René Avilés, su tiempo y su obra
Por
Abraham Gorostieta
Leer sobre la
obra del escritor René Avilés provoca caer en lugares comunes tan repetidos por
sus colegas y detractores. Es una tentación latente. Hablar sobre René Avilés Fabila genera posiciones contrarias: se le
elogia o se le descalifica. Se le ama o se le odia. Es interesante esta
reacción. Avilés Fabila no es el equipo de fútbol América pero causa el mismo
efecto: divide opiniones. ¿A que se debe? ¿A su humor y escritura ácida,
satírica, mordaz? ¿A la obsesión de desnudar (y desnudarse) de forma virulenta
a una clase intelectual que domina la cultura mexicana? ¿Se juzga al escritor y
su obra o sus posturas ideológicas y personalidad?
La obra literaria y periodística de René, su
personalidad y sus aportaciones culturales no han sido valorados con justeza.
En un principio, con su primera novela fue tratado con las vísceras, con el
tiempo, con la indiferencia hacia su persona y por lo tanto a su obra. El
escritor dedicó sus talentos ya no a criticar sino a defenderse y ha sido un
largo caminar por ese trayecto. Su obra es impresionante, cerca de cuarenta
libros en donde ha transitado por distintos géneros: cuento, novela, ensayo,
biografía, crónica. Se ha definido más como cuentista que autor de largas
extensiones.
Ver la obra de René del lado de los “ofendidos” no
es hacerle justicia. Leer la obra de Avilés desde el lado de “víctima” es
subestimar su esfuerzo. Es no entender al escritor y su contexto. Avilés Fabila
nace en los tiempos del PRI, en 1940 y en 2013 gobierna el PRI. Una palabra lo
podría definir: Irreverente. Su obra es una oposición al establishment o cómo
es dado a decirlo: contracultura.
Escritor, periodista, académico y promotor
cultural, en ese orden. Buscando opiniones sobre su obra uno encuentra y
constata esta división de opiniones:
Desde
que nació para las letras, René Avilés Fabila ha sido ave de tempestades y
autor de muy sinceras aun cuando a veces inoportunas confesiones. Paco Ignacio
Taibo I, escritor y periodista.
Su
trayectoria profesional y su bibliografía constituyen un caleidoscopio de
múltiples caras y colores cambiantes, siempre sorprendentes, novedosos,
irrepetibles. Ethel Krauze, escritora.
René
Avilés Fabila nos ofrece la presencia de su singular talento observando,
reflexionando, enjuiciando y criticando a un México y a un mundo llenos de
contradicciones, arbitrariedades y desarticulaciones, pero que, al fin de
cuentas, valen, bien lo valen, ser vividos con la intensidad del autor. Eugenio
Aguirre, escritor.
Las
primeras obras de René tienen una fuerza, una idea. Con el tiempo, él fue abandonando
su camino, se alejo de la escritura y se acerco al periodismo político, creó
una Fundación y descuido su escritura: Alberto Chimal, escritor.
Hace
tiempo leía sus
autoelogios en El Búho, cuando él lo
dirigía, y que me parecían un ejemplo de lo que un escritor no debería hacer
jamás. Yo tenía por entonces menos de 20 años y la verdad me provocaba un morbo
inmenso y un gran horror ver cómo se dedicaba números enteros a su propia obra.
Tras eso, por cierto, no me quedaban muchas ganas de leerlo: Felipe Soto
Viterbo.
René Avilés Fabila, escritor absoluto… posee 50 años de escribir
novelas, cuentos, crónicas, de dirigir planas culturales, revistas, etc. Le
hemos hecho homenajes sin fin por el planeta, de bailidos y cantidos, de
recitaciones y florecimiento de flores, de íntimas comidas prodigiosas y de
páginas tantas, casi como las de su magín, escritas alrededor de su elegante
persona vestida de gris y azul marino y saliendo avante de enemigos horrorosos
y gratuitos como los tenemos casi todos, y los cuales a mí por lo menos me
desangran en el suelo arteros y embozados: María Luisa Mendoza.
Viendo la obra de René, de una
forma más global se puede concluir que su propia obra lo rebasa, su quehacer
literario ha acumulado suficientes
méritos no sólo para revalidar el reconocimiento y apreciación a su obra sino el
propio Estado esta obligado a tomarlo en consideración para los próximos Premios Nacionales de
Ciencias y Artes. Sus cincuenta años como escritor merecen la revalorización de
su obra.
Primeros
recuerdos
La Fundación
René Avilés Fabila se encuentra en la calle de Yácatas, en la colonia Narvarte,
una casa amplia, como suelen ser las casas de este barrio, cuenta el propio
René que “ésta casa era de un matrimonio ya grande que se disolvió, la vendían
y nosotros –Rosario y yo- la compramos y la ampliamos, hicimos la biblioteca
(cerca de 30 mil libros), la oficina, lugares para talleres y seminarios”, y el
escritor es generoso, muestra su recinto y claramente hay pasión en su voz al
hacerlo. La cita fue aquí. Nos recibe con un fuerte apretón de manos y una
amable sonrisa. Viste casual, parece que demasiado, nada formal. Es un hombre
alto pero al verlo así, cruzó por mi mente la imagen del cantante de la década
de los sesenta, César Costa, ya saben, pantalón de vestir claro, zapatos cafés
estilo mocasines, camisa de marca pero en tonos pastel y un suéter pegadito al
cuerpo color azul celeste.
En
lobby de la Fundación sucede esta entrevista. Entrecierra los ojos, recordando
su infancia:
La
recuerdo como algo muy amable, algo divertido. No tuve conciencia de que era
–lo que ahora llaman- una familia disfuncional. Vivía con mis abuelos maternos
y simultáneamente con un montón de tías. Era el único hijo, el único nieto, el
único varón. Entonces la pase espléndidamente. Fui un niño sobre protegido,
mimado, consentido. Con el recuerdo de que mi padre era un escritor y mi madre
tenía una buena biblioteca que fue donde empecé a leer yo. Una infancia normal.
No había televisión. El gran entretenimiento era jugar y leer y ambas cosas las
hacia y las disfrutaba.
René Avilés Fabila
nace en la Ciudad de México en plena Segunda Guerra Mundial, un baby boomers.
Hijo y nieto de maestros normalistas, él mismo maestro. Su padre y su madre
estudiaron en la Escuela Nacional de Maestros, la Normal: “donde estudiaron mis
padres y en la que eran profesores varios de los legendarios estridentistas
como Arqueles Vela y Germán List
Arzubide” (1). Fue en esa misma Institución dónde sus padres se conocieron, así
lo recuerda el propio escritor: “Imagino que se conocieron en la Normal, pues
los dos eran maestros de primaria. Se casaron y bueno, fue un matrimonio
efímero”.
La
relación con su padre, el escritor René Avilés Rojas, fue de cierta manera,
algo distante, según el propio escritor, fue él “quien de alguna forma, pues al
estar inmerso en ese universo de escritores, era muy amigo de Martin Luis
Guzmán, José Revueltas, Juan de la Cabada, Jaime Torres Bodet, Rafael F. Muñoz,
mi padre fue quien me puso en contacto con éstas figuras y así me fui
encontrando yo como escritor”, recuerda el propio René y mira para sus adentros
y cuenta:
No
supe como murió mi padre. Me lo avisaron tardíamente y sí me lo hubieran
avisado a tiempo igual y no hubiese ido, no tenía sentido, no éramos amigos y
no teníamos ninguna relación. Sin embargo con el tiempo vengo apreciando más su
presencia en mí y, aunque vivimos poco tiempo juntos, el hecho de que fuera
escritor y estuviera entre libros significo mucho para mí. Mi padre fue un
escritor más o menos conocido, porque no pasaba desapercibido, era muy amigo de
Revueltas, de los Estridentistas, de Rafael Solana, de Torres Bodet, es decir,
formaba parte de los escritores significativos del país. Él me presenta a
Rafael F. Muñoz, a Jaime Torres Bodet, a Martín Luis Guzmán. A todos sus amigos
pues mi padre trabajaba en la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito.
Entonces esos encuentros que tuve con él fueron muy ricos, no era simplemente
de ir a tomar un helado o juguetear en un jardín público, sino que lo
acompañara a asuntos literarios.
La infancia de
René Avilés transcurrió en pleno alemanismo, en “el milagro mexicano”, el
escritor cuenta que “cuando comencé la enseñanza media, en 1950 ó 1951, me
inscribieron en la escuela secundaria número 1, en la calle de Regina, a media
calle de Pino Suárez, donde tomaba el camión de la línea General Anaya de
regreso a mi casa en la colonia Ixtaccíhuatl” (2). Allí comienza uno de los
amores de René: el Centro Histórico de la Ciudad de México. Atrás de la enorme
plaza del zócalo capitalino, en las calles de Argentina y Guatemala, a un lado
de la librería de los hermanos Porrúa, “estaba el edificio donde mi abuelo
paterno, don Gildardo F. Avilés, tenía un despacho en el tercer piso,
atiborrado de libros, papeles y recuerdos de luchas magisteriales. Desde ese
punto de arranque, aún antes de ser alumno de secundaria, cuando Pino Suárez
era aún avenida estrecha, como la trazaron los conquistadores, vi la parte
cultural y educativa, la zona literaria por excelencia en aquellos años”.
Su
madre, doña Clemencia Fabila Hernández, fue una maestra normalista que se hizo
cargo de todo. Los escritores, por lo general, conservan buenos recuerdos sobre
sus madres, por ejemplo, esta Gorki. René se queda pensando en esta frase, mira
hacia la izquierda y comenta: “Eso me llama mucho la atención, en cambio, como
Kafka, tienen problemas con el padre. Publiqué el libro Sobre mi madre, a un año de su muerte, en el reconstruyó su vida”.
