Fabrizio Mejía, El Cronista.
Abraham
Gorostieta
Fabrizio Mejía
Madrid es un cronista de la nueva ola en México. Colaborador de importantes
revistas literarias como Nexos o Letras Libres es un incansable escritor
que lo mismo escudriña personajes “emblemáticos”, que movimientos sociales como
el de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación que estuvo
varios meses en el zócalo capitalino. Ha hecho de la crónica su género predilecto.
Autor de varios libros, sus tres últimos han levantado varias cejas y más de
uno se ha sentido ofendido.
Su
libro Nación Tv, en donde ofrece una
serie de anécdotas sobre el clan Azcárraga –que ha dominado la televisión
comercial en México por más de seis décadas- le ha generado serias críticas y
el veto por parte de la televisora. Su otro libro, Disparos en la oscuridad, es el retrato personal de una época,
1968, año de revueltas estudiantiles y de luchas sociales que buscaban libertad
y democracia en distintas partes del mundo ha sido bien recibido por la
crítica. Su tercer libro y de reciente aparición, Días contados, es una recopilación de sus crónicas –hecha por
Editorial Almadía-, género en el que se desenvuelve y con el que retrata la
sociedad y el tiempo en el que vive y que es un ejemplo claro de su trabajo.
Buscar
la entrevista con el escritor fue una labor casi artesanal, como un tejido,
donde se cruzan hilos y agujas. Había que armarse de paciencia. Corretearlo por
tres semanas o poco más. Fabrizio Mejía es un hombre que sobrepasa las cuatro
décadas. La primera impresión que deja es la de ser un hipster. Bajito, de voz
a veces clara, a veces ronca. Lentes de mica gruesa. Vestido siempre informal.
Un par de ocasiones no asistió a la entrevista. En ambas, se disculpó y pidió
una entrevista más. El encuentro se dio en el barrio de Coyoacán, en la Ciudad
de México. Barrio de artesanos, de viejas casonas coloniales en donde viven
escritores, pintores, actores, poetas. Barrio de clase media-alta. Barrio
escogido por el escritor que, llega tarde a la cita.
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Ahí estaba
Ariana González Santos, encargada de la difusión cultural de los títulos de
Editorial Almadía. Fabrizio saluda y enseguida conversa con Ariana: ¿Qué tal lo
de ayer guey?, dice el escritor en un tono muy peculiar de los junior’s. Pues
nada, ayer estuvieron ricos los tragos coquetones ¿no?, contesta la encargada
de difusión y agrega: Oye, abajo está el guey del diario La Razón. Que se aguante, o sea guey, están acostumbrados, termina
la conversación Fabrizio y con sonrisa en el rostro, saluda amablemente.
Las
mafias culturales mexicanas es un tema para iniciados. En general, son grupos
que se crearon con el fin de obtener becas y canonjías. Para pertenecer a
cualquier grupo basta con estar bien conectado, a parte, claro, el talento
–hecho necesario- con el que se cuenta. A Fabrizio lo presentan como el sucesor
del laureado escritor Carlos Monsiváis. Elena Poniatowska lo dice sin empacho:
Fabrizio es el nuevo Monsi. La secundan Pavel Granados, Guadalupe Loaeza y
algunos escritores más.
A
Fabrizio no le molesta la comparación pero aclara para Instantáneas Mexicanas:
“No. Eso dice Elenita (Poniatowska). Mira, en la literatura no hay sucesiones
sino tradiciones. En este caso me reivindico en la tradición de Salvador Novo,
Vicente Leñero, Ricardo Garibay, Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska. Pero es
una tradición que yo elegí, que yo escojo, es lo que me gusta hacer y estar
dentro de esa corriente”.
Ríe,
se muestra juguetón ante la impresión que deja cuando se le dice que es
permisivo en no aclarar con mayor fuerza la comparación. Enfático explica: “Es
que no puedo pelearme con todos los que me etiquetan, pero cuando me lo
preguntan de forma seria trato de explicar que no. Es la manera que tengo de
defenderme. No he tenido la oportunidad de discutirlo seriamente con Elenita,
que no diga esas cosas que al final crean falsas expectativas. Yo no hablo de
todo. Yo no tengo ubicuidad de nada”.
