo estudié hasta el bachillerato. Entonces le debo mucho al periodismo y me ha gustado caminar en sus géneros. La crónica, la entrevista, la opinión, el reportaje”.
            Ha escrito best seller como Los de Arriba, Compro y luego existo, Infancia es destino, Las reinas de Polanco, Las niñas bien, Compró y luego sufro. Inicia su actividad periodística en la revista Obelisco, una revista “muy atinada, muy original, muy valiente”, comenta Lupita, y explica: “allí escribí un texto que se llamaba Las reinas de Polanco. Un texto que me elogiaron mucho, pues describía a la ‘alta burguesía’ mexicana, desde ahí fui agarrando mi estilo y desde ahí comencé a describir a ‘esta gente’”.
            “Esa gente”, Guadalupe marca distancia pero pronto abunda: “no me ubico junto a ellos pero tampoco sin ellos. Entró y salgó de este mundo, como si tuviera una puerta. Si perteneciera al mundo que describo no tendría esa distancia para observar ni un juicio correcto. Es un mundo muy cerrado. Es un pequeño sector, muy pequeño sector de la sociedad, con aspectos en su sentir muy marcados, muy conservadores y muy racistas, clasistas. Tengo la intención de escribir un libro que se llame ‘Así son ellos’. Pues viven en un mundo donde creen que todo mundo les debe pleitesía, halagos, respeto”
Trabajó en el mítico Unomásuno. El periodista Miguel Ángel Granados Chapa publicó sus textos. Junto con él fundan La Jornada. Y Junto a él mantiene una relación por 12 años.

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En 2009, el líder del PRD, Andrés Manuel López Obrador la llama para que sea diputada. Guadalupe perdió esa batalla pero la experiencia que vivió sirvió para que hiciera el libro Comedia Electoral. La escritora explica: “Nunca he votado por el PRI ni lo haré por el PAN, he estado siempre cerca de la izquierda, pero la “izquierda” me repelía y por el otro “lado” también fui incomprendida”.
Hay mucho biográfico en mis libros, así somos las mujeres, confiesa la mujer con una sonrisa de satisfacción en el rostro. Cuando comencé a escribir, comenta, al principio hubieron muchos reclamos, ahora ya no. Antes se sentían desnudos, observados, nunca entendieron mis motivaciones y no las entienden aún. Me hicieron sentir como una traidora de clase, descastada, muy mal. Y por el otro lado, cuando apoye a López Obrador me pasaron la factura, me costó caro. De ese lado, la gente que lo rodea nunca me entendió. Les parecía falsa mi presencia, esnobista, nunca entendieron que existió y existe un interés genuino. Fui candidata por el PRD pero nunca sentí su apoyo.
Respira, nuevamente junta sus manos y abunda: “yo pienso que necesitamos otro tipo de gobernantes, genuinamente honestos, que la izquierda debe de gobernar, lo mejor de la izquierda mexicana, que debemos de cambiar ya el timón. Pienso que en el país hay cada vez más pobres, que existe mucha corrupción, que la brecha entre clases se hace más honda”.

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La biógrafa de tantas celebridades lamenta que éste género no se practiqué en México, “lo practican muy pocos y por fortuna lo hacen bien: Enrique Krauze es un gran biógrafo que ha retratado a los personajes claves del poder. Pero aún siguen faltando biografías sobre Colosio, sobre la familia Salinas. Granados Chapa escribía una sobre Carlos Hank González. José Martínez ha hecho buenas biografías sobre Elba Esther, sobre Carlos Slim. Pero es un género muy olvidado. Es una lástima”.
En el libro Gritos y susurros que coordinó Denise Dresser, le hicieron tres preguntas muy personales, Guadalupe escribió la historia que vivió con Granados Chapa, historia que en ese momento, estaba fresca y en donde narra que en una cena especial para el laureado periodista, a media cena se presenta una mujer, la “otra señora” de don Miguel Ángel. Aquello se convirtió en un caos, las crepas de huitlacoche se quemaron en el horno, el asado de cordero también, la salsa de ciruelas nunca se sirvió, los invitados huyeron, y al periodista le quedó de recuerdo los tirones de cabellos, los rasguños en el rostro, la sacudida y revolcada que le propinaron ambas mujeres en el jardín. Ha pasado mucho tiempo de esto.
Ahora, a pregunta expresa, Lupita contesta: “Miguel Ángel Granados Chapa fue un gran hombre, muy inteligente, ha sido el mejor periodista que hemos tenido, profesionalmente era un hombre muy comprometido con el periodismo, tenía una gran honestidad intelectual, apasionado por su oficio, un hombre bien profesional. Sus columnas eran obligadas, por su rigor, por su congruencia, por su valor. Era un hombre muy memorioso, en verdad, que memoria tenía. Sabía mucho sobre Historia, Historia política de México, Historia sobre la Revolución, un hombre con defectos, como todos, pero un hombre auténtico. Él fue que me dio trabajo en el Unomásuno. Fue mi maestro y le estoy infinitamente agradecida, a él y a Elenita Poniatowska con quien curse un taller”.
Trabajó en el viejo Canal 40, bajo la dirección de Javier Moreno Valle. “Ahora no trabajaría nunca para Ricardo Salinas Pliego, ni en Televisa, me parece que esas empresas, su línea editorial es vergonzante. Su estilo, su manera de presentar las noticias no me parece la mejor”. Actualmente trabaja en el Canal 22 y en Televisión Mexiquense.