De
niño, acompañaba a su madre al edificio de la Secretaría de Educación Pública.
“Para mi fue un edificio fantástico, desde muy niño, acompañando a mi madre,
una y otra vez recorrí sus pasillos mirando los frescos de Diego Rivera. Esos
patios me permitieron conocer personalmente a don Jaime Torres Bodet, a Agustín
Yáñez, a Rafael F. Muñoz y afianzar la relación con Rafael Solana y José
Revueltas, quien me publicara un libro inicial, una pequeña biografía del
humanista y científico, músico y filántropo, premio Nóbel de la Paz en 1952
Albert Schweitzer, para tal institución” (3).
Nuevamente
el escritor mira para sus adentros:
Mi
madre era severa. De carácter fuerte. Tuvo que hacer el papel de padre y madre.
No era fácil darle gusto. Era muy complicado. Yo tendía mucho a la holganza, a
la calle, a golpearme con otros niños, a jugar futbol americano. Tenía una gran
fascinación por la calle.
Juventud,
divino tesoro.
René tiene más
recordanzas sobre ese edificio o de la parte contigua al edificio principal de
la SEP, en lo que fue la Garita de Santo Domingo, donde en el primer piso,
estuvieron las oficinas donde sesionó la primera comisión del Libro de Texto
Gratuito creada (en el periodo presidencial de Adolfo López Mateos), bajo la
dirección de Martín Luis Guzmán, por René Avilés Rojas, Daniel Moreno y Adelina
Zendejas. Ellos establecieron los lineamientos de la gran obra y produjeron los
primeros volúmenes que han sido fundamentales en el desarrollo educativo del
país.
Recuerda
el propio René:
A
eso de las dos de la tarde, aguardaba a mi padre para tomar una copa en alguna
de las cantinas de la zona y me hablara de cómo iban los nuevos libros que
harían, en efecto, gratuita la educación mexicana, tal como lo previera el
artículo tercero constitucional… En esos años, yo no era tan pequeño: tendría
alrededor de dieciocho años. En cambio, mi único recuerdo sobre José Vasconcelos,
es borroso. Fui, muy niño, acompañando a mi papá, a visitarlo a una ruinosa
oficina en la biblioteca de la Ciudadela. Yo hubiera preferido quedarme afuera,
a jugar entre los cañones que rodeaban la efigie de Morelos y me llamaban la
atención. No recuerdo la conversación entre el enorme escritor y mi padre. Su
figura se me antojaba descuidaba, avejentada, la de un hombre que fuera un
gigante y que estaba en total decadencia, destruido por el Estado y así lo
imaginé cuando leí el texto que luego seleccionó Gastón García Cantú en su
antología El pensamiento de la reacción mexicana, 1965: ‘La B-H’, tomado
de su libro En el ocaso de mi vida, y que en nada refleja al intenso y
poderoso narrador y pensador que fue”. Y relata también: “Acompañando a mi
padre, saludé a don Jaime Torres Bodet en los patios de El Colegio Nacional,
cuando el poeta dictaba una conferencia sobre Balzac. Lo saludé emocionado y él
me preguntó qué estudiaría. Sin pensarlo, repuse diplomacia. Curiosamente
estudié Relaciones Internacionales, hecho que he ocultado no sé por qué” (4).
Sus años como
estudiante estuvieron mezclados entre el rigor estricto de su madre y el
“desmadre” que él quería ser. Sus años en la secundaria pasaron por una escuela
fundamental: los cines, que comenzaban sus proyecciones desde las once de la
mañana y en donde se podían ver caricaturas –la mayoría de Walt Disney y Walter
Lantz-, pero la sala Savoy era su favorita: “Era un lugar fantástico para los romances
con jovencitas que igualmente se habían ido de pinta”. En esa pantalla pudo ver
a Gene Kelly y a Fred Astaire, a Ginger Rogers, Clark
Gable, Robert Taylor, Alan Lad, William Holden, Judy Garland, a la bellísima Marilyn
Monroe, Kim Novak, Cary Grant, Debora Kerr, Victor Mature, John
Wayne, a la cautivante Elizabeth Taylor, Mel Ferrer, a King- Kong montado en el
Empire State derribando los aviones, a Stewart Granger, Eleanor Parker, Kirk
Douglas, Marlon Brando, James Dean, y a cualquiera que pueda ser citado de la
memorable cinematografía de Hollywood.
Así
transcurrió su juventud: Disciplina en el estudio, desmadre, cine, libros y el
Centro Histórico.
Y
es que era toda una época: la música de Bob Dylan, los Beatles y los Rolling
Stones, “era el momento de hacer de lado a Elvis Presley y a otros roqueros
iniciales. Comenzaba lo que muchos han llamado la década prodigiosa, famosa no
sólo por su rock combativo, no comercial, sino por las grandes protestas
sociales de los jóvenes a escala mundial y yo comenzaría a asistir a la
entonces Escuela de Ciencias Políticas y Sociales”, cuenta el propio René. En
su hermoso ensayo sobre la ciudad de México, él mismo escribe que:
Cuando
yo estudiaba en ese plantel, el director general de Preparatorias era Raúl Pous
Ortiz. Durante la invasión a Cuba, en Bahía de Cochinos, salimos a las calles a
protestar, la represión fue inmediata: el gobierno jugaba dos cartas: de un
lado decía apoyar a la naciente Revolución Cubana, siguiendo los principios
mexicanos de no intervención y autodeterminación de los pueblos, mientras que
por el otro, reprimía a quienes mostrábamos abierta y decididamente solidaridad
por aquel movimiento encabezado por Fidel Castro y Ernesto Guevara. Pous Ortiz,
cuando cerré la Prepa 7 como protesta, ordenó mi expulsión por una semana y,
como si eso fuera poco, llamó a mi mamá y delante de ella me regañó: No son los
métodos para defender una causa, dijo en voz alta. Enseguida recordó sus
batallas juveniles y añadió: Yo estuve en las jornadas vasconcelistas del 29,
estoy citado por Roberto Blanco Moheno. Mi madre sonrió con benevolencia: nunca
le gustó tal periodista.
Pronto se
convirtió en un político estudiantil y se afilió a la Juventud Comunista. Junto
con José Agustín se convirtió en un escritor, y de alguna forma, el llamado
movimiento calificado como La Onda por la crítica Margo Glantz, nace en esas
aulas de escuela preparatoriana con una vida cultural intensa. Cuenta el propio
René: “Ahí conocí a Carlos Monsiváis, con quien los miembros de mi generación
jamás logramos entendernos, ahí también, tuvimos destacados profesores como
Uberto Zanolli, Alberto Híjar, Arturo Sotomayor, José Castillo Farrera (quien
evolucionó de una postura neokantiana al marxismo) y Salvador Azuela, hermano
de Arturo. Las lecturas eran fantásticas y revolucionarias, nos conmovían,
destaco una: Lolita de Vladimir Nabokov, publicada en 1955 y traducida
por la Sur, Buenos Aires, en 1959, circuló, por último, entre nosotros en 1960.
En el patio principal, mi maestro de Lógica, Eduardo Perera, mencionó dos
autores que serían para mí fundamentales: Franz Kafka y Jorge Luis Borges, y
otro, Ramón Vargas, que daba Estética, me enseñó a escuchar la música y a
separar la vida privada del autor de la obra. Sensible y preocupado por sus alumnos,
José Castillo Farrera, solicitó que escribiéramos cada uno un trabajo sobre
ética. Yo seleccioné ética y literatura y puse como ejemplo la novela de D. H.
Lawrence El amante de lady Chatterly. Mi asombro fue mayúsculo cuando el
profesor lo seleccionó para ser publicado en una revista, mejor dicho un
boletín bibliográfico, de la Librería Herrero hermanos que estaba en la calle 5
de Mayo”.
Justamente
en esa misma calle y Filomeno Mata, se encontraba el Café París, que era muy
visitado por escritores en ese tiempo, René recuerda: “no olvidaré que lo
frecuentaba Carlos Pellicer. Alguna vez saludé a mi tío abuelo, el antropólogo
y escritor Alfonso Fabila, autor de enormes estudios sobre los pueblos
indígenas, llamado el ‘Apóstol del Indio’ por el crítico de arte Antonio
Rodríguez, cuando conversaba con un hombre ya viejo, de aspecto gentil: Es don
Manuel Gamio, me dijo mi tío al presentármelo alrededor de 1958” (5).
Durante
su época estudiantil, ya en Ciencias Sociales y dando sus primeros pasos como
escritor, René comienza esta historia que ahora festeja a través de un gran
homenaje que le otorga la Universidad Autónoma Metropolitana por sus cincuenta
años como escritor. También en esa misma época, el escritor René Avilés Fabila comenzó
otro de sus grandes amores: su esposa: “allí conocí a una hermosa e inteligente
jovencita, Rosario Casco Montoya, de quien me hice novio y más adelante esposo”.
Al
hombre lo determinan los medios en los que se rodea
¿Por
qué se afilia al Partido Comunista Mexicano (PCM)?
Desde niño me
sentía vinculado, me identificaba con el comunismo. Mi padre estaba
profundamente identificado con el comunismo pero era de esa generación
confundida que era marxista-leninista-estalinista. Mi padre no había visto la
clase de monstruo que era José Stalin y sabes, pienso que Vladimir Lenin no
dejo que lo viéramos en plenitud, muere muy pronto. En fin, afiliarme al PCM
era algo que fue heredado. También mi tío, que era antropólogo, Alfonso Fabila,
era militante del PCM. Recuerdo que en 1959 él muere y llegan a la casa los
compañeros y camaradas y ponen la bandera roja con la hoz y el martillo; para
mi era muy impresionante. También cuando oímos La Segunda Declaración de La
Habana con la Internacional cantada por todo el pueblo cubano, y pues era mi
época y mi contexto, entonces me metí a un partido que era el Partido Obrero y
Campesino y de ahí salte a la Juventud Comunista y pues como tenía 22 años pues
fue relativamente fácil mi paso al Partido Comunista Mexicano.