Monsiváis
era un todologo, opinaba de todo y sobre todo. El escritor René Avilés Fábila
escribía ácidas críticas sobre la actitud del escritor. Y es que en México la
percepción que hay sobre los escritores es que deben de ser opinadores
verborréicos. Al plantearle la disyuntiva de ser escritor o intelectual,
Fabrizio responde: “La palabra de intelectual sólo se la podemos aplicar a
Emile Zolá cuando se convierte en la voz de la justicia en el caso de Dreyfus,
cuando una mayoría estaba dispuesto a sacrificarlo por ser judío. Zolá pone un
parámetro de lo que debe ser un intelectual, es decir, el compromiso con lo que
tu crees”, explica el escritor y pronto se autodefine: “Soy escritor. En primer
termino trato de que mi escritura este comprometida con la forma de la propia
literatura y después con una mirada en el momento de una situación. Hago
crónicas. Cuando hago novelas trato de contar una historia que no ha sido
contada”, concluye.
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Uno de los
presidentes peor recordados en México es Gustavo Díaz Ordaz. Hombre de mano
dura que no dudaba en emplearla ante la mínima disidencia. Durante su sexenio
una serie de problemas crecieron sin que nadie hiciese algo por contenerlos:
miseria en el campo, emigración a las grandes ciudades y a Estados Unidos,
devastación ecológica, sobrepoblación, dependencia gradual a la economía gringa
y a la empresa privada mexicana, industrialización distorsionada, adicción a la
deuda externa y, distribución de la riqueza de forma injusta. Esto generaba un
descontento social entre algunos sectores de la sociedad, especialmente los
jóvenes.
Sin
embargo, esto no preocupaba a Díaz Ordaz, quien controlaba los hilos del
hermético Sistema. A él lo que le preocupaba era su inocultable fealdad que le
ganó apodos populares como el Mandril, el Chango, el Trompudo, el Hocicón, el
Monstruo de la Laguna Prieta. Él mismo se burlaba de su aspecto y todos a su
alrededor reían pero si alguien osaba burlarse con iniciativa, el presidente
enfurecía y cesaba al mentecato.
La
personalidad de Díaz Ordaz se muestra con claridad en 1965, un año después de
asumir el cargo. Cerca de ocho mil médicos residentes de 5 hospitales de la
Ciudad de México y de 48 hospitales en distintos estados comienzan un
movimiento de huelga en busca de mejorías en sus condiciones de trabajo, pues
lo jóvenes doctores descubrían que trabajar en el gobierno o en la iniciativa
privada significaba caer en explotación laboral e incomodidades sin límite.
Díaz Ordaz se dio el gusto de aplastar el movimiento disidente con el
autoritarismo que lo caracterizó y el placer por el uso de la violencia que
imprimió su gestión. Es en este momento que inicia la vida de Fabrizio Mejía
Madrid.
“Mi
padre es cirujano médico, Hugo Mejía. Participó en el movimiento médico de 1965.
Ahí conoció a mi madre y juntos decidieron irse a estudiar un posgrado a
Estados Unidos. Regresan a México cuando el Ejército norteamericano lo trata de
reclutar a sus filas durante la guerra de Vietnam. Retornan aterrorizados pues
les toca los asesinatos de John F. Kennedy y de Martin Luther King, pensando:
“Estados Unidos es un país de locos: asesinatos y guerras”. Cuando llegan les
toca vivir los sucesos del 2 de octubre de 1968”, recuerda el escritor a la vez
que explica su encuentro con los libros: “En mi casa había muchos libros. Y,
los libros prohibidos eran los de medicina pues tenían imágenes algo
perturbadoras como de enfermedades y enfermos. Estos libros estaban en los
anaqueles de arriba y en los anaqueles de abajo estaban los de novela
policiaca: Agatha Christie, Connan Doyle, Salgari. Yo entre a la literatura de
la mano de Sherlock Holmes”, añora y sonríe mirando para sus adentros.
Al
escribir la novela Disparos en la
oscuridad, Fabrizio sabe que el motor de su escrito fue el recuerdo de sus
padres, enfatiza: “Totalmente. El movimiento Médico, la participación de mis
tíos y tías en el movimiento del 68. Recién escribo un texto de esto, de cómo
el 68 y sus efectos, afectó a mi familia”. Explica además que disfrutó al
escribir la novela pues retrata a Díaz Ordaz con dureza, “como debería de
haberlo hecho y como todos querían que lo hiciera, por lo menos mis tías están
muy contentas con mi trabajo. Es decir, verlo enfermo, culposo, como murió. Él
nunca fue enjuiciado por los actos cometidos a pesar de que aceptó la
responsabilidad de lo ocurrido, dijo: ‘soy responsable más no culpable’. Por
otro lado, es una compensación a la generación de mis padres que no tuvieron la
distancia para escribir una novela sobre el villano”.
