lunes, 9 de junio de 2014

Escritores José Agustín

La historia de un irreverente con causa
Por Abraham Gorostieta


Es domingo en la tarde y marco el teléfono del escritor José Agustín. –Bueno-, contesta; la voz de José Agustín se oye joven a través del auricular. Concertamos una cita en su casa en Cuautla, Morelos para el siguiente martes a las doce del día. Me da las señas e indicaciones de cómo llegar.
Martes: Simplemente me perdí. Tome un taxi pero llegue hora y media tarde. El escritor –me informaron- había salido. “Te estuvo esperando pero ya se fue y va a llegar tarde”. Me dijo amablemente su esposa. De regreso en la ciudad de México me comunique nuevamente con él, después de disculparme accedió a darme otra cita: próximo martes a la una y media.
Siguiente martes: Fue un día lluvioso con todo y su madrugada anterior. El camión partió a las once de la mañana, pasara lo que pasara llegaría puntual a mi cita, así que no tendría la necesidad de pagar taxi, me compre un lunch. Día de tráfico pesado, salí de la ciudad a las doce, no importaba tenía hora y media para llegar. Pese a la lluvia y neblina de la carretera el camión fue rápido pero a la mitad del camino todo se descompuso: un trailer de arena se había volcado ocupando los dos carriles de la autopista. Durante dos horas el camión iba a vuelta de rueda. Las dos de la tarde, y yo todavía estaba a bordo del camión, las dos de la tarde y yo todavía sin saber dónde estaba. Dieciocho minutos después llegaba a Cuautla. Tome un taxi colectivo. “Voy a esta dirección, me podría avisar cuando lleguemos”, le pedí al chofer que asintió con la cabeza mientras bailaba el éxito de la radio en México, un regaeton. Se le olvido y me dejó varias cuadras después. La lluvia no paraba, era inclemente, despiadada, su constante y suave golpeteo a esas alturas me eran molestos. Dos cuarenta y nueve de la tarde, carajos, que pinche suerte la mía, me repetía una y otra vez. Al llegar al fraccionamiento donde vive el escritor no tenía nada en la mente: nada, sin saber que decir, cómo disculparme, cómo pedir otra cita y unas enormes ganas de orinar.
Nuevamente tome un taxi colectivo y pedí indicaciones al chofer y a su esposa que iba al lado de él comiendo un taco de chicharrón con aguacate y salsa “pico de gallo”, mientras con la boca llena de frijoles y queso a medio triturar el chofer me decía sus indicaciones. Después de seis calles el chofer y su esposa hablaron: “es aquí, vete por esa calle y doblas en esa”.
Me fui corriendo, la lluvia, la prisa, la entrevista frustrada, las ganas de orinar, todo yo venía repulsivo. Seguí las indicaciones de la pareja derecho y vuelta. Estaba en la calle de Jacarandas, yo iba a Tabachines. Quizás es la otra y camine; era Encinos, la otra Capulín, dos atrás Buganvilla y Fresnos, a la izquierda, Colorines, a la derecha Robles. De repente estaba dando vueltas, caminando y viendo fachadas y fachadas de casas de descanso. El cielo seguía con su incesante goteo. Empapado, con mis tenis mojados haciendo clac, clac, clac en cada paso, desorientado y sin a quien preguntarle en esa tarde lluviosa de calles solitarias y bardas y zaguanes impenetrables siquiera a la mirada, clac, clac, clac, mis tenis hablaban anunciando mi salida a la avenida principal de aquel fraccionamiento, me reoriente y camine según mis recuerdos de la cita anterior. Camine junto con mis ganas de orinar a la casa de José Agustín.
Toco el zaguán de acero pintado de negro, no hay timbre, así que el ruido de  mi moneda chocando con el acero en medio de la lluvia era absurdo; gritar, sería grotesco. Después de que la insistente moneda hiciera su trabajo una empleada doméstica sale y dice: diga. Me presento, y después de preguntar por el escritor y pedir disculpas, sin importar si me eran aceptadas, me urgía pedir el favor de que me prestara su baño un minuto. En medio de la lluvia la empleada doméstica me dijo: “el señor lo estuvo esperando por mucho rato, ya se fue y ya no va a regresar hasta más al rato”. Puedo esperarlo en la banqueta, pensé en preguntar pero la urgencia de mis riñones hizo que me despidiera: de todas formas gracias y disculpa.
Que suerte, me dije caminando de nuevo bajo la lluvia, quiero orinar, quiero orinar y camine a la salida, en el trayecto vi un tsuru blanco como el de el ex regente capitalino Andrés Manuel López Obrador, ¿será José Agustín?, venía de regreso, pero si era él no me importaba, lo que en esos momentos quería era orinar, en mi camino a la salida encontré una caseta telefónica, venir dos veces a Cuautla y no entrevistar a José Agustín me parecía insoportable. Marco a su casa con la esperanza de que me den su celular y ponerme de acuerdo con él para entrevistarlo en donde sea pero ya me estaba orinando, no aguantaba más, ¿qué hacía? Colgué y camine por más tiempo buscando un lote baldío, los que había parecían selvas pequeñas. A lo lejos venía alguien en bicicleta, es un policía, le pido su sanitario. Me ve como un loco y me dice que orine donde sea. Así que ya con el permiso y sin que nadie me viera pase el minuto más feliz de esa tarde lluviosa. Enseguida fui corriendo a la caseta telefónica: –Bueno-, me contestaron, era el maestro José Agustín que había regresado a su casa. Eran cerca de las cuatro y media de la tarde. Era el principio de mi entrevista.