¿Fue
compañero de Jorge Castañeda?
Claro, pero él
no es de mi generación, soy compañero de Castañeda pero después, pues soy mayor
que él.
¿De
Roger Bartra?
Claro, mis
últimas tareas políticas intelectuales que me dieron en el PCM fue codirigir, Historia y Sociedad, con Enrique Semo,
Roger Bartra, Sergio de la Peña y Raquel Tibol. Este mismo grupo, sin Raquel –ella
no fue-, estuvimos en la Unión Soviética por dos meses. Y bueno después me
negué a cambiar pues dijeron que seríamos el PSUM y luego el PRD y yo dije: No,
ahí nos vemos.
¿Sigue
pensando que Lenin torció el pensamiento de Marx?
Pienso que sí,
para bien eh, no para mal, el Marxismo era inaplicable, Marx había estudiado
modelos ideales: Alemania, Francia, Inglaterra, había observado a Estados
Unidos, esos eran sus estudios, pero de pronto Lenin se ve en un país
semifeudal como lo era Rusia y entonces como que aprieta la tuerca y bueno,
muerto Lenin y desaparecido Trotsky, Stalin hace lo que se le vino en gana.
Oiga,
¿Conoció usted a José Revueltas?
Sí, muy bien,
muy bien. Él era muy amigo de mi papá, lo conocí desde muy niño. Lo mantuve
como amigo toda la vida. A él le molesto la novela de Los Juegos, pues él sabía que uno de los personajes era mi papá, y
me lo reclamo. Y algún día me llegó a contar que el había escrito una crítica
sobre la novela. Él criticándome mi actitud de mal hijo, muy literariamente
hablando. Por fortuna yo le pregunte a su hija y al marido de ella, Andrea
Revueltas y Philippe Cheron. Ellos me dijeron que no, que ellos no vieron ese
texto, que no tuvieron acceso a ese documento, y que sí lo escribió José,
enseguida fue destruido. Fui muy cercano a Revueltas. Prácticamente yo ayude a
hacer su Antología. Le decía: escógete este cuento Pepe… Y este cuento esta
padrísimo. Y así fuimos metiendo los textos, haciendo la Antología, luego
faltaba el prólogo y buscamos entre sus papeles y encontramos algo bien escrito.
Pepe estaba muy enfermo. Lleve el libro terminado al Fondo de Cultura Económica
y me dieron 10 mil pesos, lo recuerdo perfectamente, le lleve el cheque a Pepe
y él encontró un pretexto más para beber y dijo a Ema, su última pareja: Mira
lo que nos trajo René, ¿por qué no abres unas botellas de vino blanco que no me
hacen daño? y bebimos, yo ron, porque no bebía vino blanco y luego bueno, llegó
su muerte y a mi me afecto mucho, tanto que me descubrí en una foto que no
conocía donde vamos cargando el ataúd de Pepe para entrar al panteón francés y
yo iba cargando mi parte del ataúd. Me dolió mucho su muerte.
Oiga,
don Víctor Flores Olea y don Enrique González Pedrero fueron sus maestros de
marxismo y terminaron siendo priístas y luego perredistas…
Y ahora quien
sabe que son, lopezobradoristas. Fíjate que sí influyeron en mí, el primer año
de la carrera –no eran trimestres o semestres, era por años- Flores Olea me
daba una clase que era Introducción al estudio de Derecho, y nunca vimos nada
de eso, sino a Engels, Marx, sus libros, todos. Esa era la clase con él.
Recuerdo que era tan mamón en clase que decía (Y en este punto René Avilés
Fabila, hace una mueca que le revuelve y tuerce el rostro y hace una voz
gangosa): “perdonen que lea con esta lentitud pero evidentemente estoy
traduciendo del alemán”, Víctor leía a Marx y Engels y traducía para la clase,
y luego el que me era más cercano porque no era tan intelectual como Flores
Olea, imagínate, siempre elegante, propio, la antítesis de lo que yo soy, era
Enrique González Pedrero. El fue mi maestro de Teoría del Estado e Ideas
Políticas, me impresionaba mucho y bueno hacia críticas al sistema capitalista
en verdad demoledoras. Salgo egresado de Ciencias Políticas y me voy a estudiar
a París, a mi regreso de Francia en 1973, González Pedrero ya era miembro del
PRI, senador para ser preciso.
Usted
ha sido maestro de 40 generaciones de periodistas en la UAM-Xochimilco…
Pues es
desconcertante. Muchachos y muchachas –algunos nada jóvenes- que me dicen “Maestro”,
y me saludan, me tratan con mucho respeto. En Facebook es innumerable la
cantidad de saludos de cuates y cuatas que me recuerdan que fueron alumnos míos.
Los últimos y los cercanos sí los recuerdo. Es bonito, porque te recuerdan con
agrado y gratitud. Seguro habrá a quienes les parecía antipático, sobre todo
por mi alarde rojo (comunista), mis compañeros camaradas me decían, oye, te
declaraste comunista en Excélsior, -lo
cual en esa época era o ridículo o demencial- y de pronto se acaba eso,
imagínate como me sentí.
Cuando
nos dicen que nos vamos a disolver y que nos vamos a juntar con un montón de
camaradas que nos van a enriquecer y luego vi la lista y dije, ¿éstos nos van a
enriquecer?, ¡No inventen!, sí los conozco a todos. Entonces deje de militar,
trabaje un poquito con Enrique Semo cuando fue secretario de cultura del Peje,
me invito a ser parte del consejo cultural y era uno de los 16 “notables”, y
fueron tres juntas y no dio para más, fue imposible, pedimos una reunión con
López Obrador y él dijo que no quería tener reuniones. Se disolvió el Comité y
yo vi que mi cercanía con viejos camaradas ya no tenía más sentido, ya no eran
lo que fueron cuando nos conocimos y trabajamos juntos.
Como
comunista fui a Europa, a España, Francia, Italia, Alemania, a muchos lados,
fui dos veces a la tumba de Lenin con el mismo espíritu y gozo –imagino- como
los católicos van al Vaticano. Cosa que no me pasó ya con Mao Tse Tung.
Y
escribió Trotsky no ha muerto…
Ja, ja, ja, ja. En
una larga borrachera en Moscú, llegamos al lugar donde estábamos alojados que
era la escuela de cuadros del Partido Comunista Soviético y había de todas las
nacionalidades y eso era algo descomunal, y ahí estábamos todos, los árabes,
los alemanes, los franceses, los mexicanos... Y bueno no sé que pensé que
llegue a poner: ¡Trotsky no ha muerto, viva Trotsky! Lo puse por todos lados y
claro que buscaron quien era el autor de eso pero como andaba ebrio pues no
dieron nunca conmigo y bueno, el puro y casto, el inobjetable de Pablo Gómez
tuvo a bien regañarme en México por hacer ese tipo de boberías. Pero bueno, así
he sido siempre, de impulsos, tengo 72 años y aún tengo esos impulsos.
Con
esa experiencia ¿cómo ve lo que es ahora o lo que se llama ahora la izquierda
mexicana?
Yo creo que se
esta acabando. Fue un fraude muy bien hecho que aprovecho la aversión de eso
que llaman hartazgo del PRI. Lamentó que no haya ganado Cárdenas en el primer
intento, yo vote por él y fue la última vez que vote y perdí mi tiempo. Una
izquierda moderna, como se quiera, debe de tener objetivos muy precisos y estoy
convencido que debemos de replantearnos muchos de los puntos torales del
marxismo clásico pero no romper de esa forma total.
Han
terminado todos aceptando una economía de mercado y simplemente quieren un
Estado más o menos fuerte, y pues eso hasta Peña Nieto lo quiere, mis ex
camaradas con los que me sigo juntando -mi trabajo me lleva y me trae de la
UNAM a la UAM-, me dicen: es que queremos un Estado de bienestar; y les digo,
bueno tú porque eres pobre y de escasos recursos, pero yo he sido invitado a
esos países como Dinamarca que para empezar hay una reina y hay diferencias
sociales marcadas, la contradicción esencial no se ha quitado y que el triunfo
del pinche consumismo ahí están intactos. ¡Qué no me vengan con que son de
izquierda!, y bueno con esa lógica hasta Chayo Robles sigue siendo de izquierda
Festeje
mi cumpleaños en varios países, uno de ellos, Alemania y me encontré con una
estatua de Engels y otra de Marx, me emocione mucho y me retrate junto a ellas,
luego pensé mejor y parece algo turístico. Me cuesta trabajo creer que gente
talentosa, brillante, cultas, me digan que el gran símbolo de la izquierda
mexicana es Andrés Manuel. Tampoco ofendan mi inteligencia. La primera que yo
oí alegar contra esta falsa izquierda que estaba surgiendo fue a Ikram Antaki,
fue una reunión, en donde nos dijo: sois unos pendejos y unos putos, hay que
parar a Arnoldo (Martínez Verdugo) y a éstos y éstos, éstos valen madre, no es
el eurocomunismo, éstos van a otra cosa y nos dio una gran lección y luego
publico un artículo muy virulento, muy atroz en contra de Cárdenas y de López
Obrador en donde los criticaba y a los
capitalinos también por endiosar a éstos que nos son de izquierda. Por cierto,
en la ciudad donde gobierna el PRD la alta cultura dejo de existir o fue
sustituida por Justin Bieber y Paul Macarney por pistas de hielos y mamadas y
la cultura popular no requiere apoyo, solita tiene éxito.
