lunes, 13 de abril de 2015

Escritores. María Luisa Mendoza

La China Mendoza y su amor por la vida
Por Abraham Gorostieta

Cálida, amena, por momentos muy dulce, María Luisa Mendoza, La china es todo amor. Amor por el lenguaje hablado, amor de escribir y decir las cosas en su punto exacto, donde los adjetivos cobran un nuevo y mejor sentido y los sustantivos son brillantes. Amor por el arte, su casa esta forrada de pisos a techos por piezas exquisitas, cuadros de pintores prestigiados, detalles, estatuillas, muñecas antiguas, demasiadas vírgenes de Guadalupe, Cristos, piezas únicas y bellas en su detalle. Amor por los gatos y los perros que lo inundan todo.
Su voz es ronca, aparece entre filas de libros, busca un lugar en su casa de ensueño, demasiadas plantas, “yo las cuido personalmente, tengo el dedo verde” explica y dibuja una sonrisa en su rostro. Nace en Guanajuato en 1927, en la misma tierra que vio nacer a don José Chávez Morado, el gran artista plástico del arte postrevolucionario, la tierra de Wigberto Jiménez Moreno, el historiador y arqueólogo que estudió a profundidad las culturas mesoamericanas, de la compositora María Grever, del interprete de Agustín Lara, Pedro Vargas, del excepcional Diego Rivera, del muralista Octavio Ocampo, del inigualable Jorge Ibargüengoitia, del genial Walter Cross Buchanan, quien con su talento revolucionó Teléfonos de México y desarrolló ingeniería durante la Segunda Guerra Mundial, hecho que resultó estratégico, tierra de don Miguel Hidalgo y Costilla.
A sus 87 años es una mujer maciza, fuerte y vigorosa. Durante la entrevista, la mayor parte del tiempo se siente inquieta, juega con sus manos. Sus mascotas van y vienen, irrumpen ante la cámara, ladran, se hacen presentes. La escritora las reprende pero no le prestan mucha atención.

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La familia Mendoza, Cevallos y Romero ha estado inmersa en la función pública de Guanajuato por varias generaciones. “Vengo de una familia de políticos. Mis tíos, primos, hermanos, mi padre han sido diputados, senadores, gobernadores. Han recorrido toda la gama del poder, político y judicial”. Ella misma fue diputada federal por el PRI en el sexenio de Miguel de la Madrid, sin tapujos reconoce: “llegue a la diputación porque la merecía, ha sido un camino que ya había recorrido toda mi gente. Mi abuelo que murió en San Luis de la Paz, ahí lo enterraron y fue Jefe de Municipio (alcalde), era un viejo muy fregón, a todo dar, director de la casa de moneda en Guanajuato. Mi tío Enrique Romero Cevallos, hermano de mi madre, fue diputado. Mi padre, Manuel Mendoza Albarrán fue diputado. Mi sobrino, Juan Carlos Romero Hicks fue Gobernador de Guanajuato y actualmente es senador”. Sin duda, la familia Mendoza y Romero han recorrido todos los caminos de la política guanajuatense.
Se le encienden los ojos, sus ojos como los de un canario, negros, vivos, expectantes cuando habla de su padre, Manuel Mendoza Albarrán, quién, cuando participaba en su campaña para ser presidente municipal o para obtener una diputación, llevaba a la niña María Luisa de 3 años de edad a todos sus mitines y con ella en los brazos pronunciaba sus discursos, una estampa muy sui generis para esa fecha, tiempos en que las presidencias de Emilio Portes Gil y Pascual Ortiz Rubio solo duraron 2 años respectivamente. La escritora recuerda:

Vivíamos en una casa frente al Teatro Juárez, en la mera esquina estaba un balcón que por un lado daba al jardín y el otro lado daba al Teatro Juárez. Las musas que están ahí eran mis nanas. Mi padre amaba el mar, como buena gente del centro de la República y nos llevaba en convoy a todos los parientes en pequeños Ford’s. Cuando vi por primera vez el mar me dio mucho miedo; no salía de mi asombro al verlo y sentía terror. Mi padre me cargaba en sus brazos y se adentraba en el mar, yo a los gritos y con las manos alzadas lloraba y él para tranquilizarme me cantaba ópera.

“Mi infancia siempre olió a drenaje”, rememora la octagenaria escritora. El drenaje de  Guanajuato durante mucho tiempo fue a cielo abierto. Un drenaje con decoraciones barrocas que durante 300 años ha inundado 19 veces la ciudad, debido a las lluvias del temporal. María Luisa Mendoza ganó el Premio Nacional de Periodismo en 1984, Estudió Letras españolas en la UNAM y Escenografía en la Escuela de Arte Teatral de Bellas Artes. Con fuerza recuerda a don Manuel:     

Puedo decir que mi padre es el amor de mi vida, el hombre de mi vida, a veces pienso que lo inventé de tanto que lo amo y lo recuerdo, todos los días me aviento mi copita a su salud. Soy de las hijas que a diario se acuerdan de su padre, porque lo amé mucho. Era un celayense de muy buena cepa, de una familia muy numerosa como era la familia de mi madre, ellos vivían en una casa muy hermosa en Tres guerras, Celaya y entonces se la vendieron a mi abuela que era la de la lana. Mi abuelo era como quien dice el asilado político, era un médico muy importante, el Dr. Mendoza Guzmán. Cuando envejeció se fue quedando ciego y al final de su vida seguía dando consulta, ciego. Se iba en su coche de caballos que los tenía tan amaestrados que sabían a donde ir. Para ese entonces ya no cobraba, lo que me extraña mucho porque era tacañísimo.

Su madre, doña María Luisa Romero, fue la octava hija de una familia compuesta de  doce hermanos, así se estilaba en la época, “la docena trágica” les decía la escritora a sus parientes. Guanajuatense, su madre nació en la casa de Moneda a contra esquina del Teatro Juárez. “Era una mujer muy mágica, misteriosa, que no tiene nada que ver conmigo que soy la explosividad y la impertinencia. Mi madre era el secreto, el silencio, la dulzura oculta. Pero para mi era imposible pues yo exigía que me amara a gritos y cantando como lo hacia mi padre, y no”, dice la biógrafa de Salvador Allende y mira al cielo con sus ojos de canario.

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En cuanto a novelistas mexicanos, Carlos Fuentes fue la máxima figura en la década de los sesenta. Consolidado su éxito internacional con La región más transparente y con libros decisivos como La muerte de Artemio Cruz y Aura, en esa década publicó además una novela corta, lineal y espléndida, Las buenas conciencias, que, como todos los libros importantes de la época, apareció en el Fondo de Cultura Económica que dirigía Orfila Reynal y bajo el ojo sabio de don Joaquín Diez-Canedo. La novela de fuentes es muy parecida a la infancia de La China Mendoza. La escritora se sonríe cuando se le hace el símil: “Uy, Carlos se volvió loco un día que me lo encontré en la calle, éramos muy jovencitos, y le dije, ‘Carlos estoy leyendo tu novela y fíjate que toda mi familia se apellida Cevallos, que vivimos enfrente del Teatro Juárez y que me sorprende mucho ciertas similitudes’. Y bueno, Carlos se volvía loco. Daba brincos de sorpresa y alegría porque yo estaba constatando la veracidad de su novela, y aunque no tenía nada que ver con mi vida, yo le devolvía un gesto, a él y a su obra, como novelista, lo entiendo e imagino su sorpresa y gusto”.
Alfredo Kagawe Ramia fue un periodista que se hizo celebre en la década de los cuarenta al fundar y dirigir el periódico Zócalo, demasiado amarillista. Personaje un tanto oscuro del diarismo mexicano fue gran amigo del presidente López Mateos, quien le dio 20 millones de pesos para que el periodista creara el Diario de la Nación que sería la competencia del poderoso Excélsior. Pero en los cincuenta Zócalo era un periódico muy amarillista y a la vez, muy popular. Fue el primer periódico donde trabaja la escritora, quien recuerda:

Empecé en el periódico Zócalo en 1954, de Kagawe, un periódico escandaloso, que decía cosas terribles, porque Kagawe era un empresario muy culto, muy inteligente y muy atrevido. Tenía mucho poder porque se sabía que estaba muy apuntalado por los hombres del poder y el dinero. Además tenía una estampa, era maravilloso, y algo rechazaste. Me invita él y ahí voy. Fue una etapa muy hermosa de mi vida pero no duró mucho porque me pagaban muy poco y yo siempre he estado en el hambre. Me preguntan “¿Por qué llegaste al periodismo?, pues por hambre contesto. “¿Por qué te hiciste escritora? pues por hambre, remato”, siempre he sido muy pobre. Mi papá nos dejó con una mano por delante y otra por detrás habiendo tenido tanta fortuna, pero él era pésimo con el dinero al igual que yo. Gracias a mi madre salimos adelante. Mi padre no nos dejó dinero pero nos dejó el ser honrados y nos dejó un nombre limpio, límpido como una sábana de García Lorca y de esa manera nosotros conservamos el apellido con orgullo.

En 1961 nació el diario El Día que fundó y dirigió don Enrique Ramírez y Ramírez, un viejo ex militante comunista y que al puro estilo de Lombardo Toledano hizo famosa la frase de “hay que hacer la revolución desde adentro”, y pronto se dejó cooptar “por el Sistema”. Fue así que el presidente Adolfo López Mateos apoyó su periódico pues gracias al subsidió oficial, este diario no se preocupó por la publicidad y restó importancia a las páginas de sociales. Su sección internacional fue de las mejores de la época. Su suplemento cultural  y su página diaria de cultura alcanzaron tintes brillantes, sobretodo cuando fue comandada por Arturo Cantú. La novelista fue fundadora del diario, quien extrae recuerdos de aquella época:

Fui fundadora de El Día, con Enrique Ramírez y Ramírez quién fue un gran director en mi vida. Me enseñó mucho, lo quise mucho a don Enrique, y nos hicimos muy buenos cuates. Iba yo a su casa, a las fiestas, a todo. Fundamos un gran periódico hecho por periodistas y ahí estaba Rodolfo Dorantes que fue otro de los grandes periodistas, una vez se fue enviado a Europa para cubrir un evento y entonces estaba con el antojo de comerse una birria y allá no le entendían, solo entendían beer y le daban cerveza y él se ponía furioso. Estaba también Luis Sánchez Arriola, excelente periodista, yo fui directora de El Gallo ilustrado, con Alberto Beltrán y tuve la suerte de llevar a los escritores de La mafia como se llamaban entonces, y escribían en primera plana y mis amigos pintores hacían las portadas, y El Gallo fue uno de los grandes suplementos.

Don Julio Scherer era recién nombrado director de Excélsior y La China Mendoza comenzó a escribir en ese periódico. Fue ella quien instó a Carlos Marín a ir a pedirle trabajo a don Julio: “Váyase a trabajar al mejor diario de México, compadre –le dijo- y vaya como lo hacen los hombres, a lo macho vaya y pida trabajo porque es usted un periodista”. En esas fechas, la escritora era esposa de uno de los periodistas más sobresalientes del diario, Eduardo Deschamps, “fue una etapa muy bonita de mi vida, recuerdo con mucho cariño a Eduardo, fuimos muy felices pero todo se acaba, o por lo menos se acaba en mi vida”. Hay un dejo de tristeza y de nostalgia cuando la escritora habla sobre don Julio:

Conocí a Julio Scherer cuando trabajé en Excélsior, mi esposo era su amigo. Yo lo admiraba mucho, lo quise bien, pero llegó un momento en que todos los chismes, las habladurías, las circunstancias, mis entrevistas, mis opiniones lo fueron alejando de mí y un día Julio me lo reclamó y yo le contesté en el mismo tono, pues dejada no soy, soy muy simpática y muy suave, así me educaron mis padres pero dejada no soy, además soy guanajuatense y por lo tanto, los guanajuatenses somos conspiradores. A partir de entonces dejó de ser nuestra amistad tan cercana y pudo ser muy cercana pues su mujer, Susana, fue mi compañera en el Colegio Francés Femenino, aquí en Tacubaya. Julio y yo fuimos cercanos por algún tiempo y después ya no fue así.