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“Me siento un
personaje que se llama Fabrizio Mejía que no lava los trastes y tira la basura
por las mañanas y que llega tarde a las entrevistas”, dice el cronista y suelta
sonora carcajada. Y sigue en su explicación sobre los intelectuales y los
hagiógrafos: “En el libro de Juan Villoro: Conferencia
sobre la Lluvia hay una frase que me impactó: ‘Bellas Artes se ha
convertido en la mejor funeraria del país’, es cierto, totalmente cierto. Vivimos
tiempos en donde ensalsamos mucho a los escritores muertos y no nos acercamos a
ellos de una forma crítica. Y si se murieron jóvenes pues mejor porque se
convierten en Roberto Bolaño ¿No? Que lo hace un santo internacional de las
letras latinoamericanas. Habría que ser más críticos con los escritores y nos
ser hagiógrafos. Tenemos que hablar de la obra escrita y no de si fulano de tal
era buena o mala onda. Estamos muy confundidos en ese sentido. Juan Rulfo no
era una buena persona pero era un gran escritor. Octavio Paz no era una buena
persona, era envidioso, pero que talentoso era”, explica Fabrizio y da un largo
respiro.
La
novela de Nación Tv le ha ganado
fuertes críticas, el expone: “Es mi versión de los hechos y formas dónde una
familia se apodera de la televisión”. Pronto abunda: “Emilio Azcárraga
Vidaurrieta era un ladrón de Hacienda muy habilidoso que consiguió hacerse de
la RCA Víctor México, es decir, desde
el principio mostró su carácter monopólico. Su hijo, Emilio Azcárraga Milmo, El Tigre, se presentaba él mismo como un
‘soldado’ del Presidente. Y Emilio Azcárraga Jean es el ‘General’ de las tropas
priístas o de lo que se le ponga enfrente”.
Es
muy temprano, la ciudad de México ha sufrido días de lluvia que parecen
interminables. No fuma. Enfundado en un suéter de lana y un abrigo el novelista
continúa sus juicios: “En general, los Azcárraga le han hecho mucho daño a la
cultura en México y me parece que los dos primeros han muerto siendo muy
infelices”, alza el tono de voz para enfatizar: “Vivimos, comemos, amamos,
besamos, nos vestimos, jugamos, pensamos y hasta lavamos la ropa de la manera
en que ha querido esta familia que ha educado a cuatro generaciones de
mexicanos. Azcárraga Vidaurreta se jactaba de haber sido él el que había creado
el concepto de ‘ama de casa’. Es una idea que le hereda a su hijo El Tigre, de que la radio y la
televisión son medios que sirven únicamente para vender y él entendió que los
electrodomésticos eran lo vendible por medio de la publicidad”, explica
Fabrizio.
Y
añade: “Condicionó a los medios a ser medios publicitarios sin importar el
contenido. Todo es vendible. El Tigre
dijo: ‘yo hago televisión para jodidos de una clase media muy jodida que nunca
va a salir de ahí’. Esto lo dice en una comida en donde asistieron muchos
intelectuales y cuyo fin era que participaran en el espacio noticioso estelar
de su empresa. Y ahí están, todos los días opinando durante un minuto y medio.
Azcárraga Jean ha dicho: ‘Nosotros nos debemos a la gente y nacimos con una
filosofía’, es decir, haré lo mismo que mi abuelo y padre. No ha cambiado nada,
no ha cambiado la televisión, no ha cambiado la forma de hacer telenovelas.
Sigue siendo la misma historia de la cenicienta que a base de sufrimiento el
destino la premia, historia dramatizada y de alguna forma inventada por Valentín
Pimstein”.
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El suplemento cultural
Confabulario hace una crítica muy
dura a su novela Nación Tv. El autor
del texto, Javier Munguía, disecciona el trabajo de Mejía Madrid. Lo cuestiona.
En la novela, Fabrizio escribe que el presidente Carlos Salinas de Gortari le
consiguió el Premio Nobel de Literatura a Octavio Paz. Javier Munguía lo
impugna, pues escribe que Fabrizio utilizó el recurso de la novela para decir
cosas que no se pueden documentar, hace acusaciones muy duras pero no aporta
ninguna prueba, basta el hecho de ponerlo en boca de un personaje, al fin, es
una novela.