Recuerdos

“Recuerdo mucho a mi padre”, dice José Agustín mientras le da un trago a su cerveza oscura y espumosa. Enciende un cigarrillo; una honda bocanada e inmediatamente después expulsa el humo de sus pulmones. “Para curarme de una enfermedad de la que padecí cuando era niño mi padre me tomo de los pies y me alzo. Estaba yo de cabeza por un buen rato y curándome de mi enfermedad”. Atrás del escritor se encuentra un librero inmenso, su estudio está forrado de libreros, arriba de su escritorio fotos familiares y sobre éste un mar de papeles.
José Agustín es un escritor prolífico de sencillez extrema. Nació en Acapulco, Guerrero, una tarde de agosto de 1944. Su dinamismo ha hecho que el escritor trabaje como periodista cultural, guionista y director de cine, guionista y director de radio y televisión. Conferencista y profesor invitado en diferentes universidades de México, Estados Unidos y Europa. Becado por el Centro Mexicano de Escritores, por la Fundación Fulbrigth y por la Fundación Guggenheim. 
Aunque sus años como estudiante los recuerda difíciles no oculta la sonrisa que se le dibuja en los labios. Estudió en el Colegio Simón Bolívar, en ese entonces –y ahora también- muy conservador: “Mis años como estudiante fueron duros, empecé a tener conflictos con la escuela porque hice un periódico que a ellos no les gustaba, luego hubo un concurso de teatro, escribí una obra y la monte, no les gustó, al año siguiente lo repetí, para entonces yo estaba teniendo fuentes de información muy diferentes a las de la escuela. ¿Y qué pasaba? Qué entonces de pronto en clases de historia o de cualquier otro tipo decían algo que era una barrabasada clásica ultrareaccionaria y yo decía ‘no, espérese, es que eso no fue así’ y explicaba porque no, entonces eso a los profesores no les gustaba nada y para segundo de Secundaria me corrieron”.
Muy a su pesar era considerado como un revoltoso, sin embargo los cambios de aire le favorecieron: “Que me expulsarán fue una bendición realmente porque ya no tuve esas broncas y fui a dar a otra escuela donde todas esas cosas que hacía sí les gustaban, que hiciera el periódico, las obras de teatro, actividades culturales, en fin. Luego me fui a la Prepa siete donde fue sensacional, me pase buenos años donde hice a grandes amigos, conocí a mi esposa. Después en la Universidad empecé estudiando letras pero no me gusto para nada y la dejé y volví a estudiar hasta que me dieron una beca en 1965 en el CUEC, (Centro Universitarios de Estudios Cinematográficos) pero no acabe la carrera porque ya estaba casado y de repente el trabajo que agarre me quedaba lejisísimos de las clases, del CUEC”.
Pero las grandes ciudades no son para José Agustín “Yo crecí en la Ciudad de México desde que era niño y viví en ella con mucho gusto. Cuando mi familia llegó de Acapulco fue un contraste enorme con la vida del interior pues éramos costeñitos. A mí la ciudad me gusta mucho pero hace 40 años decidí que era un sitio muy difícil para vivir –nada de lo que es ahora- y decidí vivir en Cuautla. Ahora no regresaría a vivir a la Ciudad de México por nada del mundo pero cuando estoy allá estoy muy contento y me sé la ciudad mucho mejor de los que viven allí”.