Actualmente publica una columna semanal en el diario. Pero su mirada y su gesto cambia cuando escucha otro nombre, de otro icono del periodismo mexicano: Zabludowsky, se sonríe y con emoción recuerda:

A Jacobo Zabludowsky le tengo mucho cariño, trabajé en su noticiero. Él me llamó y fue una simpatía súbita, fantástica. Fue una etapa de mi vida profesional muy intensa, muy veraz, muy alegre, muy de descubrimiento. Descubrí lo que era la televisión por él, vencí mi timidez. Fui la primera escritora que entró a la televisión después de ese monstruo que fue Salvador Novo, y digo la primera, porque era mujer y yo no era nada y Salvador era ya una leyenda.

La Chinaca del idioma, así la bautizó Salvador Novo, pues María Luisa hacia periodismo y “reinventaba el castellano”. Su columna, “La O por lo redondo” era enriquecedora por sus conceptos y también por el arriesgado manejo del idioma. Sus ojos de canario vuelven a brillar y ella se expresa: “A Salvador le quise bien y mucho. Tampoco fuimos íntimos, pero era tan interesante, tan culto y tan magnifico escritor, que no había forma de no quererlo. Un día me enseñó a cocinar una de sus recetas: bisteces al chile morita con papas y frijoles que le aprendí muy bien. Considero que tengo una gran influencia de él en mi obra”. Borges escribió lo siguiente: La China nació escritora, siempre lo fue, habla como escritora y escribe como escritora, lo es de pura cepa, porque ama las palabras y les da un cuidado y un sentido muy peculiares.

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En 2001 ganó el Premio Nacional de novela José Rubén Romero, se suma a muchos de las distinciones y galardones que ha recibido a lo largo de casi 60 años de intensa actividad literaria. Becaria de la escuela de Escritores, recibió tutela de Juan José Arreola, Juan Rulfo, Francisco Monterde y Salvador Elizondo.
De aquellos años la escritora rememora: “Acababa de suceder lo del movimiento estudiantil de 1968. Tuve la oportunidad de escribir sobre lo que yo había vivido en Tlatelolco en mi departamento. Gocé de la beca, y mis maestros fueron Arreola, Rulfo, Elizondo y Monterde. Juan José me ayudo mucho. Él era muy explosivo, de ciudad Guzmán y yo de Guanajuato entonces quizá por eso, porque éramos del Bajío nos conectamos tan bien, pues tenemos la misma expresividad, el mismo temperamento, la misma emoción, la misma pasión por el siglo de oro. Cuando yo le leía las primeras páginas de mi novela Con él, con conmigo, con nosotros tres, Arreola me detuvo y me dijo: ‘es como un acento de la secuencia de la película de Serguéi Eisenstein, El acorazado de Potemkin’, y de ahí en más floreció una amistad bella. Cuando yo fui a San Petersburgo, lo que quería era ver donde estaba y estuvo el acorazado, ver las escaleras de esa escena tan fuerte de la carriola, lloré como loca, siempre lloro cuando me devuelve la vida las escenas de mi obra literaria”.
Otro de sus maestros Juan Rulfo le enseñó el arte del tejido de las historias, “era muy buen juez, justo, era un gran contraste con el otro juez que era Salvador Elizondo mi precioso Salvador, pero como juez era un desgraciado, malvado, de una crueldad terrible. Pero lo quise mucho y él me hizo sufrir mucho. A la salida de las sesiones yo lo llevaba a su casa y ya le perdonaba todo lo que me había hecho. Se trepaba a mi vochito  y sacaba su cigarro de mariguana, cerraba todas las ventanas, ‘¡por el amor de Dios Salvador me vas a chamuscar’, le decía. ‘No pasa nada, no pasa nada, mira, dale una jaladita’, me respondía. ‘No, no me interesa’ y entonces con el humo y las ventanas cerradas Salvador me platicaba y me contaba historias maravillosas, y era ahí cuando me enseñaba el arte de escribir, luego lo dejaba en su casa y me iba a la mía. Llegaba con los ojos rojos, rojos y mi esposo Edmundo me preguntaba ¿qué tienes mujer? ‘Nombre, este desgraciado de Salvador prendió su cigarro’, entonces rápido hacia la comida y platicaba y platicaba. Y Edmundo me decía ‘le voy a decir a Salvador que no fume en el carro porque te me pones muy parlanchina’”.

-          De aquellos años a la fecha, los personajes de las letras mexicanas se fueron empequeñeciendo. Han pasado más de 50 años y México no ha dado ningún novelista de aquellos vuelos.
-          (Reflexiona por un momento su respuesta, por unos instantes la escritora guarda silencio) Cuando yo entré a lo que es la vida real, es decir, la literatura, esto era un hervidero de autores, todos fregones, Monterde, Segovia, Arreola, Rulfo, Garibay, Fuentes, Pacheco, Ibargüengoitia, Manjarréz, Paz, Garro, Leñero, Pitol, Elizondo, Carballido, Novo, uy, la memoria me falla, eran tantos. Las becas, los premios, las instituciones de cultura, el querer ser burócratas y no creadores, eso fue lo que pasó. Supongo que ha de haber pasado lo de aquella anécdota de Tata Lázaro. Cuando al presidente Cárdenas le dijeron, “señor presidente, hay demasiados guanajuatenses en su gabinete, debe de tener usted cuidado”, él rápidamente se voltea y dice, “nombre, ¿Cuidado? Los guanajuatenses se destruyen solos” y tenía toda la razón. Unos a otros se fueron comiendo y se acabaron los grandes estallidos literarios, y luego vino la literatura chicana y fue una deformación, nuestro idioma se hizo chiquito. Lo he criticado mucho en las universidades del sur de Estados Unidos donde he dado clases y conferencias. En la actualidad hay grandes novelistas como Ángeles Mastretta, es la gran escritora mexicana, esta Héctor Aguilar Camín, que acaba de escribir una apasiónate biografía de sus padres. Esta Jorge Volpi, pero es verdad, son los menos.

La escritora se ha tornado un poco melancólica, alza los hombros y explica: “Yo he tenido una nube negra sobre mí, en primer lugar ser mujer, después mi carácter, otra, ser muy inteligente –perdón por la vanidad-, y ser pobre y luego ¡oh Dios mío!, ser diputada, y no me lo han perdonado. Conocí la soledad y la sigo conociendo, por que La mafia era y es dueña de los viajes, los premios, las becas, los nombramientos, todo. Yo formé parte de esa mafia pero me echaron pronto porque yo era demasiado conflictiva, demasiado explosiva”, dice esto último casi para sus adentros, como si le pesara mucho.

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Novelista y cuentista. Ha hecho ensayo, columna periodística, entrevistadora, pero su mayor placer ha sido el periodismo: “Me ha dado todo –reconoce-, gracias a él conocí el mundo, mi adorado París, mi literario Moscú, mi encantadora Varsovia, mi místico Pekín, mi Latinoamérica mágica y surrealista, mi Argentina borgeana, mi contemporáneo Nueva York, y mi revolucionario Chile”. Cómo reportera de El Día viajó a Chile junto con su esposo Edmundo Domínguez, los invitó el presidente Luis Echeverría, la escritora recuerda:

Descubrí un país de paisajes generosos, de alguna manera yo los conocía antes porque Carlos Fuentes me hablaba mucho de Chile, pero al ver las llenas de nieve abrazando Santiago de Chile me impactó; La Moneda, los perritos tan pequeñitos, me enamoré de los hermosos soldados chilenos y su porte. Nunca imaginé que fueran a traicionar a un hombre tan extraordinario como Salvador Allende. Se le notaba la honradez, la pasión por la democracia, la verdad, la gran ilusión por un futuro real, democrático y libertario en América Latina. Pero se lo llevó el tren. Nos llegamos a caer muy bien Salvador y yo, un hombre pulcro, limpio, bien planchado que me hacia verlo como si fuese a un tío de pueblo.

De su amistad con allende nacieron tres libros: una biografía y dos de crónicas. En la década de los setenta conoció la poderosa Unión Soviética, don Enrique Ramírez y Ramírez le dijo: “Qué prefieres ¿ir a China o a la URRS?”, y la respuesta le tomó dos segundo: “Pedí ir a la tierra de Tolstoi, Doistoviesky, Chejov mis lecturas que tanto quiero, y ahí voy sin saber inglés, pero vencí el miedo, y me fui sola”.
A sus 87 años de edad hay un tema que ocupa su mente: La muerte:

Me preocupa mucho la muerte. Cómo no si vengo de un estado de muertos. Las momias, antes, eran nuestros juguetes pues no había vidrios que las protegieran y de niños las picábamos para ver como se sentían. Ahora me preocupa mucho el tema por la razón de que estoy sola, toda mi gente ya se murió: Elizondo, Fuentes, Héctor Azar, y me quedé sola. Yo no me quiero morir, me encanta la vida, la comida, los gusanitos de maguey, los caracoles. Amo el amor, me quiero volver a enamorar, ¡claro que sí!, tengo muchas fuerzas para volverme a enamorar, conozco mucha gente que se quiere morir y va trabajando su tumba. Yo no.


Encendida de nuevo, sus ojos brillantes, su voz ronca, sus pasiones y sus odios, su entrega y su desdén, toda ella un fuego añora: “Quiero que se estudie mi obra con buena voluntad, con inteligencia, porque para eso me la he jugado toda mi vida. Yo quiero que haya un gran jurado en el cielo y que cuando Dios me abra las puertas del cielo, quiero ver a mi mamá. Que ella me diga que me quiso mucho. ¡Qué me diga ven aquí a mi lado chiquita mía!








viernes, 3 de abril de 2015

Periodistas. Héctor Aguilar Camín


Héctor Aguilar Camín, periodista.
Abraham Gorostieta

Héctor Aguilar Camín es, a base de esfuerzo propio, un intelectual importante, muy importante en México. Renuente a las entrevistas, pide las preguntas siempre por escrito. “No me gusta que me graben, pues tendríamos mucho trabajo de edición después”, dijo El Doctor, como todos en la redacción de la revista Nexos le llaman.
El historiador Jorge F. Hernández se refiere a él como “Aguilar Camus”, y pronto aclara “es muy brillante, fuimos juntos alumnos de Luis González, pero ahora hay que decirle así: Aguilar Camus, casi premio Nobel”. “Ah, vas a entrevistar a Aguilar Mamín”, dice jocosamente Jorge G. Castañeda, uno de los más cercanos amigos de don Héctor “Tiene una claridad asombrosa sobre todos los temas”, termina su comentario el ex canciller mexicano.

El exégeta

Desde muy joven era un personaje muy reconocido. En la década de los ochenta, don Manuel Becerra Acosta, director y fundador del periódico Unomásuno, cuando hablaba del historiador Aguilar Camín, se refería al “exégeta”. Lo hacía con el ánimo de reconocerlo como el mejor intérprete de la política mexicana[1]. Aguilar Camín estuvo en desde los primeros meses del legendario Unomásuno, donde era el asesor de la dirección, hasta el 2 de diciembre de 1983, cuando fue cesado y abandonó junto con Miguel Ángel Granados Chapa, Carmen Lira, Carlos Payán y Humberto Mussachio, la dirección del diario.
El diario Unomásuno nació como un proyecto cooperativo, con una participación mayoritaria del director, Manuel Becerra Acosta. Esto último, que era provisional, se volvió real y en el momento del conflicto, don Manuel poseía ya 60% de las acciones. A la renuncia del gerente general, Alberto Konik, se descubrió una administración desastrosa.
La amistad entre don Manuel y don Héctor no se rompió, pero si se enfrió. Con los años el propio Becerra Acosta deja acaso una sola línea a la amistad que lo une con el historiador, al que se refiere como “mi amigo Aguilar Camín”[2].
Toma asiento en su pequeño sillón de piel negra. Sobre el muro del fondo, una caricatura está enmarcada. Se adivinan las figuras de Slim, María Félix, Monsiváis, entre otros personajes de la vida cultural y política mexicana. Unos son retratados con afecto, otros, con sorna, como Martha Sahagún y el ex presidente Fox. El dibujo lo hizo el escritor Carlos Fuentes en Cartagenas de Indias, Colombia. Lo hizo sobre el mantel de papel de un restaurante. Cuando lo terminó y pagaron la cuenta, el historiador rompió el trozo de mantel pintado y se lo llevó. Aguilar Camín, orgulloso cuenta el origen del dibujo. Con café en mano, cierra los ojos y rememora:

Manuel Becerra Acosta vive en una estela nostálgica y amistosa de mi memoria, pese a que terminamos en un pleito cerval. Tengo nostalgias de aquellos años, en particular del año 1978 que fue el de mi inmersión en el Unomásuno, el diario que Becerra fundó. Este año, 1978, es un año clave para mí. Es el año en que conocí el diarismo. El año en que conocí y empecé a vivir con Ángeles Mastretta, el año en que empezó a circular la revista Nexos.