En
palabras del propio René: “Soy un dinosaurio atrapado en el hielo. Moriré
dentro de poco sin que los ideales en los que puse toda mi fe aparezcan. Los
pocos países que se califican como comunistas, China, Vietnam, Cuba, Corea del
Norte, no son más que remedos que tienden a desaparecer. China pretexta: dos
sistemas, un país, pero el capitalismo que Mao y los suyos rechazaron ahora se
enseñorea por todo el territorio. A Cuba la historia le jugó la peor broma de
la historia: al derrumbarse el bloque soviético y darle paso a las desigualdades
y a los grandes vicios y defectos del capitalismo, Fidel Castro y la Revolución
cubana se quedaron colgados de la brocha. Como escribí al final de mis cuentos
fantásticos: Me quedo con la utopía de Marx. Es posible seguir soñando y así
soportar el injusto sistema que a mi alrededor crece y se consolida creando
enormes desigualdades e injusticias”.
(6).
La mejor
forma de acercarse a esta etapa de René es el libro Memorias de un
comunista, maquinuscrito encontrado en un basurero de Perisur. Dónde deja
testimonio de una formación ideológica marxista-leninista (incapaz de pelearse
con Trotsky y Mao Tse-tung, o Ernesto Guevara). Formado, de cierta forma por
personas como Juan de la Cabada, José Revueltas, Vicente Lombardo Toledano, y
españoles como el poeta Juan Rejano. Años de militancia que según el propio
René: “Fue chistoso ver cómo mis compañeros de escuela hacían fortuna al amparo
del sistema, mientras yo me desgañitaba repitiendo las ideas de Lenin y
Guevara, pagaba mis cuotas al Partido Comunista y peleaba contra el PRI y el
PAN. Para colmo me metí de lleno en el movimiento estudiantil de 68, cuando los
dirigentes perredistas estaban del lado del PRI. Ahora las cosas mueven a risa.
No hace mucho, un alto funcionario de Luis Echeverría, López Portillo y Miguel
de la Madrid, me criticó mi aversión por el PRD. Andrés Manuel es quien debe
dirigir al país, es el presidente legítimo… Escuché las necedades con
indignación: el tipo ya era rico y un saltimbanqui político como la mayoría de
los aventureros que pueblan dicho partido. Me hizo recordar a mis maestros de
marxismo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, a Víctor Flores Olea
y a Enrique González Pedrero principalmente. Me atiborraron de marxismo y luego
los miré en el PRI disfrutando de cargos oficiales de excepción, mejorando día
con día sus haciendas personales. Ya están de regreso y quieren decirme que son
la “revolución”, la “izquierda”. Son todos ellos un insulto a la inteligencia,
a la dignidad. Están donde mejor les va, el país es un botín. Punto”. (7)
Los
maestros
Al terminar sus
estudios en la Facultad de Ciencias Sociales en la UNAM, fue con su esposa
Rosario Casco a Francia, ambos realizarían un posgrado.
Me
fui a Francia cuando había ganado Luis Echeverría, eran los 70; todavía vivía
De Gaulle, estaba por morir, existían aires del 68. Los muchachos salían a la
calle, gritaban, publicaban formulas para hacer molotovs, te indicaban como
apredrear policías, era un país todavía muy combativo. Al poco tiempo de llegar
a París, Luis Echeverría decidió hacer una gira en Francia, así que reunimos a
los mexicanos de por allá junto con algunos franceses avanzados, unos
comunistas, otros trotskistas y logramos hacer un paro en contra de la
presencia de Echeverría recordando lo de Tlatelolco y lo de El halconazo.
A cada pregunta
que se le hace al escritor, éste moja sus labios, sonríe y pronto contesta. Hay
veces que su mirada se pierde en sus adentros, otras mira fijamente a su
interlocutor, y unas más voltea a ver a la izquierda. Sin duda, René es un gran
viajero. Es emocionante escucharlo hablar de sus idas y venidas por el mundo.
Para muchos escritores viajar siempre es fructífero, para René está idea lo
desconcierta un poco:
La
verdad nada. Estuve tres años en París y escribí un cuento nada más –que podemos llamar de ambientación francesa o que
ocurre en París-. El eje de todos mis cuentos y textos es la ciudad de México o
en la UNAM que son los sitios donde mejor me he sentido. Pero lo he pensado,
viendo a amigos que están tres días en Berlín y de pronto desarrollan largas
novelas sobre el lugar pero no, yo no puedo.
A principios de
la década de los sesenta, René comenzó a escribir sus primeros cuentos, se
autodefine como cuentista más que novelista. Junto con el escritor José Agustín
y Parménides García iniciaron el taller con tres grandes de las letras
mexicanas: Juan Rulfo, Francisco Monterde y Juan José Arreola, así gano la beca
del Centro Mexicano de Escritores. De esos tres grandes maestros, Arreola era
quien lo impactaba y es que, como lo ha llegado a afirmar Emmanuel Carballo: “Arreola nació adulto para las
letras, salvando así los iniciales titubeos. Poseedor de un oficio y de una
malicia, dueño de los secretos mecanismos del cuento, rápidamente se situó en
primera línea. Desarrollando contrastes, poniendo ejemplos –fábulas-, saltando
de lo lógico a lo absurdo y viceversa, dejando escapar sigilosamente la ironía,
Arreola ha venido construyendo un nuevo tipo de cuento”.
René cuenta como por una simple coincidencia es que
entra al taller de Juan José Arreola:
Fue
José Agustín el que me aviso y me dijo que su hermana mayor había conocido a
Arreola, su hermana era actriz, y entonces José Agustín me dijo que Arreola nos
iba a recibir, y ahí vamos a buscarlo. Le platicamos, le mostramos nuestros
materiales y Arreola se emocionó con una verdadera vocación de maestro,
asombrosa y nos dijo: vámonos, tengo un taller, y una revista, y entonces
nosotros les avisamos a nuestros compañeros y así empezó el taller de Juan José
Arreola en esa última etapa en su casa, en su departamento, ahí en la colonia
Juárez y de ahí saltamos. Yo no sé si fue le primero creo que fui el segundo,
el primero fue Alejandro Aura, quien gana la beca del Centro Mexicano de Escritores,
luego la ganó yo, luego José Agustín y así la vamos ganando todos los miembros
de esa generación en donde Arreola, Rulfo y Monterde eran los profesores. La
amistad se mantuvo, y Arreola siguió con nosotros sacando la revista mensual.
Arreola fue un maestro en todos los sentidos. De memoria prodigiosa,
talentoso y virtuoso con las palabras, Arreola sorteó con maestría a sus
críticos, incluso, se anticipaba a ellos: “La acusación tan reiterada que se me
ha hecho de manierista, de amanerado, de filigranista, de orfebre, lejos de
ofenderme, me halaga. Dentro de mi experiencia personal, incluso en mis textos
juveniles hay algunos pasajes en los que reconozco que he conseguido mi
propósito. Lo que yo quiero hacer es lo que hace cierto tipo de artistas: fijar
mi percepción del mundo externo, de los demás y de mí mismo”.
Arreola trató de mantenerse rodeado de libros,
lector voraz era cuestionado por escribir poco, lo mismo que Juan Rulfo, en una
de tantas veces que se le cuestionó, el Maestro reflexiona: “Tal vez mi obra
sea escasa, pero es escasa porque constantemente la estoy podando. Prefiero los
gérmenes a los desarrollos voluminosos, agotados por su propio exceso verbal… He
escrito poco porque me limito a extender la mano para cortar frutos más o menos
redondos. Sólo en casos muy contados he hostigado una idea. Los cuentos se me
plantean como oleajes, ritmo, marea. Me gusta reflexionar en la necesidad de
que las abstracciones se vuelvan concreciones, porque es una especie de
nostalgia de belleza y de forma”.
Juan José Arreola trato de mantenerse rodeado de
alumnos, eso sí, buscaba que fueran talentosos, René se emociona cuando habla
sobre Arreola, lo hace con afecto, con gratitud:
Juan
José Arreola era muy cordial, muy afable, muy simpático. Con un ingenio
extraordinario, un talento verbal inaudito, yo nunca he visto algo semejante. Y
sabes, se ponía mucho más brillante cuando había una mujer. Eso me llamaba
mucho la atención. Si el público era solo compuesto por hombres, Arreola era
brillante, pero si en el público había una sola mujer, una sola, entonces
Arreola era particularmente brillante y bueno, los resultados eran muy
evidentes: tenía con frecuencia relaciones con las alumnas, las más guapas. Pero
en general era un hombre muy generoso, muy bueno, sin duda perdió la memoria al
final (y aquí René suelta una risa sonora y explica:) porque en el último
homenaje que se le hizo –que fue Guadalajara-, participamos Alejandro Aura,
algunas de las hermanas Gómez Haro y yo, y Arreola en el centro, entonces
cuando yo iba de traje y corbata y comencé a hablar –Arreola tenía tiempo de no
verme-, leí un texto cordial, solemne, medio académico sobre él. Cuando terminé
de leerlo Arreola tomó la palabra y dijo: Ah, recuerdo con René su fineza, su
elegancia… y así se fue con elogios a mi persona, hasta que alguien le dijo, No
maestro, ¿no recuerda? René era el más borracho, incluso llegaba ebrio, se
robaba las botellas de su casa. (René suelta una sonora carcajada). Fue muy
chistoso. Yo me lleve muy bien con él, al final incluso me pidió, casi me rogó
–te lo puedo decir-, que lo tuteara, yo no me atrevía, le tenía mucho respeto,
y al final me presionó y terminamos tuteándonos.
Y hay algo de
nostalgia en la voz de Avilés Fabila, voltea ver al reportero cuando éste le
pregunta por Juan Rulfo y con otra sonrisa en el rostro contesta:
Uy,
recuerdo con cariño a Rulfo, lo recuerdo muy bien. De todos nosotros (los del
taller) creo que fui el que mejor se llevo con él. Porque a Rulfo no le gustaba
José Agustín ni su literatura y constantemente le hacia pullas y bromas muy
pesadas, y claro Agustín no se dejaba, también le respondía.
