La historia
de un irreverente con causa
Por Abraham
Gorostieta
Es domingo
en la tarde y marco el teléfono del escritor José Agustín. –Bueno-, contesta;
la voz de José Agustín se oye joven a través del auricular. Concertamos una
cita en su casa en Cuautla, Morelos para el siguiente martes a las doce del
día. Me da las señas e indicaciones de cómo llegar.
Martes: Simplemente me perdí. Tome un taxi pero llegue hora y media
tarde. El escritor –me informaron- había salido. “Te estuvo esperando pero ya
se fue y va a llegar tarde”. Me dijo amablemente su esposa. De regreso en la
ciudad de México me comunique nuevamente con él, después de disculparme accedió
a darme otra cita: próximo martes a la una y media.
Siguiente martes: Fue un día lluvioso con todo y su madrugada anterior.
El camión partió a las once de la mañana, pasara lo que pasara llegaría puntual
a mi cita, así que no tendría la necesidad de pagar taxi, me compre un lunch.
Día de tráfico pesado, salí de la ciudad a las doce, no importaba tenía hora y
media para llegar. Pese a la lluvia y neblina de la carretera el camión fue
rápido pero a la mitad del camino todo se descompuso: un trailer de arena se
había volcado ocupando los dos carriles de la autopista. Durante dos horas el
camión iba a vuelta de rueda. Las dos de la tarde, y yo todavía estaba a bordo
del camión, las dos de la tarde y yo todavía sin saber dónde estaba. Dieciocho
minutos después llegaba a Cuautla. Tome un taxi colectivo. “Voy a esta
dirección, me podría avisar cuando lleguemos”, le pedí al chofer que asintió
con la cabeza mientras bailaba el éxito de la radio en México, un regaeton.
Se le olvido y me dejó varias cuadras después. La lluvia no paraba, era
inclemente, despiadada, su constante y suave golpeteo a esas alturas me eran
molestos. Dos cuarenta y nueve de la tarde, carajos, que pinche suerte la mía,
me repetía una y otra vez. Al llegar al fraccionamiento donde vive el escritor no
tenía nada en la mente: nada, sin saber que decir, cómo disculparme, cómo pedir
otra cita y unas enormes ganas de orinar.
Nuevamente tome un taxi colectivo y pedí indicaciones al chofer y a su
esposa que iba al lado de él comiendo un taco de chicharrón con aguacate y
salsa “pico de gallo”, mientras con la boca llena de frijoles y queso a medio
triturar el chofer me decía sus indicaciones. Después de seis calles el chofer
y su esposa hablaron: “es aquí, vete por esa calle y doblas en esa”.
Me fui corriendo, la lluvia, la prisa, la entrevista frustrada, las
ganas de orinar, todo yo venía repulsivo. Seguí las indicaciones de la pareja
derecho y vuelta. Estaba en la calle de Jacarandas, yo iba a Tabachines. Quizás
es la otra y camine; era Encinos, la otra Capulín, dos atrás Buganvilla y
Fresnos, a la izquierda, Colorines, a la derecha Robles. De repente estaba
dando vueltas, caminando y viendo fachadas y fachadas de casas de descanso. El
cielo seguía con su incesante goteo. Empapado, con mis tenis mojados haciendo
clac, clac, clac en cada paso, desorientado y sin a quien preguntarle en esa
tarde lluviosa de calles solitarias y bardas y zaguanes impenetrables siquiera
a la mirada, clac, clac, clac, mis tenis hablaban anunciando mi salida a la avenida
principal de aquel fraccionamiento, me reoriente y camine según mis recuerdos
de la cita anterior. Camine junto con mis ganas de orinar a la casa de José
Agustín.