Al diario lo invita a colaborar el propio don Manuel por inducción de Hugo Hiriart. Para el historiador es claro el papel que jugó el polémico decano periodista y lo que le debe el periodismo a don Manuel: “Le debe la existencia del primer periódico que encarnó el espíritu de la moderna democracia mexicana. Ese periódico fue el Unomásuno, la expresión independiente más inspiradora del entorno de la primera reforma política de la era del PRI, la de 1978”, explica el autor de La Guerra de Galio, sorbe un poco su humeante café y continúa:

Manuel Becerra Acosta fue un jeroglífico para mí. Un jeroglífico inspirador y magnético, hay que decirlo. Para empezar había dos Manueles: el que estaba sobrio y el que no. El primero era siempre inteligente, equilibrado y con chispazos resplandecientes. El segundo, tenía varias fases. Cuando empezaba a beber era una fiesta de inteligencia y penetración. Cuando había bebido mucho era un demonio impredecible. Me mostro un día una dedicatoria que Octavio Paz le puso en una edición de El laberinto de la Soledad. Decía: “Para Manuel, el otro Laberinto”.

Cómo asesor de la dirección, Aguilar Camín, tuvo grandes momentos en el diario Unomásuno. Fue él quien llevo la columna Plaza Pública al diario. El trato se cerró en una cena en la casa del historiador entre Granados Chapa y Becerra Acosta, a partir de entonces don Miguel Ángel entró de lleno al diario[3].
Al salir del Unomásuno pronto se da a la tarea de fundar La Jornada con sus compañeros, periodistas y escritores que salieron de la cooperativa. En el Hotel María Isabel, el 29 de febrero de 1984 se anunció públicamente la aparición de La Jornada. Los pormenores del proyecto los dieron don Pablo González Casanova, Carlos Payán y Héctor Aguilar Camín. Este último explicó: “queremos una empresa de capital atomizado y democrático. Lo más atomizado y democrático que nos sea posible. Una empresa constituida  por una gran cantidad de pequeños inversionistas que crean en la necesidad de construir, juntos, el instrumento de comunicación que desean y necesitan”[4].
Pero al igual que el caso del Unomásuno, La Jornada se quebró y de sus fundadores, salieron varios escritores y periodistas de ese diario. A años de distancia y con la cabeza mucho más fría, el escritor reflexiona:

La Jornada terminó siendo un periódico de trinchera. En muchos sentidos, un diario de partido, con un núcleo directivo de dureza leninista, pese a sus coqueteos con la pluralidad. El Unomásuno fue un periódico más plural, siempre dentro del entorno de la izquierda. La verdad, me parece ahora, es que al escindirnos de Unomásuno destruimos un buen periódico para hacer dos regulares.

Amistades

Héctor Aguilar Camín ha estado en el ajo de la vida cultural mexicana durante los últimos 45 años. Amigo de importantes historiadores, célebres escritores, periodistas únicos, artistas plásticos inigualables. Uno de los grandes amigos del escritor fue don Fernando Benítez, el gran promotor cultural que fundo diarios y sobretodo, secciones culturales donde convergían lo que con los años, fueron las grandes letras nacionales. Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, Elena Poniatowska, Sergio Pitol, Ricardo Garibay, Jorge Ibargüengoitia, y un largo etcétera encontraron en los suplementos que don Fernando dirigía, espacio y aliento para seguir continuando con su tarea.
Poco a poco, Benítez, escritor él también, fue sumando a más y más talentosos jóvenes escritores en sus suplementos, como quien se llena de hijos. A este grupo se le llegó conocer como La Mafia, cómo el propio Benítez lo reconocía. El encuentro entre Héctor Aguilar Camín y Fernando Benítez se da en el diario Unomásuno, cuando el segundo era director del suplemento Sábado, uno de los mejores suplementos culturales del México contemporáneo.
Talentoso, con ingenio y mucha fuerza, don Fernando Benítez era también muy singular. A todos los que se le acercaran los llamaba “hermanito”. En la primera semana de febrero de 2010 el suplemento cultural del diario Milenio, Laberinto, hizo un breve pero sentido esbozo de la figura de Fernando Benítez. Algunas estampas que nos pueden acercar al legendario Benítez son: Su viuda, Georgina Conde pone lo esencial: “Siempre estaba contento, como si estuviese jugando. No se guardaba nada, ni siquiera los secretos”[5]. Lo recuerda su coeditor de La Jornada Semanal, Fernando Solana Olivares: “Iba tan elegante como siempre con un traje azul marino cortado a la medida –luego presumiría de su sastre, el mismo que había vestido al rey de España y, era cierto, una camisa albísima de puños y cuellos almidonados, y una corbata de seda delicadamente verde con lascas moradas como si fuera una textura de Monet”[6].
El escritor Carlos Fuentes rememoró en su columna de Reforma a don Fernando: “ser amigo de Benítez era una aventura, a veces procurada por él mismo. La revista Siempre! nos pagaba cada sábado doscientos pesos por colaboración, doscientos pesos en billetes de un peso. Esto provocaba indignación y risa en Benítez. Los doscientos pesos de a peso demandaban ser gastados cuanto antes. Benítez, conduciendo su BMW, arrancaba a 200 kilómetros por hora. Lo perseguía la Policía motorizada. Lo detenían. Fernando tomaba un puñado de billetes y los arrojaba a la calle. Los ‘mordelones’, a su vez, se arrojaban sobre la billetiza olvidando a Benítez. Este arrancaba, exclamando: -¡miserables!- y repetía la provocación hasta que se acababan los billetes. Manejaba a altas velocidades ese BMW que hacía apenas una hora para llegar a Tonantzintla, donde Fernando se encerraba a escribir sus libros en un ambiente conventual donde la única distracción era mirar de noche a las estrellas en el observatorio dirigido por Guillermo Haro. Allí escribí buena parte de La muerte de Artemio Cruz. De vez en cuando, caían visitas -Agustín Yáñez, Pablo González Casanova, Víctor Flores Olea- pero Tonantzintla era centro de trabajo, disciplina y silencio”[7].
Para el historiador, Aguilar Camín, Benítez, es el personaje menos recordado y de mayor influencia de la vida cultural mexicana, o del periodismo cultural mexicano de la segunda mitad del siglo XX. Y pronto narra una anécdota, una estampa que nos acerque más a don Fernando, va por su segunda taza de café y habla:

Recuerdo su narración de cómo, devorado por los celos, embistió un día con el coche la cochera de la casa de un amante, cuya infidelidad sospechaba. Y sus largas parrafadas de amor por María Izquierdo proferidas desde un balcón hacia la Luna. También su petición a la enfermera que iba a ponerle una sonda en la uretra: “Piedad, amiga mía, para este pájarito, que en tan alegres jaulas ha cantado”. Benítez era un juglar de la cultura, una fiesta de historias y ocurrencias.

Amigo muy cercano, también, de don Manuel Buendía (Aguilar Camín fue miembro de la cofradía El Ateneo de Angangueo de don Manuel), el escritor de Morir en el Golfo recuerda a su amigo así:

Manuel Buendía no se sentaba nunca junto a las ventanas de  un restorán. Buscaba siempre tener una pared a la espalda. Tenía razón. Lo mataron por la espalda cuando caminaba una tarde por Insurgentes, cerca de su oficina. Lo velamos esa noche en la agencia Gayosso de Félix Cuevas. A la agencia acudió el entonces director de la Dirección Federal de Seguridad, José Zorrilla Martínez, su compadre y amigo. Venia enfundado en una gabardina, no recuerdo si azul o beige. Cuando se retiró, supimos que había pagado el velorio. Cinco años después, Zorrila fue encarcelado como autor intelectual del homicidio de Buendía.

La novela Morir en el Golfo es una biografía sobre La Quina, pero también se asoman unas estampas, un perfil de don Manuel Buendía. El escritor frunce un poco el ceño. Dibuja una sonrisa en sus labios y con su voz recia aclara: “No hago biografías noveladas. Invento historias y personajes a partir de lo que hay en la realidad. El personaje de Morir en el Golfo, Lázaro Pizarro, está inspirado en algunas crónicas que leí sobre La Quina. Pero no es La Quina. Por eso hice que La Quina apareciera como él mismo en un pasaje de la novela. Creo que no hay una sola anécdota de la vida real de La Quina repetida en Lázaro Pizarro”.
La novela la comenzó a escribir a los 32 años, “un incidente importante en mi vida periodística, ser presidente de La Jornada, me impidió terminarla”[8], ha dicho el escritor. Los personajes y la trama de la novela lo ideó a partir de crónicas y entrevistas de los años ochenta, no conoció lugares como Poza Rica, ni a lideres sindicales, todo vino de su archivo y de recortes de periódicos[9]. El escritor abunda:

Todas las palabras, los lemas, los pensamientos megalómanos de Pizarro, los inventé yo. No así la escenografía del mundo petrolero que llena la novela, sus ciudades ricas y sucias, rodeadas de mecheros y penachos de humo industrial. Los otros personajes de Morir en el Golfo, pertenecen también al ámbito de la ficción. El narrador de la novela, El Negro, esta construido con rasgos de columnistas que conocí, entre ellos Manuel Buendía y León García Soler, pero no corresponde a la vida de ninguno de ellos. La historia de Lázaro Pizarro, el Negro y Anabela Guillaumin no existe ni ha existido en ninguna parte fuera de las páginas de Morir en el Golfo.

Julio Scherer: el distanciamiento.

A don Julio Scherer siempre le gustó rodearse por historiadores. En los tiempos de cuando era director de Excélsior en sus páginas editoriales no faltaron los dardos certeros de don Daniel Cosío Villegas y los aguijones ácidos como los de una avispa de don Gastón García Cantú. Este último lo acompañó en la fundación de Proceso, y en las páginas editoriales de este semanario han desfilados los historiadores más destacados de México: Enrique Krauze, Adolfo Gilly, Lorenzo Meyer, Héctor Aguilar Camín, entre otros.
La amistad de don Julio y Aguilar Camín comienza en los primeros años de la década de los ochenta. De ello da testimonio Ricardo Garibay, quien en 1987 narra un desayuno entre Scherer, Monsiváis, Aguilar Camín y él. “Scherer pide, como siempre, hasta cuatro gigantescos vasos de jugo de naranja, viene de nadar, exhausto, tiene esa frenética costumbre; los otros dos comen con gana… Se diría ¡buen desayuno, gente móvil e informada!, pero resulta más bien tropezoso, porque Scherer es la gravedad. Monsiváis el ingenio y Aguilar Camín la velocidad de los cambios interiores y de los proyectos de vida y desde el arranque arranca:
“(Aguilar Camín): -Hoy aparece mi renuncia a La Jornada.
“Dos o tres semanas antes me había dicho Aguilar Camín que dejaría su subdirección, porque quería entregarse a escribir. Varios libros atorados, pospuestos por el periodismo, le traían maltrecho.
“-Y qué va usted a escribir- pregunta Scherer.
“-Es un tema que me apasiona, o más bien, son dos temas en uno, no sé como ligarlos. Primero: la guerrilla en México, y los guerrilleros, nacen en los setenta y son aniquilados en ese mismo decenio, donde también se da, y este es el segundo tema, la destrucción de Excélsior, uno de los principales diarios del mundo. Yo siento que en estos dos asuntos hay una íntima relación o que obedecen a una sola expresión del poder”[10].
Garibay nos narra como fue que don Héctor decide escribir La guerra de Galio, una de sus novelas más leídas. Sin duda alguna el historiador fue seducido por ese –ya entonces- gran personaje que fue don Julio Scherer. Pronto, el autor explica:

Tampoco hice la biografía de Julio Scherer, hice algo menos complicado y más divertido que eso: inventé un personaje a partir de sus rasgos. Ese personaje es el director del diario La República de La guerra de Galio, Octavio Sala. Creo que fue Proust quien dijo: Dénme un rasgo de carácter y les daré un personaje. El rasgo que me sedujo de Scherer fue su cortesía seductora, desbordante de malicia, elocuencia y dobles intenciones. Me sedujo el encantador de serpientes.