Aquella tarde de octubre de 1968

Como estudiante inquieto José Agustín estaba muy pendiente de los acontecimientos sociopolíticos que cambiaron a México en las décadas de los sesenta y setenta. Aunque bien no le toco la matanza de Tlatelolco el escritor lo recuerda muy bien: “Fue una fecha que ciertamente a mí no se me olvida para nada, lo recuerdo perfectamente bien. Yo no fui al mitin en Tlatelolco pero llegue a mi casa alrededor de las diez de las noche y por alguna razón se volvió como centro de afluencia de estudiantes que sí habían ido, empezando por mi hermano que se había escapado de puro churro y luego llegaron otros cuates que estuvieron comentando y platicando lo que había ocurrido y después de ver los acontecimientos de los días siguientes más la experiencia de mis hermanos y amigos me hizo darme cuenta de que fue una cosa verdaderamente tremenda aparte de que de días antes ya se sentía la atmósfera muy pesada sobre todo del 16 de septiembre cuando el Ejército tomó Ciudad Universitaria, ver a las tropas patrullando la ciudad, camiones militares por todas partes, era un clima bastante cardiaco, y el 2 de octubre hizo explosión”.

Comedias trágicas

Uno de los libros más leídos de José Agustín es el de Tragicomedia Mexicana I, II y III. En 1988 el escritor es invitado por la Dirección de Prensa del PRI para escribir la historia de México entre 1940-1970, en la que debía plasmar en 40 cuartillas y en un mes los acontecimientos más importantes de la nación. En ese entonces José Agustín se encontró ante un enorme reto: el de resumir, sin ser historiador, un cúmulo de datos del acontecer nacional e investigar a varios autores para tener datos reales y acertados de tal estudio.
Él quería realizar un relato accesible, ameno, menos académico, crítico y con tintes irreverentes que llevaran al lector de la mano por la historia nacional, para que éste pudiese leer una crónica de los hechos, es así que nos encontramos con información oficial y la que no lo es, datos curiosos de los actores políticos y culturales, de las costumbres, las modas, la música y los movimientos que nacían y moldeaban a la sociedad.
Al terminar su trabajo fue al PRI con sus 40 cuartillas, quienes al leerlo se  horrorizaron porque hablaba “mal del partido oficial”, así que le pidieron de la manera más atenta que realizara en su texto ciertos cambios que no dejaran tan mal parado al partido oficial. José Agustín se negó a realizarle cambios al texto, “después de todo no había escrito más que la verdad de manera crítica”. Al salir de la sede del PRI tuvo la suerte de que Homero Gayosso, director entonces de Editorial Planeta, leyera su escrito y le propusiera hacer más extenso ese trabajo, de 1940 a 1994, y el escritor aceptó, con el tiempo esto daría pie a tres volúmenes: Tragicomedia mexicana, de 1940-1970, 1970-1982 y de 1982-1994.