Mejía
Madrid sabe de este texto. Frunce el ceño y se defiende: “Esta especificado
claramente en la novela que Aurelio Pérez se lo imagina en su oficina, es
decir, eso nunca existió pero no hubo una ofensa del grupo de Letras Libres o por lo menos no fue
visible por haber escrito yo eso, y haber hecho un retrato de Octavio Paz
bastante duro. Hay que decir también que Paz fue muy cercano a Televisa, donde
recibía muy buena lana. Si revisan la bibliografía que aparece al final de la
novela verán que la gran mayoría de lo que yo retrate ahí fue tomado de los
reportajes de Carlos Marín y Carlos Puig que escribieron en Proceso”.
La
crítica de Munguía incomoda a Mejía, su rostro se endurece y continúa su
defensa: “Me parece injusta. El trabajo se llama Maledicencia. No estoy de
acuerdo, es como decir que Mariano Azuela escribió maledicencia al mostrar así
a los mexicanos en Los de Abajo, o
decir que es poco ético que Ricardo Garibay dijera que El Púas Olivares era un
analfabeta y drogadicto. Las novelas no tienen porque ser éticas. No tiene nada
que ver una cosa con otra. El que escribió el artículo esta muy confundido y
desconoce lo que ha pasado en los últimos 50 años con la novela y la
literatura”, aclara con cierto enfado el novelista.
No
quiere dejar esa impresión, así que añade: “Tengo esa cosa, me afectan las
incomprensiones y me valen madres los elogios. Cuando hay argumentos sí los
discuto, no le tengo miedo a un buen debate. Es muy común en el periodismo.
Alguien manda a alguien a escribir que tal cosa es una porquería. Los
suplementos culturales en México están muy contaminados por grupúsculos que se
dedican a golpear. Luego te enteras el por qué, que es porque uno participó en
un jurado de letras y no salió premiado fulano de tal o porque uno reciba una
beca y otro no y así”, dice el escritor mientras se frota las manos y desvía la
mirada hacia la ventana.
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Fabrizio Mejía
pertenece a una generación que nace con el nuevo milenio. Atrás queda el boom
latinoamericano, el post boom, las letras latinas y todas las corrientes
literarias que han surgido. El cronista se ubica: “Mi generación en América
Latina es una generación donde todos nos conocemos. Cosa que no pasaba desde el
Boom, donde los escritores se habían
conocido en París, casi todos miserables pero en París. Los autores latinos nos
hemos conocido en la onda de las ferias literarias. Hay una gran diversidad de
escritores de mi generación que hacen distintas cosas, pienso en Álvaro Bizama
de Chile que hace una especie de escritura pop muy extraña y fantástica,
mezcladas con cosas del cine Gore, con reminiscencias de la dictadura
pinochetista, pienso en Álvaro Enguirre que hace novelas que son cuentos y
cuentos que son novelas, pienso en Mario Bellatín”.
Mejía
Madrid se sabe dentro de una generación muy ecléctica. Para él el momento por
el que atraviesa la literatura latinoamericana es “muy rico y variado, con
mucha experimentación” y encuentra un común denominador: “la mayor parte de los
escritores vivimos de escribir en revistas, diarios o colaboramos en programas
de televisión y radio o blogs muy solicitados como el caso de Iván Páez de Perú
o participan de la vida pública sin ningún complejo, ya no hay discusión por
eso. Es una generación muy grande, el boom era pequeño, seis, siete escritores,
ahora somos muchos, cien”, contabiliza el escritor.
Fabrizio
narra a Instantáneas Mexicanas sus autores contemporáneos que sigue,
que lee: “soy fan de Philips Roth, me gusta todo lo que hace a pesar de lo que
hace no es parejo. De John Oswald que me gusta mucho; Martin Amis del que
presumo ser su amigo. Me gusta Juan Villoro, Mario Bellatín, Álvaro Enguire,
Martín Caparrós, Leila de Riero, Iván Páez, Héctor Abas”, concluye el escritor.
El
cielo truena y en cuestión de segundos la lluvia comienza. Fuerte, no cesa.
Pronto todos corren y buscan atajarse. Truena nuevamente el cielo. La
entrevista concluye. Fabrizio Mejía llega tarde a otra entrevista.
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