Toco el zaguán de acero pintado de negro, no hay timbre, así que el
ruido de mi moneda chocando con el acero en medio de la lluvia era
absurdo; gritar, sería grotesco. Después de que la insistente moneda hiciera su
trabajo una empleada doméstica sale y dice: diga. Me presento, y después de
preguntar por el escritor y pedir disculpas, sin importar si me eran aceptadas,
me urgía pedir el favor de que me prestara su baño un minuto. En medio de la
lluvia la empleada doméstica me dijo: “el señor lo estuvo esperando por mucho
rato, ya se fue y ya no va a regresar hasta más al rato”. Puedo esperarlo en la
banqueta, pensé en preguntar pero la urgencia de mis riñones hizo que me
despidiera: de todas formas gracias y disculpa.
Que suerte, me dije caminando de nuevo bajo la lluvia, quiero orinar,
quiero orinar y camine a la salida, en el trayecto vi un tsuru blanco como el
de el ex regente capitalino Andrés Manuel López Obrador, ¿será José Agustín?,
venía de regreso, pero si era él no me importaba, lo que en esos momentos
quería era orinar, en mi camino a la salida encontré una caseta telefónica,
venir dos veces a Cuautla y no entrevistar a José Agustín me parecía
insoportable. Marco a su casa con la esperanza de que me den su celular y
ponerme de acuerdo con él para entrevistarlo en donde sea pero ya me estaba
orinando, no aguantaba más, ¿qué hacía? Colgué y camine por más tiempo buscando
un lote baldío, los que había parecían selvas pequeñas. A lo lejos venía
alguien en bicicleta, es un policía, le pido su sanitario. Me ve como un loco y
me dice que orine donde sea. Así que ya con el permiso y sin que nadie me viera
pase el minuto más feliz de esa tarde lluviosa. Enseguida fui corriendo a la
caseta telefónica: –Bueno-, me contestaron, era el maestro José Agustín que
había regresado a su casa. Eran cerca de las cuatro y media de la tarde. Era el
principio de mi entrevista.
Recuerdos
“Recuerdo
mucho a mi padre”, dice José Agustín mientras le da un trago a su cerveza
oscura y espumosa. Enciende un cigarrillo; una honda bocanada e inmediatamente
después expulsa el humo de sus pulmones. “Para curarme de una enfermedad de la
que padecí cuando era niño mi padre me tomo de los pies y me alzo. Estaba yo de
cabeza por un buen rato y curándome de mi enfermedad”. Atrás del escritor se
encuentra un librero inmenso, su estudio está forrado de libreros, arriba de su
escritorio fotos familiares y sobre éste un mar de papeles.
José Agustín es un escritor prolífico de sencillez extrema. Nació en
Acapulco, Guerrero, una tarde de agosto de 1944. Su dinamismo ha hecho que el
escritor trabaje como periodista cultural, guionista y director de cine,
guionista y director de radio y televisión. Conferencista y profesor invitado
en diferentes universidades de México, Estados Unidos y Europa. Becado por el
Centro Mexicano de Escritores, por la Fundación Fulbrigth y por la Fundación
Guggenheim.
Aunque sus años como estudiante los recuerda difíciles no oculta la
sonrisa que se le dibuja en los labios. Estudió en el Colegio Simón Bolívar, en
ese entonces –y ahora también- muy conservador: “Mis años como estudiante
fueron duros, empecé a tener conflictos con la escuela porque hice un periódico
que a ellos no les gustaba, luego hubo un concurso de teatro, escribí una obra
y la monte, no les gustó, al año siguiente lo repetí, para entonces yo estaba
teniendo fuentes de información muy diferentes a las de la escuela. ¿Y qué
pasaba? Qué entonces de pronto en clases de historia o de cualquier otro tipo
decían algo que era una barrabasada clásica ultrareaccionaria y yo decía ‘no,
espérese, es que eso no fue así’ y explicaba porque no, entonces eso a los profesores
no les gustaba nada y para segundo de Secundaria me corrieron”.