Desde que fue escrita la novela La guerra de Galio, muchos vieron en Octavio Salas a don Julio Scherer. La biógrafa Silvia Cherem hace una entrevista a Vicente Leñero, ahí el dramaturgo explica como fue que don Julio tomó la novela del escritor: “Cuando Aguilar Camín lo publicó, Julio me pidió que se lo contara, pues no pensaba leerlo. Su historia no era calumniosa, simplemente guardaba cierta ironía con respecto a Julio. A Julio no le importó, al contrario, invitó a Aguilar Camín a colaborar en Proceso[11].
El historiador comenzó a laborar en la revista fundada por Scherer hasta el 18 de febrero de 2001. El reportaje, firmado por Antonio Jáquez fue la ruptura. Trataba sobre la cercanía de Héctor Aguilar Camín y el presidente Carlos Salinas. En sus interiores las acusaciones fueron directas: “Llueven favores oficiales sobre Nexos”, apuntó Enrique Krauze, quien también llamó a la revista Nexos “consorcio paraestatal”. Elena Poniatowska sentenciaba: “Dolorosa situación de Aguilar Camín. La ronda al príncipe, degradante y a veces mortal”. En el mismo número de la revista, el historiador se defiende, argumenta que el dinero entregado por el gobierno de Salinas fue para distintas asesorías y estudios, que después se convirtieron en libros publicados por FCE, en dichos libros, viene clara la explicación del financiamiento para su investigación. Nada de esto importó a Scherer. En realidad no había ningún ilícito pero la noticia vista desde un sólo enfoque resultaba escandalosa.
A años de distancia, el escritor reflexiona sobre Julio Scherer:

Había en el medio un dicho que comparaba a José Pagés Llergo, director de la revista Siempre!, con Julio Scherer. Según ese dicho, Pagés era capaz de sacrificar cualquier noticia por un amigo y Scherer a cualquier amigo por una noticia. El periodismo de choque fue la marca profesional de Scherer, luego de que le quitaron y perdió Excélsior, en 1976. Fue la marca de Proceso. Termino siendo, sin embargo, la gran escuela no reconocida del diarismo mexicano. El de Scherer es el género de periodismo que los gringos llaman muckraking (“buscabasura” o “muevebasura”). La grandeza del género es que fundó el periodismo de investigación. Su miseria es que no tiene ojos sino para las zonas oscuras o deleznables de la vida pública.

El escritor se acomoda en su asiento. Enfático sostiene “un periodismo sin el género del muckraking es un periodismo tuerto. El periodismo que es sólo muckraking, también. El diarismo mexicano tiende a ser una mezcla de lo peor de ambos mundos: muckraking sin investigación. Típicamente, la publicación de videos, grabaciones o documentos filtrados anónimamente a los medios para fastidiar a alguien, que los medios reproducen sin investigar las razones del filtrador ni decirlas al público”.
En abril de 2010, sucedió algo insólito en la prensa mexicana, el decano del periodismo, don Julio Scherer aceptó un encuentro con el capo número dos del cártel de Sinaloa, uno de los más buscados y temidos de México, Ismael El Mayo Zambada[12]. El encuentro fue cuestionado y aplaudido por el gremio periodístico. Aguilar Camín, se ocupó del asunto con el siguiente análisis: “¿A cuántos periodistas habrán mandado a matar El Mayo Zambada y El Chapo Guzmán? ¿A cuántos tendrán sentenciados, amenazados o en la mira? ¿A cuántos habrán silenciado o comprado? No es un asunto que importe en el reporte lírico que hace Scherer de su encuentro… Scherer se ocupa del lado humano. Hace confesar a Zambada que tiene miedo, que vive a salto de mata… Zambada escogió a un vocero periodístico con autoridad. La autoridad del vocero confiere autoridad al que habla, y el que habla, aunque habla poco, reconoce la autoridad de su vocero… El Mayo Zambada escogió a un santón de la prensa mexicana, y el santón fue a su guarida, ‘un lugar no revelado’, derramando adrenalina, valentía, entereza periodística. Qué pena”[13].   
Analista de los medios de comunicación y de la prensa en México, el doctor Raúl Trejo Delarbre comentó que ese trabajo de Scherer le pareció desconcertante, decepcionante y al final, preocupante. “Después de releerlo, me di cuenta de que era un trabajo periodístico bastante insuficiente. No hay justificación periodística a la decisión de Scherer de viajar a entrevistar a uno de los delincuentes más buscados” y sentencia que hizo falta un retrato del delincuente y una postura más crítica ante el narcotraficante[14]”.

Nexos

El talento como cronista de Aguilar Camín fue aplaudido por el escritor Carlos Monsiváis, quien decía que don Héctor en sus crónicas, “multiplica enlaces (del dato histórico al informe subrepticio al fenómeno sociológico) y muestra, de un solo golpe prosístico, los vasos comunicantes entre historia e individuo, líderes y masas, intenciones y ceremonias, voluntad personal y estructuras dominantes. Influido por atmósferas estilísticas como las de Mailer, Aguilar Camín acude indistintamente a la investigación, el retrato político y el impulso lirico”[15]. La relación del historiador con el cronista es vieja y fue duradera. A Aguilar Camín le ha tocado escribir, poco a poco, sobre la partida de sus amigos, una generación mayor que él. Así, en su columna periodística despidió a Friedrich Katz, Jorge Carpizo, Carlos Fuentes, Tabucci, Monsivaís, José Emilio Pacheco. Todos ellos colaboradores de la revista Nexos.
En 1978 nace Nexos, una revista que funda don Enrique Florescano. Nace en una sociedad que dejaba de ser cerrada; nace acompañando a publicaciones (Proceso, Unomásuno, Vuelta) que abrirían los espacios que la sociedad buscaba. Mientras que el semanario fundado por don Julio Scherer y el diario fundado por don Manuel Becerra Acosta se ocupaban de lo periodístico y de la investigación de la noticia y, Vuelta daba un aliento cosmopolita a los mexicanos contemporáneos, Nexos colocaba en la mesa de debates temas necesarios para la modernización del país: El campo, la Reforma electoral, los derechos humanos, el medio ambiente, la democracia. Temas que no estaban en la agenda nacional. Temas abordados desde la academia, que sale de su ámbito restringido y difunde sus hallazgos.
En esta primera etapa, siendo director Florescano, la revista cuenta con colaboradores como los historiadores John Womack y Héctor Aguilar Camín; sociólogos como don Pablo González Casanova y Sergio Zermeño; economistas como don Rolando Cordera y José Blanco, filósofos, escritores, académicos como Carlos Pereyra, Luis Villoro, Arnaldo Córdoba, Adolfo Gilly, Soledad Loaeza, Guillermo Bonfil, Arturo Warman, Rodolfo Stavenhagen, Roger Bartra, Jorge Castañeda, José Woldenberg o Cinna Lomnitz.
En 1982, don Enrique Florescano es designado director del INAH, renuncia a la revista y en su lugar queda Héctor Aguilar Camín como director hasta mayo de 1995. Durante esta gestión, los tirajes de la revista se duplicaron pues de 10 mil ejemplares, pasaron a 21 mil. En el ensayo Conciencia y poder en México. Siglos XIX y XX, de Francisco José Paoli Bolio, se explica que Nexos, bajo la dirección de Aguilar Camín establece un liderazgo que competía con la revista Vuelta. “Aguilar Camín competía en el liderazgo no con Octavio Paz, a quien primero combatió y después manifestó admiración, sino con su grupo y, en particular con su coetáneo Enrique Krauze, segundo de abordo en la última etapa de Vuelta[16], explicaba Paoli Bolio.
Al principio, Aguilar Camín acusa al poeta Octavio Paz de “perpetuar esa tendencia de algunos intelectuales que en su vejez abrazan causas deleznables, como el nazismo de José Vasconcelos, o devienen en viejos decrépitos recubiertos por la moda y la gastronomía millonaria, como le ocurrió a Salvador Novo”[17]. Durante esa primera gestión de Aguilar Camín en la dirección de Nexos se creó la editorial Cal y Arena.
La tercera etapa de la revista es cuando están en la dirección el escritor Rafael Pérez Gay y Luis Miguel Aguilar. Una etapa donde la revista se ocupa de temas más íntimos que tienen que ver con la exploración de la vida privada: la muerte, el sueño, la felicidad, las drogas, el sexo. En esta tercera etapa también puede inscribirse la dirección de la revista en manos de José Woldenberg.
Una cuarta etapa es la que vive actualmente, Nexos regresa a poner en la mesa los temas centrales y fomentar el debate de los grandes retos nacionales. Nuevamente, El Doctor Aguilar Camín es el director. Atrás, muy atrás han quedado los comentarios de que don Héctor “capitaneó un grupo de intelectuales a los que catapulteó a diversos puestos en la burocracia  gracias a su amistad con el entonces presidente Carlos Salinas”, como lo escribió Raúl Cremoux “él mismo, con el talento que le sobra, saltó tanto que muchos de sus antiguos amigos ya no lo volvimos a ver”[18].
Héctor Aguilar Camín se ha terminado su segunda taza de café, recibe una llamada y hace un par más, se deja tomar unas fotos. En su librero, en la oficina de la revista Nexos hay libros excepcionales. Algunos aún en sus envolturas. Con gusto ha repasado brevemente su propia bibliografía. La entrevista está por concluir.

-          El pasado marca nuestros días. La memoria se va perdiendo con los años, pero usted la cultiva en sus libros. Borges decía que uno escribe solo de lo que conoce. En la otra punta del continente, William Burroughs, escribió en sus libros “todo aquí es autobiográfico y todo aquí es ficción”.   
-          La frase de Burroughs podría aplicarse a toda la ficción que he escrito, con una excepción: La provincia perdida. Sonríe el poliédrico escritor.



  

  


        

 

 
  



[1] La Maestra. Vida y hechos de Elba Esther Gordillo. José Martínez. Editorial Océano.
[2] Manuel Becerra Acosta. Periodismo y poder.  Alegría Martínez. Editorial Plaza y Janés.
[3] Granados Chapa. Un periodista en contexto. Humberto Mussachio. Editorial Planeta.
[4] Prensa Vendida. Rafael Rodríguez Castañeda. Editorial Grijalbo.
[5] Laberinto, Milenio diario, febrero de 2010.
[6] Laberinto, Milenio diario, febrero de 2010.
[7] Fernando Benítez, diario Reforma. Carlos fuentes. Opinión. Febrero de 2010.
[8] Platica con Carlos Puig en la Feria Internacional del Libro en el Palacio de Mineria, 2013.
[9] Revista Mexicana de Comunicación. 23 de febrero de 2013. Daniela Caballero.
[10] Proceso 553, junio de 1987. Ricardo Garibay. Cultura.
[11] Revista de la Universidad de México (UNAM). A medio juego. Silvia Cherem.
[12] Proceso. 04 de abril de 2010.
[13] Día con día. Milenio diario. Héctor Aguilar Camín. Abril de 2010.
[14] Entrevista de Carlos Loret de Mola a Raúl Trejo Delarbre. 05 de abril de 2010. W radio.
[15] A ustedes les consta. Carlos Monsiváis. Editorial Era.
[16] 25 años. La vida privada de Nexos. Jorge Luis Espinosa. Milenio diario. 13 de enero de 2003.
[17] Revista Nexos, numero 10.
[18] Una transición interminable. Raúl Cremoux. Editorial Lapizlázuli.