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Los aromas del restaurante se hacen sentir en la casa de Guadalupe Loaeza. Fresca esta la muerte de José Emilio Pacheco y Juan Gelman. Fresco el Premio Cervantes a Elenita. La escritora, amiga de todos ellos, explica que la muerte es un tema que la ocupa: “es porque tengo tanto por hacer, y escribir y contar. Por su puesto, tengo mis nietos y las cosas van cambiando, poco a poco, y ya es hora de pensar las cosas de otra forma, en diez años tendré 76, y diez años se pasan de una manera demasiado rápida”.
Se ha tornado un poco nostálgica, comenta en voz alta, nunca mira la cámara, habla para sus adentros: “espero que mi obra se estudie –con toda proporción guardada- como la obra de la duquesa Calderón de la Barca. Es decir, una descripción de una clase, de una época, de una forma de ser mexicano, de una etapa de México. Como crónicas de esos años, como le pasa a la duquesa, que es una visión cándida, no es académica pero tienen algo, investigación, mucha investigación”.
Mujer incasable, activa, esta siempre en varias cosas, prepara entrevista para su programa de radio, llama y confirma un invitado para su programa en televisión.  Esta noche tiene una cena e invitados, sobre la mesa, están ejemplares de La Liberation, Le observadore, Proceso, Letras Libres, Nexos. “Escucho a Leonardo Curzio, a María Amparo Casar, a Lorenzo Meyer”. Y termina diciendo: Pronto haré la biografía de Carlos Slim, pero más humana, qué piensa, qué le gusta, qué come, y esas cosas.




lunes, 6 de octubre de 2014

Cantantes. Astrid Hadad

Astrid Hadad, ecléctica cabaretera
Abraham Gorostieta

                  Tú ya no mandas en mí, me peine como me peine...
                  ya no peino pa’ti.


Divertida, versátil, franca, bravía... simplemente Astrid. Durante toda la entrevista -realizada en su estudio-, la cantante dejó en claro sus gustos, aficiones y desencantos. Su desarrollo artístico es bien visto y reconocido en el extranjero, donde es ovacionada de pie y con sonoros aplausos. En ella encontramos toda una gama de talentos que la hace una de las pocas figuras del ambiente artístico mexicano contemporáneo; cantante, escritora, actriz, poeta. Creadora del Heavy Nopal, su primer show, también La mujer multimedia, Corazón sangrante y México, tierra misteriosa.
Astrid Hadad, quien ha llevado su sincretismo escénico del México de diferentes épocas a países como España, Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Inglaterra, Eslovenia, China, Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos, Suecia, Argentina, Brasil y Canadá.
Exitosa, se ha declarado “Feminista de clóset” y “Mariachi Kamikaze” concede una entrevista a Instantáneas Mexicanas

Inicios

Nació en Chetumal, Quintana Roo y ahí vivió hasta sus 22 años. Sus padres, migrantes libaneses, llegaron a ese puerto con grandes sueños. De niña, Astrid mostró su gusto y afición por la música y el canto: “yo canto desde que soy niña; desde que tengo uso de razón y veía que tenía cualidades, que tenía ángel”, cuenta la propia Astrid y añade: “mi madre dice que desde que nací ya canturreaba y que tenía una voz muy fuerte”.
En la escuela, cuando había algún festival, la niña Astrid hacía los papeles principales: declamaba. En sus años de adolescente estudió en el Tecnológico de Chetumal, ahí realizaba varios programas de radio: escribía los guiones, dirigía los programas, los grababa con unos amigos, el espectáculo era su vida, la cantante recuerda: “siempre supe que ésa era mi vocación”. 
Salir de Chetumal no fue fácil para Astrid. Decidió mudarse a la Ciudad de México, para hacerlo les dijo a sus padres que estudiaría Ciencias Políticas en la Universidad Nacional Autónoma de México, así lo recuerda la cantante:

Por una desorientación vocacional estudié Ciencias Políticas, yo estudiaba en Chetumal y quería venirme para la Ciudad de México. Mi intención era realmente dedicarme a ser cantante pero en mi casa no podía decir eso. Si yo decía que me iba a dedicar a cantar y a la actuación pues sencillamente no me hubieran dejado venir. Así que escogí entre las carreras que nos daban la que más se acercara al arte. Como yo estaba en el Tecnológico de Chetumal jamás nos mostraron carreras como Filosofía y Letras o nada que tuviera que ver con la literatura o las artes y lo más cercano que me mostraron fue Ciencias de la Comunicación y claro tenías que entrar a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales y tomar los dos primeros años del tronco común.