Pero
yo no, yo respetaba mucho a Juan Rulfo. Y descubrí, bueno, no lo descubrí yo
sino fue José Emilio Pacheco el que me lo contó, que Rulfo era un hombre muy
culto pero que no le gustaba vanagloriarse, no le gustaba la vanidad y citar
nombres y citas y autores. Yo solía al terminar la clase, los miércoles,
acompañarlo un rato a caminar un poco por Insurgentes, y así fui descubriendo a
Rulfo, y me enseñó un montón de autores que desconocía, sobre todo brasileños,
que los mexicanos mal conocemos.
Entonces
lo recuerdo como un hombre generoso, duro a veces con sus comentarios, conmigo
lo fue a medias, con José Agustín fue demoledor, y es donde notas a un Rulfo
agresivo, peleonero.
Nuevamente la
voz de Avilés Fabila cambia de tono al pedirle que hable sobre su tercer
maestro, Francisco Monterde:
Nombre,
Francisco era, como dicen las abuelitas, un pan, muy dulce, culto, erudito. Fanático
de los detalles, de la puntuación, de la sintaxis, de evitar las repeticiones.
Era él el que realmente hacia la parte formal del taller y lo mismo, era un
hombre muy generoso. A él le dedique un libro, se lo lleve y a los dos o tres
días me busco con una carta dándome las gracias. Era un hombre muy fino, de
otra época, realmente de otra época.
Uno de los temas
que más ha preocupado al maestro Avilés es el de las mafias culturales
mexicanas. Ha sido un crítico feroz de las mafias que se han creado en los
suplementos culturales, incluso, su primera novela, fue demoledora con lo que a
finales de la década de los sesenta se llamó la Dolce Mafía. Su novela Los Juegos es un retrato del México
Cultural de esa década, que buscando cargos culturales en el Estado y
aprovechando sus talentos en cualquiera de las bellas artes, se beneficiaban
del erario público, se otorgaban premios y becas, beneficiaban a sus amigos o
aduladores y marginaban a los disidentes o los distintos. René respira profundo
cuando se le pregunta sobre la importancia de las mafias culturales en éstos
tiempos mexicanos y responde:
Yo
creo que sigue siendo una especie de mal necesario. Cuando yo empecé a escribir
recuerdo haber leído panfletos y libelos muy virulentos contra lo que se
consideraba la mafia de eso tiempos, por ejemplo, contra Los Contemporáneos,
contra el grupo de Alfonso Reyes. Después la mafia de Fernando Benítez, de Carlos
Fuentes, de José Luis Cuevas, y vi viendo que era muy normal que los grupos se
fueran reuniendo por afinidades, por simpatías ideológicas, por que se caían
bien, que sé yo y que se criticaran entre sí. Actualmente se siguen formando
estos grupos, te puedo decir que Jorge Volpi encabeza una mafía, que Ignacio
Solares encabeza otra, que hay afinidades entre ambos grupos, que se protegen,
se cuidan, se ayudan y bueno desde ese punto de vista uno no debería estar tan
desprotegido, siempre tendría que estar amparado ¿no?
José
Agustín es el que me lo hace notar hace muchos, muchos, muchos años, en su casa
Cuautla, bueno, la única que tiene, me dijo “a nosotros nos han ninguneado
mucho, nos han apabullado porque nosotros no supimos formar un grupo, no
hicimos una mafia”. Y la verdad nunca la hicimos y tiene razón.
Entonces
tratamos de reorganizar a todos aquellos que habíamos formado parte del grupo
original pero ya no fue posible. Nos reuníamos en casa de Alejandro Aura unos
cuantos, y se supone que la revista Mester iba reaparecer, ya no fue posible,
cada quien tenía su propio tipo de vida, sus propios intereses, incluso había
diferencia entre nosotros, entonces ya no se pudo hacer un intento de mafia.
Cuando estuve en el suplemento El Búho
le abrí las puertas a medio mundo. La verdad es que admití cosas hasta de gente
que no tenía talento.
La crítica Margo
Glantz caracterizó a la generación de los jóvenes escritores que rompían con los parámetros de cómo se
hacia o debía hacerse la Literatura como la generación de La onda, por su
estilo gramatical que se reflejaba en sus novelas, éstos jóvenes hablaban y
escribían como lo hacen los chavos, estaban preocupados por sus propios temas.
A ninguno de los jóvenes escritores les gusto el mote, y a pesar de que no
lograron hacer un grupo literario muchos de ellos destacaron por sus obras, su
narrativa sobre temas adolescentes. René Avilés Fabila, José Agustín, Parménides
García Saldaña, Gustavo Sainz, Alejandro Aura, Gerardo de la Torre. Con todos
ellos, René hizo una buena amistad, cuando recuerda a García Saldaña, inclina
un poco la cabeza y con voz suave, casi dulzona dice:
A
Parménides lo recuerdo con mucho cariño, lo recuerdo muy bien, a diferencia de
Nacho Solares con el que si he tenido dificultades –por él-. García Saldaña era
mi cuate, lo recuerdo con afecto. Bebimos y fumamos mariguana muy gustosamente,
algunas veces nos tomamos un LSD, no tuvimos pugnas de ninguna naturaleza, es
más, hay ciertos discos y ciertas canciones que él me enseñó, me hizo conocer a
algunos grupos de blues, me regaló discos.
¿Y con el Rayo
Macoy?, se le pregunta.
Con
Rafael Ramírez Heredía tuve muchos problemas. Al principio cuando yo tenía
poder, cuando era director de difusión cultural de la UNAM y su esposa
trabajaba conmigo, Rafael era otro, pero al mismo tiempo yo era director del
suplemento cultural de Excélsior, es
decir, parecía tener yo poder real dentro de la cultura, cosa que me valía
madres, a mi lo que me importaba era tomarme unos tragos y ligar, pero en ese
entonces Rafael me trataba sumamente bien, me invitaba a su casa, bebíamos.
Tiene fama de bronco, no conmigo, porque quizá yo era más, escribí un texto en
un libro que le dedicaron a un año de su muerte, por insistencia de Hernán Lara
Zavala y Marco Aurelio Carballo y escribí algo que se llama: Un amigo difícil.
Y es que de repente teníamos encontronazos violentos que parecían que iban a terminar
a golpes.
Y continua
rápidamente con otro de sus amigos entrañables: “José Agustín es mi cuate, nos
vemos poco, realmente poco pero cuando nos vemos nos emborrachamos gustosamente
y a soltar todos los recuerdos”.
Crítico
constante del uso y abuso de la Cultura del Estado, sus programas y sus burócratas.
En cierto punto de esta charla con René, me da la impresión de que es un escritor
peleado con la Cultura del Estado. Se lo comento y le arranco un risa: “Yo
también tengo esa impresión –contesta- y quisiera saber el por qué; por
ejemplo, nunca me he llevado mal con Rafael Tovar y de Teresa, nunca,
simplemente no nos vemos, incluso cuando a él lo nombraron director de Bellas
Artes, él fue el que me llamó para decírmelo”.
En
las páginas editoriales de los diarios Excélsior
y La crónica de hoy, donde aparecen
sus colaboraciones uno puede rastrear una posición férrea en el tema de la
burocracia cultural en México. Como un maestro del tiro, lanzó dardos puntuales
a la gestión de Consuelo Sáizar tanto como funcionaria de El Fondo de Cultura
Económica y en Conaculta. Quizá con el tiempo, la obra periodística de Avilés
Fabila sea dimensionada, no solo en su estética, también en su valor
periodístico y ético. No es fácil encontrar opiniones sustentadas que van
dirigidas a los más altos funcionarios, sobre todo cuando éstos detentan el
poder. René se ve asimismo cuando se le dice su virulencia a la gestión de
Sáizar:
Sí
lo fui y con sustento y, fueron casi diez años de veto total. Con Consuelo el
pleito empezó cuando ella llego al FCE y prohibió mis libros, los desapareció.
Me hablaron muy cordialmente y me dijeron que adiós, que se cancelaba todo, que
me pagaban lo que me debían y bueno, yo siempre he tenido algún decoro ¡carajo!,
entonces no mande a nadie a recoger la pinche lana que me debían.
Esta
muy mal que la obra de un autor, el que sea, sea juzgada por las posiciones
personales y no por su valor literario. Vi que Consuelo Sáizar no era
profesional, he de decirlo, yo hice mal los cálculos y no pensé que fuera a
llegar a Conaculta y llegó. Yo creo que ella debe de arrepentirse de haber
llegado a Conaculta, porque podría estar todavía en el Fondo de Cultura Económica
pues ella arreglo las cosas de tal modo para permanecer varios años en el
puesto, en fin, se fue. Consuelo es una funcionaria carente de obras, al igual
que Sari Bermudez.
El
oficio
¿Cómo
se ve como escritor?
He hecho un esfuerzo
por escribir cosas de alguna importancia o alguna trascendencia. No creo –y por
mucho- ser un escritor del montón. He tenido, eso sí, muchos problemas, muchas
dificultades. He sido muy agresivo, muy peleonero, comencé mi vida literaria
con una novela provocadora Los juegos
donde denostaba yo a todo mundo y eso ha tenido un costo. Lo he pagado. Supongo
que producto de eso inicios sigo teniendo malas relaciones con el poder, en este
caso con el poder inmediato, con el cultural, no creo que ningún escritor le
haya ido tan mal dentro de todo como a mí.
¿Se
considera un escritor hereje?
De alguna manera
sí.
¿Por
qué escribió Los Juegos?