Muy a su pesar era considerado como un revoltoso, sin embargo los
cambios de aire le favorecieron: “Que me expulsarán fue una bendición realmente
porque ya no tuve esas broncas y fui a dar a otra escuela donde todas esas
cosas que hacía sí les gustaban, que hiciera el periódico, las obras de teatro,
actividades culturales, en fin. Luego me fui a la Prepa siete donde fue
sensacional, me pase buenos años donde hice a grandes amigos, conocí a mi
esposa. Después en la Universidad empecé estudiando letras pero no me gusto
para nada y la dejé y volví a estudiar hasta que me dieron una beca en 1965 en
el CUEC, (Centro Universitarios de Estudios Cinematográficos) pero no acabe la
carrera porque ya estaba casado y de repente el trabajo que agarre me quedaba
lejisísimos de las clases, del CUEC”.
Pero las grandes ciudades no son para José Agustín “Yo crecí en la
Ciudad de México desde que era niño y viví en ella con mucho gusto. Cuando mi
familia llegó de Acapulco fue un contraste enorme con la vida del interior pues
éramos costeñitos. A mí la ciudad me gusta mucho pero hace 40 años decidí que
era un sitio muy difícil para vivir –nada de lo que es ahora- y decidí vivir en
Cuautla. Ahora no regresaría a vivir a la Ciudad de México por nada del mundo
pero cuando estoy allá estoy muy contento y me sé la ciudad mucho mejor de los
que viven allí”.
Aquella tarde de octubre de 1968
Como
estudiante inquieto José Agustín estaba muy pendiente de los acontecimientos
sociopolíticos que cambiaron a México en las décadas de los sesenta y setenta.
Aunque bien no le toco la matanza de Tlatelolco el escritor lo recuerda muy
bien: “Fue una fecha que ciertamente a mí no se me olvida para nada, lo
recuerdo perfectamente bien. Yo no fui al mitin en Tlatelolco pero llegue a mi
casa alrededor de las diez de las noche y por alguna razón se volvió como
centro de afluencia de estudiantes que sí habían ido, empezando por mi hermano
que se había escapado de puro churro y luego llegaron otros cuates que
estuvieron comentando y platicando lo que había ocurrido y después de ver los
acontecimientos de los días siguientes más la experiencia de mis hermanos y
amigos me hizo darme cuenta de que fue una cosa verdaderamente tremenda aparte
de que de días antes ya se sentía la atmósfera muy pesada sobre todo del 16 de
septiembre cuando el Ejército tomó Ciudad Universitaria, ver a las tropas
patrullando la ciudad, camiones militares por todas partes, era un clima
bastante cardiaco, y el 2 de octubre hizo explosión”.
Comedias trágicas
Uno de los
libros más leídos de José Agustín es el de Tragicomedia Mexicana I, II y III. En
1988 el escritor es invitado por la Dirección de Prensa del PRI para escribir
la historia de México entre 1940-1970, en la que debía plasmar en 40 cuartillas
y en un mes los acontecimientos más importantes de la nación. En ese entonces
José Agustín se encontró ante un enorme reto: el de resumir, sin ser
historiador, un cúmulo de datos del acontecer nacional e investigar a varios
autores para tener datos reales y acertados de tal estudio.
Él quería realizar un relato accesible, ameno, menos académico, crítico
y con tintes irreverentes que llevaran al lector de la mano por la historia
nacional, para que éste pudiese leer una crónica de los hechos, es así que nos
encontramos con información oficial y la que no lo es, datos curiosos de los
actores políticos y culturales, de las costumbres, las modas, la música y los
movimientos que nacían y moldeaban a la sociedad.
Al terminar su trabajo fue al PRI con sus 40 cuartillas, quienes al
leerlo se horrorizaron porque hablaba “mal del partido oficial”, así
que le pidieron de la manera más atenta que realizara en su texto ciertos
cambios que no dejaran tan mal parado al partido oficial. José Agustín se negó
a realizarle cambios al texto, “después de todo no había escrito más que la
verdad de manera crítica”. Al salir de la sede del PRI tuvo la suerte de que
Homero Gayosso, director entonces de Editorial Planeta, leyera su escrito y le
propusiera hacer más extenso ese trabajo, de 1940 a 1994, y el escritor aceptó,
con el tiempo esto daría pie a tres volúmenes: Tragicomedia mexicana, de
1940-1970, 1970-1982 y de 1982-1994.