La cantante mira al reportero, lo escudriña con la mirada y aclara:

Pero sabes, no me arrepiento. Fue muy bueno haber estado allá porque eso me dio una capacidad de investigación, de discernimiento que me sirve ahora para mis espectáculos y obviamente para la crítica política. Y entonces no me amilané y vi que no era tan malo y que no había desperdiciado mi tiempo, quise verle el lado positivo. Ya estudiando los dos primeros años me quise pasar a la Facultad de Filosofía y Letras pero me dijeron que ya no era posible, que ya había pasado el tiempo y que si quería hacerlo tenía que volver a empezar. Pensé: “ay no, que flojera”; de todas maneras yo siempre he sido autodidacta y me salí de ahí para estudiar teatro.


Y recuerda:

Ya en la Ciudad de México y mientras estudiaba Ciencias Políticas, después del primer año, comencé a cantar y me di cuenta que cantar no era algo que me iba a llenar del todo, que necesitaba algo más. Es por eso que entré a estudiar teatro. Al mismo tiempo me esforcé mucho para estudiar música y más que estudiar, aprenderla e interpretarla. Estuve en la Escuela de Música de Jalapa, en Veracruz, donde estuve seis meses. Aprendí algo de solfeo, no gran cosa pero me jaló más la escuela de teatro, me parecía más divertido que la música ya en forma, aunque claro, tengo una vocación musical muy fuerte: Yo intervengo en los arreglos y en todo lo que quiero y hago en mis shows.

Y es que ser bohemio en la década de los setenta no era fácil, claro, en las peñas se escuchaba al cantante Óscar Chávez y el público lo vitoreaba y le aplaudía, pero eran los setenta, y Janis Joplin, Jimmy Hendrix y The Doors sonaban fuerte, junto con los inicios de Pink Floyd, en lo nacional las interpretaciones de José José y todo lo que fue la época del festival OTI dejaron huella, con todo y los hermanos Castro. Y por supuesto, la trova era cantada por los cubanos Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola, también por los sudacas como Mercedes Sosa, Jorge Cafrune, Alfredo Zitarrosa y Facundo Cabral, entre otros. La joven Astrid cantaba boleros del oaxaqueño Álvaro Carrillo, el yucateco Gutty Cárdenas, y el cubano José Antonio Méndez eran sus favoritos. 
La creadora del género musical Heavy Nopal le gusta recordar esos tiempos, mira hacia el vacío, sus ojos se pierden en el tiempo y contesta:

Claro que canté a Silvio Rodríguez o a Pablo y sí, todo el rollo de la trova porque yo crecí escuchando esa música. En mi tierra se escucha mucho la música, es lo nuestro. En Chetumal no había televisión, pues ésta entró hasta casi los setenta. Yo crecí escuchando esa música, también en mi casa se escuchaba de todo pero la XEW era la reina. A través de ella oía música ranchera y por supuesto, el bolero ranchero con José Alfredo Jiménez a la cabeza, también escuchaba Radio Habana; escuchaba el son y la rumba y el bolero cubano pero lo escuchaba porque eran las dos únicas estaciones que había y son con las que yo crecí realmente.

En México se hacía buen cabaret desde principios del siglo XX, legendarios son los cabarets Agua Azul, Rio Rosa, Ba-ba-lú, Cuba Libre, El Burro, Can can, Las Islas Marías, Marroquí, El Tranvía, Leda, Olímpico, Mata Hari, Quinto Patio, Tabaris y muchos más. Y es que pintores, escritores, actores de cine e intelectuales eran clientes asiduos. Se cuenta que María Cenobia Izquierdo frecuentaba mucho El Leda, un cabaret situado en la calle de Dr. Vertiz No. 118 en la colonia Doctores, la dueña era Clotilde Ortiz de Rubio y el encargado Luis Aguado, apodado El Príncipe -por su forma elegante de vestir- quien era compadre de la pintora. En ese entonces María no era muy valorada como pintora, más bien su modo provinciano y folclórico le ganaron la estima de pintores y poetas, y es que María incorporó a medio mundo en la bohemia y las parrandas nocturnas de los barrios pobretones.
            Y es que a estos desveladeros concurrían “peladitos”: albañiles, sastres, mecánicos, boleros y carpinteros, conductores de tranvías, estudiantes y desde luego, los tarzanes. Pero María Izquierdo le dio un gran impulso a los cabarets, en especial al Leda y entonces asistían también figurones como Diego Rivera, Frida Kahlo, David Alfaro Siqueiros, Roberto Montenegro, Guerrero Galván, Aurora Reyes; gente de cine: Julio Bracho, El Indio Fernández, María Félix, Isabela Corona, Luis Buñuel, Chano Urueta, los fotógrafos Lola y Manuel Álvarez Bravo, los músicos Carlos Chávez y Agustín Lara y Lucha Reyes quien de vez en vez cantaba en el lugar, el orador Muñoz Cota y el torero Silverio Pérez, también extranjeros, entre los que se encontraban directores de orquesta, actores, deportistas, boxeadores que venían a trabajar a México.
Se dice que ese México murió junto con los centenares de víctimas y muertos del terremoto de 1985. En los sexenios que siguieron, la fastuosa y gloriosa vida nocturna de México se convirtió en leyenda y luego en mito. Pero un grupo de cantantes lucha día tras día por recuperar ese espectáculo y de alguna manera, ese México. Entre ellas están, Eugenia León, Liliana Felipe, Jesusa Rodríguez, Susana Zabaleta, Regina Orozco y Astrid Hadad. Los inicios de Astrid en el cabaret mexicano inician cuando forma parte del elenco de la ópera Don Giovanni, que era dirigida por la joven Jesusa Rodríguez, Astrid lo recuerda así:

