Algunos trazos sobre Elena Poniatowska
Por
Abraham Gorostieta
1.- Elena
Poniatowska es una escritora a la que se le ama o se le odia. Esto quedo
demostrado cuando le informan que será el próximo mes de abril cuando le
entreguen el prestigioso premio Cervantes de Literatura. Sus feligreses la
amaron aún más. Sus detractores la quemaron con leña verde en las redes
sociales.
No
es la primera vez que ocurre. En 2006 y en 2012, la escritora hizo comerciales
para favorecer electoralmente a Andrés Manuel López Obrador. “A partir de esos
días –recuerda la escritora- sonaba mi teléfono a todas horas y me mentaban la
madre, me decían: ¡Vieja Puta! ¡Puta, Puta, Puta! Y colgaban”. Una noche, sonó
el teléfono a las tres de la mañana. Una voz dulce y cándida le informaba:
Elenita, afuera de su casa hay una persona muy mala. ¡Cuidado Elenita!
Colgaron. Pronto se puso su bata, prendió las luces de su casa y salió a ver
quien estaba fuera. Nadie. La soledad de la calle y nadie más. Entró de nuevo.
Subió las escaleras hasta su recamara. Se sentó al borde de la cama y comenzó a
llorar: “Fue un momento horrible, por primera vez me sentí vulnerable. ¿Cómo
una voz tan dulce me podía haber hecho esto?”. Recuerda con dolor Elenita, como
la llaman en la calle, como le dicen sus amigos.
Para
conversar con Poniatowska basta llamarle. Ella sola lleva su agenda de
entrevistas, cursos, diplomados, talleres, conferencias. Vive al sur de la
ciudad, en una calle empedrada, que la compró al año de enviudar. La casa
perteneció a Eva Norvind, una nudista que se bañaba en las fuentes. Elena, la
octagenaria escritora, se ha hecho de una imagen que le calza muy bien: Una
sonrisa siempre en el rostro, una voz dulce, un trato afable. Elena, muñequita
de azúcar.
Martina
es su empleada domestica. Chaparrita, de mirada hostil y ceño fruncido. Solo
observa. Igual que Shadow, un labrador negro de energía inagotable. “No muerde,
pero no se le acerque que ya no se lo quita de encima” indica Martina, quien habla poco y tiene
acento y rasgos indígenas. Forrada de piso a techo por libreros, la casa de
Elena parece conocer solo algunas palabras: Libros, fotos, pinturas, jarrones
de talavera y esferas de vidrio.
Martina
nos hace recordar a Jesusa Palancares, personaje de la emblemática novela Hasta no verte Jesús mío publicada en
1969. Y es que Jesusa esta inspirada en una mujer tehuana que la escritora
conoció en sus tiempos como reportera, cuando iba a hacer entrevistas a la
Cárcel de Lecumberrí. Josefina Bojórquez era su nombre real. “Cuando me
conoció, me dijo que era yo una rota catrina, jija de la que ya se sabe, que me
pusiera a trabajar” cuenta la escritora al explicar que la conoció en una
azotea, la oyó hablar y de inmediato quiso platicar con ella, “le cuento lo que
quiera, namas que uste’ me ayuda, no me va a venir a quitar mi tiempo”, le dijo
Josefina, pues mientras ella lavaba los overoles de una imprenta metiéndolos
primero en un balde con gasolina para quitarles la tinta para luego tallarlos
en una tablita de lamina la joven Elena ponía una correa a media docena de
gallinas y las llevaba a caminar por las banqueta a que tomarán el pálido sol
de las 5 de la tarde (pues sí éstas no reciben sol, pues no ponen huevos con
cascarón duro). Al regresar del paseo, la Jesusa contaba sus historias vividas
en la Revolución Mexicana. Así nació la novela.
Hélène
Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor -su nombre completo-
llegó a México en 1941 a la edad de nueve años. Hablaba francés e inglés. Su
madre, Paullete consideraba el español innecesario, así que la niña aprendió el
castellano en las cocinas, en las azoteas escuchando las platicas de las
sirvientas.