Periodistas. Joaquín López-Dóriga

Nueve vistazos para acercarse a Joaquín
Por Abraham Gorostieta


1. Joaquín López-Dóriga Velandia es un periodista que logra crear sentimientos positivos y adversos al mismo tiempo: se le cree y se le acepta ó es falso y se le rechaza. Lleva 15 años comunicando las noticias todas las noches en el noticiero estelar de Televisa. Durante la entrevista, niega ser líder de opinión, periodista de poder, niega ser influyente. Es, dice, sólo un reportero. Se le conoce por varios motes: El Teacher, le dice casi todo mundo que lo conoce. El Licenciado, como le dice su asistente o su secretaria en Radio Fórmula. El querido Joaquín, como se refieren Ciro Gómez Leyva, Carlos Marín y otros columnistas. López Choriga, “puro choro ese cuate” dicen en la UNAM los estudiantes. Sus antiguos compañeros de la fuente de presidencia en los sexenios de López Portillo y Salinas no tienen una buena opinión sobre él. Y la periodista de espectáculos, Maxine Woodside, le dice El divo de la noticia, y algo hay de cierto en eso, pues entrevistar a López-Dóriga es más difícil que entrevistar a diez secretarios de Estado; pero a él le gusta que le digan y se le conozca sólo como: reportero.
En su oficina, en Televisa, nos conducen hasta la sala de juntas. Un letrero bastante grande lo bautiza como El War room de JLD. Sobre las paredes hay todas las caricaturas que de él han hechos los distintos moneros de los diarios, bien enmarcadas. También su foto entrevistando a Juan Pablo II. A Ronald Reagan. Al fondo una pintura de formato grande, sin firma, da la impresión de ser un Siqueiros, la fuerza de su color, amarillo al fondo, con negros y rojos que rasgan el fondo ámbar por los trazos salvajes que lo cruzan, llevan su sello. En toda su oficina se pueden ver distintos sables de gala de la Marina.
Más al fondo, más retratos del periodista que son fieles huellas de su olfato como periodista y entrevistador. Ahí, en Vietnam, sentado sobre las ruedas de un tanque; otra en Irlanda del Norte, Israel, El Líbano, Iraq, Kuwait, Irán y Nicaragua. Abrazando o saludando lo mismo a poetas y escritores como Octavio Paz, Pablo Neruda o, García Márquez y Carlos Fuentes. Su que hacer lo llevo a estar enfrente de Salvador Allende, Indira Gandhi, Yasser Arafat o Alberto Fujimori. Son celebres sus entrevistas a Anastasio Somoza o Daniel Ortega. Sus crónicas de los funerales de Francisco Franco, así como las muertes del yugoslavo Josip Broz Tito o del primer ministro sueco Olof Palme. Ahí también, junto a Mauricio Garcés, María Félix, Julio Iglesias, Siqueiros, Rivera. Para ser alguien quién no se cansa de decir que “no hay periodistas poderosos y que él, desde luego no lo es y mucho menos, vanidoso”, los muros lo desmienten.
Hombre de largos silencios en sus respuestas. Las piensa mucho, distante, y tajante, un poco ensimismado, de respuestas cortas, concede un espacio de su tiempo para platicar.

2.  El reportero, tajante, dice no hablar de su infancia o sus padres “son de los temas que no hablo, sí, porque esa es mi vida privada”.
Nace en Madrid, en 1947, en el régimen de Franco. Su padre, Joaquín López Dóriga, era ingeniero naval militar “un hombre cariñoso y muy buena onda”[1], ha dicho el periodista. Su madre, María José Velandia, una mujer dedicada al hogar. Niño del mar, él mismo se describe: “Yo estoy en asuntos del mar desde niño; aprendí a velear a los 5 años”. Al enviudar, doña María José decide emigrar a tierras mexicanas, donde vivían sus padres. Así, el niño Joaquín, a sus diez años, y su hermana menor, María Cristina, conocen toda una tierra llena de olores, sabores y colores nuevos. Terminó sus estudios primarios y secundarios en el Instituto Cumbres, en donde formó un periódico estudiantil donde “contaba cosas, de lo que luego supe eran crónicas”[2]. Ingresó en la Escuela de Derecho de la Universidad Anáhuac, faltándole una sola materia para cumplir con los créditos requeridos, el joven López Dóriga decide abandonar sus estudios y entregarse a su pasión: el periodismo.
Y es que el oficio de reportear, desde un inicio, lo atrapó. Lo ha repetido tantas veces y lo repite también en esta ocasión: “yo soy reportero, me despierto pensando en periodismo, vivo pensando en periodismo, me duermo, pensando en periodismo y cuando sueño, sueño con periodismo”.

3. El periódico El Heraldo de México vio la luz en 1966. Gustavo Díaz Ordaz era el presidente en turno y Gabriel Alarcón Chargoy encabezaba al grupo de empresarios millonarios dueños del diario, donde estaba Manuel Espinosa Yglesias, Carlos Trouyet y Raúl Bailleres. De tintes conservadores y anticomunistas, El Heraldo entró con fuerza a la capital y para hacerse pronto de reporteros, los sueldos que ofrecía eran altos.
La familia Alarcón, en especial don Gabriel, mantuvo fuertes lazos con el poder. En el libro La otra guerra secreta, del investigador Jacinto Rodríguez Munguía, recopila varias cartas de don Gabriel al entonces presidente Díaz Ordaz en donde se puede leer una relación intensa, tersa, romántica, comprometida; como lo es la carta enviada el 24 de septiembre de 1968 al presidente, ahí Gabriel Alarcón escribe:

Antes que nada, deseo expresar a usted que la amistad y la lealtad que le profeso, las antepongo a todo, y al exponer seguidamente mi actuación en los problemas estudiantiles lo hago para que no exista duda de mi buena fe y entrega a su gobierno, y muy especialmente a que respaldo abiertamente su actuación valiente y sensata y patriótica. Usted, señor presidente me conoce y sabe que no soy falso. Estoy lo mismo que mis hijos, con usted y respaldamos firmemente su actuación con nuestra modesta forma de actuar, pero le pedimos su orientación… Desde el inicio de los alborotos he estado personal y telefónicamente en contacto con los siguientes colaboradores suyos: Lic. Luis Echeverría, quien me ha orientado e indicado líneas a seguir en cada caso externándome su conformidad con su actuación… El Procurador de la República. Nos pidió que se destacara, como lo hicimos, el acto de sabotaje en instalaciones de la CFE. Asimismo los retratos de varios aprehendidos y consignados… Gral. Corona del Rosal. Nos ha orientado sobre la forma en que nuestras informaciones resultan negativas a los agitadores… Dr. Emilio Martínez Manautou. El jueves pasado me llamó a primera hora para felicitarnos para felicitarnos por la forma en que se destacaba en primera plana la foto del Che y las aulas universitarias con nombres de líderes comunistas… Gral. Marcelino Barragán. Manifestó su agrado a nuestros reporteros por la forma en que se publicó la intervención del ejército y pidió que se destacara, cosa que hicimos la noticia de la exterminación de un grupo de bandoleros agitadores de la sierra de Chihuahua. Sinceramente creo que mi lealtad y la de mis hijos están a prueba de cualquier duda. Por muchos años se nos ha criticado nuestra parcialidad y entreguismo, pero le ratifico a usted que somos y hemos sido Diazordacistas y agradecidos leales y sinceros a usted. Señor presidente, nos sentimos en un cuarto oscuro y solamente usted nos puede dar la luz que necesitamos y señalarnos el camino a seguir.[3]

Un año después, en junio de 1969, el señor Alarcón se le aprobaron la constitución de dos compañías que controlaban cuando menos 40 salas de cine.
En abril de 1968, el joven López Dóriga, de 19 años de edad, ingresa a El Heraldo. No quiere hablar de la familia Alarcón ni de su estilo de hacer periodismo “de la familia Alarcón no puedo hablar”, responde. De lo que habla es de que “cubrí todo el conflicto del 68, y luego, y luego las olimpiadas del 12 de octubre. Cubrí desde la pedrada del 26 de julio hasta la madrugada del 3 de octubre, que luego se olvida el 3 de octubre”, enfatiza.
No se olvida, aunque el reportero, lo olvidó por muchos años. Desde aquel 3 de octubre de 1968 hasta 2003, el periodista no escribió sobre el tema. Una lectura de sus columnas en la Hemeroteca de la UNAM, de la revista que fundó y dirigió Respuesta, o de sus crónicas, constatan que el columnista no abordo el tema en las décadas de los 70, 80, 90 y fue hasta el año 2003, que hablo de ello, de pasada, pues el tema central fue que don Gabriel Alarcón una mañana del 3 de octubre, le dio su credencial de reportero.
De aquellos años, de la redacción de El Heraldo, el veterano periodista, Miguel Reyes Razo da unas estampas:

En el centro del pasillo principal de la redacción de El Heraldo de México, metido en su bien cortado traje, sin transpirar ni gritar una orden, Mario Santoscoy encendía –parsimonioso-, un cigarro gringo –“de carita”- con un caro “Dunhill”. Trabajador, madrugador, persona muy ordenada tenía el respeto y control de los reporteros. Santoscoy era ese día 2 de Octubre de 1968 el Jefe de Información. Él distribuía “fuentes” de Información. Él valoraba lo que los reporteros acarreaban. Muy temprano, a la hora de elaborar las órdenes había escrito: Reyes Razo: A las 5 de la tarde cubre el mitin en Tlatelolco. Reporte todo a la Jefatura de Información… Mientras fumaba aguardaba la comunicación del reportero.
El viernes 13 de septiembre había ocurrido la “Marcha del Silencio”. Desde Antropología hasta el Zócalo Reyes Razo reseñó el avance de la muchedumbre que lijó el Paseo de la Reforma. Sin gritos. Mudos. Fausto Trejo, Heberto Castillo…
“Ya estaba la vanguardia del Consejo Nacional de Huelga en el Zócalo y eran miles  los que se les unían desde Paseo de la Reforma…” , tecleó.
“¿No se da cuenta donde y para quién trabaja usted, Reyes Razo? –lo punzó Don Mario Santoscoy. “Otra entrada. Ándele. Y apúrese”.
Así era Don Mario Santoscoy. Exigente, duro, inflexible. Los reporteros tenían que hacer “buenas” entradas. Claras. Joaquín López-Dóriga aprendía. Informaba lo que ocurría en el aeropuerto.
Así estaban las cosas en “El Heraldo de México” la tarde del 2 de Octubre de 1968.
Reyes Razo pensó que la soldadesca se dedicaría  a repartir culatazos, golpes, insultos, frases humillantes, cuartelarias a los manifestantes.
Luego al escuchar algunas explosiones Reyes Razo pensó que la tropa dispersaba a la multitud disparándole balas de salva; amedrentándola.
Pero cuando todo se llenó de gritos y de disparos y de ayes Reyes Razo aceptó: “Ya me voy a morir”. Hizo breve despedida de los suyos. Padre, madre, esposa, hijos, hermanos. Ya me voy a morir”.
Y a trabajar. A llamar a Santoscoy.
“Escuche los disparos, señor. El Ejército…Las tanquetas…”
“Escuche. Se oye con toda claridad el tiroteo. Mande a otros reporteros, Don Mario. Yo no podré cubrir todo…
Eran las 5 y 10 de la tarde-noche del 2 de Octubre.
Los disparos perforaron gruesas tuberías. Escapaba el agua a raudales. Nerviosos, los soldados rompían a  golpes de culata los focos de los andadores de Tlatelolco. Detrás ambulantes protegidos con el emblema se anunciaban: “¡Cruz Roja…Cruz Roja…No disparen…
Civiles con el puño enguantado en blanco. Eduardo Quiroz –Jefe de fotógrafos de “El Heraldo de México”- iba con ellos. Trabajaba con ahínco Lalo. Tiroteo intenso. Luego calma. Plaza desierta. Llovida. Y los muchachos reducidos, arracimados junto a los muros de la iglesia. Tiros esporádicos.
Y entre empellones con leperadas rencorosas Reyes Razo salió de Tlatelolco. Se vio libre junto a las “Suites Tecpan”. Edificiazos propiedad de la familia Alarcón. Los dueños de “El Heraldo de México”.
Entró a la redacción. Don Alberto Peniche Blanco –Gerente del periódico- lo detuvo:
Se dirigió hacia el Jefe de Información. Le había mandado informaciones fragmentadas…
No llegó.
“Le habla Don Óscar. El joven Óscar Alarcón. Vamos…
El joven Óscar Alarcón entró:
“¡Que los maten a todos! ¡Bola de comunistas! ¡Rojos alborotadores! ¡Que los maten a todos! ¡Me cuestan mucho por concepto del Impuesto del Uno por ciento para educación para que anden en las calles alborotando! ¡Que los maten a todos! ¡Y usted Reyes Razo no le cuenta nada a nadie del periódico!
Mario Santoscoy se hizo cargo de la información.
Así, asá, Mario Santoscoy informó.
Así pasó el 2 de Octubre de 1968[4].