Esta ópera la dirigió Jesusa Rodríguez y éramos puras mujeres en escena pero la cantábamos una octava abajo, por eso te digo que nunca he cantado ópera, aunque claro, cantes una octava abajo. Y es que era imposible -con lo que hacíamos en el escenario- cantarla como se cantaba, tenías que cantarla igualito. Es una obra que yo me aprendí en quince días. Estaba saliendo de la Escuela de Teatro, me presenté a la audición y me quedé pero necesitaban estrenar en quince días y no me preguntes cómo pero me la aprendí.

Y de ahí en adelante, la cantante sui generis se adentró en el mundo del cabaret. Y nació su idea de hacer espectáculo de cabaret imprimiéndole su sello, la actriz nos relata: “Comencé a leer a Bertolt Brecht y quedé fascinada, enamorada. Comencé a buscar, a idear: ¿cómo hacer un cabaret? Que dijera algo nuevo y en donde yo pudiera cantar, actuar y que además pudiera decir las cosas que no me gustaban -tanto sociales como políticas-, es cuando inicié mi propia investigación. Hice una mezcla entre lo que era el teatro de revista y el cabaret alemán. Estudié mucho sobre eso y pues como nada me llenaba, hice mi propia versión de lo que es el cabaret: un “cabaret a la mexicana” porque está lleno de colorido y es otra forma de expresión también”. Y como toda artista que se respete, empezó por armar un grupo: Los Tarzanes:

Los Tarzanes es el grupo que yo armé cuando presenté mi primera obra músico-teatral en el Poliforum Siqueiros. Después de haber estado con Don Giovanni, reuní un grupo de músicos. A partir de ahí decidieron seguir tocando conmigo y decidimos ponerle un nombre: Los Tarzanes, que es una canción de Lucha Reyes de los años cuarenta y, también, los tarzanes eran como los pachuchos, como Tin Tan, así que se les quedó ese nombre.

Los espectáculos de Astrid son aplaudidos en diversas partes del mundo, llenos de vida, color, folclor y sátira han arrancado aplausos a diversos públicos en distintos países: Japón, China, España, Francia, Italia, Inglaterra entre otros. Cosa muy peculiar es el vestuario que la propia Astrid confecciona para sus shows, en ellos imprime su visión de México.
Vírgenes Guadalupes, vestidos con decenas de labios, o velas encendidas, o un maguey en su espalda, o catrinas, nopales, mazorcas multicolores, sobre su vestuario la cantante cuenta que: “La verdad es que nunca lo pensé, no es malamente intencionado, fue algo que surgió así, creo que por inercia del propio espectáculo. Cuando yo empecé a hacer mis vestuarios me di cuenta que realmente no necesitaba escenografía, puesto que ya mi vestuario cubría perfectamente la necesidad de una escenografía”. Con Lucy Orozco hizo uno de sus primeros espectáculos Heavy Nopal en una cantina, en el centro aparecía Astrid echando tiros al aire con un sobrero lleno de condones y trenzas bordadas. En distintas partes de “El viejo continente”, Astrid Hadad es mejor conocida como la “Janis Joplin” de la canción ranchera. Ella se sorprende al escuchar el mote y dice:

Para mí es un gran homenaje por que es una de las cantantes que más admiro. Tenía una gran voz y esa forma tan pasional que tenía de cantar, creo que eso me vincula a ella, porque yo para todo lo que hago soy muy pasional, nunca escatimo, ni un momento de energía, ni de intensidad, ni de amor para estar en el escenario.

El cabaret está asociado con el cine mexicano de mediados del siglo XX, con Tin tan, con las rumberas. A Astrid le gusta esta época, se sonríe y nos sonríe al hablar de la época de oro del cine mexicano y explica:

El cine mexicano, en especial el de cabaret nos enseñó muchas cosas, ¿no? Bueno, primero nos enseñó a mover muy bien el “bote”, yo pienso que fue un momento como mítico que todavía permanece en la gente. En serio, la gente aún permanece viendo telenovelas y sigue pensando que es como en las películas de cabareteras: que pobre-pobre pero hermosa, piernona y cinturita y que mueves muy bien el bote y ya te haces famosa y millonaria, pienso que es un momento tan surrealista y tan mítico que sigue permeando en las expresiones culturales de nuestro pueblo. Dentro de mis sueños realizables me di el gusto de que Tongolele estuviera en uno de mis videos, y me siento feliz, es una artista que admiro mucho.