Es una buena
pregunta… Porque no se me ocurrió otra. De pronto dije: tengo que escribir una
novela –pues yo escribía cuentos y me satisfacía (cuentos que le gustaban a
Arreola y que me dieron la beca mexicana de escritores)-. En algún momento de
mi vida me pidieron que escribiera una novela, yo no tenía la menor idea, ni
siquiera la intención de hacerme novelista, yo me sentía muy cómodo con la
brevedad, con los textos cortos y de pronto: he me allí, escribiendo una
novela, lo único que se me ocurrió fue burlarme de mis semejantes, es decir, de
los escritores y de los políticos que yo veía por aquí -que curiosamente-
prácticamente son los mismos.
Y
bueno, se hizo un escándalo mayúsculo. Jorge Volpi escribió algo en un libro
que fue su tesis, entiendo, pero reconstruyendo la época fue terrible: los escritores,
los intelectuales en general que se sintieron afectados la emprendieron en
contra de mí pero con todo: Fernando Benítez, Juan García Ponce, Humberto
Bátiz, Emmanuel Carballo –que era uno de los que me habían encargado la
novela-, Carlos Fuentes. Es decir, me pelee con todos los grandes, fue
asombroso.
La
verdad me divertí mucho, recuerdo que la primera vez que hable en Bellas Artes
en la Sala Manuel M. Ponce, cuando era una sala exclusiva, no tan democratizada
como ahora, en el ciclo que se llamó Los Narradores ante el público, me recibió
el director de Bellas Artes que era José Luis Martínez y lo primero que me dijo
fue: “Bueno ya publicó usted Los Juegos,
ya lo tiene, ya dejó el odio atrás”, pero no lo hice por odio, sino porque me
pareció muy divertido, le dije.
Curiosamente
con muchos de los personajes ahí lastimados termine siendo muy amigo: José Luis
Cuevas, María Luisa La China Mendoza;
con la edad todo se suaviza, hace poco me encontré en Bellas Artes con Emmanuel
Carballo y me dijo: “porque no olvidamos el pasado” y a mí me sonó a canción
mexicana, a bolero, pero dije pues sí, olvidemos
el pasado y volvamos al amor.
En
retrospectiva, a cincuenta años, ¿qué placeres le ha dado la escritura?
La verdad es que
si produce un gran placer escribir, sobretodo cuando las cuartillas se van
acumulando y empieza a tener un sentido la historia. Es altamente satisfactorio
y placentero, lo demás es lo de menos, al principio si me emocionaba mucho
cuando aparecía un libro mío pero después de tantos libros publicados no me
llama tanto la atención, sin embargo todavía el fenómeno de la creación, el
poder escribir un cuento o un capítulo de una novela me produce una gran
emoción.
Nunca
me llamó la atención conocer gente. He conocido a muchos escritores y gente
interesante. Muchos me los presentó mi padre, otros casualmente, por ejemplo,
Andrés Henestrosa se me acercó, a pesar de que fue uno de los agraviados en mi
novela Los Juegos, se me acercó y me
dijo que él había bebido con mi abuelo, con mi padre, y que le gustaría beber
conmigo, y por supuesto a mi me gustaba beber con cualquiera. Y me emborrache
con él y ahí nació una muy buena amistad. Y así los he ido conociendo, a través
del trabajo, en el FCE, en la UNAM, pero yo no he buscado o querido buscar a
alguien. Me paso con Borges, no lo fui a buscar, yo llegue a Buenos Aires a
presentar mi novela El Gran Solitario del
Palacio y alguien me dijo que si lo quería conocer y dije que sí, lo vi un
par de veces en la biblioteca de Buenos Aires, en la calle México, por
cierto.
En
50 años como escritor, ¿qué angustias le ha dado?
Básicamente lo
que me molesta mas que angustiarme, veo que escritores (no los veo tan
poderosos ni tan importantes) reciben becas, reconocimientos, premios a granel
y yo no. Si tu me dijeras: “bueno, es que tu obra es muy mala”, lo entendería,
pero no, simplemente es por la aversión que le produzco a burocracia cultural y
los grandes premios vienen del Estado, y bueno, el año pasado que me
correspondía la medalla por los 50 años de escritor, simplemente me tomaron el
pelo, y yo no la pedí, nunca he pedido que me hagan fiestas, simplemente me
hablaron y me dijeron que para festejar mis 50 años iban a hacer una
presentación en Bellas Artes pero no era la entrega de la medalla de los 50
años, simplemente era una presentación
donde yo fui con mis amigos cercanos, Heraclio Zepeda, Bernardo Ruiz,
Ignacio Trejo Fuentes, y hablamos cosas, y fue todo y bueno esas son las cosas
que me molestan. Que claramente no se te de un premio porque es a criterio de y
yo creo que no es a criterio sino ahí uno tiene que competir, concursar, ver si
la obra lo amerita o no, es decir, ¿estamos juzgando a René Avilés como persona
o como escritor? Eso es lo que me molesta, que yo no sea juzgado como escritor.
¿Se
sobrevive como escritor?
Yo nunca he
podido. Siempre he vivido… No, no, no, sí he recibido algo de dinero pero no
para lo que he logrado tener, eso se lo debo básicamente a la docencia. Ser
profesor de tiempo completo tanto en la UNAM como en la UAM, pero no, ni
siquiera cuando publicaron mis obras completas en Nueva Imagen, me acuerdo que
me dieron un anticipo de 50 o 60 mil pesos, eso es lo más que yo he recibido y
después tardaron en de nuevo darme algo más por regalías y así.
¿Qué
otra editorial se ha preocupado por editar su obra (FCE; Porrúa; UNAM)?
No solo Nueva
Imagen, el FCE tenía 5 libros míos pero llego Consuelo Sáizar y los sacó, yo no
sé si soy verdaderamente antipático o esta funcionaria heredo los odios de
otros. Porque yo ni la conocía, ni sabía que existía hasta que la nombraron en
el FCE y luego en Conaculta, en mi vida la había visto, ella dice que sí, ella
me dijo que nos había presentado en un programa en donde me entrevistó.
¿Cómo
son sus hábitos a la hora de escribir?
Pues escribo
normalmente temprano. Yo era un hombre muy desordenado, tremendamente
desordenado. Yo escribía a la hora que era posible, sobre todo porque bebía, y
soy bebedor, no tenía yo un sistema o un ritmo. Cuando llegue a París en 1971
me encontré que no podía escribir de noche porque el ruido de la máquina (no
había computadoras) molestaba a los vecinos, entonces me prohibieron en el
edificio escribir de noche y entonces lo que hacía era escribir en las mañanas
muy temprano y se me fue creando el hábito, entonces me duermo a las 9 pm y a
las 4 am me despierto a escribir hasta las 7 am y al rato me voy a la
Universidad. No tomo nada al hacerlo, ni té, ni un café. Escribo en mi
biblioteca y al fondo da a una ventana que da al jardín pero a esa hora no se
ve nada. Simplemente enciendo la computadora y me pongo a escribir, no escribo
a máquina, yo voy evolucionando. Empecé escribiendo a máquina, mi madre me
compró una, luego una eléctrica y las siguientes ya me las compre yo. Me compre
una de las primeras computadoras que se murió de soledad porque no podía con
ella, resultaba para mí muy complicado las nuevas tecnologías hasta que al
final pude dominarlas, más o menos bien, y ahora ya me manejo en twitter y
facebook. Ahora, necesito silencio para escribir, mucho, mi casa es muy
silenciosa, grande, vivo con mi esposa, y ella se pone a trabajar en su
escritorio y como no tenemos hijos, no hay nadie que ande ahí deambulando.
¿Cómo
identificar a su generación? ¿son herederos del Boom latinoamericano?
No, no.
Nosotros, escritores más o menos afines –es Nelson Jacques que empieza hablar
del Post Boom-, recuerdo en alguna entrevista que él me hizo, somos buenos
amigos, él habla de que la generación nuestra somos herederos del boom,
postboom, a mí no me cae el veinte, no me siento vinculado con ninguno de
ellos, a todos los admiro: Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa, Fuentes,
como escritores, no recuerdo haber tenido problemas con nadie, simplemente
nosotros fuimos una generación que no recibió un nombre adecuado, que como
nosotros tardíamente buscamos, tuvimos conclaves en donde alguien decía:
llamémonos generación de los 40s pues porque ahí nacimos casi todos, otro dijo:
mejor del 68 por lo que éramos jóvenes y nos tocó, y así estuvimos buscando
pero no nos gustaba nada y no nos pusimos nada, ningún nombre.
Hace
unos meses vi a José Agustín como nunca lo había visto en mi vida, a él lo
conozco desde los 16 años y nunca lo había visto así, ni cuando nos dábamos de
golpes contra algunos otros, porque nos dan un premio en Atlixco, a los dos y
un reportero le pregunta: Maestro ¿que piensa usted de La Onda? Y se puso
realmente furioso, exaltado, como nunca, bueno a mi como me preguntaron otra
cosa conteste, pero él se negó a hablar. No hablo, en algún momento me tomo del
brazo y nos fuimos a un barcito que estaba cerca del Ayuntamiento de Atlixco y
nos echamos unos tragos y de pronto se sintió mal y se fue.
Periodismo
cultural
En 1961 nace el
diario El Día, cuyo director era
Enrique Ramírez y Ramírez, un viejo militante de la izquierda, quien se creyó
eso de que “hay que hacer la revolución desde adentro” y al final le gustó
tanto que se dejó cooptar por el Sistema. Gracias al subsidio oficial de López
Mateos, el diario no se preocupó por la publicidad y restó importancia a las
páginas de sociales y le dio más importancia a las noticias internacionales y a
las posiciones de izquierda. Incluso, tuvo el tino de establecer una página
cultural diaria.