En aquellos años Joaquín era el más joven de la redacción. Santoscoy le pedía ir todos los días de suéter, así pasaba como estudiante. El joven reporteó las ceremonias al aire libre en el Zócalo, la toma del Casco de Santo Tomás, las asambleas y marchas de cientos de estudiantes. “Yo no conocía a los muertos hasta la madrugada del 3 de octubre en el Hospital Ruben Leñero después del tiroteo y matanza de la Plaza de las tres culturas. Fue impresionante entrar al anfiteatro de la tercera delegación donde estaban la mayoría de los cadáveres. Haberlos visto apilados ahí en el atrio de la iglesia en la misma plaza. Yo no conocía la muerte. Ahí la vi”[5], rememoró López Dóriga en una entrevista.
Mario Santoscoy, periodista forjado en diarios como La Nación y La Prensa, compadre y cercanísimo a don Manuel Buendía, fue uno de los maestros de Joaquín, “mi gran maestro fue Mario Santoscoy, que era el jefe de información”, hace una pausa, recuerda y habla: “no te daba consejos. Te corregía todos los días con una gran paciencia: esto no se escribe así y esto no se escribe así. Mi madre que tenía una maestría en filología románica, licenciada en filosofía y letras, me decía: ‘no te da pena escribir como escribes’, y ni modo aprendiendo, así se hace uno”, narra el periodista. Además de don Mario, López Dóriga se reconoce como alumno de Alberto Peniche Blanco, Ramón Cosío, Jacobo Zabludowsky, don José Pagés y Francisco Martínez de la Vega, sobre los dos últimos el periodista recuerda “yo hablaba muy seguido con ellos y eran muy generosos conmigo”.
Renuente, accede a hablar sobre la redacción de El Heraldo: “Era un periodismo joven y diferente. De grandes fotos, por ejemplo: el 68; todo lo que El Heraldo no decía en sus reportajes –porque lo que se hizo fue concentrar, (nosotros éramos reporteros y aportábamos nuestra información y ahí se redactaba la información)-, y lo que no decían las crónicas lo decían las fotos, eran planas enteras con fotos que decían todo”.
Orgulloso de sus inicios, con un dejo de añoranza, explica “en la redacción o mas bien El Heraldo tenía una de las mejores secciones culturales que dirigía Luis Spota. Estaban todos los jóvenes novelistas que iban a ser grandes”.
A lo largo de sus 47 años en el periodismo, “me dieron la planta del heraldo el 3 de octubre de 1968”, aclara. Una sola columna, escrita el 3 de octubre de 2003 da cuenta de los hechos, ahí narra que siendo un joven, se quedó dormido sobre su máquina de escribir y ahí lo sorprendió don Gabriel Alarcón. El día que Joaquín escribió esa única columna donde  habla de que sí hubo un ataque de las fuerzas armadas en contra de estudiantes -35 años después-, ese día, dejó de existir El Heraldo de México.

4. “A Televisa me trae Jacobo Zabludowsky”, reconoce sin titubeos. En 1970, el joven Joaquín iba a cubrir la Asamblea Anual del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional en Copenhague. Jacobo lo ve en un sanborns y le informa que pronto comenzará un noticiero, “me mandas información, y yo le dije que sí. Lo consulté con Gabriel Alarcón y viendo que no tenía ningún problema hice simultáneamente mi carrera en El Heraldo y en 24 Horas”, narra el periodista.
De aquellos años, el Teacher aclara: “Jacobo Zabludowsky, inventó a los reporteros de televisión, antes del noticiero de Jacobo -que fue idea de Emilio Azcárraga Milmo y que luego la implementó Miguel Alemán, siendo el gran operador Jacobo-, los noticieros eran de los periódicos. El de canal 2 era de Excélsior y el del canal 4 de Novedades. Todavía en el 68 quién informó todo en televisión fue el noticiero Excélsior con Ignacio Martínez Carpinteiro”.
Discípulo de Zabludowsky, López Dóriga explica como aprendió el oficio: “A Jacobo le aprendí a trabajar todos los días, a trabajar incasablemente. Le aprendí que en el periodismo no hay inspiración sino hay transpiración. Es un ejercicio de trabajar incansablemente. Con Jacobo no había navidad y año nuevo, ni día de las madres. Todos los días trabajo, como hasta la fecha”.
Enfático, puntualiza: “Jacobo fue quien nos abrió la televisión a los reporteros, los noticieros eran de locutores que leían los textos que preparaban en los diarios, no había más. Jacobo nos abrió a los reporteros –todos de periódicos- el espacio de la televisión. No teníamos que tener buena voz ni presencia de galán. Éramos reporteros, no locutores que eran los grandes personajes de la radio. No puedes entender a la radio sin esos grandes locutores que luego pasaron a la televisión”.
Su mentor, Jacobo, recuerda  que el joven Joaquín tenía dos características fundamentales: estilo para redactar y tenacidad[6].
Se sonríe y narra una anécdota con su maestro: “Cuando muere Agustín Lara, yo le avise a Jacobo y nos fuimos juntos al hospital inglés donde llevaba semanas agonizando el compositor. Yo había hecho una nota porque Jacobo me dijo una noche ‘Vete al hospital inglés mañana, vete a las 4 am porque van a ingresar a Agustín Lara’. Estaba ahí desde las 4 am y de repente llega Agustín Lara acompañado de Malita Gómez Cepeda que era la secretaria de don Emilio Azcárraga Vidaurreta. Tardó semanas en morir, y cuando lo hace yo estaba en El Heraldo y le avise a Jacobo. Me dijo que nos veíamos en el hospital inglés e hicimos el recorrido del transporte del Hospital a Gayoso. Entonces ya para el lunes Jacobo me dice ‘pues échate la crónica’, y la hago. Salíamos de la oficina de Jacobo para el noticiero de las 11 pm y Jacobo me dice: ‘Vas a ver como mañana no va a faltar un cursi que empiece su nota diciendo: ya se apagó el farolito’. Me detuve al momento y le dije ahorita lo alcanzo. ‘¿A donde vas?’, me preguntó. A ver una cosa, respondí y corregí mi nota que empezaba: ayer se apago el farolito".
De 1970 a 1978 el joven López Dóriga se curtió. Llegó a ser jefe de información. A tener un noticiario de 15 minutos a las 12:15 de la noche y a cubrir las ausencias  de Jacobo. En 1977 comenzó a colaborar en Siempre! y en Novedades como columnista político. El periodista llevaba una carrera meteórica. Un viejo colega de la época, Raúl Sánchez Carrillo, lo recuerda como un excelente reportero, y también un galán noviero y un amante de la velocidad: “Fue un gran motociclista como yo; por los años de 1979 a 1981, más o menos nos íbamos a Acapulco, a Cuernavaca, él en su Honda 1300 y yo en una Kawasaki 900. Al Teacher, como le decían, y a la Muñeca, como me dicen, nos conocían como galanes por eso”[7].
Pero no todos sus colegas son generosos con el periodista, ni tienen tan gratos recuerdos con él, sus compañeros de la fuente del Departamento del Distrito Federal en aquellas épocas de Hank González, lo describen como alguien “muy prepotente”, “pesado, siempre con guaruras”, “se le abrían las puertas de todos lados debido a que era consentido”, “un periodista al que había que respetarlo y sus parrandas y atropellos eran bastante conocidos”. Otros aseguran haberlo visto apostando millones de pesos en la Feria de San Marcos y perderlos, “total, los pagaba Rodolfo Landeros” y algunos hacen hincapié en sus adicciones.
Para entonces sus compañeros de la fuente de Presidencia hablaban de la “cercanía” del periodista con el entonces presidente José López Portillo. En el libro Prensa vendida, de Rafael Rodríguez Castañeda se puede leer: “El 7 de junio de 1977, en la entrega de los Premios Nacionales de periodismo, el Presidente convocó a los galardonados a Los Pinos, acudieron a recibir el diploma, presea y un cheque de 50,000 pesos, entre otros Joaquín López Dóriga de Televisa, por entrevista, Carlos Monsiváis de Siempre! por crónica”[8].
En noviembre de 1978 es designado Director General de noticiarios y eventos especiales en Canal 13, la invitación se la hace el caricaturista Abel Quezada, efímero director del Canal por solo unas horas.