“Siempre he considerado que la vida política mexicana por un lado es una absoluta tragedia. Mira manito, si tú la vez desde prácticamente la conquista, nos ha ido como en feria, realmente de la chingada. Entonces nuestra vida ha sido muy difícil y al mismo tiempo ha tenido mucho sentido del humor en el pueblo y también nos ha tocado caciques y caudillos y protagonistas nacionales sumamente divertidos por su estúpido comportamiento, entonces eso hace muy risible y es una fuente de chistes inagotables. Es una tragicomedia porque te ríes ante la tragedia para apalearla y sobrevivirla de alguna forma”.
De igual forma, para el escritor la política mexicana es un farsa: “Yo en lo personal vengo diciendo desde hace 20 años que no sirven los pinches partidos políticos y que no hay opciones verdaderas y ahora la gente se da cuenta de eso sin ningún problema, ha crecido mucho la conciencia”. Sin dejar de poner atención a lo que José Agustín decía a sus espaldas hay un ventanal. Las gotas de lluvia se estrellan sobre el vidrio de la ventana y José Agustín abre su cuarta cerveza.
Cuando realicé mi investigación para mi entrevista me encontré con un dato curioso: José Agustín había militado en el Partido Comunista Mexicano. No fue mucho tiempo. Al preguntarle el escritor ríe para sus adentros “En realidad yo nada más participé cuando tenía 17 años en el Partido Comunista, acababa de regresar de Cuba, donde me habían reclutado. El día que fui a mi primera sesión resultó que llegó tarde Guillermo Roset, que era el director de la célula y nos dijo: ‘nos dieron en la madre, acaban de correr a todos’, ese mismo día acababan de destituir al comité del Distrito Federal y a la célula donde yo había entrado; por lo tanto, el primer día que entré me corrieron... entonces mi militancia fue de una hora, me quedé verdaderamente asqueado de los partidos políticos y a partir de entonces ya nunca volví a militar en ningún partido político”.
A pesar de ello define con sus propias palabras el significado de política, según él “La política debería ser el arte o la ciencia o disciplina que permitiera el funcionamiento correcto de los órganos de gobierno y de organización y administración de una ciudad o país. Por desgracia dista mucho de serlo por lo general es un coto donde se encuentra la gente más deshonesta que pueda haber que más ha enarbolado el cinismo como bandera, son muchísimas cosas que en cualquier lugar serían detestables y en la política son bien vistas como si no causaran daño, la política ha sido fuente para que algunos satisfagan sus necesidades personales y sus afanes de riqueza y de lucro que no piensan en la sociedad y en el país en lo más mínimo, ha sido una gran desilusión la clase política en México. Don Daniel Cosio Villegas en su libro El Sistema político mexicano planteaba que las metas de la revolución mexicana no eran del otro mundo eran perfectamente aplicables a México. ¿Qué pasó? Que nuestros políticos son tan ambiciosos que eso mismo les ha nublado la vista, el cerebro y las neuronas”

