Ignacio López Tarso, un nonagenario más
que interesante
Por
Abraham Gorostieta
Es, para muchos,
uno de los diez mejores actores de México del siglo XX. Pocos pueden igualar su
impresionante galería de interpretaciones, que le han ganado un nicho
permanente en la cultura popular. Su histrionismo ha dejado una huella imborrable
en todo aquel que llega a ver una de sus películas, sin olvidar su nombre
jamás: Ignacio López Tarso.
El gran
poeta mexicano de la primera mitad del siglo XX, Xavier Villaurrutia, maestro
del actor, le explicó: “Tu nombre no tiene fuerza: Ignacio López López. Te
aseguro que nunca será importante”. En sus años como seminarista, cuando se
ordenaba para sacerdote “estudiaba para ser clérigo pero lo hacia por continuar
mis estudios; no tenía verdadera vocación” le traen a la memoria a Saulo de
Tarso, un centurión romano que logró hablar con Dios y que, con el tiempo, se
convirtió en una de las grandes figuras del cristianismo: San Pablo. Lo tenía.
Nadie se olvidaría de su nombre: López Tarso.
El
actor Héctor Bonilla dice sobre el octagenario histrión: “Nacho es un gran
actor, porque él sólo es capaz de cargar una compañía sobre los hombros y
sacarla adelante”. No hay papel que no haya interpretado el camaleónico actor y
ningún dramaturgo excepcional se le ha escapado: Shakespeare, Cervantes,
Eurípides, Moliere, Aristófanes, García Lorca, Unamuno, Usigli, Novo,
Carballido, Magaña.
A
las órdenes mi general
Nace a mediados
del mes de enero de 1925. Su padre Alfonso López Bermúdez, militar que se forjó
en la Revolución Mexicana peleó bajo las órdenes del general Carranza. Era un
México bronco donde las ideas se defendían con la vida aunque hubiera que
derramar sangre. En 1929, sus padres radicaban en el puerto de Veracruz, lugar
que vio partir en 1910 al dictador Porfirio Díaz, quien se dirigía a Francia a
bordo del Ypiranga.
Es
en ese lugar donde ocurre el último levantamiento en armas en contra del gobierno
constituido en el presidente-militar Emilio Portes Gil. Su organizador era el
general José Gonzalo Escobar, el padre de don Ignacio estaba bajo sus órdenes.
“Mi padre lo siguió en esa aventura por lealtad y les fue muy mal. Fusilaron a
muchos de sus integrantes. Mi padre salvó la vida de milagro. Por la
intervención de un amigo escapó a su fusilamiento”.
Su
padre puso tierra de por medio y se fue al otro extremo del país con su esposa
e hijo. Llegaron a Navojoa, Sonora, donde su padre fue empleado postal. Oficio
que ejerció en Hermosillo y en Guadalajara, cuenta el actor: “Ahí estudié mi
primaria y ahí nacieron mis dos hermanos”. Su padre recibió la oferta de ser
encargado de correos en Valle de bravo, en el Estado de México. Sin pensarlo
emigró nuevamente. Ahí el niño López, además de estudiar, trabajaba como
cartero “lo malo eran los perros; aprendí a correrle a las mordidas muy chico”,
narra don Ignacio y suelta sonora carcajada.
Las
dos pendejadas.
Muchos
años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había
de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevo a conocer el hielo…
Así comienza la épica obra de Gabriel García Márquez, Cien años de soledad. Pues bien, la historia de don Ignacio no
dista mucho de la anterior. Muchos años después del pelotón de fusilamiento, el
teniente Alfonso López Bermúdez, había de recordar aquella tarde remota en que
su hijo conoció el teatro. “La primera vez que estuve ante una obra de teatro
tendría unos siete años. Entré a una carpa y quede maravillado. ‘¡Que interesante
y que mundo es éste, caray!’, pensé. Fue entrar en un mundo mágico: perderse en
el tiempo, en el espacio y dejar de que existiera todo lo demás, solo una cosa:
los actores. Iluminados por una luz que hacían ver sus gesticulaciones. Llorar,
reír, bailar. Todo. Me emocionó tanto y me sorprendió a tal grado que en ese
momento supe a que me dedicaría toda mi vida. Mi niñez y juventud quedaron
marcadas por la dramaturgia. Desde entonces me hice la meta de llegar al
Palacio de Bellas Artes, única escuela de teatro que había en el país en ese
momento. Y lo logré”. Así comienza la vida épica del actor.
“Estás
cometiendo las dos pendejadas más grandes de tu vida: querer ser actor y
casarte”, sentenció su padre al joven Ignacio quien le había comunicado su
vocación: “Sería actor, al mismo tiempo conocí a una mujer
hermosa y muy buena persona que estaría conmigo por el resto de su vida” narra
López Tarso y sentencia: “No me arrepiento de ninguna de las dos y mi padre sí
lo tuvo que hacer porque después el fue mi mayor admirador y quiso muchísimo a
mi mujer”.