Compositores


En tu boquita, la sangre marchita
que tiene el coral


Astrid, en todos sus espectáculos es recurrente el bolero. Escuchaba la XEW y en ella los grandes compositores de boleros hicieron gala de sus mejores canciones. ¿Qué compositor le parece a usted como el más completo?
Hay dos compositores que me parecen maravillosos entre los muchos que hay, porque hay muy buenos compositores mexicanos, sobre todo en esta época mis favoritos son Agustín Lara y Gutty Cárdenas.

Carlos Monsiváis escribió que: “De Agustín Lara siempre se le conoció como cursilería absolutamente real y demoledora será en verdad porque dio una imposición legendaria pero Agustín Lara compuso para cierto sector por ejemplo en el estado revolucionario fue adquiriendo la época de Lázaro Cárdenas pasiones morales que llegaron a proclamar abolida la prostitución y Don Salvador Novo dice que era una aberración era como quien quiere extinguir el hambre por decreto, en fin gran parte de la vida de la elite transcurre en burdeles y casas de citas en la película Santa de Federico Gamboa”.
Pero Agustín Lara recrea en su persona toda una época, ¿no lo cree así? ¿no le parece un poco cursi?
Yo creo que Agustín Lara no es totalmente cursi -sí tiene mucho de cursi, es verdad- pero también hay metáforas maravillosas; algunas cosas de él las he comparado con Baudelaire -que me perdone Baudelaire- pero hay momentos de su poesía que las metáforas me parecen absolutamente afortunadas, tiene canciones que son realmente unas joyas en cuanto a la poesía: la construcción de las frases y las metáforas que usa. Agustín Lara, siento que sigue siendo el compositor más fino además de que su música hace cosas totalmente distintas que salen de los parámetros establecidos en ese entonces y usando música comercial logra transformar cosas nuevas y que canta a un mundo totalmente prohibido incluso hay todo un escándalo en ese entonces de las familias, de hecho Manuel Esperón consideraba a Lara absolutamente negativo para la música mexicana pero Lara logra revolucionarlo todo. A mí me gusta mucho. 
Por otra parte, Gutty Cárdenas tiene canciones muy bonitas pero no logra la trascendencia, además de que lo matan muy joven, no logra trascender el estilo que se usaba en esa época mientras que Agustín Lara es un Hombre que utiliza muchos géneros que trasciende la forma de tocar de esa época y eso me parece admirable.

Su repertorio musical, en sus espectáculos, es también recurrente otro compositor: José Alfredo Jiménez, ¿por qué le gusta tanto José Alfredo?
Más que José Alfredo Jiménez son las canciones que cantaba Lucha Reyes porque José Alfredo Jiménez viene después. Yo empecé cantando las canciones que cantaba Lucha Reyes porque me gustaba su estilo. Cuando comencé a cantar quería saber quién fue Lucha Reyes -no es que no lo supiera- pero empecé a indagar sobre su vida. Me parece muy importante saber que fue la iniciadora de la canción ranchera del género vernáculo, digamos de la forma de interpretación hacia afuera: bravía, fuerte. No estaba permitido en las mujeres -en ese entonces- tal comportamiento. 
Lucha Reyes fue una cantante que empieza a cantar canciones de cantina, La tequilera, Por un amor y otras más, por ejemplo, cantaba este tipo de canciones, cosas más agresivas, -en esa época si había cantantes mujeres de ranchero pero eran puros tríos y las que eran solistas cantaban canciones campiranas siempre con voces muy chillonas y nada que se saliera de lo establecido. 
Lucha Reyes empieza a cantar canciones de “hombre” y tiene mucho éxito pero es prohibida en las casas de clase media. Cuando ella cantaba en la radio simplemente apagaban el aparato las amas de casa porque era algo inmoral, como de un atrevimiento y de un escándalo tremendo y claro la vida de Lucha Reyes fue muy escandalosa pero fue una época en la que muchas mujeres sobre todo las pintoras se desataron y crearon una nueva forma de vida aunque muchas de ellas se liberaron estuvieron bastante sometidas -entre ellas, Frida Kahlo- a sus maridos y al mundo varonil además que se continuaba una tradición. Y mira cómo son las cosas, con todo lo que nos hemos liberado las mujeres seguimos siendo víctimas de tantos y tantos siglos de opresión. 

En ese sentido la música ranchera puede ser el vehículo de desamparo, un momento de franqueza, del llanto por el dolor y por mis merititos calzones, es una identidad “mexicana” muy al estilo de las películas de Ismael Rodríguez que muchos mexicanos se la creyeron de verdad. ¿No cree?
Yo creo que la canción ranchera se convierte en identidad cuando uno está fuera de México. Cuando yo empecé a cantar ranchero todo mundo me dijo: “estás como loca, ¿qué te pasa? Ésa es música para gente raspa, nadie te va a ir escuchar”. Y es que la canción ranchera sólo se canta en fiestas, cuando uno está ya después de diez copas y para cantar dos o tres canciones que te recuerden cuál es el punto de identidad, cuando uno está fuera de México y uno canta: México lindo y querido. Ésas son las dos formas de ver la canción ranchera, bueno, las formas más “convencionales” pero sabes, hay más.
Ya había un desprecio cuando yo empecé a cantar ranchero, hace poco más de veinte años, pero necia y pasional como soy no le hice caso a la gente que veía la música ranchera con prejuicios y no hice caso afortunadamente, seguí cantando y después mucha gente que odiaba ese tipo de música, que ni siquiera escuchaban a Juan Gabriel, les empieza a gustar la canción ranchera.