Sentada
en un sillón esta La Hija de la Malinche,
como la describió la crítica literaria Margo Glantz. No hay ningún símbolo
religioso en su hogar aunque la escritora se reconoce como una mujer creyente,
“cómo no lo voy a ser si fui criada en un convento de monjas, tuve una madre
muy religiosa, además, vivo al lado de una capilla del siglo XVI, es más, me
puedo ir a dormir allá, me puedo llevar mi cama” explica la mujer de sonrisa
permanente. También, dice que cree en la suerte, aunque “pienso que uno se hace
su propia suerte”.
2.- La escritora
tiene bien definido su papel y se reconoce como intelectual pues asegura que
“Nuestra función es encontrar soluciones, encontrar y aportar claves para el
avance de un país”. Reflexiva agrega: “los intelectuales a fuerzan se meten.
Por ejemplo, a García Márquez le han ofrecido varias veces ser presidentes de
Colombia. A Fuentes y Paz les ofrecieron varias veces ser embajadores en
Washington, les ofrecieron secretarias de Estado. Porque son pensadores, porque
hablan por el país. Los intelectuales deben de participar en la política”.
Su
ceño se frunce, sus manos vuelan, se expresa con ahínco: “en México suceden
cosas que son muy graves que necesitan de sus voces, críticas, ásperas,
certeras. Los intelectuales que no se meten en los problemas nacionales pueden
quedarse en su torre de marfil escribiendo novelas o haciendo grandes obras
pictóricas pero en un país donde hay terremotos políticos como el nuestro es
importante que participen, ni modo que se metan a su casa sabiendo que hay
tanta injusticia social o gente muriéndose por las balas, por el fuego cruzado”.
La princesa roja,
así se le conoció después de que Elena rechazará el premio Nacional de
Periodismo que otorgaba Presidencia en los tiempos de Luis Echeverría: “¿Y
quien va a premiar a los adolescentes muertos?”, preguntó la reportera a
Gobernación. Su lugar en la ideología política mexicana dice estar en la
izquierda. Y un tema que le resulta pasional es hablar del tabasqueño, su
amigo, López Obrador:
A
Andrés Manuel es un hombre a quien le creo. Cuando él habla, escribe o platica,
le creo. Así, sin más. Me parece que es un hombre que se la esta jugando, ahora
más, después de las elecciones de 2012. Me parece que hace muy bien que siga
luchando, que reúna a miles de personas, que se oponga a las reformas, que
informe. Es un gran político, un hombre congruente y honesto.
En 1994, Blanche
Petrit le habló a Elena para decirle: “Vente a Chiapas, Marcos es cuate, cuate” y desde esa fecha la pluma de Poniatowska
se a ocupado –cada vez menos- de la figura del mítico guerrillero. Aunque su cercanía
con López Obrador ha hecho mella en la relación con el subcomandante.
No
lo sé. No sé si él rompería conmigo por eso. Yo no he roto con él. El
subcomandante Marcos tiene el gran mérito de haber puesto el problema de la
discriminación social, económica, de justicia, de legalidad de la situación de
los indígenas mexicanos, la puso al centro de las discusiones a nivel
internacional. Gracias a él, México y el mundo se dieron cuenta de lo que
sufrían, de cómo la pasaban esos pueblos.
También le causa
temor que el PRI llegue para quedarse otros 70 años en el poder. “Enrique Peña
nieto y su grupo, lo vemos con las reformas que le han endilgado al país, las
consecuencias serán desastrosas –dice la princesa con voz de miel- Con todas
las reformas, principalmente la Energética, ay nanita, que destino tan malo le
espera a México”.
3.- Formo un
matrimonio muy solido con el astrónomo Guillermo Haro, el fundador de la
astronomía moderna en México. Él trabajaba en el observatorio astronómico de
Tonantzintla, Puebla, y hasta allá fue a entrevistarlo la joven Elena, “quien
me trató muy mal –dice con una sonrisa la periodista- pero yo me vengué y me casé
con él”. A la entrada de su casa se presumen el doctorado de don Guillermo y el
diploma de mecanógrafa de Elena.
Las
fotos en su casa muestran a los Poniatowski. A su padre, Jean Joseph Evremont
Poniatowski Sperry, “así, vestido de militar con todas las corcholatas (condecoraciones)
que le dieron después de la Segunda
Guerra Mundial”, muestra con orgullo la escritora y agrega: “Fue muy valiente
porque lo echaron en paracaídas muchas veces a la zona enemiga y llegó a los
campos de concentración y salvo gente. Y mi madre también, ella manejaba una
ambulancia durante la guerra”. También hay retratos de su madre, María de los
Dolores Paulette Amor Yturbe quien a su vez fue una de las modelos de Schiaparelli,
retratada por Edward Weston. Fotografías de sus hijos Emmanuel, Felipe y Paula.