El Festival de Avándaro

La verdad es que la época en la que vivió su juventud José Agustín se prestaba para que existiera un escritor como él y como varios otros, es decir, él llega a las grandes Ligas de la narrativa mexicana cuando los acontecimientos de la época eran una gama de violentos hechos que los refleja en su literatura: Vietnam, la muerte de los Kennedy, Martín Luther King, Ernesto Che Guevara, el festival de Woodstock, la sicodelia, los hippies: “Vivir todo esto me han dejado una huella profunda. Reforzó algunas ideas que yo tenía de la literatura mexicana, de la vida y cambió otras ideas que yo tenía”. 
Sin embargo, como cualquier escritor reaccionario de la época, José Agustín no se salvó de caer en la cárcel. Este episodio de su vida lo reseña muy bien en su libro El rock de la cárcel, pero ya a años de distancia el escritor lo recrea para Instantáneas Mexicanas “Yo creo que me tocaba. No legalmente. No tenía los suficientes kilos de mota que dicen que teníamos pero de alguna manera creo que me tocaba porque me estaba metiendo mucho en el cine y de cierta forma en el mundo de la frivolidad y al caer en la cárcel fue algo que me regresó a mí mismo y me obligó a autoreflejarme, autocriticarme y darme cuenta de mis alcances y capacidades;  de mi terror, de mi cobardía. Me hizo conocerme muy bien y me regresó a la literatura que es mi vida. Realmente en la cárcel escribí todas estas circunstancias. La cárcel es lo más espantoso que me ha ocurrido pero por otro lado fue un empujón grandísimo que me dio el destino para poder seguir adelante y no estancarme”
José Agustín, además es traductor de dos autores muy sugerentes: James Purdy y su libro Cabot Wright comienza y Carlos Castañeda. Este último sobre los viajes alucinógenos que provocan los hongos silvestres: “Traducir a Purdy y a Carlos fue muy singular. Yo creo que estos dos autores aportan mucho, quizá se pueda interpretar a que a la literatura o narrativa mexicana –como la llamas tú, manito- no, pero si a la forma de entender la vida”. Tanto Purdy como Castañeda son dos de los autores más leídos en las facultades de Filosofía y Letras como en las de Ciencias Políticas y Sociales de cualquier universidad. Las traducciones del maestro José Agustín hacen pensar al que esto escribe y antes de preguntar como si el escritor en frente de mí adivinara mis pensamientos contesta: “Por supuesto que he probado drogas”, se ríe y continúa “El LSD que es un alucinógeno que puede ser un vehículo como todos los alucinógenos que abre puertas tremendas de la conciencia... Es un abridor de la conciencia. Yo le metí al peyote, a los hongos, al LSD, al  MDA que fue la primera versión sicodélica del éxtasis, al ESTP que era un alucinógeno de alta duración, a las hojas de la pastora, a las semillas de la virgen, a la mariguana y a todo lo que era alucinógeno, nunca me metía las drogas fuertes. Como diría John Kane, ‘Nunca me metí algo que matara mi espíritu’. Al alcohol sí. Era muy pedo, pedísimo”. Su relación con Carlos Castañeda es recordada por el maestro de una manera muy grata: “Fue una persona que quise mucho y sus libros los leía yo como novelas entre asombrado y en escepticismo. Sabía que había mucho de participación imaginativa de él pero en un 70 por ciento es confirmable”
Seguidor incondicional de Elvis Presley, los Rolling Stones, Los Beatles,  Janis Joplin, Bob Dylan, Leonard Cohen, Frank Zappa, Ry Cooder, Kurt Weill, El Tri, Rockdrigo, Real de Catorce y Grateful Dead. En medio de la entrevista, de fondo había una musiquita bastante relajante, jazz, me pareció que era Billie Holiday y eso hizo saltar la siguiente pregunta, ¿qué tan indispensable es para un escritor la música en sus creaciones? La repuesta no se hizo esperar, tras otra bocanada a su cigarrillo y un largo trago a su cerveza el escritor contestó: “Para este escritor es indispensable. Es un vehículo maravilloso que descarga los sentimientos, los ordena. Una compañía maravillosa, una fuente de estímulos enorme muy relacionada con los sentimientos, con el estado de ánimo y a mí me encanta tener una relación reciproca con la música. La música me da muchas cosas y de alguna manera yo trato de darle algo a la música a través de ensayos y artículos”, y al decir esto señala un rincón de su oficina, en el hay todo tipo de música: “Yo oigo muchas cosas, soy bastante abierto. De todo, rock, clásica, las ondas folklóricas, en general, cualquier música auténtica que no este manipulada ni predeterminada” 