La canción ranchera o parte de ella nos remite a las pasiones al rojo vivo, los desconsuelos o las pérdidas de viejos o nuevos amores…
O de lo macho que se hace el hombre, ¿no? Quién no ha cantado eso de... te vas porque yo quiero que te vayas… 

Además el bolero ranchero legítima el derecho del llanto.
Exacto, mientras yo cantaba las canciones de Lucha Reyes que eran cosas como La tequilera, La mujer abandonada, La mensa, La panchita, Por un amor, o por el otro lado canciones muy nacionalistas como Yo me muero donde quiera o como La feria de San Marcos que son las canciones que cantaba Lucha Reyes, la gente se emocionaba pero cuando tiempo después canté a José Alfredo Jiménez, la gente se le venían las lágrimas, los ay, ay, ay. Es todo un fenómeno.
La gente que me conocía decía que la canción ranchera no era para mí ni para lo que yo debía de cantar, que yo tenía que cantar cosas más elevadas pero yo no le veía lo no elevado al bolero ranchero. Sé que la canción ranchera es muy simple pero también tiene unas melodías hermosísimas y tiene algo que te provoca energía y una vitalidad fantásticas.

Oiga, y para usted ¿Qué es Patria?
Es una frase. (risas). En serio, es una palabra que me indica que es como una Madre que me acoge, que me da mi identidad, eso sería para mi Patria, más o menos lo que me enseñaron en la escuela. Ahora, me parece cuando uno dice Patria, es como un recuerdo lejano o una ilusión.

Etimólogos dicen que World Trade Center es una palabra otomí que significa globalización. Oiga, y ¿quién para usted ha sido un buen presidente? 
Lázaro Cárdenas. Lo que hizo Cárdenas con el petróleo fue un gran avance para este país. La nacionalización del Petróleo y su política educativa. Ahora pienso en lo que vivimos, en la desnacionalización, que es lo que estamos viviendo.

De eso ya llevamos varios años, décadas… 
Si pero cada vez más remarcado. Se va acabando la magia en la venta de nuestro patrimonio. La globalización que decías va permeando cada vez más duro, se ha insertado en la conciencia o subconciencia de la gente a través de la televisión, aunque hay que reconocer que no se da de un lado sino también para el otro. Por ejemplo, yo que voy mucho a Estados Unidos, te puedo decir que ya la fiesta mexicana forma parte de la cultura americana de una manera natural, ya es algo común. Mira, si tú vas a Chicago y vas a encontrar restaurantes de lujo impresionantes, son restaurantes mexicanos. En Nueva York la salsa picante ya forma parte de la dieta de cualquier norteamericano, sobre todo la tortilla. La comida, tradiciones y hasta gestos que consideramos “muy mexicanos” ya están en la dieta de los norteamericanos como algo natural, en sus mesas, en sus conversaciones.

En la mayoría de sus espectáculos un tema recurrente es el Amor, sus modos y ni modos, ¿de veras eres una persona muy pasional o por qué el tema tan clavado? 
Porque es algo que no debe faltar, afortunadamente. Porque si no me quedaría sin trabajo, (risas) creo que forma parte esencial de la vida de todo ser humano. El amor y desamor, la necesidad afectiva que puedas tener independientemente de la que te estén dando tus padres. Creo que la necesidad de la afectividad amorosa es algo que está inserto en todos nosotros o sea es algo inherente a nosotros y es algo que nunca se termina de hablar de ello porque si no entonces hasta la misma poesía -que no siempre habla de amor- pues dejaría de ser esencial para nuestro existir. 
El amor necesita idealizarse; precisamente por eso existe la poesía, porque si dejamos que todo permanezca tal como es la realidad, entonces sí sería imposible vivir. Creo que necesitamos de esos ingredientes, ilusionismo o idealismo o como le quieras llamar que es como adornar las cosas para poder vivir de una manera mejor, es como comer, hay gente que se la puede pasar comiendo hamburguesas toda su vida ¡Ay qué horror!
Uno tiene que comer comida elaborada, para eso uno vive, para conocer, para vivir, para oler, para gustar, para amar. Una de las formas de civilización más sofisticadas es la comida y lo mismo pasa con las palabras, con la música. 
Por supuesto que no dejaría de hablar del amor porque es algo que se renueva siempre. El amor es como la luna, es decir, que aunque aparentemente ya se ha dicho todo del amor y los sentimientos pasionales siempre hay nuevas formas y maneras de hablar y pensar del amor y de las formas pasionales.