En ese diario, René comenzó a
colaborar escribiendo
artículos, entrevistas y notas bibliográficas. Ahí conoció a Arturo
Azuela y Raymundo Ramos con quienes compartía el periodismo en El Día,
también ya colaboraban los talentosos jóvenes María Luisa Mendoza, Alberto
Beltrán, Edmundo Domínguez Aragonés, Arturo Cantú, Miguel Donoso Pareja y José
Agustín. Y la amistad con todos ellos se afianzó en la calle de Filomeno Mata,
en la esquina, donde se sitúa la antigua cantina La Ópera, lugar legendario en
la historia de la vida cultural mexicana, ahí han bebido personalidades del
mundo literario como Fernando Benítez, José Luis Cuevas y otros más, ahí Carlos
Fuentes festejó a su amigo el novelista norteamericano William Styron por la
publicación de la novela La larga marcha. Ahí mismo el poeta Alí
Chumacero se reunía con alumnos y amigos como Carlos Montemayor, Bernardo Ruiz
y Marco Antonio Campos. El propio René recuerda como es que entró a trabajar
ahí:
Lo
que pasa es que no escogí trabajar en El
Día, es el diario que se me dio. Yo tengo un dicho: Yo no estoy donde quiero sino donde puedo. Empiezo en El Día y estoy en éstos periódicos (los
mexicanos) porque no puedo estar en The
Washington Post, o en Le Monde.
Doy clases en la UAM porque no puedo estar en Harvard, eso solo puede Felipe
Calderón. Simplemente me acerque a El Día
porque estaba un escritor regiomontano, Arturo Cantú, que ya murió, un
especialista contemporáneo y fanático de Muerte
sin fin, de Gorostiza. Un buen cuate, gran persona y le gustaba beber. Nos
fuimos haciendo amigos, lo nombran editor de la sección cultural y ahí entramos
José Agustín, Arturo Azuela, Raymundo Ramos y yo, fue así como llegue al El Día.
Mientras realizaba su posgrado en
Francia, Avilés Fabila enviaba algunas colaboraciones a Excélsior, cuyo
director era entonces Julio Scherer, “el único periodista que tiene teléfono
directo con Dios y que sólo entrevista presidentes de la República”, cuenta
René. Tras la salida de Scherer y un grupo de periodistas de Excélsior, se fundan dos proyectos
editoriales, Proceso encabezado por Julio Scherer y el diario Unomásuno, encabezado por Manuel Becerra
Acosta hijo en cuya fundación participa René Avilés. Becerra Acosta, -cuenta el
propio René- era un periodista en verdad notable con un carácter de los mil
demonios y muy mal vino. Allí me hice articulista de fondo y hasta hoy no he
dejado el género, es donde mejor me siento.
Del
Unomásuno pasó al suplemento cultural
que dirigía Fernando Benítez en la revista Siempre!,
que según Avilés Fabila era “un tipo fabricante de buenas secciones culturales
que era francamente insoportable”. Y René enfatiza su relato:
Llegó
al suplemento de Siempre! no por que
Fernando me invitara o yo se lo pidiera, de pronto José Agustín salta a la
popularidad con su novela De perfil,
mucho mas que con La Tumba, y resulta
que nadie tiene ni puta idea de quien es José Agustín. Entonces José Emilio
Pacheco –que junto con Carlos Monsiváis, eran los brazos de Fernando Benítez-,
me habla y me dice: “oye René, tú que eres amigo de José, lo puedes
entrevistar”. “Sí, claro que sí”, conteste y entreviste a Agustín y fue una
entrevista curiosa porque a la mitad de la entrevista se cambian los papeles y
José me empieza a entrevistar a mí y la cosa gustó. Entonces Fernando Benítez
me empieza a dar tareas, pequeñas, entrevistar a este o al otro y a veces las
hacia y otras fracasaba, recuerdo no haber podido entrevistar a Alejo Carpientier,
quien siempre estaba ocupado y después lo encontré en París, lo busque, le
recordé que nos conocíamos de México y ahí empezó una cordial, muy cordial amistad; a Nicolás
Gullén, quien simplemente no aceptó a pesar de que yo iba de parte de Benítez.
Todo
iba bien con Benítez, me publicaba, por ejemplo, me enviaba a hacer entrevistas
sobre un encuentro de escritores, y yo llegaba a la redacción y llevaba ocho,
diez entrevistas, entonces Fernando las veía y leía: entrevista a Monsiváis,
“esta se publica”; Ricardo Garibay, “se publica”; Carlos Riera “a la basura” y
así iba seleccionando y desechando, entonces yo me sentía apenado con los
cuates que les pedía algo de su tiempo para entrevistarlos y Benítez los sacaba
a patadas con mucha majadería, le decía a Benítez: Maestro, ¿por qué los saca?
¿por qué a la basura?, le decía y Benítez me volteaba a ver, sus ojos fijos en
mí y decía: ¡Porque son pendejos!. Pero Maestro –repelaba- que le parece si las
publicamos y así contrastamos la brillantez de sus amigos con la estupidez de
quienes no lo son. Benítez, medio majadero neceaba: No, no y no y se acabo
René.
Pero René combinaba sus tareas
periodísticas con la profunda convicción de ser escritor, Emmanuel Carballo le
había encargado una novela y René escribió Los
Juegos. Ahí la cosa se descompuso con Fernando Benítez. Así lo recuerda el
escritor:
Apareció
mi novela de Los Juegos y Benítez se
puso furioso y hasta un día me reto a golpes en una fiesta donde coincidimos. Un
día salieron de una fiesta vespertina, Carlos Fuentes, Fernando Benítez y José
Luis Cuevas y yo estaba bebiendo con Eduardo Lizalde en casa de una escritora
feminista. Entonces Fernando Benítez me ve y se me va a los golpes y yo lo veía
venir y pensaba: ¿qué hace este pendejo, no sabe lo que esta haciendo? Él,
enano, flacucho y yo, un peleador callejero, si uno toma, tarde que temprano se
hacen los golpes y así uno aprende, te digo, un pelador callejero –sino hay que
preguntarle a Tomás Mojarro al que le di una madriza espantosa-, lo que hice en
esa ocasión pues vi que eran tres, Benítez que me quería madrear, Fuentes que
se mantenía a la distancia, no decía nada, no se metía, solo observaba y Cuevas
que gritaba y alardeaba. Entonces fui a mi auto por la palanca del gato
hidráulico y pensé: al pintorcito le rompo las manos pa’ que no vuelva a
pintar y al otro enano le voy a poner
una madriza que lo voy a dejar orate y bueno, salió Sol Argüedas junto con
Ricardo Garibay y nos tranquilizaron y los tres que me atacaron se fueron, y en
un momento Ricardo Garibay me dice: oye, creo que tu tenías razón, sabes, ¿Por
qué no vamos a alcanzarlos y les rompemos su madre?
De allí pasó a la Revista mexicana de cultura, suplemento
cultural de El Nacional, el diario del gobierno mexicano. Lo dirigía el
poeta español, militante comunista, Juan Rejano. En 1984 entró a Excélsior
que era dirigido por Regino Díaz Redondo por invitación de ese buen periodista
que firmaba con en el nombre de Nikito Nipongo. En esa cooperativa estuvo cerca
de tres lustros, ahí fundó el suplemento cultural El Búho y con esa
publicación ganó numerosos reconocimientos.
Pero
en un diario la censura llega tarde o temprano, no es una regla general, lo que
sí es que nadie puede pedir la renuncia del Presidente y Avilés Fabila pidió la
renuncia de Ernesto Zedillo y Regino Díaz Redondo renunció a René y lo
sustituyo por el novelista Lisandro Otero: “Salí de Excélsior y cerca de setenta colaboradores se solidarizaron conmigo.
De ello nadie supo nada. El colmo fue la ironía barata de Miguel Ángel Granados
Chapa que en un artículo escribió ‘que nadie derramaría una lágrima por el
suplemento El Búho’. También me corrieron de IMER al llegar Vicente Fox,
en ese momento sólo Beatriz Pagés y Carlos Ramírez me tendieron la mano”. El
nacimiento de El Universo del Búho lo
explica así el escritor:
Nace básicamente, aunque parezca pedante, como una respuesta. Es una
respuesta a un acto de censura y a la negativa de un montón de pintores,
músicos, literatos que dicen: “No, se va René y nos vamos todos, y con lo que
se pueda hacemos una revista”. Me parece un lindo gesto, de una gran
solidaridad. En esta revista están algunos de los más grandes nombres de la
cultura nacional como Silvio Zavala, Premio “Príncipe de Asturias”, que siempre
me ha acompañado en todo esto. Están desde luego escultores de la talla de
Sebastián; ahora nos han dado la portada gentes como Juan Soriano, Felipe
Ehrenberg, muy distintos entre sí pero que les atrae el proyecto, que les atrae
la revista. De tal manera, nace como respuesta a un acto de censura pero además
como el deseo de preservar a un grupo que había encontrado una forma de
expresarse dentro de un suplemento cultural. (8)
Crítico feroz,
Avilés Fabila tiene una regla: no escribir para elogiar pero tampoco para
ensuciar. Buscando ser congruente, el trabajo periodístico de René ha tratado
de ser una voz disidente y ha apuntado sus dardos en contra de los caciques
culturales mexicanos, que son figuras emblemáticas en nuestra historia. Entre sus
clientes, se encuentra Carlos Monsiváis. Desde Los Juegos hasta Sueño de una
tarde de verano con Monsi, René ha marcado su posición, al preguntarle sobre el
origen de este enfrentamiento el escritor responde:
Es
una buena pregunta, no sé con exactitud en que momento chocamos terriblemente
él y yo, pues hubo momentos de paz y cordialidad. Yo le debí haber conocido en
el 59 o 60. Él era un poco mayor que yo, en esas fechas aún continuaban las
obras de Ciudad Universitaria y en el centro de la ciudad aún estaba parte de
la vida cultural de México. No se acababa de desalojar, los ambulantes no se
habían adueñado aún del centro histórico y las pistas de hielo no habían
borrado aún la huella legendaria de Torres Bodet, de Vasconcelos, de Salvador
Novo. Y ahí en el centro nos conocimos Carlos y yo. En donde estaba la
preparatoria número 1. Ahí fuimos. El ya iba de salida y yo fui cambiado a la
siete, en la calle de Guatemala y que ahora es el Palacio de la Autonomía.