“Siempre he considerado que la vida política mexicana por un lado es una
absoluta tragedia. Mira manito, si tú la vez desde prácticamente la conquista,
nos ha ido como en feria, realmente de la chingada. Entonces nuestra vida ha
sido muy difícil y al mismo tiempo ha tenido mucho sentido del humor en el
pueblo y también nos ha tocado caciques y caudillos y protagonistas nacionales
sumamente divertidos por su estúpido comportamiento, entonces eso hace muy
risible y es una fuente de chistes inagotables. Es una tragicomedia porque te
ríes ante la tragedia para apalearla y sobrevivirla de alguna forma”.
De igual forma, para el escritor la política mexicana es un farsa: “Yo
en lo personal vengo diciendo desde hace 20 años que no sirven los pinches
partidos políticos y que no hay opciones verdaderas y ahora la gente se da
cuenta de eso sin ningún problema, ha crecido mucho la conciencia”. Sin dejar
de poner atención a lo que José Agustín decía a sus espaldas hay un ventanal.
Las gotas de lluvia se estrellan sobre el vidrio de la ventana y José Agustín
abre su cuarta cerveza.
Cuando realicé mi investigación para mi entrevista me encontré con un
dato curioso: José Agustín había militado en el Partido Comunista Mexicano. No
fue mucho tiempo. Al preguntarle el escritor ríe para sus adentros “En realidad
yo nada más participé cuando tenía 17 años en el Partido Comunista, acababa de
regresar de Cuba, donde me habían reclutado. El día que fui a mi primera sesión
resultó que llegó tarde Guillermo Roset, que era el director de la célula y nos
dijo: ‘nos dieron en la madre, acaban de correr a todos’, ese mismo día
acababan de destituir al comité del Distrito Federal y a la célula donde yo
había entrado; por lo tanto, el primer día que entré me corrieron... entonces
mi militancia fue de una hora, me quedé verdaderamente asqueado de los partidos
políticos y a partir de entonces ya nunca volví a militar en ningún partido
político”.
A pesar de ello define con sus propias palabras el significado de
política, según él “La política debería ser el arte o la ciencia o disciplina
que permitiera el funcionamiento correcto de los órganos de gobierno y de
organización y administración de una ciudad o país. Por desgracia dista mucho
de serlo por lo general es un coto donde se encuentra la gente más deshonesta
que pueda haber que más ha enarbolado el cinismo como bandera, son muchísimas
cosas que en cualquier lugar serían detestables y en la política son bien
vistas como si no causaran daño, la política ha sido fuente para que algunos
satisfagan sus necesidades personales y sus afanes de riqueza y de lucro que no
piensan en la sociedad y en el país en lo más mínimo, ha sido una gran
desilusión la clase política en México. Don Daniel Cosio Villegas en su libro El
Sistema político mexicano planteaba que las metas de la revolución
mexicana no eran del otro mundo eran perfectamente aplicables a México. ¿Qué
pasó? Que nuestros políticos son tan ambiciosos que eso mismo les ha nublado la
vista, el cerebro y las neuronas”
El Festival de Avándaro
La verdad es
que la época en la que vivió su juventud José Agustín se prestaba para que
existiera un escritor como él y como varios otros, es decir, él llega a las
grandes Ligas de la narrativa mexicana cuando los acontecimientos de la época
eran una gama de violentos hechos que los refleja en su literatura: Vietnam, la
muerte de los Kennedy, Martín Luther King, Ernesto Che Guevara,
el festival de Woodstock, la sicodelia, los hippies: “Vivir todo esto me han
dejado una huella profunda. Reforzó algunas ideas que yo tenía de la literatura
mexicana, de la vida y cambió otras ideas que yo tenía”.