5. Canal 13 cambio su estatus jurídico en 1977 para ser rectorizado por la Secretaria de Gobernación, para este propósito, entre otros, fue creada la Dirección de Radio Televisión y Cinematografía (RTC) y se designó como su titular a Margarita López Portillo, hermana del presidente.
La rectoría de Margarita sobre Canal 13 fue caótica, se caracterizó por una inestabilidad política, administrativa y financiera. Innumerables cambios de director (19). Abel Quezada solo duro en su puesto unas horas el 1º de diciembre de 1976. Nulos mecanismos de control administrativo y de producción, dispendio y una alta nómina de empleados Free Lance, constituyeron parte de este panorama.
El académico Alejandro Olmos explica en el libro Apuntes para una historia de la Televisión mexicana: “A Margarita López Portillo se le responsabiliza de que gran parte de las decisiones que involucran al canal, se tomaran sin tener un conocimiento claro y profundo de la televisión. Eran decisiones verticales, arbitrarias, que inevitablemente terminaban por chocar con la realidad”[9].
“Los problemas se agudizaron luego de que en enero de 1978, la Secretaria de Hacienda finiquitó el fideicomiso para la operación del canal creado ex profeso al momento de ser adquirido por el Gobierno Federal a través de Somex”, explica Fernando Mejía Barquera[10].
Ello en la práctica permitió a la Secretaria de Gobernación y a Margarita López Portillo, nombrar directamente a los funcionarios del canal, de lo cual estaba imposibilitada hasta ese momento. En noviembre de 1978, se optó por reorganizar la dirección del canal, con la finalidad de que la información generada por el gobierno –en el contexto de la reforma política- se difundiera de la mejor manera posible entre la opinión pública. Se decidió contratar a uno de los periodistas con más trayectoria dentro de Televisa: López Dóriga. En 20 del diciembre de 1978 comenzó a transmitirse el noticiero Siete días.
El académico Alejandro Olmos narra: “la gestión de López Dóriga fue de claroscuros. Paralelamente al manejo, en ocasiones, bastante oficialista de la información, se desplegó una muy profesional cobertura de acontecimientos internacionales como la caída en 1979 de Anastasio Somoza en Nicaragua, lo que provocó que en determinadas coyunturas se incrementará su rating”[11].
El noticiario Día Siete que llegó a considerarse como una serie competencia de 24 Horas. Con frecuencia su noticiero ganaba las noticias de ocho columnas. Sus programas de comentarios alcanzaron cierta respetabilidad con la participación de algunos intelectuales y escritores como Carlos Fuentes, Ricardo Garibay, Jaime Sabines, Elena Poniatowska, Renato Leduc, Guillermo Jordan, Cristina Pacheco, Jorge Ibargüengoitia y Emilio Carballido. Día Siete peleaba las noticias a Zabludowsky “No pocas veces se habló de que ello era producto de su cercanía personal con  el entonces presidente José López Portillo”[12]. Amistad que nunca desmintió: “tengo tan pocos amigos que prefiero perder una nota que perder un amigo”[13].
El periodista Rafael Rodríguez Castañeda reseña: “En 1981, López Dóriga repitió y recibió de las manos de José López Portillo el premio nacional de periodismo en el género de noticia y por su programa Siete días que venía con su diploma, su presea y un cheque de 150,000 pesos. Director de noticias de Canal 13, López Dóriga aprovechaba su conocida relación amistosa con el presidente López Portillo para manejar en forma autónoma, a su capricho, el área a su cargo”[14].
La administración de López Dóriga terminaría, por vez primera en septiembre de 1981, en medio de una ola de ataques y denuncias de supuesto dispendio y prepotencia. El director de Comunicación Social de la presidencia, Luis Javier Solana, le informo de su cese, ordenado por “romper el orden institucional, al desobedecer órdenes precisas del Consejo de Administración y causar graves daños técnicos y económicos a la corporación”[15].
Ese principal acto de desacato tuvo que ver con su negativa a reinstalar –pese a que así lo había decidido Margarita López Portillo- al ex gerente de eventos deportivos, José Ramón Fernández, que en la víspera había sido sustituido por Jorge Berry.
            En una entrevista para la revista Líderes, el periodista recuerda: “El sábado 5 de septiembre de 1981 me corrieron de Canal 13 en condiciones muy lamentables, con acusaciones, con cercos de la entonces Federal de Seguridad por no participar en el proyecto político de sucesión que encabezaba Margarita López Portillo, ellos lo disfrazaron de muchos modos, pero finalmente ese fue el punto”[16]. López Dóriga se negó a favorecer en su espacio informativo al tapado Javier García Paniagua, como se lo pedía Margarita López Portillo.
Después de siete auditorias y un desestimiento de demanda por parte del socio principal de TV Azteca, Ricardo Salinas Pliego, el asunto fue olvidado.
Pero no todo fue fácil, un problema circulatorio en una pierna debido a la combinación de su alergia a la nicotina y su adicción al cigarrillo se agravó. Hacía siete meses había perdido dos dedos del pie izquierdo, y con esta crisis volvió a la silla de ruedas.
Otra versión sobre esos hechos la narra el periodista José Ramón Fernández: La época del gobierno de López Portillo fue de demasiado golpeteo con cambios de director todo el tiempo. Cuando fue director Pedro Ferríz padre (y también trabajaba aquí Ferríz hijo), quisieron correrme y me corrieron. Recibí un comunicado en el que me despedían. Tomé mis cosas y me salí del canal. Julio Scherer, entonces director de Proceso, me buscó y me hizo una entrevista fuerte. Luego de la publicación, me buscaron de RTC, alguien me dijo que la señora Margarita López Portillo no me conocía y no me había despedido, y que me regresara a trabajar a Canal 13. Me dijo que la señora Margarita no había firmado ese memorándum. Al mes regresé a Canal 13 y continué con mi trabajo en Deportes. En la entrevista explicó que López Dóriga y Ferríz chico habían hecho intrigas contra mí para meter a Jorge Berry. Que era su oportunidad para quedarse con todo. Al mes salió de Canal 13 el actual hombre omnipotente de las noticias, que acabo de ver en Acapulco en un yate precioso que decía Pemex”[17].

6. “No me gusta que me digan periodista, sino reportero, como todos los reporteros diariamente salgo a la calle y reporteo brutalmente”[18], le dijo López Dóriga a la periodista Elvira García. Y de periodismo le gusta hablar, un poco.
Para él no hay que elegir en cuanto si el periodismo es un oficio o una profesión: “Es un oficio en el que hay que ser muy profesional”, asegura y pronto ataja: “yo no tengo definición de lo que es el periodismo mexicano, cada quien ejerce el periodismo como quiere, no hay una regla”.
Enfático señala, dando golpes con su dedo índice sobre su escritorio “Yo ejerzo el periodismo y me voy a los hechos, por eso digo que a mi me han demandado pero jamás me han desmentido. La regla que aprendí es que una información la tienes que confirmar y confirmar y confirmar y una vez que la tienes confirmada, hay que confirmarla otra vez. Con el tema de las redes se ante pone la velocidad a la información; en lo que yo nunca voy a caer”.
Se acomoda en su silla, no esta a gusto, se vuelve acomodar, se le dan ejemplos de periodistas que ejercen el columnismo con poca seriedad. Se le pide su opinión sobre el exceso de opinión que sufre la prensa mexicana, diarios como Excélsior que llegan a tener ochenta columnas al día, y así andan varios grandes diarios, mas los de provincia. Se vuelve acomodar sobre su sillón y opina: “pues cada quien su vida y sus diarios y sus medios, sí, pienso que no sobra, mientras más opinión mejor, más pluralidad y la gente elige”. Se insiste sobre el género al que todo periodista aspira. La columna. El reportero inquiere: “La columna no es el genero sucio del periodismo. Puede ser y no puede ser depende de cómo se use. Yo escribo la columna y adiós, es como todo, cualquier instrumento. Un bisturí puede salvar una vida o matar una persona. No creo en esas generalizaciones, un genero sucio puede ser lo que sea, depende como lo uses”.
Y abunda: “La columna es un trabajo de todos los días, hay que reportear, esto es un trabajo de transpiración, no de inspiración. Hay que buscar la nota, corretearla, confirmarla y reconfirmarla. Aquí no es de decir, ‘hijoles, hoy no estoy inspirado’ y ya no hago columna, ah chinga, es de disciplina, de trabajo, de esfuerzo”.
No le gusta hablar de periodismo mexicano, no le gusta platicar sobre deontología, sobre las reglas. No se aventura a dar un concepto sobre lo que él considera que es periodismo, nada. “Hay tantas clases de periodismo como periodistas hay, como medios hay, pero además ante el abanico que hay la gente elige. Yo soy un trabajador del periodismo, de la información, soy un reportero. Yo hago un periodismo estrictamente informativo. Alguna vez alguien me decía: ‘no, es que nosotros tenemos que formar y crear opinión’. Y no. Yo no. No soy un formador, soy un informador. Mi tarea es informar. Ese cuento de los líderes de opinión que alguien se inventó, no jamás, yo nunca he conocido a un líder de opinión. Lo mío es informar, no crear criterios, menos opinión pública, no educar, solo informar, soy un reportero”.
Entonces se le pregunta por el método López Dóriga para enseñar a informar y solo informar, y si se ha perdido la escuela que existía en las redacciones, justo como él aprendió. “No se pierde la escuela en las redacciones. Yo lo hago todos los días. Yo no hago escuela, no soy tan arrogante. Lo que yo hago es tratar de que la nota quede lo mejor posible. Alguna vez alguien se molestó y yo le dije ‘mira, ni te molestes, sí, porqué sí a ti te molesta que yo te corrija, más me podría molestar a mi estarte corrigiendo la nota 4 veces’. A mi una vez Mario Santoscoy me hizo hacer una nota siete veces. Esto es un oficio”.
Periodista de silencios, periodista que no contesta, periodista que no quiere hablar de periodistas, baja la guardia y accede: ¿Usted cree que Julio Scherer es el periodista más importante de la segunda mitad del siglo XX en México?, se le pregunta. Un silencio largo, mira al que pregunta, sus ojos encendidos: “Sí, claro que sí, y antes de él fue José Pagés, son grandes personajes del periodismo sin los cuales, sin uno y el otro no se podría entender el periodismo de hoy”, responde. Otro silencio largo, abunda: “José Pagés en su tiempo y Julio Scherer en el suyo abrieron un periodismo que no existía. El de la Libertad de Expresión”.
Amigo de don Manuel Buendía, con su voz en el recuerdo y con silencios largos,  el reportero recuerda: “Claro que conocí a Manuel Buendía, muy bien. El día que lo matan, yo tenía mi oficina en la calle de Marsella, a 4 cuadras de la de Manuel en Insurgentes. Cuando yo llegué a Insurgentes todavía estaba el cadáver de Manuel en la banqueta. Nos habíamos visto días antes. Habíamos comido en El Rincón Gaucho de Wolf Rubinski. Lo vi a Manuel, ahí en el suelo y no me lo creía y son cosas que no te las puedes creer. No lo quise ver muerto. Escribí, por su puesto. Había salido de su oficina, iba al estacionamiento y lo mataron por la espalda. Manuel Buendía era lo que muchos queríamos ser, el gran periodista, el gran reportero el gran columnista, el gran personaje”.
Se acomodo bien en su sillón, recuerda a uno de sus maestros: “Escribí en Siempre! José Pagés Llergo era un hombre extraordinario, cuando hablan de El Quijote como su símbolo, yo creo que el quijote se quedaba corto. Con las historias y sobretodo con la generosidad. Don José se adelantó a su tiempo. Convirtió la revista Siempre! en una trinchera de los que no tenían trinchera. Una vez un colaborador le dijo: ‘Maestro, voy a hacer un periódico’. ‘¿Y por qué va a hacer un periódico?’, pregunta Pagés. ‘Es que ya compré una rotativa’ le responden. ‘¡Ah chinga!, entonces ¿si usted tuviera un cañón haría una guerra?”.
El reportero esta relajado. Se le pide otra estampa: “Trate poco a Granados Chapa, pero lo conocí por mi relación con Manuel Buendía. Él también es de esos grandes personajes del periodismo, sobre todo porque él nunca transigió con el poder, sale de Excélsior y sigue a Julio. Su historia”
Una estampa más: “Coincidí con Carlos Denegri en la cobertura del lanzamiento del Apolo 12. Yo estaba con mi máquina portátil y llegó Carlos Denegri con un reportero, un fotógrafo, con una secretaria, con un traductor y con un operador suyo de telex. Impresionante Carlos Denegri. No, no tuve mayor trato con él, solo lo vi esa vez. Nunca me saludo. Una vez le dije, ‘oiga le hablaron por teléfono y contesté’ y me dice ‘¿y usted por qué toma mis llamadas?’. ‘Pues llamaron a mi teléfono’, le respondí y se dio la vuelta y se fue. Fuera de eso no tengo una imagen de él. En mi niñez lo recuerdo en un programa que tenía en el canal 2 y terminaba siempre diciendo ‘Dios mediante’ fuera de eso, nada”.
La mayoría de los periodistas se sienten incómodos al hablar sobre Carlos Denegri, el periodistas que era talentoso con la letras, con olfato, que sabía dónde estaba la noticia, pero que al mismo tiempo era parrandero, drogadicto, mujeriego, golpeador, prepotente, no se media para usar su poder y usar a los hombres del poder a su antojo y capricho, los periodistas no se quieren ver reflejados en ese espejo, que de alguna forma, también es la prensa mexicana.