Fotografías tomadas por Paula. Elena y sus diez nietos. Fotos y más fotos.
Suspendió
el libro que hacia sobre los Poniatowski, “ya no sé, no puedo, no sé como
rastrear mi propio pasado” cuenta la escritora. En el libro Elenísima de el (su) biógrafo Michael K.
Schuessler hay una historia: Los Poniatowski salieron de Polonia en los tiempos
de Napoleón. El último Poniatowski fue mariscal de Francia de Napoleón. Son
franceses. El último rey fue Stalisnao Poniatowski ya a finales del siglo
XVIII. Sus padres, Paulette y Jean, se conocieron en un bals de la
familia Rothschild, celebrado en una casa de la Place de la Concord. Johnny,
como le decían a Jean, había nacido en Francia, pero provenía de una familia de
príncipes polacos —los Poniatowski— exiliados desde el siglo XIX. Paulette,
nacida también en Francia, provenía de una familia mexicana porfiriana que
había abandonado el país en tiempos de la Revolución, y tenía bastante dinero
para vivir en Biarritz y en París.
Elenita
nació en París, en 1932. Ella recuerda que su infancia la pasó con sus abuelos entre
París, Vouvray y Mougins. En 1941 emigra junto con su madre y su hermana a México
en un barco de refugiados, el Marqués de Comillas. Su padre llegó
después y se dedicó en cuerpo y alma a fundar los laboratorios farmacéuticos
Linsa. No tuvo suerte. Intentó ser restaurantero. No funcionó tampoco.
Su
familia materna, Los Amor eran una de las familias importantes de México, así
lo consta Guadalupe Loaeza en su libro Los
de Arriba. Su abuela era Elena Yturbe. Muchas mujeres en esa familia. De
costumbres muy tradicionales, de abolengo y de artistas. Sus tías: Inés,
siempre el cigarro en la mano fundó una de las primeras galerías de arte en la
ciudad (La Galería de Arte Mexicano); Carolina, que fundó una editorial médica,
y Pita, la poeta excéntrica, la de los escándalos, a quien Diego Rivera pintó
desnuda.
Pita Amor: la poeta extravagante que hablaba
siempre en verso, enloquecida por la tragedia de perder ahogado a su único hijo
nunca vio con buenos ojos a Elena. Cuenta Poniatowska que Pita fue una mujer
hermosa, delirio de pintores. Que siendo una anciana se presentaba con un moño
enorme en la cabeza. “Pinche periodista, me decía mi tía Pita” recuerda la
escritora.
Michael K. Schuessler escribe que Pita le tenía
prohibido a Poniatowska firmar sus articulitos con el apellido Amor, porque había una gran diferencia entre ser una
periodista y una poeta de tinta americana como ella. Y cuenta: en una
ocasión, en casa de su tía, en una fiesta, Pita Amor al verla conversar con
Octavio Paz, se encendió de furia y le gritó a voz en cuello: “¡No te compares
con tu tía de sangre! / ¡No te compares con tu tía de fuego! / ¡No te atrevas a
aparecerte junto a mí, / junto a mis vientos huracanados, / mis tempestades,
mis ríos! /¡Soy el sol, muchachita, / apenas te aproximes te quemarán mis
rayos!”. Al día siguiente, a la una de la tarde, le llamó por teléfono, fresca
como la mañana: “¿Eres feliz?”, le preguntó.
4.- Inició su carrera en Excélsior,
en 1950. Su madre, que tenía muy buenos contactos la llevó de la mano y la
presentó al director del diario, Rodrigo de Llano. En 1954, la jovencita de 20
años se fue al diario Novedades bajo
el ojo de Fernando Benítez. A partir de ahí Elena, la jovencita a base de
disciplina y constancia tomó brillo propio, creo su propio estilo.
Cuenta
el propio Carlos Fuentes sobre Fernando Benítez que “éste manejaba a altas
velocidades su BMW que hacía apenas una hora para llegar a Tonantzintla, donde
Fernando se encerraba a escribir sus libros en un ambiente conventual donde la
única distracción era mirar de noche a las estrellas en el observatorio
dirigido por Guillermo Haro. Allí escribí buena parte de La muerte de Artemio Cruz. De vez en cuando, caían visitas -Agustín
Yáñez, Pablo González Casanova, Víctor Flores Olea- pero Tonantzintla era
centro de trabajo, disciplina y silencio”.