Rodeado
de grandes
En 1949 don Ignacio ingresa a la
Escuela Nacional de Teatro de Bellas Artes, la única que existía en el país. Justo
en la época en que los grandes muralistas Rivera, Siqueiros y Orozco repartían
su arte en todo edificio público de la capital. En el cine triunfaban las
“exóticas” como se les llamaba a las bailarinas que mostraban el ombligo, como
la escultural Tongolele. Pero más aún, las películas de “rumberas y
cabareteras” se consumían por montones; melodramones que había que verlos con
docenas de pañuelos.
Pedro Infante ya era figura
nacional y recién se estrenaba Nosotros
los pobres y Germán Valdés Tin Tan
era el cómico estrella que desbancaba un poco a Cantinflas. Pero lo que pegaba en esas fechas era el mambo. En ese
año aparece el dotadísimo escritor mexicano Juan José Arreola con Varia invención, José Revueltas
publicaba Los días terrenales.
El poeta
Xavier Villaurrutia fue su maestro “un enorme
dramaturgo pero sobre todo un gran poeta. Habría dejado una obra poética
maravillosa de no haberse muerto tan joven, a los 47 años. Lo conocí en 1949 y
en diciembre del siguiente año murió”, confiesa don Ignacio. Otra persona que
es decisiva en su vida es Salvador Novo quien fue director de Bellas Artes y “para
mi fortuna, otro de mis grandes maestros”, continúa narrando el viejo actor y
agrega: “recuerdo que en una fiesta en casa de Dolores del Río, me acerco a
Novo y le expreso mi cariño, mi admiración, lo abrazo. Y entonces el interrumpe
el abrazo y me dice: No, ya no me abraces Tarso. Ya no. Ya huelo a muerto. Me
entristeció verlo así. En ese ánimo”. Efectivamente, Novo murió tres meses
después.
A
un año de cumplir noventa y con una carrera exitosa, pues en mayo de este año la
Universidad de Guadalajara le dio el primer Honoris Causa que brinda a un
actor. Emocionado por el recuerdo, el histrión reflexiona: “No existen
diferencias entre los actores de hace cincuenta o sesenta años con los actores
de ahora. Lo sé porque llevo en esto 67 años. Siempre ha habido actores buenos,
malos, regulares y excelentes”. Se humedece los labios, mira hacia sus adentros
y analiza: “La única diferencia que veo es la escuela: antes se hacia uno actor
a base de esfuerzo en una compañía de teatro. Se empezaba como mozo, te hacían
conocer cada uno de los elementos que forman el teatro: escenario, actores,
guión, luces, las tras bambalinas, pesos, el tramoyado, la orquesta. Ahora las
academias te informan, te instruyen sin necesidad de que el alumno sea curioso
y se comprometa en la búsqueda de su actor interno”.
Amigo
de grandes figuras como los hermanos Soler “a quienes quise mucho”; Manolo
Fábregas, “un gran amigo”; María Félix, “un mujeron de gran carácter”; a Emilio
El Indio Fernández, “que era muy
divertido”; a Pedro Armendáriz, “un buen cuate”; a Alejandro Jodorowsky, “uno
de mis maestros quien me presentó a otro gran amigo: Marcel Marceau”; a Ismael
Rodríguez “un hombre con una inventiva y una imaginación desbordante, nos unía
muchas cosas: el amor al cine, el amor y juego que hacíamos al trabajar y el
tequila. Ismael era un buen tequilero, sabía beber, lo disfrutaba”.
También
fue cercano de los dramaturgos Federico S. Inclán y Rodolfo Usigli “Era un
señor muy elegante, sobrero, guantes, bastón. Bebía vino a medio día. Mis
primeras copas de vino me las invitó Usigli y los primeros martínis que tomé
los invitó Luis Buñuel”. Sobre éste recuerda el actor: “Lo conocí una noche, en
el hotel y me pegó de gritos pues yo llegaba de la carretera y lo saludaba y él
no me veía caracterizado de mi personaje. Ahí, junto a él, estaba Gabriel
Figueroa, que le dijo: ‘oye Luis, López Tarso es un actor de teatro que tiene
ya mucha experiencia, ha interpretado a Shakespeare, los clásicos griegos, y
los clásicos españoles. Ignacio se caracteriza muy bien’. Al día siguiente
llegue a la filmación, hice mi trabajo y Luis Buñuel se me quedó viendo,
satisfecho. Solo decía: ‘muy bien muchacho, muy bien’”.
Hay
en tus ojitos el verde esmeralda que adorna el mar
Es la primera
estrofa de un bolero de Agustín Lara. Pero para mar pintado de verdes esmeraldas,
turquesas y azules, solo el mar de la Rivera Maya. Don Ignacio es gran
visitante de esta parte de México. “Gozo mucho yendo a Quintana Roo. Trabajando
o de vacaciones. Voy porque me invitan. No tengo negocios ahí. Solo placeres”,
confiesa y cierra los ojos para mirar hacia dentro “El mar, simplemente el mar
me seduce para ir seguido. Oler el aire que trae el mar. Entra por mi nariz y
se queda en los pulmones”.