8. Las autoridades de Canal 13 volvieron a contratarlo en febrero de 1985 como director de noticias del Instituto Mexicano de Televisión, Imevision puesto en el que duro exactamente un año. Cuatro años antes, en 1981 funda y dirige la revista Respuesta y el programa radiofónico Respuestas. En 1987 regresa a El Heraldo como columnista.
Distintos colegas hablan de historias de López Dóriga en sus años como reportero de la fuente de presidencia. Historias reales y fantásticas. Todas coinciden en su cercanía con los Presidentes de México. El reportero responde sobre su amistad con don José López Portillo, pero pronto regresa a sus silencios y evasiones: “Yo conocí a José López Portillo cuando él era subsecretario de Patrimonio Nacional con el maestro Flores de la Peña -de quien yo si era muy amigo-, y era director de la Facultad de Economía. López Portillo era muy amigo de Echeverría y ahí lo empecé a tratar, y yo cubría la fuente financiera y era el más joven de todos los reporteros. Una vez Ortiz Mena fue secretario de Hacienda y yo a los 21 era reportero de El Heraldo y Ortiz Mena me dice ‘oiga joven ¿usted que hace en esta conferencia de prensa?’ Yo vengo de El Heraldo de México, le respondí”.
Un largo silencio. El reportero aclara: “Los presidentes no tienen amigos. Tienen un compromiso, un deber, una misión. Quien se considere amigo de un presidente esta equivocado. Como Scherer que se creyó amigo de Echeverría”, enfático aclara: “A ver, los presidentes no tienen amigos, o no deben tener amigos o dicho de otro modo o la suma de todo, nadie puede creer y sobretodo los periodistas que es amigo del presidente”.
En el libro, Los Presidentes, de Julio Scherer, el veterano periodista narra:

Las exclusivas de Miguel de la Madrid han sido para Enrique Loubet, Joaquín López Dóriga, Regino Díaz Redondo en dos ocasiones y Guillermo Ochoa y Ángel Trinidad Ferreira. No hay interrupción en esos coloquios, alguna discrepancia, algún momento de tensión, los diálogos son tersos, fluidos, agua que corre sobre un lecho de arena.
Consta en las entrevistas exclusivas que el licenciado De la Madrid  es equilibrado, sin titubeos, certero, hecho para el trabajo y el reposo en su momento, unidas las cualidades personales a las dotes de mando. Al presidente no se le pregunta acerca de la intima responsabilidad que compartió con el licenciado José López Portillo en el sexenio pasado, por ejemplo. Tampoco se le pregunta por José López Portillo, antagonista de su existencia[19].

En el sexenio de Carlos Salinas, López Dóriga cubría la fuente de presidencia. Sus colegas de la fuente narran: “Joaquín era sumamente talentoso para la crónica, era distante con nosotros, siempre había alguien entrajado cerca de él”, otro: “el ya tenía mucha experiencia en cubrir giras presidenciales, nos llevaba de calle a todos”, otro más: “en las giras fuera de México del presidente, ese periodista y Fidel Samaniego, eran los consentidos. El equipo de logística de presidencia le asignaba a una persona que le cuidara sus cosas y las llevara a la habitación del hotel”. Uno más: “Joaquín siempre tuvo un asiento aparte de los demás reporteros en el avión presidencial”. Y otro: “Les daban habitaciones de primera, incluso en el mismo hotel donde se hospedaba el presidente, y tenían una camioneta especial con chofer”. Uno final: “El presidente los llevaba en su mismo vehículo para platicarles detalles que le interesaba sacar. A cambio les facilitaba las entrevistas con los secretarios de Estado”.
En el libro La Herencia, del doctor Jorge Castañeda se lee también sobre esta cercanía:

Salinas tenía que felicitarse a sí mismo: Camacho había perdido su última oportunidad para saltarse las trancas. A partir de ese preciso instante, al iniciar Salinas su gira por el Pacífico, se dedica a la otra vertiente de la doble tarea en curso: Contentar a Colosio y acabar de izar la capucha. En una cena en Ciudad Obregón con don Luis Colosio, padre de Donaldo, en donde estuvieron José Carreño Carlón y Manlio Fabio Beltrones. “Salinas había recurrido a dos nuevos guiños: referirse a Sonora en su discurso como una tierra de triunfadores y aconsejarle a dos periodistas incluidos en la gira y especialmente allegados al mandatario, Fidel Samaniego y Joaquín López Dóriga, tratar bien a Colosio: “les conviene”[20].

Jorge Fernández Menéndez, escribe en la contraportada del libro Crónicas del poder, escrito por Joaquín López Dóriga: “ese periodismo fino y riguroso, pasional e irónico, culto y mordaz, de Joaquín López Dóriga, un maestro en contar historias, en lograr que el lector literalmente vea en sus crónicas lo que esta sucediendo, la historia que el periodista cuenta”. El libro son las crónicas que el reportero realizó durante el sexenio de Salinas de Gortari. En la presentación del mismo el periodista escribe: “seguir a todas partes a un Presidente de México como Carlos Salinas con su personal estilo de gobernar y de hacer las cosas. De él, lo que más he admirado es su capacidad de sobreponerse, de ajustar la historia a su tiempo y de resurgir todas y cada una de las veces que le quisieron sepultar. En lo personal, aún no puedo comprender esa fuerza para separar, desde las profundidades del dolor, los deberes de un hombre de Estado, de su duelo, de sus duelos… Es un hombre que me asombra todos los días”.
Se le pregunta sobre el estilo de don Julio de reportear, de descubrir y descubrirse en sus libros. Silencio. Se acomoda en su sillón y habla: “Julio Scherer es un gran personaje. Yo creo que lo que Scherer retrata en sus libros es una cosa: el trato personal que pudiera tener con los políticos y otra es la información que poseía”, y regresa al tema: “Los periodistas no somos amigos de poderosos. Los amigos del poder, ellos no te consideran sus amigos. Yo he tratado a todos los presidentes de México. Yo saludaría a Carlos Salinas si es que él me saluda. En alguna ocasión en una boda nos saludamos”.

9. “Nunca hay que perder la capacidad de asombro, de indignación, y a veces, hasta de enojo”, recomienda el reportero. Explica sobre su sobreexposición: “Yo estoy sujeto a escrutinio publico todos los días, todas las noches, todas las mañanas, a quien me quiera leer, todo el día al que me quiera escuchar en la radio y todas las noches a quien me quiera ver en la televisión. No es que uno quiera o no, uno esta y punto. Además a un escrutinio implacable”.
Estuvo en Mvs radio con un programa de entrevistas. De ahí se fue a la estación Radio Fórmula, propiedad del empresario Rogerio Azcárraga, a hacer un noticiario radial todos los días. En diciembre de 1997, a invitación de Bernardo Gómez y Emilio Azcárraga Jean, regresa a Televisa, Félix Cortes Camarillo, le llevó la invitación, que consistía en hacer un programa periodístico semanal de entrevistas y reportajes que llevó el nombre Chapultepec 18, “no hubo condiciones de regreso, tuve una conversación breve pero muy clara con Bernardo Gómez. Prácticamente creo que solo nos vimos a los ojos y estuvimos de acuerdo” luego vino una platica con Emilio “nuestro pacto es de un apretón de manos y nuestro contrato es de mirarnos a los ojos. No hay ningún papel”[21]. Nuevamente, su ascenso fue meteórico. Al año era conductor del espacio de noticias matutino Primero Noticias y en poco tiempo, relevó en la conducción al periodista Guillermo Ortega, quien era el que daba las noticias en el noticiario estelar de la empresa. El reportero rememora: “el único que no quería ir al noticiero de la noche era yo. Yo era feliz por la mañana”.
De aquellos años el periodista explica la ruptura en Televisa: “La transición en Televisa a la llegada de Azcárraga Jean fue como una familia que se separa. Esto era una familia y se separa. Yo estoy aquí y todos los que trabajamos aquí estamos más tiempo aquí, que con nuestras familias. Me sentí muy triste cuando se fue Jacobo, yo lo repito, no hubiera sido reportero de televisión sin la generosidad de Jacobo, él fue quien me invitó en esa primera etapa, ya en la segunda etapa me invito Emilio Azcárraga Jean y Bernardo Gómez 20 años después”.
Para el periodista: “Televisa ha tenido la virtud e inteligencia de transformarse como se ha transformado el país, me refiero en esta etapa. Es un país diferente, es una Televisa diferente”. Durante 15 años, Joaquín López Dóriga, todas las noches ha dado las noticias.  Se le pide un par de estampas, una descripción sobre dos personajes tan disímbolos e iguales: Deme una estampa de Emilio Azcárraga Milmo, una estampa que le mueva los sentimientos, los afectos, se le pide. Silencios. Mira de nuevo al que pregunta. Piensa mucho, responde: “Te la debo. Te la debo que me mueva los sentimientos. Para buscarla”. Deme una estampa de Emilio Azcárraga Jean: “Más que estampa es una conducta de respeto y afecto mutuo”.
Todos los días se levanta a las 6 am y termina pasada la media noche. “Ni modo que escriba libros de 2 a 5  de la mañana” responde cuando se le dice que nos debe muchos libros. Se le pregunta sobre el conflicto de ser poderoso y tener mucho dinero y el ser un “simple reportero”. El periodista explica: “En el periodismo te haces millonario pero yo tanto en la radio como en Televisa tengo condiciones excepcionales de trabajo”. Dice el periodista, quien vive en la zona exclusiva de las Torres de Polanco, en Rubén Darío,  donde los departamentos cuestan desde 1,500,000 dólares.
La entrevista esta por concluir. El periodista reflexiona sobre sí mismo: “Yo quiero ser un periodista hasta el ultimo día de mi vida, no aspiro a ser un gran periodista, no trabajo para obtener un premio o reconocimientos. Mi mayor reconocimiento es trabajar todos los días. No soy periodista poderoso, no los hay, la poderosa es la información. A mi me niegan llamadas”, aclara, por si al que entrevista no le ha quedado claro, repite: “yo no soy un periodista poderoso”.
Un silencio largo, el reportero piensa y concluye: “trabajo desde la mañana hasta la noche, cuando me despierto lo primero que hago es pensar en que voy a escribir en la columna, mi mujer se enoja conmigo porque yo digo que me despierto pensando en periodismo, y me voy a dormir pensando en periodismo y cuando sueño, sueño en periodismo”, un silencio más. “Mi familia es la principal damnificada, me dicen, oye, que sacrificio el que haces y trabajar todo el día y yo contesto, ‘para mi no es ningún sacrificio’. Sacrificio es para mi familia, es la principal damnificada y además es también un acto de egoísmo de uno hacia ellos. Para mi lo más importante es mi familia y mira que paradoja, no le dedico tiempo a mi familia”.




[1] Entrevista con la Revista Líderes Mexicanos. Tomo 73.
[2] Entrevista con la Revista Contralínea. Texto de Verónica Díaz
[3] La otra guerra secreta. Jacinto Rodríguez Munguía. Pag. 109, 110 y 111.
[4] A 44 años de los hechos, queda la memoria. Miguel Reyes Razo, 03 octubre de 2012
[5] Entrevista Revista Líderes Mexicanos. Tomo 73
[6] Entrevista con la Revista Contralínea. Texto de Verónica Díaz
[7] Entrevista con la Revista Contralínea. Texto de Verónica Díaz
[8] Prensa Vendida. Rafael Rodríguez Castañeda.
[9] Apuntes para una historia de la Televisión Mexicana. Del Canal 13 a Tv Azteca. Alejandro Olmos.
[10] La Industria de la Radio y la Televisión y la política de Estado mexicano 1920-1994. Fernando Mejía Barquera.
[11] Apuntes para una historia de la Televisión Mexicana. Del Canal 13 a Tv Azteca. Alejandro Olmos.
[12] La Industria de la Radio y la Televisión y la política de Estado mexicano 1920-1994. Fernando Mejía Barquera.
[13] Detrás de la máquina me siento Superman. Entrevista con Guadalupe Reyes y Katia D’ Artigues
[14] Prensa Vendida. Rafael Rodríguez Castañeda.
[15] La Jornada semanal. Num. 74. Columna Medios. Raúl Trejo Delarbre.
[16] Entrevista con la Revista Líderes Mexicanos. Tomo 73.
[17] Entrevista de José Antonio Fernández a José Ramón Fernández. Canal 100.
[18] Ahora dicen de él cosas teribles, yo los vi tirárseles a los pies  y llenarle la frente de incienso. Crónica, 20 de agosto de 1996. Elvira García.
[19] Los Presidentes, Julio Scherer García. Grijalbo.
[20] La Herencia, Jorge G. Castañeda. Alfaguara.
[21] Entrevista con la Revista Líderes Mexicanos. Tomo 73.