Yo
era el presidente de la Sociedad de Alumnos y José Agustín era mi secretario de
Cultura (si yo hubiera llegado a ser Presidente de la República, José sería mi
Rafael Tovar y de Teresa). Le pedí a mi maestro, Alberto Hijar, que si nos daba
una conferencia y me dijo: orales, sí y que Monsiváis te dé otra; yo pensé:
¿Quién chingaos es Monsiváis? En fin, nos dieron una conferencia y ahí nos
conocimos.
Monsiváis
vivía en la Portales y yo una parada antes, en la Postal, cerquita. Intentamos
hacernos amigos, le presente a José Agustín, intentaron hablar. Yo creo que
quizá el pleito con Monsiváis es una herencia de José Agustín. Un día Agustín
me habla y me dice: Oye, me habló este puto (Monsiváis) queriéndome dar
consejos para escribir, ¿Qué se cree este pendejo?... Y escribió Agustín unos
versos satíricos que ahora lo han querido convertir en una gracejada, yo tengo
el original, lo tengo que buscar, pero decía: Monsiváis, Monsiváis, a donde
váis, ni lo sabeis ni lo buscáis. Entonces eso le hizo gracia a Carlos y
empezamos a tener esa relación de encuentros y desencuentros, no se entendía
con José Agustín y eso me provocaba a mí un malestar, ahora que lo pienso,
puede ser el culpable el propio Agustín.
Y así comenzó
una relación, a veces amistosa, a veces difícil, Avilés relata:
Luego,
mucho tiempo después, en San Antonio, Texas, en Nueva York, en Alemania hemos
estado juntos Carlos y yo. Nos llevábamos muy bien, salíamos a caminar juntos,
nos burlábamos de todo mundo, pero de pronto se volvía a recuperar esa aversión
y luego escribí ese texto de Una tarde de
verano con Monsiváis y fue lo que supongo le colmo a él el plato y ya no
nos saludamos como antes, incluso nos encontrábamos sin saludarnos. Pero que yo
pueda decir: es que fue desdeñoso hacia mi generación –él consideraba que la
generación de La Onda (por aceptar el término de Margo Glantz)- había
vulgarizado –plebeyizado decía él- La Literatura, a lo mejor tenía razón pero
bueno, era divertido. A la fecha, al reunirnos Agustín y yo, Monsiváis no sale
bien librado.
Se le pide una
anécdota y René cuenta con risas:
De
Monsiváis tengo un libro, por dos razones: una, Monsi es intraducible y la
otra, es tan “valioso” lo que escribe que nadie se atreve a traducirlo y
modificarlo. Tengo un libro que nos publicaron en la Universidad de Texas -ya
que dimos unas conferencias en San Antonio-. Todos los que participamos
enviamos con mucha anticipación nuestra ponencia. Al llegar a San Antonio,
juntos, Monsi y yo, casi tomados de la mano, cantando, la, la, la, la, la,
joteando a toda madre los dos, y llegando al aeropuerto nos dan los libros y
obviamente busco mi nombre en el índice y lo veo traducido y luego busco el de
Monsi y esta en español, entonces me acerco al decano y le digo: oiga, hay un
lamentable error, me consta que Carlos envío su texto con anticipación y
entonces me dijo, lo dejamos tal cual, no lo pudimos traducir. Esa era una
característica de Monsi, nunca sabías exactamente que es lo que estaba
diciendo.
Dentro de sus anécdotas, hay un
lugar que le trae gratos recuerdos, una legendaria cafetería capitalina: Café
La Habana, donde se reunían los periodistas de Excélsior, El
Universal, Novedades y El Nacional. Un paseo obligado. “Con
un poco de suerte –cuenta René- podía uno toparse con Salvador Novo, Rubén
Salazar Mallén, Rafael Solana, José Revueltas, Héctor García (entonces un
fotógrafo no tan prestigiado como lo es hoy), Sergio Magaña, Luis Spota,
Antonio Magaña Esquivel, Fedro Guillén, Ermilo Abreu Gómez, la guapa periodista
y novelista Magdalena Mondragón, Juan de la Cabada, el inolvidable Tlacuache,
el humorista, literato y diplomático, César Garizurieta, Ricardo Garibay,
Manuel Marcué Pardiñas, Juan Rulfo, José Alvarado, Carlos Denegri, Pancho
Liguori, eterno enamorado de Griselda Álvarez y un epigramista formidable,
cuyos dardos yo también sufrí, José Pagés Llergo, Edmundo Valadés, Alfredo
Cardona Peña (de Costa Rica), Otto-Raúl González (Guatemala), Carlos Illescas
(Guatemala), Raúl Leyva (Guatemala), Tito Monterroso (Guatemala), y el crítico
literario Francisco Zendejas. Con muchos de ellos establecí cálidas
conversaciones en el Café La Habana: destacan mis encuentros con Ermilo Abreu
Gómez: nunca dejaba de aconsejarme leer a los clásicos y en particular a los de
habla castellana. Fue gentil y me firmó con letra pequeña y nerviosa, varios de
sus libros, entre ellos Canek”.
Avilés
Fabila también ha apuntado sus críticas hacia los deslices literarios,
políticos y éticos de la escritora Elena Poniatowska. Al preguntarle sobre el
hecho, nuevamente sonríe y responde:
A
Elena Poniatowska le tenía afecto, cierta admiración –hablo hasta lilus kikus,
no a lo posterior- era muy amiga de Juan José Arreola. Cuando yo fui Director
de Difusión cultural de la UNAM lo primero que decidí fue hacerle un homenaje a
Arreola -uno tiene que pagar sus deudas-, y le dije: Maestro, quiero hacerle un
homenaje y vamos a hacer esto y esto otro y esto más. Entonces Arreola me dijo:
quiero que todo culmine en una mesa redonda donde estén todas mis ex novias.
Maestro, si usted me dice quienes quiere que estén, yo las busco. Tita
Areaguecha, Elsa Cross y así me las fue mencionando, en lista y ahí estaba
Poniatowska. Le hable a Elena, me dijo: No, ¡que voy a homenajear a ese
canalla, es un miserable! (René estalla en una risa), todo fue muy gracioso
-termina la historia-. Tengo muchas cartas, mensajitos, papelitos, libros
dedicados por Elena, seguramente ella tendrá cosas mías, en donde se refleja
cierta simpatía, cierta cordialidad, yo creo que el problema hace crisis cuando
yo me niego aceptar que la izquierda es el PRD, allí es donde empiezo a chocar
con personas, personajes, con los que tuve una relación respetuosa, distante
pero respetuosa, es un problema más complicado porque es político, yo soy de
eso dinosaurios que quedaron congelados en los libros del marxismo leninismo, a
mi no me pueden decir que Ricardo Monreal es la izquierda o Arturo Nuñez.
La
Fundación René Avilés Fabila
¿Alguna
vez le interesó hacer novela histórica?
No me interesa
la novela histórica. Cuando leí Noticias
del imperio me impresionó mucho, me gusto mucho y reflexione y vi que no
era mi forma de escribir. No busco personajes, no podría. No me llama la
atención, en la mayoría de los casos hay algo de charlatanería y de facilismo: “vamos
a tomar a Hidalgo y vamos a contar su vida como nos de la gana, que era
ligador, y que medio puñal, y que le gustaba el trago”. Entonces tienes una
novela que tiene éxito efímero, muy pocos de la andanada de libros que nos dejó
el centenario y el bicentenario se van a conservar como obras valiosas. Estoy,
la verdad, sin interés de escribir novela, he regresado con mucho entusiasmo al
cuento. Si me publican bien sino también, me canse de estar a la espera.
Sabe,
para hacer esta entrevista pedí la opinión de distintos escritores sobre su obra,
los de su generación son elogiosos, incluso, Carlos Bracho me llego a comentar
que usted se robaba los libros de las librerías. Los que vienen después de su
generación no se sienten ligados ni atraídos. Me comentan que su trabajo
periodístico o de promotor cultural y la propia Fundación lo alejaron de su
camino: la escritura.
Es probable, es
que ha sido una carga, pero sobre todo un gasto enorme y entonces tengo que
estar escribiendo aquí y allá y sobre pedido y entonces ya no tengo la
concentración y es una buena observación y esto de la Fundación y el Museo me
ha hecho más daño que beneficio y ahora no se que hacer.
¿Hacia
dónde va la Fundación?
Pues yo creo que
ya no va a ningún lado, todos los recursos se acabaron. Queda el museo del
escritor –que fue idea de Eugenio Aguirre, él se dedicó a escribir y yo a
meterme en esto- en fin, nunca he podido obtener un solo cinco de ayuda, a
nadie le interesa, ya me canse de tocar puertas, ya basta. Espero que la
delegación (Miguel Hidalgo) me diga que vaya por las cosas, los voy a guardar
en cajitas muy bonitas y las voy a guardar.
Tienes razón
posiblemente el hecho de estar en el Museo y la Fundación me ha alejado de la
escritura y de ser escritor, estoy de acuerdo y no lo había pensado. Ahora te
odio.
Notas:
1.
Vieja grandeza mexicana. Nostalgias del
ombligo del mundo. René Avilés F.
2.
Idem
3.
Idem
4.
Idem
5.
Idem
6.
Autobiografía breve. René Avilés Fabila
7.
Idem
8.
Glorias de las letras mexicanas.
Entrevista a René Avilés Fabila
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