Y
sin más suelta: “En cualquier lado se puede comer bien, a mi me gusta mucho
Playa Delfines, Sushi Ken Palenque, Le Basilic, en el fiesta Americana Beach”.
Ahora tiene ciertas restricciones médicas pero si de atracones se trata
prefiere comer comida argentina en Puerto Madero o italiana en Casa Rolandi y
no perdona la visita en Los almendros.
“Me
hospedo en los mejores hoteles, la vida es para vivir bien”, afirma seriamente.
Los lugares que frecuenta son El Fiesta Americana Condesa Cancún Hotel, JW
Marriot Cancún Resort & Spa y el Grand Oasis Cancún. Pero ningún lugar como
Tulum o Xcaret, sugiere el actor.
El
misterioso señor B
La cinta de Macario lo internacionalizó y es la
primera película mexicana nominada a un Óscar. Lo ganó. Inspirada en la obra de
Bruno Traven cuyo nombre real pudo haber sido Ret Marut, cosa que nunca se ha
podido probar. Hay toda una leyenda sobre él: que fue un estadunidense que se
entusiasmo en Baviera con la revolución anarquista de 1919 y que huyó cuando lo
condenaron a muerte; o un actor alemán hijo ilegítimo del káiser Guillermo II y
de la actriz Hellen Mareck; o el hijo de un acaudalado judío que huía de su
bochornoso pasado antisemita; o un hombre extremadamente tímido que gustaba
presentarse en el rodaje de las películas que se basaban en su obra, como
sucedió en 1947 con la cinta El tesoro de
la Sierra Madre, donde se hizo pasar por Hal Croves, supuesto agente
literario del señor B y que acudía al lugar para cerciorarse que la novela de
Traven no fuera distorsionada.
Hay
versiones que un extraño hombre llego al rodaje de Macario, se hacia llamar Carl Moisen, representante del señor B.
Estuvo observando al actor por largo tiempo mientras hacia una escena que al
terminarla partió satisfecho diciéndole al director Roberto Gavaldón
“Felicidades, que gran actor”.
Para
don Ignacio, Bruno Traven era un gran observador, abunda “Macario salió cuando Traven escucha la leyenda, le parce que tiene
algo que ver con los hermanos Grimm y creó la historia” y señala enfáticamente
“Macario es un cuento de la tradición
oral mexicana del siglo XIX que se llamaba El
Ahijado de la Muerte. Cuando estudiaba el guión de la película, mi padre
–que ya era viejo- me escuchó leerla y dijo: Esa historia yo la conozco desde
muy niño”.
Es
así como la leyenda del misterioso señor B seguirá creciendo pues hay algunos
que sostienen que era un plagiador. Otros indican que era un mal escritor y la
verdaderamente talentosa era su traductora.
Yo
no considero que sea una sombra en mi vida
Durante los
primeros tres años del sexenio de Carlos Salinas de Gortari el actor fue
diputado del PRI y lo reconoce con
orgullo, faltaba más “soy priísta desde que nací, por herencia, tradición y
convicción absoluta porque es el único partido que tiene raíces en México. Los
otros partidos son hijos del PRI. Y sigue siendo un gran partido. Muy bien
fundado y muy bien pensado. Ahí esta el verdadero espíritu de México”.
Sucede
que era secretario general de la Asociación Nacional de Actores, organismo que
aglutinaba a todo actor que fuese sindicalizado. Y todos los secretarios de ese
sindicato habían sido diputados. Era la cuota de poder que les brindaba el PRI
por ser fieles. El actor festeja: “Como perder el honor que nos hace el partido
de ofrecernos una curul y ser uno de los 500 representantes de todo el país.
Rechazarla sería una estupidez”. Durante la gestión de esa legislatura, la
Cámara de Diputados aprobó la venta de 1,100 paraestatales en precios
verdaderamente ridículos, la tasa de pobreza creció considerablemente, la
fortuna de los pocos y consentidos empresarios creció también y un
levantamiento armado estaba por tomar las armas en Chiapas.
Cinéfilo
El tiempo de la entrevista
termina. Llaman a la tercera llamada y el actor no se ha maquillado por
dialogar con nosotros. Le gusta estar solo y en silencio por diez minutos y
concentrarse, respirar para salir a la función. Ese es su ritual que por esta
ocasión se reduce a dos minutos. Antes de concluir se dijo seguidor de Marcello
Mastroianni, Clark Gable, Laurence Olivier, Sean Pean, Al Pacino, Quinn,
Benigni, Hopkins, Depardieu. Y sentencia: “La vida es también lo que uno
aprende de sus personajes”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario