miércoles, 9 de enero de 2013

Artes. Palacio de Bellas Artes


 El Palacio de Bellas Artes
Ochenta años de esplendor, cien años de historia

Abraham Gorostieta

En una solemne y majestuosa ceremonia fue inaugurado oficialmente el Palacio de Bellas Artes, un veintinueve de septiembre de 1934 por el presidente de México Abelardo L. Rodríguez. Se inició así una nueva etapa en la vida cultural mexicana, una puerta al desarrollo y expresión artística. Considerado uno de los edificios más bellos de la Ciudad de México, la historia del Palacio de Bellas Artes fue una de las tareas más largas y costosas en las obras de construcción de esta ciudad. Treinta años duro su planeación, diseño y construcción. En síntesis el Palacio es un claro ejemplo de la evolución tardía de nuestra cultura que es aplazada por periodos de nuestra historia contemporánea.
Así pues, el Palacio de Bellas Artes vio el esplendor del Porfirismo, la llegada de la Revolución Mexicana, las guerras intestinas por el poder de los jefes máximos de la Revolución, el retiro de los militares del gobierno, la llegada al poder de los civiles y la llegada de los tecnócratas.

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En el mes de marzo de 1901 el proyecto le fue encomendado al eminente arquitecto italiano de 30 años de edad, Amado Boari. Es bien conocida la orientación europeísta que prevaleció durante el régimen de Porfirio Díaz (1877-1911). Todas las tendencias del arte buscaban la incorporación de México a la Cultura Universal y “sólo podía” lograrse en los términos y trayectos de los científicos y artistas europeos. El gobierno del general Díaz adoptó esta perspectiva a conciencia, la hizo suya. Entonces, todos los terrenos fueron contagiados por esta “orientación”, la filosofía, la ciencia y el arte; más aún también lo fueron en el campo de las costumbres ciudadanas, de la moda y el protocolo oficial. No se podría escapar la arquitectura de que introdujeran a México los nuevos estilos europeos, e incluso los materiales de construcción.
En este caso se trataba, en 1901, de hacer la construcción de un gran Teatro Nacional; pero desde el principio se contó con poco tiempo para la preparación –sólo nueve años-, para los festejos programados, en conmemoración del Centenario de la Independencia; además se pretendía que este Teatro Nacional superara en todos los sentidos a los mejores teatros europeos.
En aquel año, Adamo Boari viajó a México para recibir el encargo de construir la magna obra. El lugar del futuro Teatro Nacional era en el costado oriente del parque de la Alameda, donde se encontraba el teatro de Santa Anna, construido sesenta años antes, por el arquitecto Lorenzo de la Hidalga e inaugurado por el presidente Santa Anna en enero de 1844.
En julio de 1901, cuatro meses después de que Boari hubiese aceptado su encargo, el Teatro Nacional de Santa Anna fue demolido. Se expropiaron también las casas que ocupaban el espacio de lo que hoy llega hasta la avenida Juárez y que tapaban totalmente el acceso a la calle 5 de Mayo. Uno de los propósitos del proyecto era precisamente hacer transitable una avenida que uniera al Zócalo con el Paseo de la Reforma.
Adamo Boari fue entonces comisionado por el gobierno de Díaz para realizar los estudios previos que considerara necesarios. Dedicó todo lo que quedaba del año 1901 y la primera mitad de 1902 a recorrer Europa con el objeto como dijo luego en sus memorias, de “estudiar los principales teatros y proporcionarme así los datos comparativos necesarios”. Al regreso de su largo viaje definió su elección con las siguientes palabras:

Un nuevo movimiento parece iniciarse en los albores del presente siglo, movimiento que se impone porque ha nacido espontáneamente en varios países preclaros por sus tradiciones y sentimientos artísticos. Me refiero al arte nuevo. No cabe duda que el adjetivo ‘nuevo’ refiriéndose a la palabra arte carece de sentido; pero, como quiera que se llame: Liberty Art, o Arte Florial, o bien Art Nouveau, tal calificativo, vago pero universal, sirve perfectamente para traducir las diversas manifestaciones de este movimiento cosmopolita modernísimo... Lo dicho hasta aquí es sólo un preámbulo para asentar que la arquitectura exterior del futuro Teatro Nacional de México será, ciertamente, de las antiguas proporciones clásicas, pero rejuvenecidas con las nuevas aplicaciones: y en cuanto a la interior, seguirá más libre las huellas trazadas por el Nuevo Arte Decorativo Moderno.

Adamo Boarí tenía ya pensado su proyecto y pronto presentaría los planos. En julio de 1092 propuso su primera idea de lo que sería el Teatro Nacional, ahora Palacio de Bellas Artes: “el edificio podía considerarse dividido en dos partes: una, como verdadero teatro de ópera; otra, iluminada con luz directa puede funcionar independientemente de la primera y permanecer siempre abierta. Albergaría un gran salón para fiestas, que a su vez pudiera servir para conciertos, reuniones académicas, etc., también tendría un gran restaurante y un suntuoso hall con entrada independiente para los carruajes”.
Finalmente en marzo de 1904, presentaría su proyecto definitivo ante la SCOP (Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas). Dieciocho planos, dos acuarelas, y una memoria explícita fueron estudiados por una Comisión  compuesta por los arquitectos Rivas Mercado, Gorozpe, Campos, Fernández Leal y otros.
En sus memorias el joven arquitecto Boari visualizaba así su obra:

El teatro surge en el centro de la capital al lado de un vasto y añoso parque. Una pergóla recubierta de flores tropicales liga y conjuga el antiguo bosque con los nuevos jardines del teatro. El edificio esta revestido íntegramente en sus cuatro fachadas, de mármoles italianos y mexicanos. Mide 96 metros de frente y 116 de largo, y ocupa una superficie de dos hectáreas, incluyendo rampas y escaleras.

Y así seguía describiendo hasta los más mínimos detalles. El presupuesto de la obra era de 4,190,884.00 pesos y su duración aproximada de 4 años. Así en el mes de noviembre de 1904 se iniciaron las obras de excavación. Los trabajos alcanzaron su máxima intensidad entre los años de 1908 a 1910, vencido ya el plazo originalmente estimado y pisando el año del Centenario de la Independencia, motivo por el cual fue mandado a construir.

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En ese lapso se avanzó bastante, pero el Teatro no pudo ser terminado para la fecha prevista. En 1913, tras el asesinato del presidente Francisco I. Madero y la irrupción en el poder de Victoriano Huerta, se suspendió la obra y Adamo Boari tuvo que abandonar el proyecto en 1916. La intensidad de aquella época y los grandes cambios políticos y sociales que vivió el país en ese período, en medio de la gran crisis económica que se padecía, impidió que se continuara la construcción. El edificio quedo inconcluso por más de 19 años. Algunos intentos de retomar el trabajo, como el ordenado por Venustiano Carranza en 1919, fueron fallidos, y no fue sino hasta 1932 cuando se reanudaron las obras. El proyecto de Adamo Boari volvía a cobrar vida, pero en gran parte sería modificado: eran otros los intereses nacionales en el campo de la cultura, y nuevas las necesidades que lo revitalizaron.
En el segundo periodo –el de la terminación-, (1932-1934), la tarea se reorientó en función de la síntesis del proyecto propuesta por el arquitecto Federico E. Mariscal y de la idea que tenía el ingeniero Alberto J. Pani, secretario de Hacienda, de contar con un edificio que albergara una institución nacional de carácter artístico. Este segundo programa arquitectónico se caracterizó por la adaptación de los interiores a las nuevas necesidades y por el aprovechamiento de los espacios que en el proyecto de Boari tenían un sentido únicamente decorativo.
La nueva distribución del interior del Teatro Nacional dio lugar a un espléndido museo. De las paredes interiores del palacio faltan algunas de las esculturas y adornos propuestos por Boari, pero en cambió se cuenta con obras de los muralistas José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera, Jorge González Camarena y Rufino  Tamayo.
La entrada para carruajes se convirtió en parte del edificio, ampliando su planta. El originalmente Teatro Nacional, ahora Palacio de Bellas Artes y sede del Instituto Nacional de Bellas Artes, es resultado de dos épocas, y de muchas ideologías estéticas y sociales y finalmente de una necesidad. Todos estos elementos conjugados representan parte importante de la historia cultural de México, en gran medida refleja la evolución tardía y aplazada por varios periodos de nuestra historia contemporánea.


FIN FIN.

Datos curiosos:

Estética en la estructura del Palacio

Se han discutido mucho los valores estéticos del Palacio de Bellas Artes. En 1930, cuando el arquitecto Mariscal reconsideró el proyecto de Boari, y más aún en 1932, cuando el ingeniero Alberto J. Pani, modificó esencialmente su sentido, las opiniones sobre el Palacio eran despectivas entre arquitectos, críticos, profesores y artistas. 

El Hundimiento del Palacio de Bellas Artes

Previniendo el enorme peso del edificio (enorme estructura de acero, estructura adicional de concreto, paramentos de mármol), Boari encomendó su cimentación a un eminente constructor norteamericano, el arquitecto W. H. Birlomire, de Nueva York, que, de acuerdo con Boari, concibió un compacto emparrillado de viguetas, relleno de concreto, lo que se trataba de una “plataforma flotante”. Dicha cimentación fue realizada en un término relativamente breve (seis meses). No se calculó bien o se excedió el peso del edificio en más de dos kilos por centímetro cuadrado. Cuando empezaron a colocarse los paramentos todo el edificio comenzó a hundirse. La casa Milliken Brothers, de Nueva York, propuso, y fue aceptado, circundar la plataforma con ataguía de acero engargolada, e inyectar el terreno con una mezcla de cemento y lechada de cal grasa. Se aplicaron 20 inyecciones de este tipo entre 1909 y 1911, y gastando 950 toneladas de cemento. En 1919 por órdenes de Venustiano Carranza se repitió el tratamiento, pues el hundimiento siguió. Nuevas inyecciones se realizaron en 1922 y cuando el arquitecto Mariscal entregó la obra terminada el ingeniero Marte R. Gómez dio por sentado en su informe que el hundimiento había sido detenido. Años después el hundimiento siguió. En la década de los sesenta el hundimiento por fin se detuvo con las nuevas técnicas de inyección.

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