La narrativa mexicana en palabras de José Agustín

Vivir en Acapulco, llegar a la Ciudad de México, vivir los intensos años de esas décadas, vivir en el espectáculo, enamorarse de una “estrella nacional” como lo fue Angélica María, pisar la cárcel y reencontrarse a si mismo, probar lo alucinógeno y expandir su conciencia y recrear el lenguaje hizo que con tal experiencia dentro de José Agustín se formara una nueva forma de ver las cosas y de expresarlas: “Desde muy chavito tenía una tendencia para jugar con las palabras, hecho que se incentivo con algunas lecturas, especialmente con Vladimir Navokov y su novela Lolita que es un festín de juegos de palabras. Después con dionesco y el teatro del absurdo que es la locura pura. Después me dije que si la literatura se trata de esto yo le entraba porque esta buenísimo y también fueron muy útiles para ese sentido cosas extraliterarias como el rock y los comics, especialmente el de la Familia Burrón en México y el de Maden Estados Unidos me perfilaron hacia la sátira, la parodia, la ironía y el humor y eso combinado con juegos de palabras –para lo cual tengo una disposición natural- hacia que lo que yo escribiera tuviera connotaciones muy distintas. Especialmente estaba escribiendo sobre jóvenes siendo yo un joven y eso fue un fenómeno que no se había dado nunca en el país de hecho en el mundo solamente se dio en los años 20 en Francia. De gente muy joven hablando de jóvenes”.
El escritor de “La Onda” –bautizada así por la crítica Margo Glantz- quien en noviembre de 1968 escribió un ensayo en el que dice que “José Agustín es el corolario lógico, punto de conversión de está corriente, definición y sentido de la Onda. Con ingenio y agilidad Agustín emigra de una frase a otra y de una palabra a otra en juegos equilibristas que desintegran el lenguaje entre ‘pocherías’, anglicismos, argot barato, albures, jerga de la colonia semiproletaria”, posteriormente en 1971, Glantz escribiría que “Con Gustavo Sainz y José Agustín, el joven de la ciudad y el de la clase media cobra carta de ciudadanía en la literatura mexicana, al trasladar el lenguaje desenfadado de otros jóvenes del mundo a la jerga citadina, alburera del adolescente; al imprimirle un ritmo de música pop al idioma; al darle un nuevo sentido al humor –que pude provenir de la revista Mad o del cine o la literatura norteamericana-; al dinamizar su travesía por ese mundo antes instalado en lo que Rosario Castellanos define a la novela como un instrumento útil para captar nuestra realidad y para expresarla”.
José Agustín escribe una trilogía sobre la contra cultura mexicana de fines de los sesenta y principios de los setenta compuesta por los libros Se está haciendo tarde, Círculo vicioso El rey se acerca a su templo: “Esas novelas las escribí porque estaba viviendo muy de cerca esa situación y porque me parecían temas apasionantes e interesantes. Luego me di cuenta que mucha gente estaba muy prejuiciada acerca de esos temas pero ese era su problema no el mío. Yo hago mis novelas lo mejor posible. En el 84 di un curso sobre contra cultura lo primero que plantee es que yo no me siento la persona capacitada para hacer ese tipo de información, que siempre espere que saliera, alguien competente. Un antropólogo, un sociólogo, un especialista en cosas juveniles pero nada. El tema se estaba soslayando y me pareció de una tremenda importancia. Que había que señalarlo y dije ‘si nadie lo hace, yo lo hago a mi manera’ y lo hice”.
Y su trabajo fue aplaudido por considerarlo introducctorio. Después el escritor hace una reflexión y dice: “Es toda una serie de manifestaciones culturales y expresiones que ocurren en un lapso que no tiene más de cincuenta años, en donde el individúo, que por una razón u otra no se adapta o se inconforma o no está satisfecho, como lo dice la canción de los Rolling Stones ‘En el mundo en el que vive busca sus propios espacios’ y al hacerlo genera una manera propia de expresarse, de vestirse, de hablar o busca algo tribal: un grupo de personas que se exprese como él y se van dando toda esa serie de expresiones culturales que en esencia se oponen al sistema o en el peor de los casos, no les interesa el sistema, lo soslayan”. Afuera había dejado de llover.