Y
es que Benítez es una figura que destacó en la cultura mexicana. Cuenta la
propia Elena: “Fernando impulso muchísimo a los jóvenes, entre ellos Carlos
Monsiváis y José Emilio Pacheco. Fue un gran amigo. Generoso, didáctico,
pulcro. Al final del tiempo el decía que los que fueron sus discípulos
terminaron siendo sus maestros. Fernando Benítez me encarga entrevistas, me
decía: angelito, angelito, entrevista a este, entrevista a este otro”.
También
recuerda que Benítez era muy excluyente: “Yo no pertenecía a ese grupo que
Benítez llamo La Mafia. No tenía esa
categoría. Luis Guillermo Piatza dijo que existió La Mafia que era un grupo de intelectuales que como grupo gansteril
se adueño de los premios y dádivas gubernamentales y se las apropio. Pero yo
nunca pertenecí, pues no tenía la autoridad para recibir o rechazar a alguien.
Yo era una simple entrevistadora”.
Elena entrevistó a Salvador Novo,
Xavier Villaurrutia, Amado Nervo, Pellicer, Paz. En los 50’s Poniatowska era
becaria del Centro Mexicano de Escritores. En 1954, debutó con el libro Lilus
Kikus, publicado en la colección Los Presentes, que editaba Juan José Arreola.
Pero éste nombre parece afectarle aún a Elena pues dice: “No conozco a Juan
José Arreola, nunca lo conocí. Es una persona sobre la cual no tengo el menor
recuerdo”.
Trabajó en Novedades por 20 años. “Hasta que en 1985 –comenta Elenita- en el
terremoto que destruyó a la ciudad de México el director no quiso publicarme
mis artículos sobre el terremoto. Entonces estaba en contraesquina La Jornada y fui a ofrecer mis textos.
Carlos Payán con mucho gusto los aceptó y los empezó a publicar. Desde entonces
es mi periódico”. No solo Payán, también Octavio Paz le pedía textos para su
revista Vuelta. “Octavio Paz era muy
entusiasta, muy generoso, lo fue conmigo. Lo quise mucho. Le hizo un poema a un
árbol que había a la mitad del patio de la casa de mis padres” y mientras esto
dice, salta del suelo un gato al que Elena lo bautizó como Monsi y se posa
sobre su regazo.
“Yo
no trabaje con Julio Scherer –aclara-. No me tocó el golpe a Excélsior. Fui a las reuniones para
fundar Proceso. A Julio Scherer lo
admiro mucho aunque ahora él este enamorado de la Reina del Pacifico. Somos
grandes amigos. Lo quiero mucho. Nunca he hecho un trabajo sobre Julio, él no
lo permite. Es hermético. Me gustaría hacerle una biografía pero él no se deja”.
Insiste el gato en quedarse con ella. “Vete con Váis” lo expulsa Elena de sus
piernas. “Son tremendos”.
“A
mi me gusta estar acompañada siempre, siempre, pero a veces no, sino no podría
escribir, estoy acompañada de tres seres insuperables que son Shadow, Monsi,
Váis, ellos son mis compañeros. Yo trabajo mucho. Recién termine un libro que
ya esta publicado”. Elena mira para sus adentros, se queda perdida en su
pensamiento. Mirada fija y pronto responde: “Sé que mi tiempo se acerca. Que no
me queda mucho tiempo. Y tengo tanto por hacer, tanto que escribir. Sacarle
jugo a los pocos años que me quedan, tengo que apurarme, apurarme. Vivo siempre
apurada”.
Se
dice que Elena es sobre todo periodista, lo constan sus trabajos sobre José
Clemente Orozco, Alfonso Reyes, Lola Álvarez Bravo, María Félix, Carlos
Fuentes, Jorge Portilla, Ramón y Ana Xirau, Jaime García Terrés y Juan Soriano,
entre muchos otros. Todos publicados en México en la Cultura, suplemento
que dirigía Benítez.