Sin embargo, como cualquier escritor reaccionario de la época, José
Agustín no se salvó de caer en la cárcel. Este episodio de su vida lo reseña
muy bien en su libro El rock de la cárcel, pero ya a años de
distancia el escritor lo recrea para Instantáneas Mexicanas “Yo
creo que me tocaba. No legalmente. No tenía los suficientes kilos de mota que
dicen que teníamos pero de alguna manera creo que me tocaba porque me estaba
metiendo mucho en el cine y de cierta forma en el mundo de la frivolidad y al
caer en la cárcel fue algo que me regresó a mí mismo y me obligó a
autoreflejarme, autocriticarme y darme cuenta de mis alcances y
capacidades; de mi terror, de mi cobardía. Me hizo conocerme muy
bien y me regresó a la literatura que es mi vida. Realmente en la cárcel escribí
todas estas circunstancias. La cárcel es lo más espantoso que me ha ocurrido
pero por otro lado fue un empujón grandísimo que me dio el destino para poder
seguir adelante y no estancarme”
José Agustín, además es traductor de dos autores muy sugerentes: James
Purdy y su libro Cabot Wright comienza y Carlos Castañeda.
Este último sobre los viajes alucinógenos que provocan los hongos silvestres:
“Traducir a Purdy y a Carlos fue muy singular. Yo creo que estos dos autores
aportan mucho, quizá se pueda interpretar a que a la literatura o narrativa
mexicana –como la llamas tú, manito- no, pero si a la forma de entender la
vida”. Tanto Purdy como Castañeda son dos de los autores más leídos en las
facultades de Filosofía y Letras como en las de Ciencias Políticas y Sociales
de cualquier universidad. Las traducciones del maestro José Agustín hacen
pensar al que esto escribe y antes de preguntar como si el escritor en frente
de mí adivinara mis pensamientos contesta: “Por supuesto que he probado drogas”,
se ríe y continúa “El LSD que es un alucinógeno que puede ser un vehículo como
todos los alucinógenos que abre puertas tremendas de la conciencia... Es un
abridor de la conciencia. Yo le metí al peyote, a los hongos, al LSD, al MDA
que fue la primera versión sicodélica del éxtasis, al ESTP que era un
alucinógeno de alta duración, a las hojas de la pastora, a las semillas de la
virgen, a la mariguana y a todo lo que era alucinógeno, nunca me metía las
drogas fuertes. Como diría John Kane, ‘Nunca me metí algo que matara mi
espíritu’. Al alcohol sí. Era muy pedo, pedísimo”. Su relación con Carlos
Castañeda es recordada por el maestro de una manera muy grata: “Fue una persona
que quise mucho y sus libros los leía yo como novelas entre asombrado y en
escepticismo. Sabía que había mucho de participación imaginativa de él pero en
un 70 por ciento es confirmable”
Seguidor incondicional de Elvis Presley, los Rolling Stones, Los
Beatles, Janis Joplin, Bob Dylan, Leonard Cohen, Frank Zappa, Ry
Cooder, Kurt Weill, El Tri, Rockdrigo, Real de Catorce y Grateful Dead. En
medio de la entrevista, de fondo había una musiquita bastante relajante, jazz,
me pareció que era Billie Holiday y eso hizo saltar la siguiente pregunta, ¿qué
tan indispensable es para un escritor la música en sus creaciones? La repuesta
no se hizo esperar, tras otra bocanada a su cigarrillo y un largo trago a su
cerveza el escritor contestó: “Para este escritor es indispensable. Es un
vehículo maravilloso que descarga los sentimientos, los ordena. Una compañía
maravillosa, una fuente de estímulos enorme muy relacionada con los
sentimientos, con el estado de ánimo y a mí me encanta tener una relación
reciproca con la música. La música me da muchas cosas y de alguna manera yo
trato de darle algo a la música a través de ensayos y artículos”, y al decir
esto señala un rincón de su oficina, en el hay todo tipo de música: “Yo oigo
muchas cosas, soy bastante abierto. De todo, rock, clásica, las ondas
folklóricas, en general, cualquier música auténtica que no este manipulada ni
predeterminada”
La narrativa
mexicana en palabras de José Agustín
Vivir en
Acapulco, llegar a la Ciudad de México, vivir los intensos años de esas
décadas, vivir en el espectáculo, enamorarse de una “estrella nacional” como lo