Hace tiempo vi una entrevista en canal 22, la entrevistaba Sasha Sökol, en ella usted hablaba de que tiene un trauma y es no saber tocar un instrumento y no componer.
Escribo canciones pero no les pongo música. Hace muchos años, cuando vivía todavía en Chetumal yo tocaba la guitarra, muy mal pero la tocaba y componía canciones. Ya después por exceso de trabajo no la seguí tocando, dejé a un lado los estudios, me hice de músicos y la dejé. Ahora estoy retomando otra vez eso de la guitarra pero es algo ya como una cosa mía para relajarme. Canciones sí escribo, la última que escribí se llama La Multimedia. No puedo decir que soy una compositora nata, no, para nada, soy mucho más de inspiración aunque sé que si me dedicara como todo lo que hago saco las cosas. Tengo una mente bastante barroca.


Todo un show, todo poesía

¿Cuándo estaremos mi amor como los pies del señor?
Uno encima del otro y clavito entre los dos. 

Los espectáculos de Astrid son color y locura. Entre cada canción se cita un poema, un fragmento. Astrid en verdad ha estudiado lo que es el cabaret alemán, sus espectáculos recuerdan lo descrito en libros sobre el Moulin Rouge. Las luces del escenario se encienden y aluzan la figura de la cantante. Sus ojos miran al público y comienzan las citas poéticas. La poesía es parte de la cantante como lo es también el folclor, ella lo describe así:

Para mí la poesía es parte necesaria de mi vida. Crecí diciendo poemas. Mi madre me los enseñaba y tuve una maestra, una monja, que me fomentó el amor por la poesía y es algo que para mí es absolutamente necesario.

Al hablar de poetas, los ojos de Astrid se encienden, entre sus predilectos están Efraín Huerta, Jaime García Terrés, Rubén Bonifaz Nuño, Jaime Sabines, Xavier Villaurrutia, Rosario Castellanos, Carlos Pellicer; y añade: “A Xavier Villaurrutia lo usé durante mucho tiempo, mis primeros espectáculos fueron con poemas de Villaurrutia, también me gustan los poetas franceses Baudelaire, Omar Khayyam, Alejandrino Cavafis”.
Pero en todo hay consentidos. Para Astrid el poeta Renato Leduc lo es:

Gracias a Alejandro Aura conocí los poemas de Renato Leduc, Alejandro me los hizo leer, pues hicimos un espectáculo juntos; yo me enamoré de Renato. Los poemas de Leduc tienen mucho humor pero mi poeta favorito es Pessoa, lo amo. Cuando lo descubrí me cambió la vida porque sus poemas tienen otra forma de ver la vida, las cosas. Otra forma de hablar de la naturaleza, de lo que te pasa en tu interior. Leí a Pessoa y hubo un clic muy fuerte, instantáneo te podría decir. 


En el estudio de Astrid hay un ambiente: una mesa al centro, decoraciones en las paredes que nos llevan a lo prehispánico, colores, varios objetos de colores y una copia de un Velázquez. Sobre sus gustos pictóricos la cantante confiesa que:

Soy renacentista. Me gusta mucho la pintura de esa época. Me gustan sus escritores clásicos. Los leo seguido, pero sobre todo me gusta mucho Goya, Velázquez, el Greco, y sobre todo la pintura flamenca. Mi predilecto: son los primeros cuadros que hizo el Tintoreto aunque son cuadros muy sencillos para mí es de una belleza excepcional. El Bosco me parece fascinante y de los mexicanos me sobrepasa Diego Rivera, Frida Kalho y Héctor Sano.

Se confiesa también una gran lectora aunque dice no tener escritor de cabecera:

No tengo un escritor al que recurra siempre. La poesía, los poetas son a los que siempre recurro, Pessoa. Sabes, soy una lectora como de etapas, de leer por épocas. Me gusta José Saramago. Cuando me regalaron su libro Historia del cerco de Lisboa me gustó tanto que al terminar de leerlo de inmediato me compré todos sus libros y me los leí todos, te puedo decir que Ensayo sobre la ceguera me encantó, y he de confesar que ya los últimos no los he leído por falta de tiempo. 
Me gusta mucho leer novelas y odio cuando no tengo tiempo de hacerlo, ahora por ejemplo, estoy metida leyendo Historia de México. Estoy leyendo sobre los mitos, sobre los dioses, los reyes. También sobre los mitos griegos. Me gusta leer periódicos.

La mirada de Astrid se centra en el entrevistador, indica con el dedo puesto sobre la mesa, hace énfasis acústicos cuando habla sobre los diarios y la manera en la que se informa. Dice leer los diarios mexicanos incluso cuando está fuera del país. Los diarios que lee para informarse son tres, un semanario y un par de revistas sobre literatura y ensayos:

Yo leo tres diarios que son obligados. La Jornada, Milenio diario y Reforma. Compró Proceso los fines de semana. Leo La Jornada yo creo por costumbre, me quedó de mis años universitarios. El Reforma porque escribe todo tipo de gente, es plural y Milenio pues por algunos columnistas, en sí, Reforma y La Jornada. En Reforma hay noticias que de pronto no encuentras en La Jornada. Es una combinación informativa que me sienta bien.