Ahí
conoció a José Emilio Pacheco quien era jefe de Redacción. Y a Carlos
Monsiváis. “Carlos, con sus lentesotes de mica, así, de intelectual y José
Emilio, tan guapo, siempre vestido de negro y camisa blanca, él me ha pedido
que n lo cuente más pero yo lo digo porque es cierto, siempre que tomábamos un
taxi, José Emilio y yo, al llegar a nuestro destino, el taxista le decía: ‘no
me pague padrecito, mejor deme la bendición’ y ahí lo tenías, haciendo la cruz
y viajando gratis” y dice esto y suelta sonora carcajada.
5.- El
movimiento estudiantil de 1968 le ha dado grandes satisfacciones profesionales
y también serios descalabros. “Me marco, escribí sobre la matanza del 2 de
octubre de 1968, me marca como periodista” se sincera la cronista. Su
acercamiento inicia cuando asiste a las manifestaciones de julio y agosto y
escucha las asambleas universitarias donde conoce a los líderes Luis González
de Alba y Marcelino Perelló.
Michael
K. Schuessler, escribe que el 2 de octubre llegaron a su casa dos amigas
desesperadas que le contaron que había sangre en las paredes de los edificios
de Tlatelolco, que estaban perforados los elevadores con balazos de
ametralladora, con vidrios por todos lados y tanques del Ejército. Al día
siguiente, Poniatowska fue muy temprano a Tlatelolco: no vio ningún cuerpo,
pero se encontró con zapatos tirados y arrumbados en montones. No había agua ni
luz. Inició su travesía en Lecumberri, todo era platicado, no podía ingresar su
grabadora. Tiempo después publicaría su libro más celebre: La noche de
Tlatelolco.
Varias
décadas han pasado, pero fue hasta los 90 que Enrique Krauze tomó fragmentos
del libro de Elena para hacer un trabajo sobre Díaz Ordaz. Luis González de
Alba se dio cuenta de que los fragmentos que había tomado Krauze del libro de
Elena eran en realidad suyos, tomados de su libro Los días y los años. No sólo habían sido plagiados sino
tergiversados. Con sorna González de Alba escribió que había sido traducido al
poniatowsko. Pronto entabló una demanda por derechos de autor, la cual gano y
el libro de La noche de Tlatelolco tuvo que ser modificado 30 años después.
Este hecho causó revuelo en la clase intelectual. Carlos Monsiváis tomó el
teléfono por la mañana y marco a la oficina de Carmen Liraa. “Carmen, escoge:
¿O Luis o yo?”. Luis González fue despedido sin importar que fuera accionista y
fundador de La Jornada.
La
periodista Elvira García descubrió, al hojear el libro Las siete cabritas de Elena Poniatowska, varias de sus entrevistas
con Pita Amor, entrevistas que formaban parte del libro de Elena. Párrafos copiados textualmente
y sin darle crédito a la autora. La sorprendió el hecho. Cerró el libro y nunca
más lo volvió a abrir. Elena nunca se disculpó.
Elena
conversa con Jorge Luis Borges. En su entrevista publica, para darle contexto
un poema que no era del poeta argentino. Años después, María Kodama, viuda del
poeta se da cuenta del error. Elena no se inmuta.
Después
del 2 de octubre de 1968, Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska se ocuparon del
tema, en una entrevista para La Revista
de UNAM, Elena explica: “Vivimos en Tlatelolco un hecho de ignominia:
Tlatelolco, y nos quedamos a un lado, parados en la tierra, inútiles, junto a
nuestros muertos”.
Monsi
y yo hicimos mucho material sobre el 68, dice la cronista y cuenta sobre un
hecho de plagio del que fueron objeto: “Luis Spota, en su libro La Plaza, nos copió a Monsi y a mí todo.
Fue como un fusil de todo lo que había hecho Carlos y yo. Fuimos a denunciarlo.
A mí no me importaba mucho pero a Carlos sí e insistió en hacer la denuncia.
Imagínate, Luis Spota un plagiador”, confiesa la periodista.
6.- Elena cumple
82 años. Sin duda es una escritora que domina la narrativa, he aquí unas
pinceladas para acercarse a su persona, su biografía. “Yo me siento muy
agradecida con México, muy feliz de estar en México. Todo lo que me ha pasado
aquí ha sido muy generoso. Soy una mujer muy afortunada”, concluye la princesa
roja de azúcar.
*Fotografías tomadas por Abraham Gorostieta
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