fue Angélica María, pisar la cárcel y reencontrarse a si mismo, probar lo
alucinógeno y expandir su conciencia y recrear el lenguaje hizo que con tal
experiencia dentro de José Agustín se formara una nueva forma de ver las cosas
y de expresarlas: “Desde muy chavito tenía una tendencia para jugar con las
palabras, hecho que se incentivo con algunas lecturas, especialmente con
Vladimir Navokov y su novela Lolita que es un festín de juegos
de palabras. Después con dionesco y el teatro del absurdo que es la locura
pura. Después me dije que si la literatura se trata de esto yo le entraba
porque esta buenísimo y también fueron muy útiles para ese sentido cosas
extraliterarias como el rock y los comics, especialmente el de la Familia
Burrón en México y el de Maden Estados Unidos me
perfilaron hacia la sátira, la parodia, la ironía y el humor y eso combinado con
juegos de palabras –para lo cual tengo una disposición natural- hacia que lo
que yo escribiera tuviera connotaciones muy distintas. Especialmente estaba
escribiendo sobre jóvenes siendo yo un joven y eso fue un fenómeno que no se
había dado nunca en el país de hecho en el mundo solamente se dio en los años
20 en Francia. De gente muy joven hablando de jóvenes”.
El escritor de “La Onda” –bautizada así por la crítica Margo Glantz-
quien en noviembre de 1968 escribió un ensayo en el que dice que “José Agustín
es el corolario lógico, punto de conversión de está corriente, definición y
sentido de la Onda. Con ingenio y agilidad Agustín emigra de una frase a otra y
de una palabra a otra en juegos equilibristas que desintegran el lenguaje entre
‘pocherías’, anglicismos, argot barato, albures, jerga de la colonia
semiproletaria”, posteriormente en 1971, Glantz escribiría que “Con Gustavo
Sainz y José Agustín, el joven de la ciudad y el de la clase media cobra carta
de ciudadanía en la literatura mexicana, al trasladar el lenguaje desenfadado
de otros jóvenes del mundo a la jerga citadina, alburera del adolescente; al
imprimirle un ritmo de música pop al idioma; al darle un nuevo sentido al humor
–que pude provenir de la revista Mad o del cine o la literatura
norteamericana-; al dinamizar su travesía por ese mundo antes instalado en lo
que Rosario Castellanos define a la novela como un instrumento útil para captar
nuestra realidad y para expresarla”.
José Agustín escribe una trilogía sobre la contra cultura mexicana de
fines de los sesenta y principios de los setenta compuesta por los libros Se
está haciendo tarde, Círculo vicioso y El rey se acerca a su
templo: “Esas novelas las escribí porque estaba viviendo muy de cerca esa
situación y porque me parecían temas apasionantes e interesantes. Luego me di
cuenta que mucha gente estaba muy prejuiciada acerca de esos temas pero ese era
su problema no el mío. Yo hago mis novelas lo mejor posible. En el 84 di un
curso sobre contra cultura lo primero que plantee es que yo no me siento la
persona capacitada para hacer ese tipo de información, que siempre espere que
saliera, alguien competente. Un antropólogo, un sociólogo, un especialista en
cosas juveniles pero nada. El tema se estaba soslayando y me pareció de una
tremenda importancia. Que había que señalarlo y dije ‘si nadie lo hace, yo lo
hago a mi manera’ y lo hice”.
Y su trabajo fue aplaudido por considerarlo introducctorio. Después el
escritor hace una reflexión y dice: “Es toda una serie de manifestaciones
culturales y expresiones que ocurren en un lapso que no tiene más de cincuenta
años, en donde el individúo, que por una razón u otra no se adapta o se inconforma
o no está satisfecho, como lo dice la canción de los Rolling Stones ‘En
el mundo en el que vive busca sus propios espacios’ y al hacerlo genera una
manera propia de expresarse, de vestirse, de hablar o busca algo tribal: un
grupo de personas que se exprese como él y se van dando toda esa serie de
expresiones culturales que en esencia se oponen al sistema o en el peor de los
casos, no les interesa el sistema, lo soslayan”. Afuera había dejado de llover.