La tumba, fue la primera novela que José Agustín escribió ¿Qué sentimiento le provoca esto? Pregunta el que esto escribe: “Mucha ternura, mano –contesta conmovido el escritor- la escribí a los 16 años, la quiero mucho, es una novela que me abrió el mundo literario con Juan José Arreola. Es una novela que jamás me imaginé que una cosa que estaba escribiendo por el puro gusto sin pensar en publicar, en nada sea lo que ahora es y que trece editoriales la hayan comprado y que se haya traducido es... ¡Imagínate, manito! Es un libro primerizo con muchas fallas pero yo le tengo un gran aprecio, mucho cariño”
¿Y De Perfil?, nuevamente pregunta el que esto escribe: “Que te puedo decir, es un libro al que quiero mucho”
En su novela Cerca del Fuego narra la historia de Lucio, que es un personaje muy limpio, muy puritano casi a la exageración de inmaculado y de repente se encuentra rodeado de vicios  de los cuales el nunca se dio cuenta, violencia, corrupción, contaminación, miseria vileza y abandono de la ciudad de México pero habla también de un temor hacia Estados Unidos. Esta novela fue escrita cuando se reencontró consigo mismo pero el título y la historia es muy sugestivo. Eso hace pensar al que esto escribe en las palabras de Borges en las que dice “que nadie puede escribir de lo que no conoce”, entonces, ¿Por qué escribir Cerca del Fuego?: “Por mil razones”. Contesta de inmediato el escritor. “Primero que nada yo sentía que tenía que escribir un libro que se llamara Cerca del Fuego; fue lo primero que se me ocurrió. Es una frase de orígenes que dice ‘esto dijo El Salvador el que esta lejos de mi esta lejos del fuego el que esta cerca de mi esta cerca del fuego’ y entonces sentí que México estaba muy cerca del fuego, en el doble sentido de la palabra y yo mismo en lo personal también en esos momentos por una parte podía verdaderamente acercarme a la esencia: lograr una especie de purificación cerca del fuego y por otra parte podía morir calcinado, entonces veía la realidad mexicana muy dura, se supone que es una novela que esta en un tiempo futuro pero en realidad viéndola ahorita es una replica exacta de el arribo de los tecnócratas”
José Agustín ha elaborado una antología de las que considera las 35 mejores novelas mexicanas del siglo XX, en ella reproduce fragmentos de las novelas de Pedro Páramo de Juan Rulfo, Los de Abajo de Mariano Azuela, La Feria de Juan José Arreola, El desfile del amor de Sergio Pitol, El disparo de Aragón de Juan Villoro, Los recuerdos del porvenir de Elena Garro o Hasta no verte Jesús mío de Elena Poniatowska, entre otros. Entonces ¿Cuándo salta usted de la expresión narrativa a ser un hombre que hace antologías? Por primera vez la respuesta no fue inmediata. El cenicero estaba repleto de colillas de cigarros y los envases de cervezas vacíos, apilados en un rincón. José Agustín prende otro cigarrillo y contesta: “Hice esta Antología porque me la pidieron y se me hizo un reto. Una antología de la novela es imposible de hacer. Es como hacer 20 tomos o más. Ellos no sabían lo que me estaban pidiendo, entonces se me ocurrió que podía sacar fragmentos muy buenos de las novelas que funcionaran como cuentos, como unidades narrativas y destinarlas a un público nuevo a un público de este siglo que obviamente se va ir despegando del anterior y entonces esa antología es una probadita de lo que se hizo en el siglo pasado”.  

Al finalizar la entrevista me da un fuerte apretón de manos y me dice si no quiero pasar a su baño. Sin dudarlo conteste que sí.