Y nuevamente su voz se enciende. La prensa es un tema que apasiona a la cantante:

Me parece que ya no se puede hablar de una prensa desinteresada. Ahora ya no es como antes, uno lee La Jornada y vez que tiene sus preferencias como todo a lo que el Sol Azteca se refiere. Mira, la izquierda se ha deformado tanto y se volvió tan cochina como la derecha y que se echan las mismas puñaladas y tienen las mismas fórmulas para romperse la madre entre ellos. Además, la izquierda no es tan efectiva como habíamos pensado. Hay una desilusión en la gente; yo soy una gente de izquierda pero desilusionada.
El periodismo, como la política y como todo, ya no tienen la ética de antes. Es natural, supongo, todo mundo lucha por su pedazo de poder. Se nota cuando está sucediendo algo y cómo entre los mismos periodistas ocultan cosas o tratan de “dorar la píldora” de otra manera. Toda la gente que era de izquierda resultó que están con Carlos Slim, cosa que no es mala, pero eso no es ser congruente con los postulados de la izquierda. Todo lo que criticaron y los ves mendingando las migajas del poder. Ahí es donde uno dice: Algo ha cambiado y el poder se convirtió en el amo de todas las conciencias. 

Y añade:

La democracia para mí no es la legitimación del voto. Es cuando se gobierna para todos y no para unos cuantos. Ahora no se está gobernando para todos. Tengo un desencanto total por toda la política. Hay una enorme impunidad y los políticos se protegen los unos a los otros. Los empresarios explotan al pueblo, pero también hay empresarios muy eclécticos, como Carlos Slim, que es un hombre triunfador, que ha sabido amasar una fortuna y que conserva su prestigio. Es muy listo.

El escritor Carlos Monsiváis se “apropió” de un bolero: Amor perdido. Este comentario le gusta a Astrid, se ríe. Si ella pudiera apropiarse de una canción ¿cuál escogería? La cantante se queda pensando, mira hacia el techo como si de repente se le aparecieran todos los nombres de las canciones y contesta: “la de Agustín Lara la de Siempre te vas o la de Amalia Rodríguez Lágrima El último trago de José Alfredo Jiménez. Hay canciones que uno dice: ‘las cantaría una y otra vez’ capaz eso le sucedió a Monsiváis”.

Pintando los deseos

Trópico, para qué me diste
las manos llenas de color

¿Se considera una mujer coqueta?
No, para nada. Seductora, es más inteligente. La seducción se da por la inteligencia, por una serie de miradas, es algo mucho más interno. 

¿Cómo la trata el amor, sus modos y ni modos?
Afortunadamente a mí me ha ido muy bien el amor. No me puedo quejar aunque también he tenido mis bajas como todo el mundo, ¡vaya que las he tenido! Pero para mí fortuna me tocó conocer la pasión, cosa que no toda la gente puede decir. Nadie es completamente feliz, quien lo diga es un mentiroso y además qué aburrido sería. También tengo el amor del público, la gente me quiere y me quiere bien y es algo que yo agradezco.

¿Cuáles son sus inquietudes?
Relacionadas con mi trabajo. Hace mucho que dejé de preguntarme qué hago en esta Tierra y a qué venimos y todo ese rollo. Ese tipo de inquietudes no las tengo. Mis inquietudes son con el conocimiento: de qué manera puedo superar lo que yo misma he hecho, encontrar la forma de expresión correcta, de qué manera puedes hablar sobre cosas complejas y expresarlas de una manera sencilla. Otra de mis inquietudes es la comida y el tequila.

¿Cuáles son sus miedos? 
Tengo mis miedos muy apegados a esta Tierra, no son etéreos; mis miedos son a la violencia, a la inseguridad, a que te asalten, a que te golpeen. Eso es lo que me da miedo.

¿Le gustó el documental que hicieron sobre usted: La Tequilera?
Me gustó mucho. Ese documental se presentó en París, luego en la Cineteca Nacional, ya tiene rato y luego en el Festival de Guadalajara y es como ver a México a través de la mirada francesa, es ver a Astrid Hadad La tequilera. Es una mirada muy amorosa y habla de mí y mi trabajo.

¿Para usted qué es el humor?
El humor es una gran arma. Con el humor puedes llegar mucho más a la gente y hacer que comprendan diferentes situaciones. Mi discurso es de mucho humor y sentimiento profundo, soy muy apasionada en esto. Con el humor la gente acepta escuchar. Me pasó en Suecia: Gente muy joven que iba a divertirse, a bailar disfrazados escucharon mi show, yo decía cosas en inglés, recurrí al humor y al finalizar, muchos se me acercaron, me dijeron que no les importaba la política -como a la gran mayoría de los jóvenes- pero que en esta forma de que tengo de decir las cosas les interesó, que les movió algo. Con el humor puedes provocar una forma de reflexión.

¿Cómo se ve a sí misma?
Soy una sanadora de espíritus porque a final de cuentas los artistas estamos para darle al público lo mejor que tenemos. Mi aportación es placer puro, intento recuperar algunas tradiciones, ciertos símbolos, elementos de la cultura popular mexicana y universal. Lo único que pretendo es hacer feliz a la gente de una manera amable, agradable e inteligente, porque a este país se le deben muchas cosas inteligentes.

¿Se considera exitosa?

Mi mayor logro consiste en hacer lo que me gusta. El verdadero éxito llega cuando haces lo que realmente quieres y vives de ello.