La tumba, fue la primera novela que José Agustín escribió
¿Qué sentimiento le provoca esto? Pregunta el que esto escribe: “Mucha ternura,
mano –contesta conmovido el escritor- la escribí a los 16 años, la quiero
mucho, es una novela que me abrió el mundo literario con Juan José Arreola. Es
una novela que jamás me imaginé que una cosa que estaba escribiendo por el puro
gusto sin pensar en publicar, en nada sea lo que ahora es y que trece
editoriales la hayan comprado y que se haya traducido es... ¡Imagínate, manito!
Es un libro primerizo con muchas fallas pero yo le tengo un gran aprecio, mucho
cariño”
¿Y De Perfil?, nuevamente pregunta el que esto escribe: “Que
te puedo decir, es un libro al que quiero mucho”
En su novela Cerca del Fuego narra la historia de
Lucio, que es un personaje muy limpio, muy puritano casi a la exageración de
inmaculado y de repente se encuentra rodeado de vicios de los cuales
el nunca se dio cuenta, violencia, corrupción, contaminación, miseria vileza y
abandono de la ciudad de México pero habla también de un temor hacia Estados
Unidos. Esta novela fue escrita cuando se reencontró consigo mismo pero el
título y la historia es muy sugestivo. Eso hace pensar al que esto escribe en
las palabras de Borges en las que dice “que nadie puede escribir de lo que no
conoce”, entonces, ¿Por qué escribir Cerca del Fuego?: “Por mil
razones”. Contesta de inmediato el escritor. “Primero que nada yo sentía que
tenía que escribir un libro que se llamara Cerca del Fuego; fue lo
primero que se me ocurrió. Es una frase de orígenes que dice ‘esto dijo El
Salvador el que esta lejos de mi esta lejos del fuego el que esta cerca de mi
esta cerca del fuego’ y entonces sentí que México estaba muy cerca del fuego,
en el doble sentido de la palabra y yo mismo en lo personal también en esos
momentos por una parte podía verdaderamente acercarme a la esencia: lograr una
especie de purificación cerca del fuego y por otra parte podía morir calcinado,
entonces veía la realidad mexicana muy dura, se supone que es una novela que
esta en un tiempo futuro pero en realidad viéndola ahorita es una replica
exacta de el arribo de los tecnócratas”
José Agustín ha elaborado una antología de las que considera las 35
mejores novelas mexicanas del siglo XX, en ella reproduce fragmentos de las novelas
de Pedro Páramo de Juan Rulfo, Los de Abajo de
Mariano Azuela, La Feria de Juan José Arreola, El
desfile del amor de Sergio Pitol, El disparo de Aragón de
Juan Villoro, Los recuerdos del porvenir de Elena Garro o Hasta
no verte Jesús mío de Elena Poniatowska, entre otros. Entonces ¿Cuándo
salta usted de la expresión narrativa a ser un hombre que hace antologías? Por
primera vez la respuesta no fue inmediata. El cenicero estaba repleto de
colillas de cigarros y los envases de cervezas vacíos, apilados en un rincón.
José Agustín prende otro cigarrillo y contesta: “Hice esta Antología porque me
la pidieron y se me hizo un reto. Una antología de la novela es imposible de
hacer. Es como hacer 20 tomos o más. Ellos no sabían lo que me estaban pidiendo,
entonces se me ocurrió que podía sacar fragmentos muy buenos de las novelas que
funcionaran como cuentos, como unidades narrativas y destinarlas a un público
nuevo a un público de este siglo que obviamente se va ir despegando del
anterior y entonces esa antología es una probadita de lo que se hizo en el
siglo pasado”.
Al finalizar la entrevista me da un fuerte apretón de manos y me dice si
no quiero pasar a su baño. Sin dudarlo conteste que sí.
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